La ruta de los túmulos del Matarraña


La sociedad en la época de los enterramientos tumulares


A partir del siglo IX a.n.e. se consolida el proceso de sedentarización de la población del Bajo Aragón y Matarraña (Aragón) y Terra Alta (Catalunya), pues los grupos humanos se concentran definitivamente en aldeas estables durante espacios de tiempo más o menos largos, culminando una tendencia que se había iniciado unos 500 años antes. Van desapareciendo la ocupación estacional en agrupaciones desordenadas de cabañas y en la vivienda en cuevas.

Los asentamientos van adquiriendo una cierta ordenación y complejidad urbanística. La estructura típica –que llegará al mundo íbero- será el poblado de una calle central en torno a la que se disponen las casas rectangulares  (normalmente entre 10 y 20 casas) con una o dos dependencias, colocadas todas juntas y abiertas a la mencionada calle central, de forma que la pared trasera de la casa sirve de muralla defensiva. La calle central servía tanto para acceder a las casas como para guardar el ganado, que también se ubicaba en el interior de las viviendas. La base o zócalo de las paredes de las casas eran de piedra con lo que se emplea por primera vez la arquitectura en piedra en la construcción de habitáculos. En los primeros tiempos, es característico de la zona del Bajo Aragón, Matarraña y Terra Alta las grandes piedras u ortostatos como base de la pared, que hacen las veces de cimientos hasta que se dominan las técnicas de construcción y se emplean bloques de piedras más pequeños a partir del siglo V a.n.e. El resto de la pared es de barro y cañas. Podemos hablar, pues, de un elemento nuevo: la planificación urbanística previa, tanto por la ubicación del asentamiento como por la distribución de las casas en torno a la calle central.

Los poblados se ubican en la cumbre de los montículos y muchas veces dominando los caminos o los ríos de la zona, así como los terrenos cultivables y la rutas comerciales del momento. En cualquier caso, se trata de lugares con un amplio dominio visual del territorio. La presencia del Ebro como ruta comercial sobretodo a partir del siglo VII a.n.e. (comercio fenicio) explica  la gran cantidad de asentamientos en la zona.

A medida que pasa el tiempo adquiere más importancia el carácter defensivo de los poblados, pues la diferenciación social trae consigo el aumento de los enfrentamientos entre los diversos grupos humanos en lucha por recursos naturales, por el dominio de las redes comerciales y, de forma incipiente, por conseguir esclavos. Una muestra de lo que decimos son las casas fortificadas a partir del siglo VI a.n.e., lugar de residencia de la aristocracia tribal. Desde mediados del primer milenio a.n.e. las guerras forman parte de la vida cotidiana de las gentes; ello va a ser más evidente cuando llegan los cartagineses y luego de los romanos a saquear la riqueza minera, agrícola y de personas (esclavos) de la Península. En este sentido, tenemos estructuras defensivas muy tempranas en el poblado de Cabeza del Cuervo, en Alcañiz.

La agricultura y la ganadería son la base de subsistencia, aunque la recolección y la caza se siguen practicando. La ganadería de ovejas, cabras y ganado vacuno fue durante mucho tiempo la actividad económica principal, lo que explica la estructuración de  la población en grupos familiares nómadas. De la riqueza ganadera son muestra la abundancia de pesas de telar, que abundan en el margen derecho del Ebro mucho más que en el izquierdo. En cuanto a la agricultura, predomina el cultivo del trigo, cebada, legumbres y frutales.

Túmulos del Matarraña (cartel informativo)



El comercio con los pueblos del Mediterráneo

El comercio con los fenicios  en el Bajo Aragón alcanza un importante nivel durante los siglos VII y VI  a.n.e. propiciando un ciclo expansivo de la economía. No obstante, se conocen relaciones comerciales de más baja intensidad desde siglos anteriores (los etruscos y los mismos fenicios). Ello va a tener grandes consecuencias: la aristocracia gentilicia incrementa notablemente su poder económico, acumulando riqueza y bienes de prestigio,hasta desembocar a partir del siglo VI-V a.n.e. en la cultura ibérica, momento en que las tribus adquieren una estructura política diferenciada (en nuestro caso de forma un ‘reino’ que va desde el Guadalope hasta Gandesa, con capital en El Palao de Alcañiz, que en época íbera se conocerá como el territorio de los Ausetanos del Ebro), algunos poblados llegan a adquirir dimensiones importantes (El Palao de Alcañiz, San Antonio de Calaceite, Coll del Moro de Gandesa…) y con construcciones complejas (torres defensivas, murallas, fosos, cisternas de agua…).

