La crisis del reino de León
 
 
Rebeliones en Santiago de Compostela
   
 
Conocemos con bastante detalle las revueltas de Santiago de Compostela gracias a la “Historia Compostelana”, escrita hacia 1139 a instancia del Diego Gelmírez. El texto, por consiguiente, mantiene el punto de vista del obispo gallego, pues su objetivo era ensalzar su vida y obra.
 
Diego Gelmírez, obispo de Santiago de Compostela, fue un personaje siniestro y despótico. Era el auténtico señor de Galicia, aunque un maquiavelismo radical a la hora de buscar sus aliados le jugó malas pasadas más de una vez. Impulsor de la construcción de la catedral de Santiago, en 1105 consiguió de Alfonso VI la potestad de acuñar moneda para Galicia, y fue el primer organizador de la Marina de España en 1115 para combatir las incursiones de los piratas musulmanes e ingleses; la inseguridad también llegaba a los puertos, por donde entraban muchos peregrinos y no pocas mercancías.
 
Incluso se permitía financiar a la corona, lo que muestra la cantidad de riquezas que había acumulado a costa del campesinado y del pueblo gallego. Santiago de Compostela, como destino final de la ruta jacobea, era un centro comercial, artesano y hostelero de primer orden; la mayoría de las riquezas que generaba el Camino quedaban en manos de la Iglesia. Prestó dinero a Alfonso VI, aunque no de muy buena gana: “El arzobispo, como no lograba disuadir al rey de semejante exigencia, por más súplicas que empleó, viendo que no podía librarse de entregarle dinero, dióle setenta marcos de plata acendrada, y por último concertó con él, ante dichos varones, un pacto de entregarle anualmente cien marcos, bajo condición de que no le molestase (impugnaret) ni inquietase a él ni a su iglesia, ni exigiese más de él cosa alguna, y además que, cuando terminadas las guerras, llegase a estar en tranquila y pacífica posesión de su reino, restituiría hasta el último maravedí (quadrantem) todo aquel dinero que anualmente recibiera bajo dicha condición, o al mismo compostelano si viviese, o a su sucesor, o a la iglesia de Santiago, ora fuese en dinero, ora en señorío” (1) o a la reina, cuando estaba a bien con ella, para mantener su lucha contra Alfonso el Batallador: “Por otra parte, habiendo ella gastado casi todo el tesoro de su padre en hacer la guerra contra el aragonés, no lo quedaban recursos suficientes para nuevas expediciones. Por lo cual pareció, por común acuerdo de los canónigos y por decreto de todo el senado, que no debía negarse a la reina el socorro ni el consejo que pidiese a la Iglesia. Para vencer, pues, al pésimo devastador de España, y ahuyentar al perturbador de todo el reino, mandaron dar con espontánea voluntad a la suplicante reina cien onzas de oro y doscientos marcos de plata del tesoro de Santiago”.(1)
 
 
Diego Gelmírez
 
“Desde su nombramiento como obispo, en 1110, Gelmírez se ocupó de organizar y facilitar las peregrinaciones mediante la urbanización de la ciudad, el arreglo de los caminos y puertos, la construcción de naves que combatir a los piratas, la reglamentación de mercados y tiendas, la fijación de peajes y precios de la organización de la estancia y regreso de los peregrinos: para conseguir esta finalidad económico-religiosa reorganizó el cabildo compostelano” (2)
 
Un sector del clero, no favorecido por las reformas de Gelmírez y contrariado por el carácter despótico de éste, se fue organizando y logró arrastrar tras de sí a los burgueses y al pueblo compostelano.
 
“Los rebeldes no dudaron en amotinar al pueblo contra la reina y contra el obispo cuando éste intento romper los derechos de asilo eclesiástico para apoderarse de los jefes de la sublevación. Durante más de un año, los burgueses controlaron la ciudad, nombraron a los funcionarios que habían de dirigirla y renovaron las leyes y costumbres, es decir, los fueros”. (2)
 
Entre la nobleza gallega destaca en esta época la Casa de la Traba, que  fue la familia noble gallega con más poder entre los siglos XI y XII. Su personaje más relevante fue Pedro Froilaz, ayo (educador) del infante Alfonso Raimundez, quien encarceló a los nobles que se oponían a que el hijo de Urraca fuese el monarca de Galicia.
 
