- La España de Felipe II


Capítulo 10. La rebelión de los moriscos de las Alpujarras, Granada, 1568


LOS MORISCOS EN ESPAÑA. Se conoce con el nombre de “moriscos” a los descendientes de los musulmanes que permanecieron en territorio cristiano tras la Reconquista. Fueron obligados a convertirse al cristianismo en Castilla en 1502 y en la Corona de Aragón en 1526, pero la mayoría siguió con sus creencias y costumbres, como no podía ser de otra manera. Se concentraban sobre todo en Valencia, Aragón, valle del Ebro, Catalunya y Andalucía.

En Valencia, Murcia, Aragón y Catalunya trabajaban la tierra. En Andalucía, así como en Asturias, Vizcaya y Navarra los moriscos se dedicaban a la artesanía o eran vendedores ambulantes. En Granada trabajaron la industria azucarera y la industria de la cría del gusano de seda. En Sevilla había una comunidad morisca importante, a la sombra del comercio americano. En Castilla destacaban como transportistas. En el resto de España, “andaban sueltos y libres”.

También hubo algunos profesionales moriscos muy reputados. Médicos moriscos estaban entre los doctores que trataron a don Carlos en 1561, curaron al príncipe Felipe en 1572 y trataron al infante Fernando, gravemente enfermo con 2 años de edad, en 1572. En 1573, Felipe II pidió a Alonso del Castillo, médico y gran intelectual morisco, que catalogara la colección de manuscritos árabes de El Escorial.

En Aragón había 70,545 moriscos, un 20% de la población total. En Valencia la cifra era de 170,000, un 34% de la población total. En Catalunya eran seguramente unos 10,000 los moriscos. En el total de la Corona de Aragón había, pues, unos 250,000 moriscos, un 20% de sus habitantes, que constituían la mitad de los moriscos de España. Otro cuarto de millón de moriscos vivían en el Reino de Granada, donde constituían seguramente la mayoría de la población. Respecto al total de la población española, los moriscos representaban el 4%.

Un cuarto de millón de moriscos vivían en el Reino de Granada, donde constituían seguramente la mayoría de la población.


LA PRAGMÁTICA DE 1567 PROHÍBE LA RELIGIÓN, COSTUMBRES Y VESTIMENTA DE LOS MORISCOS. En 1524 el papa Clemente VII ya había autorizado con una bula a Carlos V para que expulsase de España a quienes no se bautizaran en el plazo de un año. Por esas fechas, los moriscos de Valencia se sublevaron, y, al final, muchos de ellos fueron deportados a otros lugares de España con la excusa de que actuaban en coordinación con los piratas musulmanes que asolaban las costas del Mediterráneo.

En 1526 Carlos V aprobó un edicto que prohibía a los moriscos su religión, costumbres y vestimenta. La primera reacción fue la judicial, encabezada por Francisco Núñez de Muley, que fue quien representó a los moriscos ante la Chancillería de Granada.

Argumentaba que el decreto no se podía aplicar con tanta rapidez, ya que los moriscos desconocían la lengua castellana. Sobre las costumbres y vestimenta, Núñez de Muley decía que, como no afectaban a la religión, no tenían que ser prohibidos. En el memorial que escribió se decía: “Paramos cada día peor y más maltratados en todo y por todas vías y modos, ansí por las justicias seglares y sus oficiales como por las eclesiásticas; y esto es notorio y no tiene necesidad de se hacer información dello. ¿Cómo se ha de quitar a las gentes su lengua natural, con que nacieron y se criaron? Los egipcios, syrianos, malteses y otras gentes cristianas en arábigo hablan, leen y escriben, y son cristianos como nosotros.”

El decreto de 1526 fue dejado en suspenso durante 40 años por Carlos V. Los moriscos pagaron a cambio 80,000 ducados [3 millones euros] a la Corona española. En este año la Inquisición se instaló en Granada.

