Prisciliano y el priscilianismo
Prisciliano. Contexto político-social
El Imperio Romano entra en crisis irreversible a partir del siglo III. El problema es que el trabajo de los esclavos ya no es rentable. El Imperio necesitaba conquistar nuevos territorios continuamente, y así disponer cada vez de más esclavos (Julio César consiguió un millón de esclavos en sus guerras en las Galias) como base económica que le permitiera emprender nuevas expansiones. Esto se convierte en un círculo vicioso en el siglo III, con la férrea resistencia de las tribus bárbaras y a los consiguientes altos costes (militares y administrativos…) de las políticas esclavistas.
Además, en el siglo III se produjo un descenso de la población a causa de las epidemias, y el Imperio no tenía ya capacidad de sustituir a la población que faltaba con nuevas masas de esclavos. Las consecuencias de la falta de mano de obra en la economía fueron devastadoras.
Al propio tiempo, Italia había ejercido de metrópoli que exportaba sus productos a las distintas provincias. Esta era la razón del enriquecimiento de la aristocracia de la península itálica, que dominaba todo el Imperio. Pero el desarrollo desigual entre las distintas partes del Imperio se fue equilibrando a medida que, con la crisis, las distintas regiones iban fabricando sus productos y rentabilizando su agricultura y ganadería. De un lado, esto favorecía al Imperio, pues en teoría aumentaba el número de contribuyentes para llenar las vacías arcas romanas, a la vez que traía la ruina a Italia.
Extensión máxima del Imperio romano
No había, pues, otro remedio que aumentar la presión fiscal hasta niveles agobiantes, por lo que muchas ciudades se fueron despoblando, refugiándose los grandes propietarios en sus villae y latifundios, donde podían escapar mejor de los recaudadores de impuestos. “Conforme iba declinando el Imperio, más aumentaban los impuestos y gabelas, con mayor desvergüenza saqueaban y exprimían los funcionarios…”, nos refiere Engels. El centro de gravedad de la vida económica pasó de la ciudad al campo.
Se estaba pasando a una economía natural cerrada, en la que las grandes rutas comerciales de antaño tenían cada menos sentido. Incluso en la propia Roma se acabó pagando en especie los tributos y los sueldos de funcionarios y soldados, pues muchos de los ingresos del Estado se hacían asimismo en especie.
La colonia (la tierra trabajada por colonos) va sustituyendo al trabajo esclavo y se va convirtiendo en el antecedente del modo de producción feudal. En los siglos IV y V, le legislación imperial va quitando a los colonos la capacidad de moverse del sitio, quedando convertidos en siervos de la gleba. El problema era la movilidad de la población, que huía de los sitios tratando de escapar a la presión fiscal y refugiándose en las grandes propiedades agrarias; muchos campesinos abandonaban sus pequeñas y medianas propiedades y se refugiaban en las grandes, o bien personas de todas las clases sociales se iban fuera del Imperio, a territorio de los bárbaros. El escritor romano del siglo V Salviano dos dice: “Y mientras, los pobres, las viudas y los huérfanos, despojados y oprimidos, habían llegado a tal extremo de desesperación que muchos aún perteneciendo a familias conocidas y habiendo recibido una buena educación, se veían obligados a buscar refugio entre los enemigos del pueblo romano para no ser víctimas de persecuciones injustas. Iban a los bárbaros en busca de la humanidad romana, porque no podían soportar entre los romanos la inhumanidad bárbara. Aunque eran extraños, por costumbres, por idioma, a los bárbaros, entre quienes se refugiaban, aunque les chocaba su bajo nivel de vida, a pesar de todos les resultaba más fácil acostumbrarse a las costumbres bárbaras que soportar la injusta crueldad de los romanos. Se ponían al servicio de los godos o de los bagaudas, y no se arrepentían, pues preferían vivir libremente con el nombre de esclavos antes que ser esclavos manteniendo sólo el nombre de libres” (Salviano, De Gobernatione).
Se produjeron grandes movimientos sociales de campesinos, que habían caído irremisiblemente en la miseria por todo el Imperio. Pero eso no fue suficiente para alterar la situación: fue preciso el empuje de los pueblos bárbaros de Europa para acabar con el Imperio romano e imponer, en un proceso largo que duró varios siglos, un nuevo modo de producción: el feudalismo. Pero en el siglo IV el Imperio romano estaba ya tocado de muerte.
El cristianismo se había convertido en religión oficial, en un intento de dar cohesión ideológica al Imperio. En respuesta, proliferaron las herejías, que “reflejaban sobretodo la ideología de los cristianos más pobres: esclavos, colonos, plebe urbana y, en parte, también el pensamiento de los estratos medios de la ciudad. En algunos casos las herejías se debían a la lucha por el poder entre los distintos grupos de la jerarquía eclesiástica” (1)
Una de las primeras herejías de importancia es el “montanismo” del siglo II, que condenaba el maridaje de la Iglesia con el Estado y sus riquezas. Ponían sus esperanzas en un rápido advenimiento de Cristo que traería la justicia a la Tierra. Los montanistas practicaban el ascetismo y la pobreza. Tuvieron gran influencia en el norte de África, donde se les conoce como “donatistas” (por su dirigente, el obispo Donato).
En el siglo IV los esclavos y colonos del norte de África se rebelaron bajo la herejía de los “agonistas” o combatientes de la verdadera fe. Se mantuvieron hasta comienzos del siglo V, derrotados por las tropas imperiales.
El arrianismo fue el mayor peligro para la Iglesia oficial en el siglo IV. Su fundador Arrio, sacerdote de Alejandría, sostenía que Jesucristo era inferior a Dios Padre. Contra ellos se convocó el concilio de Nicea en 325. Otro Concilio en Constntinopla en 381 acabó con el arrianismo en el interior del imperio, pero la herejía cobró fuerza entre los pueblos germanos, que la acabarían trayendo de nuevo al Imperio.
Monedas romanas de Adriano
Entretanto, en Occidente descollaba la figura de Prisciliano condenando el esclavismo y oponiéndose a todo el orden social y religioso existente. El movimiento priscilianismo es comparable –salvadas todas las diferencias- con los bagaudas o movimientos de campesinos pobres que lucharon contra la opresión en la zona del valle del Ebro, o a tantas rebeliones campesinas que se producen en la Hispania de la época.
Notas
1- S.I.Kovaliov, Historia de Roma, Akal/textos