- La España de Felipe II


Capítulo 23. Cultura, Ciencia y Tecnología


CULTURA. A PESAR DE TODO… EL SIGLO DE ORO


UNIVERSIDADES CON BAJO NIVEL ACADÉMICO. Las universidades rondaban la treintena, una cifra considerable, aunque el nivel académico dejaba mucho que desear en casi todas. Se enseñaba en latín, excepto en las materias de astrología, música y gramática, que se hacían en castellano.

El latín era una lengua prácticamente en desuso, mal conocida y mal utilizada, ya que se utilizaba en una jerga extraña de un latín castellanizado. Hasta los sacerdotes estaban “tan faltos de latín que no entienden cosa dél”. Nebrija se burlaba de las barbaridades lingüísticas que se hacían con este idioma. 

La situación del griego era aún mucho peor. Luis Gil: «Menester es ahora recuperar alientos antes de adentrarse en un campo aún más yermo, todavía más desolado: el de nuestro helenismo».

Las universidades rondaban la treintena, una cifra considerable, aunque el nivel académico dejaba mucho que desear en casi todas.


BIBLIOTECAS ESCASAMENTE DOTADAS. Las bibliotecas de la universidades no tenían muchos libros. La de la universidad de Salamanca contaba con apenas unos centenares de obras. Felipe II creó una de las mayores bibliotecas de Europa, pero lo hizo en El Escorial, lejos del alcance de los estudiosos de la época. Sus colecciones de libros y de pintura son igualmente extraordinarias. A Arias Montero le encargó el monarca la colección de libros árabes, que acabaron en El Escorial, donde se reunía la mayor colección de Europa de obras en esta lengua.


LA VIGILANCIA DE POSIBLES FOCOS “SUBVERSIVOS” EN LAS UNIVERSIDADES. Las autoridades siempre estaban pendientes de lo que pasaba en las universidades, para que no fueran foco de difusión de las teorías heréticas que recorrían Europa. Desde 1561 se controlaba el contenido de las clases. En Salamanca se impuso la “doctrina de Cobarrubias”, según la cual el rector se tenía que personar en cada aula cinco veces al año, indagar qué se estaba enseñando y qué autores seguía el profesor. 

También había censores, cuyo nivel cultural dejaba mucho que desear, como muestra uno de ellos ante un texto de fray Luis de León: “No entiendo lo que quiere decir esta bestia”.


UNA CANTIDAD DE UNIVERSITARIOS NO MUY ELEVADA. En el siglo XVI aumentó el número de estudiantes universitarios, aunque de todos modos, la cifra no era muy alta comparada con otros países europeos. De Salamanca salían cada año 10 licenciados y 3 doctores y maestros. La cifra de bachilleres era superior.

El coste de los estudios en la universidad era muy alto y muchos estudiantes abandonaban a mitad de carrera, pero aunque no se consiguiera la licenciatura, el hecho de haber pasado por una universidad (especialmente la de Salamanca) era una poderosa arma de prestigio social y abría muchas puertas.

Las universidades más renombradas en Castilla fueron Salamanca, Valladolid y Alcalá de Henares. Salamanca llegó a contar con 70 cátedras ya en el siglo XV. Se crearon nuevas universidades en Sevilla, Granada, Santiago de Compostela, Oñate, Sigüenza, Toledo y Burgo de Osma. En la Corona de Aragón destacaba la de Valencia. En este reino había universidades también en Barcelona, Zaragoza, Huesca y Lérida.

Los estudiantes universitarios eran los hijos de los nobles y de los  ciudadanos ricos. Para el resto de la población era impensable acceder a cualquier nivel educativo; su problema era  básicamente cómo subsistir cada día. La inmensa mayoría de los españoles eran analfabetos.


ALGUNOS AVISABAN DE LOS PELIGROS DE TENER UN PUEBLO IGNORANTE. Bernal Díaz, miembro del Consejo de Indias, en 1543 sostenía que los males de España venían de la ignorancia de sus gentes, tanto del clero como del pueblo en general y culpaba a los libros de caballerías como contrarios a la moral, la cultura y la buena literatura.