En 1565 se celebró un Sínodo provincial de los obispos del Reino de Granada. El arzobispo granadino ya no hablaba de cristianizar a los moriscos sino de reprimir sus costumbres e idioma para que fueran buenos cristianos. Reclamaron la puesta en práctica de las leyes de 1526 (faltaba un año para que se cumpliesen los 40 años de suspensión del decreto de Carlos V) y que a los hijos de moriscos «Vuestra Majestad los mandase llevar y criar en Castilla la Vieja a costa de sus padres para que cobrasen las costumbres y Cristiandad de allá y olvidasen las de acá hasta que fuesen hombres».

A continuación, una junta de juristas celebrada en Madrid estudió las resoluciones del Sínodo de Granada y apoyaron la puesta en vigor de las leyes de 1526. Se nombró a Pedro de Deza como presidente de la Chancillería de Granada y comenzó la represión.

En 1567, la Pragmática de Felipe II recuperaba las leyes de 1526, ya que se habían cumplido los 40 años de su “congelación”. Fue la gota que colmó el vaso, el detonante para la rebelión. Los moriscos intentaron negociar de nuevo la suspensión de esta ley, como lo habían hecho con la de 1526, pero Felipe II se mostró inflexible. A la Pragmática hay que añadir la crisis de la seda y las duras cargas impositivas que sufrían los moriscos granadinos. Granada era un polvorín y sólo faltaba que alguien encendiese la mecha. 


LA POLÍTICA HACIA LOS MORISCOS ERA DE DESPRECIO Y REPRESIÓN. La política hacia los moriscos fue siempre hostil. Los “cristianos viejos” los despreciaban por su forma de vestir, su cultura diferente y su acento al hablar castellano. Es el desprecio al pobre; no pasa lo mismo cuando el “diferente” es rico. 

Las reservas hacia ellos hicieron que no se les permitiera trabajar en las obras de El Escorial. También estos trabajos estaban vedados a los franceses, ya que Francia era el enemigo por excelencia de España.

La postura de la nobleza y de los sectores pudientes de la sociedad en los territorios donde los moriscos tenían una presencia significativa era de apoyo a este colectivo, ya que constituían una excelente fuerza de trabajo y eran buenos contribuyentes. El capitán general de Andalucía, marqués de Mondéjar, era de la opinión de que había que mantener una cierta tolerancia, aunque siempre sin poner en riesgo la autoridad de la monarquía castellana. No estaba de acuerdo con la Pragmática de 1567.

Sin embargo, la Iglesia era partidaria de una política enérgica de asimilación religiosa y cultural. En 1565, el Concilio de Granada dio buena fe de ello. Posteriormente, en una audiencia que el papa Pio V mantuvo con el arzobispo de Granada, el pontífice le había mostrado su sorpresa de cómo uno de los mayores defensores de las resoluciones de Trento dirigía una diócesis donde, precisamente, abundaban los paganos. La cosa se tenía que remediar con urgencia. Así se lo hizo saber el arzobispo de Granada a Felipe II.


LA REBELIÓN DE LOS MORISCOS COMIENZA CON EL INTENTO DE TOMAR GRANADA. En 1568 todo eran problemas para la Corona. Los Países Bajos estaban en calma, pero el coste del ejército de ocupación era inasumible, Francia e Inglaterra se preparaban para comenzar hostilidades contra España, México y Perú vivían momentos convulsos, con protestas y rebeliones y los turcos estaban a la ofensiva en el Mediterráneo.

Meses antes del estallido de la rebelión se detectaba un gran malestar entre los moriscos, algunos grupos de Granada y Valencia se habían situado fuera de la ley y vivían como bandoleros, y ya se barajaba la idea de deportar a gran parte de la población morisca de Granada "a Galicia y las montañas", según comentaba el embajador francés. En fin, dada la situación internacional y la situación en Granada, el embajador de Roma, Juan de Zúñiga, escribía a Felipe que "parece que anda un clima de rebeliones en el mundo".