 
 
La rebelión de 1087
 
En las mismas fechas que la de Sahagún, lo que no debe ser casual, se subleva el noble Rodrigo Ovezquiz.
 
 
 
La rebelión de 1110
 
La proclamación de su hijo Alfonso como rey de Galicia contaba con el apoyo de la reina. Pero como Urraca no acababa de romper con Alfonso el Batallador, el conde de Traba encerró a Alfonso Raimundez en el castillo de Santa María de Castrelo. Un levantamiento popular, dirigido por el noble Arias Pérez, que obedecía órdenes de Urraca, pudo liberarlo. Diego Gelmírez también acudió a los hechos, pues quería hacer de moderador y estar bien colocado en una posible corte del nuevo rey de Galicia. Pero los insurrectos tuvieron preso a Gelmírez durante unos días.
 
La expedición de “castigo” de Alfonso el Batallador que derrota a  la nobleza gallega en 1110, fue la chispa que incendió las tierras de Castilla, León y la  propia Galicia. Primero fue Lugo. A continuación, la estancia de las tropas aragoneses en Sahagún levantó a los burgueses de la villa. Los burgueses de Carrión, Burgos y Palencia se destacaron también por su apoyo al Batallador.
 
 
 
Diego Gelmírez con Alfonso VII
 
 
La rebelión de 1113
 
Una nueva revuelta en Santiago fue dirigida por el noble Arias Pérez, que se había pasado al bando de Alfonso el Batallador y había buscado el apoyo de los piratas ingleses.
 
Las tropas de Urraca y de Gelmírez derrotaron a Arias Pérez, refugiado en el castillo de Lobeira. Como se ve, la relación entre Urraca y Gelmírez eran buenas en este momento, pues Urraca llega a pedir ayuda para combatir al Batallador fuera de Galicia: “envía legados a los gallegos, rogándoles y suplicándoles que cuanto antes vayan a librarla de las fauces abiertas y de las manos de los aragoneses; confiaba, en efecto, en aquellos que habían educado a su hijo, al que amaban con todo el afecto del alma; sabiendo que eran valientes guerreros de quienes jamás dudaba que siempre serían fieles a ella y a su hijo; entre los cuales estaba el venerable obispo de Santiago que había bautizado al niño rey Alfonso y lo había ungido rey en la iglesia compostelana; aquél a quien reconocía la reina claramente como hombrera de toda Galicia, que a todos protegía, cuyo consejo era aceptable a los galicianos, y que cuanto él propusiese a los próceres de Galicia, o nunca o rara vez se hacía de otro modo. A él, pues, se dirigió especialmente”. (1)
 
Gelmírez le respondió afirmativamente, pero, por si acaso, le recuerda que no es muy partidario de salir de tierras gallegas a pelear por causa alguna: “Queremos decirte, ¡oh reina! que desde que el rey aragonés comenzó a inquietar el reino de España que el nobilísimo rey tu padre te dejó, lo mismo que al niño rey Alfonso tu hijo, los gallegos han permanecido más fieles que todos a vuestro derecho , y, sin que los conmoviera un punto el ímpetu de la discordia, han sido constantes contra la furia de los enemigos. Porque, mientras los castellanos, los leoneses, los de Campos y también las innumerables gentes del extremo (Extremadura) han cedido, y siguiendo el valor de la fortuna, han reconocido por rey al tirano aragonés, los gallegos se han sometido siempre a tu fiel obsequio y al de tu ínclita prole y han sufrido muchas más cosas y mucho más graves” (…)”. Pero los gallegos “desean regresar a Galicia, defenderse a sí y a su región, permaneciendo fieles a ti y a tu hijo. Por lo demás, una vez que regresen, no pasarán más los montes de Galicia para venir aquí a pelear”. (1)
 
Un síntoma de que la situación se estaba volviendo peligrosa lo vemos en que en 1114 se constituye la Hermandad gallega de los prelados: “Hemos hecho también hermandad (confraternitatem) entre nosotros, a fin de que cada uno ame a los demás, y si fuera necesario les socorra según pueda, y tengamos mutua caridad unos con otros; y cuando alguno de nosotros falleciere, todos los demás hagan sufragios por su alma con limosnas, oraciones y sacrificios, para que cuanto antes pueda llegar a la eterna bienaventuranza. Para consolidar esta hermandad, determinamos reunirnos todos los años en Compostela a mediados de la Cuaresma, y corregir los desmanes cuya noticia haya llegado a nuestros oídos”. (1)
 
