Isidoro de Sevilla y su tiempo
 
Historia de la Hispania visigoda en tiempos de Isidoro
 
 
A mediados del siglo IV los visigodos entraron por primera vez en Hispania como aliados de los romanos en su lucha contra las revueltas bagaudas (campesinos armados que saquearon, sobretodo, la zona del valle del Ebro) y los pueblos suevos que se habían instalado en la Península. A comienzos del siglo VI se produjo la llegada masiva de visigodos, que habían constituido el reino de Tolosa, tras ser derrotados por los francos en Vouillé. La cifra de visigodos se supone en torno a las 100.000 personas, muy inferior al número de habitantes hispanorromano que entonces tenía Hispania. La población hispanorromana era de unos 4 a 6 millones de personas, a lo que hay que añadir unos 30.000 suevos. Los godos se establecieron preferentemente en zonas de Navarra, Burgos, Palencia, Valladolid, Segovia y Soria.

Isidoro nació en una Hispania convulsionada por los efectos de la guerra civil entre dos facciones dirigidas por Agila (549-554) y Atanagildo (554-568). Este último es el que pidió ayuda militar a los bizantinos, lo que sirvió para que se asentaran en Hispania durante unos 75 años. El emperador Justiniano ya dominaba Italia y ahora pasaba a dominar una parte importante de la Península Ibérica. La situación interna era de crisis abierta: una zona noroccidental habitada por pueblos hostiles (suevos, cántabros y vascones), una zona sudoriental ocupada por los bizantinos, una zona central donde dominaban los visigodos y dos sociedades distintas, la hispanorromana y la visigoda. La falta de un poder central reforzaba los autogobiernos de las ciudades y la libertad de acción de las aristocracias, tanto laicas como eclesiásticas. El mundo romano se había hundido y aún no había sido reemplazado por un sistema nuevo.

 
 
- Los bizantinos en España

El Imperio Bizantino estuvo presente en la Península Ibérica del 552 al 625, en el sur y sureste, zonas necesarias para que Bizancio siguiera manteniendo y dominando el comercio mediterráneo. Además, la Bética (actual Andalucía aproximadamente) era una zona muy romanizada y con una fuerte aristocracia local, que no tenía mucho más fácil relacionarse con los bizantinos que con los bárbaros visigodos. Los bizantinos denominaban “Spania” a su territorio. Con varios frentes militares abiertos, de haber dispuesto de más medios, los bizantinos habrían conquistado todo el territorio español.

Así que todos los reyes visigodos mantuvieron una actitud hostil hacia los bizantinos. Su avance se detuvo en época de Leovigildo (568-586) y Recaredo (586-601) y, finalmente, Sisebuto (612-621) y Suintila (621-651) los expulsaron de nuestro país.

 

 
 
- Leovigildo (569-586) y Recaredo (586-610)

Ante la amenaza bizantina, los visigodos trasladaron su capital de Toledo a Narbona (en el actual sur de Francia). El rey Liuva (567-573) asoció al trono a su hermano Leovigildo, quien sería el verdadero creador del Estado visigodo.

Leovigildo casó con Gosvinta, la viuda del monarca anterior, Atanagildo, para de esta forma unificar todas las tendencias en el seno de la población visigoda. Gosvinta fue una reina enérgica, ferviente arriana, con una gran influencia política tanto en el reinado de Leovigildo como en el de Recaredo.