La insurrección de los moriscos granadinos de las Alpujarras duró de 1568 a mediados de 1571, en que fueron sometidos manu militari por don Juan de Austria. Una vez sofocada la revuelta, comenzó su deportación a otras zonas de Andalucía y Castilla. 

La rebelión se centró sobre todo en las zonas montañosas de las Alpujarras y la serranía de Ronda. Las zonas llanas y costeras de Granada, Almería, Málaga, Guadix, Baza o Motril no se sublevaron, aunque simpatizaban con el movimiento. Primero fueron unos 4,000 los rebeldes; al año siguiente ya eran 30,000. La duda estaba en si la población morisca de Valencia y Aragón se sublevaría también, algo que no sucedió.

Las reuniones clandestinas de los dirigentes moriscos para organizar el levantamiento se estaban llevando a cabo en los últimos meses de 1568 en el Albaicín, en la ciudad de Granada. El máximo dirigente era Farax-abén-Farax. El plan consistía en tomar Granada y pedir la ayuda de las naciones musulmanas del Mediterráneo (sobretodo tenían puestas sus esperanzas en Marruecos y Argelia).

Se eligió a un dirigente, que se puso el nombre de Muley Mohamed Aben Humeya. Esta persona era en realidad don Fernando de Córdoba y Válor, caballero de la nobleza granadina y en este momento en búsqueda y captura. Se proclamó descendiente de los antiguos omeyas, lo que implicaba que lo que se estaba buscando era un reino independiente musulmán en Andalucía. Se le nombró rey siguiendo el viejo ritual con que se entronizaban los reyes de Granada, «vistiéndole de púrpura, tendiendo cuatro banderas a sus pies, reverenciándoles y exhumando profecías». A la solemne ceremonia acudieron los moriscos ricos, «vestidos de negro y bien tratados» y tras ella se comieron «mazapanes y confituras y roscas y buñuelos».

El 25 de diciembre de 1568, aprovechando la festividad de la Navidad, se intentó tomar Granada. El “gran visir” Farax-abén- Farax entró en la ciudad con un grupo de hombres armados y se hizo fuerte en algunos puntos, pero no consiguió el levantamiento de los moriscos del Albaicín. Tuvo que retirarse.

En un principio, un ejército al mando de los marqueses de Mondéjar y los Vélez trataron de sofocar la revuelta en 1569. Las mejores tropas españolas estaban en Flandes y no era convenientes moverlas de allí. La falta de entendimiento entre los marqueses de Mondéjar y de Vélez retrasó los avances castellanos, a lo que se añadía la dificultad del terreno, muy montañoso y mejor conocido por los moriscos que por las tropas de los marqueses.

De marzo de 1569 a enero de 1570 se sitúa el momento álgido de la rebelión. Los moriscos llegaron a atacar Béjar, donde tenía su cuartel general el marqués de los Vélez. Muchos colectivos rebeldes se hicieron fuertes en cuevas de difícil acceso, haciendo acopio de armas y alimentos. Lo cuenta Pérez de Hita, cronista: “Desta suerte fueron levantados otros muchos lugares, poblándose muchas cuevas seguras y ásperas, que jamás pudieron ser ganadas, y haciendo grandes apercibimientos de armas, de harina de trigo y cebada, aceite y otros diversos mantenimientos para más de seis años.”

Los musulmanes del norte de África enviaron hombres y armas, aunque más bien fue un gesto simbólico, pues la cantidad no fue muy significativa. En total, llegó a haber hasta 4,000 turcos y bereberes en la primavera de 1570 luchando al lado de los moriscos españoles. El gobernador turco de Argelia aprovechó la ocasión para tomar Túnez, en 1570.

De marzo de 1569 a enero de 1570 se sitúa el momento álgido de la rebelión.


DON JUAN DE AUSTRIA DIRIGE LAS OPERACIONES CONTRA LOS MORISCOS, 1569. En abril de 1569 se nombró a don Juan de Austria como comandante supremo del ejército represor. Su capacidad militar se demostró en que, al año siguiente, estaba ya claro que la victoria se decantaría del lado de las tropas castellanas. 

