- La España de Felipe II


 Capítulo 4.

La abdicación de Carlos V, 1555


En 1555 Carlos V abdicaba como monarca de todas sus posesiones. Le sucedía su hijo Felipe II, que se convertía en rey de España (Castilla, Aragón, Rosellón y Baleares) y parte de Europa (Borgoña, Países Bajos, Franco Condado y, en Italia, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y Milán), de las Américas, de algunas zonas de África (las Canarias, Orán, Bujía y Túnez) y de algunos territorios de Oceanía, entre ellos las islas Filipinas, que llevan su nombre. El Imperio Germánico quedó en manos de Fernando, hermano de Carlos V; el monarca español, en el mismo año en que abdicaba, había firmado en secreto su renuncia a los territorios alemanas.

Carlos V, a pesar de contar con sólo 50 años, pensaba en su abdicación desde hacía tiempo, ya que estaba agotado física y emocionalmente, con una vida demasiado agitada, de viajes y guerras constantes, con problemas de financiación ya insuperables, con una salud (la gota) que le debilitaba cada día y le dificultaba hasta para cabalgar. Se iba sin haber conseguido doblegar al protestantismo y dejaba un país en la ruina más absoluta. Felipe había recibido un informe confidencial que decía: "Según la opinión de los medicos Su Magestad dize que tiene muy corta la vida, a causa de las grandes diversidades de enfermedades que le atormentan y afflizen, especialmente en el tiempo del ynvierno y quando los fríos son grandes. Y finge estar aliviado y mejor de su salud quando está mas falto della, por que la gota le maltrata y corre a menudo por todos los miembros y junturas y nervios de su cuerpo (...) y el catarro le molesta tanto que le llega a vezes a los posteros terminos y quando lo tiene ny puede hablar, ni quando habla es oydo (...) y las emorroides se le hinchan y atormentan con tantos dolores que no se pueden rodear syn gran sentimiento y lagrimas. Y estas cosas juntadas con las pasiones del espiritu que an sido muy grandes y ordinarias le an mudado la condicion y buena gracia que solia tener, y la afabilidad, y se le a todo convertido en tanto humor malencolico (...). Y mucha vezes y ratos llorando tan de veras y con tanto derramamiento de lagrimas como sy fuera una criatura". En otro lugar del mismo informe se añadía: "Su Magestad no tiene en su corte ni quiere tener hombre ninguno, señor ni prelado, a quien aya de tener respeto, ni quiere oyr negocios ni firmar los pocos que se despachan, entendiendo y ocupandose dia y noche en ajustar y concertar sus relojes, que son hartos, y tiene con ellos la principal quenta (...) Y muchos dias se a ocupado en leer y oir los salmos de David".

El momento para abdicar lo marcó la muerte de la madre de Carlos V, Juana “la loca”, pues así se evitaba cualquier tentación de que, con la retirada de Carlos V, la corona pasase automáticamente a ella.


El Emperador pensaba en descansar en Yuste, Extremadura, donde gozaría de la soledad y el retiro de un monje. “Sé que para gobernar y administrar estos Estados y los demás que Dios me dio ya no tengo fuerzas, y que las pocas que han quedado se han de acabar presto”, manifestó.

El momento para abdicar lo marcó la muerte de la madre de Carlos V, Juana “la loca”, en abril de 1555. La muerte de Juana evitaba cualquier tentación de que, con la retirada de Carlos V, la corona pasase automáticamente a ella, ya que compartía con su hijo, al menos formalmente, el gobierno de España y sus posesiones.

También había que evitar que, si se producía la abdicación en vida de Juana, algún sector de la nobleza castellana se levantase en armas para proclamarla como reina.