Y, a su vez, también se formó la Hermandad de los nobles gallegos: “Sucedió, pues, que entre el cónsul Pedro y varios nobles gallegos olvidados del juramento que a su señor habían prestado, roto el vínculo de la paz, se originó la discordia … Obcecados… rehusaron rendirse a las exhortaciones del cónsul. Y era que se habían obligado con un pacto de inventada hermandad (germanitatis), según el cual habían de ayudarse mutuamente y sin desmayo contra la fuerza de los enemigos y tolerar unidos cualquier adversidad, y protegidos con esta seguridad, alejaban de sí todo pensamiento de unión y concordia.” (1)
Igualmente, los ciudadanos de Santiago de Compostela constituyeron su propia Hermandad.
 
No hubo formas organizadas entre el campesinado gallego, aunque sí se produjo algún levantamiento: “… y como el arcediano predicaba severamente las verdades al clero y pueblo de aquellas tierras, que eran idiotas y medio salvajes, y por ser hombre bueno y docto quería instruirlos e ilustrarlos en los preceptos de la sagrada escritura, muchos de aquella comarca, unos caballeros y otros campesinos, por instigación del diablo, se levantaron contra él, lo prendieron, y después de deshonrarlo, azotarlo y despojarlo de sus cabalgaduras y vestidos, lo recluyeron sin misericordia en una cárcel” (1). Nótese los calificativos de “idiotas y medio salvajes” que da a los campesinos y que éstos se mueven “a instigación del diablo”.
 
 
 
Batalla medieval
 
 
La rebelión de 1117
 
Los burgueses de Santiago se unieron en Hermandad y se pusieron de lado de Urraca para enfrentarse al despotismo de Gelmírez. “Interín, algunos ciudadanos de los más influyentes que, como dije arriba fomentaban ideas siniestras contra el obispo, al ver que sus primeros conatos no los había podido llevar a efecto, por haber fracasado sus designios, vuelven a otra parte por sus pensamientos. Así, pues, alborotando al pueblo, y conspirando contra el obispo, expulsan de la ciudad, consintiéndolo la reina a ciertos deudos del obispo, es a saber: a Pedro sobrino suyo, canónigo y prior de nuestra iglesia, y a Gundesindo su hermano, diciendo que por consejo y sugestión de ellos se había separado el obispo de la reina, originándose de aquí la discordia en Galicia. A esto añadían que por causa de Gundensindo, que había sido vicario de la ciudad (villicus urbis), sobrevinieran a ésta muchos males. Expulsados, pues, los sobredichos para disminuir el poder del obispo, forman, por instigación de aquellos que he llamado enemigos domésticos del prelado, cierta conspiración a que dan el nombre de hermandad (germanitatem). Para confirmar y consolidar esta conspiración, líganse todos juramento, al objeto, se entiende de ayudarse a los unos a los otros contra cualesquiera hombres, de guardarse y defenderse unánimemente, y de que si alguno de ellos recibiese daño o agravio de algún poderoso, o de otro que no pertenezca a la liga, los demás cómplices le ayuden según su posibilidad. Otras muchas cosas añaden, que me sería largo referir. Finalmente, después de tramar todo esto en daño del obispo y para quebrantar su poder, constituyeron a doña Urraca por reina y abadesa de la conspiración”. (1)
 
Previamente, Urraca había tomado la ciudad y luego había partido para Castilla. Santiago de Compostela quedaba bajo el gobierno de los insurrectos, designados por el canónigo Arias Muñiz, con el apoyo de los burgueses de la ciudad.
 
Entonces Gelmírez aceptó las reivindicaciones de los sublevados, a cambio de ser reconocido como señor natural de los gallegos. Pero en cuanto las tropas reales abandonaron Compostela, el pueblo se levantó de nuevo queriendo matar al obispo, que hubo de refugiarse en una de las torres de la Catedral.
 