El intento de fortalecer el poder real y homogeneizar la sociedad hispana se ve en el siguiente texto, en el que se autorizan los matrimonios –hasta entonces prohibidos- entre godos e hispanorromanos:

“Que esté permitida la unión matrimonial tanto de un godo con una romana, como de un romano con una goda. “(…) Saludablemente reflexionando por lo aquí expuesto como mejor, con la remoción de la orden de la vieja ley, sancionamos con esta presente ley la validez perpetua: que tanto si un godo una romana, como también un romano una goda, quisiera tener esposa –dignísima por su previa petición de mano-, exista para ellos la capacidad de contraer nupcias, y esté permitido a un hombre libre tomar por esposa a la mujer libre que quiera, en honesta unión, tras informar bien de su decisión, y con el acompañamiento acostumbrado del consenso del linaje” (Liber Iudicum, III, 1,1)

Leovigildo hizo un gran avance en el terreno jurídico con la promulgación del “Liber Iudiciorum”. A diferencia de la época del Imperio romano, los visigodos ahora promulgan leyes, en lugar de edictos (las leyes eran prerrogativa del emperador de Roma). Previamente, Eurico en el 476 había creado su Código, mezcla de derecho romano y derecho germánico, que trataba a de cubrir el vacío legal que había originado la caída del Imperio romano en Occidente, y Alarico había aprobado su Breviario en el 506, con el que intentaba acercarse a la población hispanorromana.

Leovigildo siguió con la política anti-bizantina, conquistando algunas plazas, entre las que sobresale la ciudad de Córdoba. Por el Norte, derrotó a los cántabros y a los vascones y construyó la fortaleza de Victoriaco (581) para controlarlos. Respecto a los suevos, convertidos al catolicismo (no hay que olvidar que los visigodos son todavía arrianos) y en excelentes relaciones con francos, bizantinos y, en su momento, los rebeldes de Hermenegildo, también son derrotados y anexionado su reino de la Gallaecia al reino visigodo de Toledo.
 

 
 

La política militar de Leovigildo gira en torno a tres ciudades: Sevilla (para dominar a la aristocracia bética, a cuyo frente pone a su hijo Hermenegildo), Recópolis (fundada por el monarca, para controlar las ansias expansivas de los bizantinos, a cuyo frente pone a su hijo Recaredo) y Victoriaco (para controlar a las poblaciones norteñas).
 
Leovigildo aprovecha que dispone de nuevas fuentes de financiamiento, que antes no existían: lo que antes se quedaba el Imperio (tierras vacantes, impuestos, confiscaciones de bienes…) ahora ya no salía de las manos del Estado visigodo.

También se dota de signos externos de realeza, hasta el momento ausentes entre los reyes godos y que eran privilegio sólo de los emperadores: corona, trono, manto… retrato del rey en las monedas, imitando a los emperadores bizantinos. Hace de Toledo una “urbis regia” imitando a Constantinopla: la dota de edificios públicos (palacios, basílicas, teatros, hipódromos…). De hecho, el reinado de Leovigildo trata de que la monarquía visigótica imite las normas y maneras del Imperio romano de Oriente. Esta actitud fue muy aplaudida por Isidoro de Sevilla.

Intenta lograr la unidad religiosa del país en torno al arrianismo, pero fracasa, pues la población hispanorromana –oficialmente católica y con mucho sectores con cultos paganos- era mucho más numerosa que la visigótica –arriana-. Realiza una política represiva contra los católicos (confiscación de bienes de la Iglesia), refuerza la ideología arriana (nuevos mártires y nuevos milagros), al tiempo que facilita la conversión de los católicos (no es necesario el bautismo por inmersión, sino sólo aceptar la frase “en el nombre del Padre, por el Hijo y para el Espíritu Santo”, en la que la figura del Hijo –cuya divinidad niega el arrianismo- queda en una posición un tanto ambigua).

La rebelión de Hermenegildo desde la Bética enarbolando la bandera del catolicismo es la muestra más clara de que el camino de Leovigildo no era el más acertado para conseguir la unidad religiosa. Derrotado Hermenegildo, fue asesinado en Tarragona.

En el III Concilio de Toledo (589), Recaredo (586-601) se convierte al catolicismo y con él toda la población visigoda. Hubo alguna resistencia, incluso armada en la Septimania (sur de la actual Francia), pero rápidamente dominada.