Se trajeron soldados profesionales de Italia y de Levante, con mucha mayor experiencia de combate que las milicias locales que hasta el momento habían tratado de contener la revuelta. 

El nuevo ejército estaba muy bien equipado con las armas y la pólvora llegadas de Milán y atacó las Alpujarras sin contemplaciones. Las poblaciones eran arrasadas y destruidas, los hombres eran pasados a cuchillo, las mujeres, niños y ancianos eran vendidos como esclavos. Los moriscos perdieron la iniciativa y la guerra se decantaba inexorablemente del lado cristiano. 

El pueblo de La Galera ofreció una resistencia heroica y, como respuesta, cuando entraron las tropas de Juan de Austria sus 2,500 habitantes, mujeres y niños incluidos, fueron pasados a cuchillo, el pueblo fue arrasado y el terreno cubierto con sal. Destaca también la resistencia morisca en Cadiar, el asedio de los rebeldes a Órgiva y los intentos de ataque a Almuñécar y Salobreña. La contienda se había extendido a la Serranía de Ronda.

El 20 de mayo de 1569 el líder de los moriscos se personó en el campamento cristiano y firmó un tratado de paz. Pero en octubre de 1569 fue asesinado Abén Humeya en un golpe de estado. Le sucedió Aben Aboo. La resistencia aún continuó unos meses, sobre todo en las zonas montañosas de La Alpujarra.

A comienzos de 1570 se pensó en Granada que el Albaicín, un barrio enteramente morisco, se iba a sublevar. Se produjo el asalto a las cárceles granadinas donde estaban presos los moriscos más significados, que fueron degollados.

En el verano de 1570 se podía dar la rebelión por aplastada. En agosto, otros tres dirigentes moriscos se reunían con el secretario de don Juan de Austria para rendirse. Aunque Hernando El Habaqui, que había propiciado tales negociaciones, fue ejecutado por orden de Aben Aboo, ya no había forma para los rebeldes de reconducir la situación, pues muchos moriscos deponían las armas o huían al norte de África. Finalmente, los últimos reductos de los insurrectos, que resistían en la Serranía de Ronda, fueron vencidos en 1571. 

Aben Aboo fue muerto por sus seguidores en marzo de 1571. 


LAS CORTES DE CÓRDOBA DE 1570. El rey fue a Andalucía una vez que ya se veía el final de la contienda "para dar calor y asistencia de más cerca al remedio de las cosas de Granada". 

Andalucía era la región más pobre de España, desde su conquista por los Reyes Católicos, la sequía estaba haciendo estragos en su agricultura y la guerra era la puntilla que llevaba a este territorio a la ruina total.

El rey convocó Cortes en Córdoba para febrero de 1570, la primera vez que este organismo se reunía fuera de Madrid desde que esta ciudad era la capital de España.


LA REPRESIÓN DURANTE Y DESPUÉS DE LA GUERRA FUE EL ACONTECIMIENTO MÁS CRUENTO DE LA ÉPOCA. Los soldados cristianos cometieron todo tipo de tropelías y excesos. En respuesta, la venganza de los moriscos también fue extremadamente violenta. Muerte, torturas y destrucción en ambos bandos.

Según el cronista Pérez de Hita, los soldados cristianos eran "los mayores ladrones del mundo, animados de la idea única de robar, saquear y destruir los pueblos de moriscos que se contenían sosegados". Tras la toma de Guajar, el marqués de Mondéjar ordenó la ejecución de todos sus habitantes, incluyendo mujeres y niños. La masacre de La Galera marcó un punto álgido en las atrocidades de esta guerra. Miles de moriscos fueron vendidos como esclavos, incluso niños, durante el conflicto y después del mismo. En 1573, en Córdoba, había 1500 esclavos moriscos.