Llegada la reina en 1117 a Santiago, pues le interesaba arreglar los problemas con su hijo, se reunió con Diego Gelmírez. “Algunos, sin embargo, de los compostelanos se presentan al obispo, y exhortándolo a que haga alianza de paz con la reina. Otros trabajan porque la reina, luego que entre en la ciudad, arroje al obispo, lo deponga y despoje del señorío de Santiago, como a enemigo suyo y rebelde. Y lo que más es, en estas maquinaciones intervenían algunos ciudadanos que el obispo trataba como a familiares suyos” (1). El pacto al que llegaron contemplaba que Gelmírez abandonaba el bando del conde de Traba y obedecía a la reina. El obispo no tuvo más remedio que aceptar, pues su posición era muy débil.
 
Durante más de un año un consejo laico dirigió la ciudad de Santiago, sin contar con su obispo para casi nada. “En aquella ocasión llegó a rebajarse tanto la influencia del obispo en la ciudad compostelana por los cómplices de la traición, que ni mandar ni disponer algo podía. En las ausencias del obispo, varios familiares suyos y traidores convocaban cada día a consejo al clero y pueblo, ocupábanse de leyes y juicios, y amenguaban cuanto podían al partido del obispo diciendo que ellos trabajaban por la libertad. (…) Si alguno tal vez favorecía al partido del prelado, o tenía que ocultarse o guardar silencio, puesto que por los discursos y promesas de los pérfidos, casi la totalidad del clero y del pueblo estaba separada del obispo. Este, encerrado en su palacio como en escondrijo, no osaba contradecir sus estatutos, ni negarse sus peticiones, si alguna le hacían. Comía su pan en silencio. Cuanto se le ponía a la mesa tenían que comprarlo antes sus támulos en el mercado. Apenas había quien le obsequiase, apenas quien le hiciese compañía. Creed a un experimentado, yo lo he visto, y doy fe de ello; muchas veces hubo necesidad de empeñar la vajilla y los vestidos del obispo para comprar qué comer, casi ningún derecho ni servicio conservaba en la ciudad, todo estaba en poder de los cómplices de la traición, en todo mandaban ellos”. (1)
 
 
 
 Palacio de Diego Gelmírez
 
Gelmírez huyó, disfrazado de mendigo a buscar a la reina, que le mostró su apoyo. Pero cuando volvió a Galicia, de nuevo hizo frente común con el conde de Traba, y un levantamiento popular derrotó a las tropas de Urraca. La reina y Gelmírez tuvieron que refugiarse en una de las torres de la catedral. Entonces los sublevados incendiaron la torre, muriendo sus defensores por el fuego y por el enfrentamiento posterior con el pueblo en armas. Los “atacantes pegan fuego a la iglesia de Santiago y la incendian por uno y otro lado; pues no poca parte de la iglesia estaba cubierta por tablar y paja.” (1)  “Así que el obispo y la reina vieron arder la iglesia, y que (...) no considerándose seguros en los palacios episcopales, refúgianse en la torre de las campanas con todo su séquito. Los compostelanos, a su vez, subieron a la parte alta de la apostólica iglesia (...) suben por fin a la iglesia del bendito Apóstol, suben a la torre del palacio episcopal y dispónense a asaltar la torre de las campanas, donde estaban refugiados el obispo con sus deudos y caballeros, y la reina con los suyos. Apostados algunos sobre la iglesia, colocados otros en las torres, y reunida otra arte abajo en el pavimento, atacan dicha torre. Arrojan piedras y saetas, y amenazan al obispo, y a la reina y a cuantos les acompañan. Pero con no menor vigor (dada la posición y la desigualdad de las fuerzas) se defendían los que ocupaban la torre, rechazando al enemigo. Aquí fue más duro el combate. Viendo, en fin, los compostelanos que a tanta multitud resistían tan pocos, y que los sucesos del combate alternaban en pro y en contra, acuden de consuno al fuego; y parapetadas sus cabezas bajo escudos unidos entre sí, lograron introducir fuego por una ventana que había en la parte baja de la torre. Puesto el fuego, aglomeran también combustible que lo fomente. ¿A qué demorarme? Se propaga en fuego en la torre, yendo contra los que estaban dentro. Viendo el obispo que ni a él ni a la reina perdonaban, y que tanta muchedumbre intenta su muerte…”

La reina pudo salir de la torre, aunque cayó en un lodazal y fue humillada por la gente del pueblo. “Luego que la turba vio que salía (la reina), arremeten contra ella, la cogen y arrójanla al suelo en un lodazal, arrebátanla como lobos, hacen jirones sus vestidos, hasta tal punto que de pechos abajo quedó en el suelo por mucho tiempo con el cuerpo vergonzosamente desnudo y vista de todos. Intentaron también muchos cubrirla de piedras, y entre ellos una vieja compostelana con una piedra hirióla gravemente en la mejilla.” (1)
 