Una Hispania católica quitaba argumentos ideológicos a los bizantinos para intentar expansionarse por nuestro país. Además, se conseguía el apoyo final de los hispanorromanos a la nueva monarquía.
 

 

Recaredo hubo de hacer frente con éxito a las pretensiones de los reinos francos de hacerse con los territorios de la Septimania, así como a nuevas sublevaciones de cántabros y vascones.
 
Otra reacción arriana se produjo con Witerico, quien se rebeló desde la Bética y logró asesinar al hijo de Recaredo, el entonces rey Liuva II, y hacerse con el trono. Desarrolló una fuerte represión contra los católicos, hasta que él mismo fue asesinado en el 610.
 
 
- La rebelión de Hermenegildo

La rebelión de Hermenegildo tiene que ver con el malestar de la aristocracia hispanorromana por la política antinobiliaria de Leovigildo. El monarca había condenado a la pena capital y confiscado los bienes de un buen número de aristócratas, muchos de ellos de la Bética.

Tambien se vio favorecido por el matrimonio de Hermenegildo con Ingunda, una noble de Austrasia (actual Francia) de religión católica y que no quiso convertirse al arrianismo. En el propio traslado de Hermenegildo a Sevilla parece que tuvo mucho que ver su madrastra Gosvinta, para alejarle del centro del poder en Toledo así como de la sucesión a la corona. En Sevilla, las predicaciones del arzobispo Leandro –hermano de Isidoro- hicieron el resto.

Aunque Hermenegildo buscó apoyo de otros reinos: los suevos, Asutrasia y Borgona, Leovigildo consiguió neutralizar a los dos últimos con un proyecto de alianza matrimonial. Los bizantinos no participaron, pues estaban muy debilitados con sus problemas en Italia.

Por paradógico que parezca, Isidoro de Sevilla condena la sublevación de Hermenegildo, pues podría haber sido motivo de división del reino visigodo.
 
 
 
Hoja de las Etimologías
 
 
- El III Concilio de Toledo (589)

Convocado por el propio Recaredo, supone el fin del arrianismo y la conversión de todo el reino visigodo al catolicismo. Hubo un trabajo previo de negociación con el obispado arriano. Finalmente, asistieron 72 obispos, además de algunos vicarios y parte de la nobleza. La figura más relevante, aparte del monarca, fue Leandro, arzobispo de Sevilla y hermano de Isidoro, a quien se le considera como el “inspirador” del Concilio. Recaredo mostró a los asistentes “escrita en un libro de su propia mano, la disposición de su conversión y la profesión de fe de todos los obispos y del pueblo godo”, según Juan de Bíclaro.

Una actitud pro-católica se observa en los últimos años de Leovigildo. En efecto, levantó el destierro a que había estado condenado Leandro (instigador esencial en la rebelión de Hermenegildo) y le adjudicó el papel de educador de su hijo Recaredo. Isidoro diría de su hermano: “Leandro, hijo de Severiano, de la provincia Cartaginense de España, fue monje de profesión, y siendo monje fue nombrado obispo de la iglesia de Sevilla, en la provincia Bética; hombre de conversación suave, de ingenio brillantísimo, ilustrísimo por su vida tanto como por su ciencia, hasta el punto de que su fe y por su habilidad el pueblo de los Godos volvió de la herejía arriana a la fe católica.”
 
A partir del III Concilio de Toledo el papel de la Iglesia es determinante en la sociedad hispana en todos los terrenos. En el Concilio,  Recaredo establece el principio de inmunidad de los bienes y personas eclesiásticos:

“Que no les esté permitido a los jueces ocupar a los clérigos y a los esclavos de la Iglesia en prestaciones personales.