Testimonio de un cronista del lado cristiano: los moriscos "iuan a la Iglesia de cualquier lugar, derribauan los retablos, arrastrauan las imágenes, las despedaçauan y quebrauan las pilas del bautismo y sagradas Aras, vestíanse los ornamentos sacerdotales con irrisión y burla dellos". Entre 62 y 86 curas y frailes fueron asesinados. Los moriscos vendieron como esclavos a los cristianos que no asesinaron. Los mercaderes esclavistas norteafricanos los compraban a cambio de una escopeta por cada persona.

Los moriscos utilizaron las cuevas como refugio y los cristianos encendían hogueras a la entrada para que los allí congregados murieran asfixiados por el humo. El cronista Mármol nos lo cuenta:

“En la cueva de Mecina de Bombaron se tomaron doscientas y sesenta personas, y se ahogaron de humo otras ciento y veinte. En otra cueva cerca de Bérchul se ahogaron sesenta personas, y entre ellas la mujer y dos hijas de Abenabó; y estando él dentro, se salió por un agujero secreto con sólo dos hombres que le pudieron seguir. En la cueva de Castares murieron treinta y siete personas, y en la de Tiar se tomaron vivas sesenta y dos, y en todas se hallaron muchas armas, vituallas y ropa. (…) Por la costa ganáronseles seis cuevas muy grandes, que en solas dos dellas hubo al pie de ochocientas personas, y en la postrera que se rindió el 10 de octubre, que fue la de Détiar, había cien moros de la tierra y treinta de Berbería, y un turco, todos muy bien armados, y más de trescientas mujeres y niños; y en otra que estaba sobre el lugar de Murtas hacia el mar, se rindió don Francisco de Córdoba.”

Sofocada la rebelión, una operación de “limpieza” se llevó por delante a miles de personas. Como comentaba Luis de Requesens: "He me hecho cruel con esta gente (...) Se han degollado infinitos". 

Ninguna guerra en suelo europeo superó en esta época en brutalidad e inhumanidad a la de Las Alpujarras.


EN LA DEPORTACIÓN DE LOS MORISCOS MURIÓ EL 20% DE LOS DESPLAZADOS. La deportación de los moriscos tras ser aplastada su rebelión fue un duro golpe para la economía granadina. La caída de población fue imparable, muchas explotaciones agrarias y producciones artesanales quedaron arrasadas y ya no hubo mano de obra para ponerlas de nuevo en pie.

A finales del verano de 1570 se decidió trasladar a parte de la población morisca de Granada a otros puntos de Andalucía y de Castilla. A partir de noviembre unos 80,000 moriscos fueron deportados por la fuerza, en jornadas de camino penoso y extenuante, tratados sin consideración alguna. El 20% de los deportados murieron en el trayecto a sus nuevos destinos. No se salvaron de la deportación ni los que eran reconocidamente cristianos.

El espectáculo era desconsolador. Hasta don Juan de Austria comentaba que era "la mayor lástima del mundo, porque al tiempo de la salida cargó tanta agua, viento y nieve, que cierto se quedaban por el camino a la madre, la hija, y a la muger su marido (...). No se niegue que ver la despoblación de un reino, es la mayor compasión que se puede imaginar".

En principio, se les dijo que el alejamiento era temporal, que se debía a la falta de alimentos, ya que las cosechas se habían malogrado como consecuencia de los actos bélicos. El comisario de Baza recibió la orden de que lo que había que difundir era que “por no haberse podido sembrar, a causa de la inquietud que la guerra ha traído consigo, como por la esterilidad del año, se ha reducido esta provincia a tanta penuria que es imposible poderse sustentar en ella, por lo cual…, Su Majestad ha tomado resolución que por el presente los dichos cristianos nuevos se saquen deste Reino y se lleven a Castilla y a las otras provincias donde el año ha sido abundante y no han padescido a causa de las guerras”. En Castilla, los moriscos ”con gran comodidad podrán comer y sustentarse (…).

Se podrá considerar para qué tiempo y cómo se podrán volver a sus casas (..) “y en esta sustancia se les han de decir todas las buenas palabras que supieren”. Pero nadie se lo creía. Los moriscos desplazados tenían claro que ya no volverían a sus casas nunca

más.