La abdicación se materializó en Bruselas. Primero, Carlos traspasó el liderazgo de la Orden del Toisón de Oro a su hijo, una orden de caballería de gran prestigio en esta época, muy ligada a los Habsburgo. A continuación, abdicó en un acto de gran solemnidad y boato. Era el 25 de octubre de 1555. Carlos V entró en la sala de su palacio de Bruselas apoyado en el hombro de Guillermo de Orange, como indicándole a su hijo que éste era un hombre de confianza (visión de futuro no le faltaba al Emperador). Después hicieron su entrada Felipe y su hermana María. En su discurso, Carlos V explicó que "nueve veces fuí a Alemania la Alta, seis he pasado en España,  siete en Italia, diez he venido aquí a Flandes, cuatro en tiempo de paz y de guerra he entrado en Francia, dos en Inglaterra, otras dos fui contra Africa (...) sin otros caminos de menos cuenta. Y para esto he navegado ocho veces el mar Mediterráneo y tres el Océano de España, y agora será la cuarta que volveré a pasarlo para sepultarme".

El enviado inglés señalaba que no había "un solo hombre en toda la asamblea que no derramara abundantes lágrimas" mientras Carlos V pronunciaba su discurso. El propio monarca tampoco pudo contener la emoción y también lloró.

El discurso de Felipe lo hubo de pronunciar en su nombre el obispo de Arras, Antonio Perrenot de Granvela, ya que el futuro monarca no sabía hablar francés. Felipe prometió que seguiría los pasos de su padre, que no habría cambios. La abdicación de Carlos V fue recibida con inquietud tanto en España como en Europa. Se iba un rey enérgico, que había dominado en toda Europa y participado en mil batallas. Se temía que Felipe no estuviera a su altura, con tantos problemas en el horizonte, especialmente en los Países Bajos.

En septiembre de 1555 Carlos embarcó hacia su retiro en Yuste y Felipe permaneció en Bruselas, aunque ya se había decidido que la regencia de los Países Bajos quedaba en manos de Margarita de Parma. Felipe llevaba 8 años en total fuera de España desde que fuera nombrado regente, 16 años antes. Ningún otro gobernante europeo, a excepción de su padre, había realizado tantos viajes y durante tanto tiempo.

Carlos V falleció en Yuste en 1558. Días después falleció también María Tudor, la segunda esposa de Felipe II, y su tía María de Hungría. En el testamento del Emperador, de 1556, Carlos V insiste a su hijo en que el objetivo de la monarquía era la defensa de la religión y que por ello se tenía que apoyar en la Inquisición: “Le ordena y manda como muy católico príncipe y temeroso de los mandamientos de Dios, tenga muy gran cuidado de las cosas de su honra y servicio, especialmente le encargó que favorezca y haga favorecer el Santo Oficio contra la herética gravedad por las muchas y grandes ofensas de Nuestro Señor que por ello se quitan y castigan”.

En octubre de 1558 Felipe, que estaba en Arras, recibió la noticia de la muerte de su padre. Carlos V había muerto el 21 de septiembre. Su hermana Juana le dio la noticia por carta desde Valladolid: “Aunque yo estoy tan penada y sentida, como tengo razón, de haber perdido tal padre como el Emperador, mi señor, que haya gloria, no dexaré de dar cuenta a V.M. en ésta de lo que pasó en su enfermedad hasta su fallescimiento”. Felipe se retiró al monasterio de Grunendal durante dos meses, muy afectado emocionalmente. Las exequias fúnebres por Carlos V que se celebraron en Bruselas fueron impresionantes.

Carlos V había inaugurado la dinastía de los Austrias, que reinó en España durante los siglos XVI y XVII. Heredó de sus antepasados vastos territorios que convirtieron a España, después del descubrimiento de América, en la primera potencia mundial. Su reinado estuvo caracterizado por las guerras con Francia, la lucha por la hegemonía en Italia, la lucha contra la piratería berberisca con sede en Argel, contra los turcos y contra el protestantismo en Europa.

Felipe inició un largo reinado de 43 años que coincidió con uno de los períodos más sangrientos que se vivió en Europa. En 1572 se produjeron las matanzas de París del día de San Bartolomé, el duque de Alba gobernó militarmente los Países Bajos a sangre y fuego, los “mendigos” calvinistas flamencos cometieron atrocidades contra todo lo católico, la rebelión de las Alpujarras fue especialmente cruenta...