“Porque hemos sabido que en muchas ciudades los esclavos de las iglesias o de los obispos o de todos los clérigos, son molestados por los jueces o recaudadores con diversas prestaciones personales, todo el concilio ha suplicado a la piedad del gloriosísimo señor nuestro, que en adelante prohíba tales demasías, y que los esclavos de tales personas trabajen más bien en sus cosas o en las de la Iglesia, y si alguno de los jueces o de los administradores quisiere emplear a algún clérigo, o a algún esclavo de los clérigos o de la Iglesia, en los negocios públicos o privados, sea apartado de la comunión eclesiástica, a la cual obstaculiza”.
 

 

En el aspecto fiscal, la Iglesia actúa al margen del Estado, como revela el documento del año 592 “De fisco Barcinonensi”, que, entre otras cosas, dice:
 
“A los sublimes y magníficos señores hijos y hermanos numerarios, Artemio y todos los obispos que contribuyen al fisco en la ciudad de Barcelona. Puesto que habéis sido elegidos para el cargo de numerarios en la ciudad de Barcelona, de la provincia Tarraconense por designación del señor e hijo y hermano nuestro Escipión, conde del patrimonio, en el año séptimo del feliz reinado de nuestro señor el rey Recaredo, habéis solicitado de nosotros, según es costumbre, la aprobación con arreglo a los territorios que están bajo nuestra administración. Por ello, por la ordenación de nuestra aprobación decretamos, que tanto vosotros como vuestros agentes y ayudantes debéis exigir del pueblo, por cada modio legítimo, nueve silícuas y por vuestros trabajos una más. Y por los daños inevitables y por los cambios de precios de los géneros en especie, cuatro silícuas, las que hacen un total de catorce silícuas, incluida la cebada. Todo lo cual según nuestra determinación, y conforme lo dijimos, debe ser exigid tanto p ro vosotros como por vuestros ayudantes y agentes; pero no pretendáis exigir o tomar nada más. Y si alguno no quiere avenirse a esta nuestra declaración, o no procurarse en entregarte en especie lo que te conviniere, procure pagar su parte fiscal y si nuestros agentes exigiesen algo más por encima de lo cual el tenor de esta declaración señala, ordenaréis vosotros que se corrija y se restituya a aquél que le fue injustamente arrebatado. Los que prestamos nuestros consentimiento a esta acuerdo firmamos de nuestras propias manos más abajo.
“Artemio, obispo en nombre de Cristo, firmé este consentimiento nuestro.
“Sofronio, obispo en nombre de Cristo, firmé este consentimiento nuestro.
“Galano, obispo en nombre de Cristo, firmé este consentimiento nuestro.
“Juan, obispo en nombre de Cristo, firmé este consentimiento nuestro.”

 
- Sisebuto (612-621)

En su reinado, Isidoro de Sevilla fue prácticamente su ideólogo. Su política favoreció a los católicos y fue intensamente antijudía.
 
 
(Dibujo: nueva-gothia.blogspot.com)


- Suintila (621-631)

Derrotó a los vascones, que hacía habitualmente correrías de saqueo a lo largo del valle del Ebro, y les obligó a participar en la construcción de la ciudad de Olite (Navarra). Pero sus acciones militares más importantes lo fueron contra los bizantinos, a quienes derrotó y conquistó la ciudad de Cartagena, de la que no dejó piedra sobre piedra y le retiró el título de sede episcopal. Bizancio atravesaba una gravísima crisis, amenazada por los persas por el Este y por los lombardos en Italia. “… Consiguió por su admirable éxito la gloria de un triunfo mayor que la de los demás reyes, fue el primero que alcanzó el poder monárquico de toda la Spania peninsular, lo que ninguno de los príncipes anteriores había conseguido”, nos dice Isidoro.
 
Una rebelión originada en la Narbonense encabezada por Sisenando logró su destitución.
 