Urraca pactó con los sublevados la entrega del obispo para así salvar su propia vida. Gelmírez había huído una vez más por los tejados disfrazado de mendigo. Los sublevados querían la alianza de la reina para así derrotar más fácilmente a Gelmírez: “… Por fin, al amanecer del día, que era domingo, reúnense los cómplices de la traición en la canónica, asociándose a ellos el clero y pueblo (…). Toman asimismo la resolución de reconciliarse con la reina y de hacer con ella firmísima alianza de amistad, dándole satisfacción por el oprobio externo y molestias que le habían inferido. Envían a la reina, que por miedo a ellos está oculta en la iglesia de San Martín, quienes traten con ella estos puntos, pero haciendo antes mención del obispo, sobre si se había salvado, o dónde se ocultaría, o qué gustaría el pueblo hacer de él. Se levantó cierto individuo, a la verdad querido y educado por el obispo, en quien éste confiaba mucho, y dirigiéndose a todos expone y declara: ‘Hasta ahora, hermanos, hemos soportado un señor y obispo, el cual desde ahora no es justo que nos domine ni gobierne, pues él es quien disminuyó la dignidad a nuestra iglesia y nos oprimió pesadamente con el yugo de su dominación. Y para que nadie de vosotros lo pida por su señor u obispo, yo, por mi parte, declaro ante Dios y Santiago y delante de vosotros, que desde este momento ni señor ni obispo mío será porque dispuesto estoy a probar que bien merecido tiene cuando le ha acaecido, y que debe de ser privado de toda la dignidad que hasta aquí ha tenido’.” (1)
 
Una delegación expone a la reina que ‘En todo se hará fácil la paz y la concordia entre nosotros; sólo una cosa exceptuamos: no queremos a Diego por obispo, y le somos enteramente contrarios; porque hasta ahora nos ha oprimido y ha aniquilado la dignidad de nuestra iglesia y ciudad. Por eso todos le odiamos y no queremos que ejerza poder sobre nosotros”. (1)
 
Pero a continuación, la reina sitió Santiago. Le ayudan las tropas del propio Gelmírez, que ha lanzado una excomunión sobre los insurrectos. Ante estos hechos, la rebelión comienza a declinar: “Amanece el día y disípase la arrogancia de los compostelanos, de una parte acosados por la multitud de los sitiadores y de sus frecuentes acometidas, y de otra heridos con la espada del anatema. Porque, si bien la infame turba de los conspiradores animaba a los demás compostelanos a que no acatasen la sentencia del obispo, ni lo tuviesen por tal, otros, sin embargo, tanto canónigos como ciudadanos, observando la justicia y adoptando mejor acuerdo, obedécenle como a obispo y se someten a su excomunión”. (1)
 
Santiago está sitiada sin remedio. “Los traidores van de una a otra parte; fortifícase la ciudad con trincheras, setos, montones de piedras, baluartes de madera; animan y exhortan al pueblo, pero en vano. Porque, luego que gran parte de los compostelanos, no contagiados con la infame conspiración, ven la ciudad asediada por todas partes, cortados los árboles, segadas las mieses, que son truncadas cabezas, manos y pies, y los cadáveres insepultos; viendo asimismo que cada día aumenta el ejército de la reina, y el de la ciudad disminuye, tienen por conveniente mudar de consejo. Pues es de advertir que cada noche desertaba gran número de compostelanos, temiendo que la ciudad fuese totalmente arrasada (…). Ya comienzan a ser aborrecidos los traidores, ya no se hace caso de sus determinaciones; les cargan de maldiciones, como autores que fueron de tanta maldad, y como conspiradores contra el obispo y la reina, porque, privados los moradores de Compostela de todo apoyo y protección, están viendo que la ciudad va a ser fácilmente tomada”. (1)
 