El comercio con los pueblos del mediterráneo trae mejoras tecnológicas (metalurgia del cobre y más tarde del hierro) y un aumento de población importante. El trabajo del cobre es la primera experiencia metalúrgica de nuestros antepasados; sirve para fabricar el bronce, material del que se hacen diversos objetos, tanto para uso diario como para las herramientas agrícolas y las armas. Al mismo tiempo, se mejoran las condiciones de vida gracias a una mejor dieta y a una mayor variedad de alimentos.

La ruta comercial se inicia en la costa y, aprovechando el cauce del Ebro, que entonces era navegable en un buen tramo, se adentra por el actual Bajo Aragón, Maestrazgo y Matarraña. Desde aquí se accedía al interior de la Península. Comerciantes fenicios, etruscos y después griegos (a partir del siglo VI a.n.e.) y fenicio-púnicos (cartagineses) recorrerían estas rutas.

Los fenicios procedían de las ciudades-estado de Biblos, Sidón y Tiro, en el actual Líbano. Su mayor actividad comercial fue en el sur peninsular, con el reino de Tartesos. Se dice que Cádiz fue fundada por ellos antes del año 1.000 a.n.e., aunque sólo hay evidencias materiales desde el siglo VIII a.n.e. La plata, el oro y el cobre eran los principales reclamos para estos comerciantes. El alfabeto, la metalurgia del hierro, el torno del alfarero, la gallina, el vino o el aceite son grandes aportaciones de los fenicios a nuestros antepasados.

Los griegos aprovecharán el ocaso de los fenicios tras la conquista del actual Líbano por los asirios,  pues tenían una base muy importante en Massalia (Marsella). En el siglo VI a.n.e. los griegos fundaron Emporion (Ampurias) y Rhode (Rosas). La aportación griega a nuestras tierras ha sido relevante en el cultivo de la vid y el olivo, el arado, la salazón y la orfebrería. La batalla de Alalia (537 a.n.e.), que se libró por el dominio del comercio en el Mediterráneo Occidental entre griegos y cartagineses, terminó con la victoria de estos últimos y suposo el fin de la hegemonía girega en nuestras tierras, aunque, en principio, la presencia cartaginesa se centró más en el sur de la Península.


El trabajo del metal


No hay que dejar pasar por alto la falta de riqueza minera del territorio que consideramos para preguntarnos por el interés de los comerciantes mediterráneos por las tierras de esta parte de la cuenca del Ebro. En núcleo minero más cercano se sitúa en los alrededores de Falset (plomo y plata) -provincia de  Tarragona-, en el Rossell-Bellestar (mineral de hierro) -Baix Maestrat de Castellón- y, en menor medida, en algunos lugares del Maestrazgo (Castellón) y de Ulldecona (hierro) -provincia de Tarragona-,  con lo que hemos de considerar que las gentes del Bajo Aragón-Matarraña-Terra Alta no disponían de una riqueza minera que les permitiese comerciar directamente con minerales. No obstante, la gran cantidad de poblados en la zona nos lleva a suponer que esta parte de la cuenca del Ebro centralizaba todo o parte del comercio de minerales de las comarcas vecinas y que -al ser entonces el Ebro la vía de comunicación más importante para comerciar desde el Este peninsular con el interior del país- el mercado de esta parte del valle del Ebro fuese un 'mercado secundario' (es decir, que no intervenían los fenicios directamente) a cargo de agentes comerciales indígenas que harían llegar aquí los productos fenicios.