En la medida en que sociedad camina hacia el feudalismo, se dan fuertes enfrentamientos entre el gobernante y las aristocracias locales. Es lo que se conoce como el “morbo gótico”, consistente en que el final más habitual de un monarca es que fuera asesinado por alguna facción nobiliaria, pero en realidad el “morbus gotorum” se debe al fuerte proceso de feudalización que está viviendo el reino visigodo, que coloca en una posición muy débil al rey frente a las aristocracias laicas y/o eclesiásticas. Esta será una tendencia inamovible hasta la invasión de España por los musulmanes.
 
 
- Sisenando (631-636)

Organizó el IV Concilio de Toledo (633), bajo la presidencia de Isidoro de Toledo. En este Concilio se acuerda la forma de elección o deposición del rey (los nobles y los obispos nombran al nuevo rey): “que nadie prepare la muerte de los reyes, sino que muerto pacíficamente el rey, la nobleza de todo el pueblo, en unión de los obispos, designarán de común acuerdo al sucesor al trono…”, dice el canon 75 del concilio. Las tierras cedidas por el rey a los nobles se convierten en hereditarias, se conforma la propiedad de la Iglesia sobre todos sus bienes. Asimismo, se establecen las relaciones entre la Iglesia y sus esclavos y libertos, quedando éstos últimos ligados indisolublemente a sus señores. De nuevo se volvió a la cuestión judía, insistiendo en las disposiciones antijudaicas que había promulgado los monarcas anteriores; en algunas de sus disposiciones encontramos textos como éste:

“Y porque es cosa cierta y sabida que en casi todo el orbe de la Tierra se ha divulgado la buena fama de que las tierras de España florecieron siempre por la plenitud de la fe, por eso, fortísimas razones obligan a nuestra gloria a oponerse a los judíos con todas nuestras fuerzas, porque se afirma que en algunas partes del mundo, algunos se han rebelado contra sus príncipes cristianos y que muchos de ellos fueron muertos por los reyes cristianos, pro justo juicio de Dios y sobretodo porque poco ha por confesiones inequívocas y sin género alguno de duda, hemos sabido que éstos han aconsejado a los otros judíos de las regiones ultramarinas para todos de común acuerdo combatir al pueblo cristiano, deseando la hora de la perdición de éste, para arruinar la misma fe cristiana; todo lo cual os será Parente por las mismas confesiones que os van a ser dadas a conocer. Pues desde el principio de nuestro reinado fue tal el interés de nuestra mansedumbre por la conversión de los mismos, que no sólo nos esforzamos por atraerlos a la fe de Cristo con diversas persuasiones, sino que también les devolvimos por medio de un decreto de nuestra tranquilidad, los esclavos cristianos de los que antes se vieron privados conforme a la ley, a causa de su infidelidad, con la única condición que dejando a un lado la infidelidad del corazón, los recibiere como hijos adoptivos el seno materno de la Iglesia mediante una verdadera conversión. Y habiéndolo prometido con una serie de garantías y mediante una declaración confirmada por juramento, sin embargo, finalmente, no cumplieron lo prometido, sino que se les descubrió que practicaban sin ninguna duda  las acostumbradas ceremonias y ritos. Y porque por imperio de la divina voluntad han llegado para ser corregidos hasta los años de nuestro reinado, nuestra tranquilidad juzga necesario que, cuanto antes, se ponga freno a su maldad por medio de la asamblea general de todos vosotros y de nuestros nobles, para que con el auxilio de Cristo sea extirpada inmediatamente la maldad de los mismos” (Martín J.L. y otros, La Alta Edad Media, Historia 16, De Concilios Visigóticos, por José Vives, Barcelona, 1963)
 
El IV Concilio de Toledo es un reflejo de la protofeudalización que está viviendo la sociedad hispana. Anteriormente a él, los concilios los convocaba el rey, así como los temas que se iban a tratar; no estaba reglamentada la asistencia de la aristocracia laica y eclesiástica. Después del IV Concilio, son los nobles y los obispos los que hacen la convocatoria y el orden del día, controlan la actuación del monarca, y aprueban leyes que tienen el mismo valor que las aprobadas por el rey.