A continuación, Urraca tomó la ciudad y sometió a una terrible represión a los elementos rebeldes más destacados. Parece ser que la intención de la reina era dar un escarmiento a toda la población compostelana, pero Gelmírez consiguió que la represión cayese exclusivamente sobre los dirigentes de la misma. “La reina que tal oyó: ‘No permita Dios, dijo, que se perdone a los traidores, que tales y tantas maldades han cometido. Grabada tengo en mí esta sentencia: A fuego o a hierro perecerán todos los traidores y facinerosos de Compostela; así como ellos ni perdonaron a la iglesia de Santiago, ni a ti ni a mí, tampoco habrá perdón para ellos. Pido se les castigue según merecen, y que sean borrados del libro de la vida. Y tú, padre, también debes hacer porque desaparezcan, pues a ti toca abominar y castigar tanto mal’. Viendo el obispo que con ningunas súplicas podía rendirse el ánimo de la reina, decidido a la venganza, convoca al rey niño, al conde Pedro su ayo, a los condes Rodrigo, Munio ya los más prudentes de Galicia y suplícales que ablanden con sus ruegos el corazón de la reina, a fin de que se compadezca de la ciudad del Apóstol, y que, castigando a los sediciosos, perdone a los demás. Ellos entonces preséntanse a la reina y con muchos y eficaces ruegos procuran inclinarla a misericordia. Llora ella al ver que no puede vengarse a su gusto de los conspiradores, ni extirpar radicalmente a los traidores y a su parentela. Finalmente, condescendiendo a duras penas con las súplicas del obispo y demás, consiente casi forzada que se haga un pacto de conciliación con los compostelanos. Estos, pues, mediante juramento estipulan, en primer lugar, disolver completamente su hermandad, es decir, la conspiración, cuya escritura entregan al obispo para que la destruya; prometen asimismo entregar mil cien marcos de plata y restituir al obispo, a la reina y a los dependientes de ambos cuanto les habían quitado; y convienen también en que los traidores, tanto canónigos como ciudadanos, sean proscritos, esto es, desterrados y privados de sus heredades, casas y demás beneficios. Con esto fueron proscritos y desterrados unos cien entre todos. Desterrados éstos y proscritos, preséntanse los demás canónigos y ciudadanos a la reina en Santa Susana, depuestas ya las armas, levantada también la excomunión, sancionada alianza de paz, posesionados los caballeros del obispo de la iglesia y de las torres, y finalmente, dados en rehenes por la plata y demás bienes cincuenta hijos de las familias más nobles de Compostela; preséntanse, repito, y juran fidelidad y obediencia al obispo y a la reina, y que no acogerán a los proscritos, si no es por orden del uno o de la otra. Les es condonada la pena de participación y consentimiento en la conspiración, y alcanzan misericordia del obispo, de la reina y de todos los príncipes de Galicia”. (1)
 
Los desterrados, pues, tras el fracaso de las revueltas, fueron: 100 canónigos y burgueses y 50 familias que dieron a sus hijos como rehenes; todos sufrieron una multa de 100 marcos de plata.
 
La paz duró 3 años, pasados los cuales la reina se enfrentó a Diego Gelmírez y lo encarceló, siendo liberado al poco tiempo por la nobleza gallega. Finalmente, se llegó a un nuevo acuerdo entre Urraca y Gelmírez. Los nobles gallegos juraban fidelidad a la reina y a su hijo: “Convocó, pues el obispo a los próceres de Galicia, y les obligó, por medio de la firme garantía del juramento, a mantenerse en la fidelidad de la reina y de su hijo. Con ésto volvió la paz y la tranquilidad a Galicia” (1). Y el obispo de Santiago es considerado como la máxima autoridad en Galicia. “Mandó, pues, que todos los príncipes le prestase homenaje, y así se cumplió. Efectivamente, en virtud del mandato de la reina, Arias Pérez, príncipe de Lobeira, Fernando Yáñez, Bermudo Suárez, Juan Díaz, y los demás príncipes de Galicia prestaron homenaje al arzobispo y legado de la santa iglesia romana; y a su señorío (dominio) supeditaron fielmente sus personas y sus cosas; tomándolo como patrono, como rey y como príncipe, salva la fidelidad a la reina, por cuya voluntad hacían todo esto” (1)
 
 
 
Codex Calixtinus, que describe el Camino de Santiago en la Edad Media
 
 
 
Notas
 
1 -Historia Compostelana. Texto traducido del latín, citado en Reyna Pastor de Togneri, Conflictos sociales y estancamiento económico en la España medieval, ed. Ariel quincenal.
2 -José Luis Martín, Historia de España, 4. Una sociedad en guerra, Historia 16