Testimonio de Pedro López de Mesa, subordinado de don Juan de Austria: “El Sr. don Juan de Austria me mandó encerrar todos los moriscos que habían quedado en esta ciudad [de Granada, tras la primera deportación decretada en junio de 1569] en cuatro iglesias para embiallos fuera del reino. Encerráronse dos mil y ochocientas personas; destos se enviaron fuera más de la mitad, y los otros quedaron por viejos y enfermos, y hasta ciento y cincuenta oficiales de panaderos y horneros y herreros y otros oficios, y otros quedaron por mercaderes y personas de mucho trato para que dispusieran de sus tiendas y bienes muebles, y para esto se les ha dado término de quince días, y todos empiezan a disponer de sus bienes para irse, y cada día se van…”

Juan de Austria: era "la mayor lástima del mundo, porque al tiempo de la salida cargó tanta agua, viento y nieve, que cierto se quedaban por el camino a la madre, la hija, y a la muger su marido”.


Testimonio de un comisario encargado de la deportación: “En otra carta dixe que los moros que desta vez se avian sacado deste Reyno serían más de treinta y cinco mil ánimas, y después acá se ha sabido que demás de la relación que entonces se tenía, que serían aquel número poco más o menos, se han sacado del río de Almanzora otras once mil personas, de manera que según esto y lo que de todo el Reyno se entiende habrían salido casi cincuenta mil ánimas”.

Testimonio de un testigo de la deportación: “es tanta lástima ver la mucha cantidad de niños muy chiquitos y mujeres, y la pobreza y desventura con que vienen, que no se puede acabar, y como el tiempo es tan recio y son tantos, por muy avisado que se tiene no es posible tener tan cumplido que se prevenga todo”.


SE DECIDE LA EXPULSIÓN, PERO NO HAY MEDIOS PARA LLEVARLA A CABO. No parece que la deportación hiciera que los moriscos abandonaran su religión y costumbres. En 1579, Felipe II comentaba que "no veo que se pone en ello el remedio que es menester". Al rey no le parecía bien que en muchos lugares los moriscos hubieran tenido una buena acogida: "el acogimiento que señores particulares hazen a estos moriscos, que pienso ha sido y es grandisimo daño. Y por cierto, que quando no hubiera mas causa delo que se vio que hizieron los moriscos al tiempo que se rebelaron, matando tantos clerigos y otros christianos, havia de bastar para poner mucho la mano en esa gente”. Se debía separar a los hijos de los padres para reeducarlos: “Yo creo que entre otras cosas seria bien dar orden que los hijos no se crien con los padres".

En 1580 se proyectó un levantamiento de los moriscos en Sevilla, pero el plan fue descubierto y cortado de raíz. Felipe II temía que la sublevación se coordinase con un ataque marítimo de los ingleses.

En 1582 se realizó una Junta en Lisboa para tratar el problema de los moriscos. La conclusión era que constituían un peligro para la religión católica y para el orden público, pues muchos de ellos habían actuado como bandoleros y, sobretodo, un peligro para el país, por sus posible vínculos con los turcos. Había que expulsarlos de España, como insistía el cardenal Quiroga, antiguo inquisidor general, que "quando se huviessen de echar de toda Hespaña, no se devria tardar la exequcion por los pocos dellos se pueden convertir, siendo tanto mayor y mas general el daño que hazen con sus blasfemias". Pero para expulsar a los moriscos era necesaria mucha fuerza pública y naves donde embarcarlos, de lo que España carecía en ese momento. El tema se archivó hasta encontrar una mejor ocasión.

En 1587 se celebró otra Junta para tratar la manera de convertir a los moriscos a la “fe verdadera”. En 1591, se detectaba malestar entre los moriscos de Valencia y Aragón comenzaban a producirse algunas protestas.

Finalmente, en 1609, los moriscos serían expulsados de España, bajo Felipe III.