Se hicieron algunos esfuerzos de escolarización a cargo de los párrocos o con la financiación de algún personaje adinerado, pero tales esfuerzos representaban una gota en un océano. Las escuelas que se crearon se denominaron “Colegios de Niños de la Doctrina”, donde se enseñaba a leer, escribir, las cuatro reglas y el catecismo, con un sistema educativo bastante duro, ya que se basaba en el criterio de que “la letra con sangre entra”. Los jesuitas crearon centros de enseñanza con un contenido mejor que el de los “Niños de la Doctrina”. Pero fueron esfuerzos muy reducidos, que no tuvieron incidencia en el conjunto de la población.

La mujer quedaba excluida de cualquier tipo de educación a cualquier nivel. En algunos casos, las hijas de la alta nobleza disponían de maestros particulares y en el caso de las hijas de los ciudadanos ricos, eran sus madres las que les enseñaban a leer y a escribir.

La mayoría del clero y la nobleza castellanas no tenían ninguna preocupación intelectual. Su incultura era notoria y así se refleja en documentos de la época.


EN AMÉRICA SE CREARON ALGUNAS UNIVERSIDADES. En América se fundaron las universidades de Lima y México para la formación de las élites del Nuevo Mundo. Una cédula real estableció que «para servir a Dios Nuestro Señor y al bien público de nuestros reinos, conviene que nuestros vasallos, súbditos y naturales, tengan en ellos universidades y estudios generales, donde sean instruidos y graduados en todas ciencias y facultades, y por el mucho amor y voluntad que tenemos de honrar y favorecer a dichos súbditos y desterrar de ellos las tinieblas de la ignorancia, creamos y fundamos estudios generales en las ciudades de Lima y México, mandándose que se les dote del mismo Estatuto y organización que las de Salamanca y Alcalá».


NO LLEGARON LAS INFLUENCIAS CULTURALES EUROPEAS. En España las influencias culturales europeas se dejaron sentir muy débilmente. La realidad socioeconómica tan atrasada y la cerrazón en torno a la ortodoxia católica no permitía grandes alegrías. La Inquisición fue el brazo ejecutor de la incultura en España haciendo imposible que las nuevas corrientes de pensamiento calasen en nuestro país.

Hubo algunos intentos de renovación intelectual. En época de Carlos V se dejó sentir en alguna medida la influencia de Erasmo de Rotterdam. Felipe fue educado de acuerdo con principios erasmistas, el secretario real, Gonzalo Pérez, judeoconverso, y otros altos cargos fueron erasmistas declarados. Pero en época de Felipe II, las cosas cambiaron: lo que antes se toleraba ahora se perseguía. Los erasmistas eran denunciados y encarcelados, la menor disidencia de los principios católicos tenía que ser castigada. A mediados del siglo XVI tanto los erasmistas como los protestantes tenían que elegir entre huir del país o ser encarcelados y castigados. Es el caso de los traductores de la Biblia al castellano Francisco de Enzinas, Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, y de los protestantes Juan Pérez de Pineda, Antonio del Corro y Juan de Luna.

El erasmismo pudo ser un elemento de modernización del país; contábamos, además, con intelectuales de la talla de Luis Vives y Alfonso de Valdés. Pero sólo fue un espejismo. Luis Vives se autoexilió en Inglaterra y Países Bajos, ya que en España el ambiente era irrespirable. En 1538 mostraba un pesimismo desgarrador al decir que “mis obras son pocos los que ahí las leen, más pocos los que las entienden y poquísimos los que las compran; tan fríos están en el estudio de las letras nuestros hombres”. 

Personajes como el cardenal Cisneros, en época de los Reyes Católicos, abordaron la tarea de elevar la formación moral e intelectual del clero. Fundó la universidad de Alcalá de Henares con este objetivo.


LA REPRESIÓN Y CENSURA CULTURALES. La monarquía española se convirtió en la salvaguarda de los valores eternos del catolicismo y azote de herejes de todo tipo. Hubo en España algunos focos protestantes, que fueron duramente reprimidos. Los jesuitas se convirtieron en los abanderados en nuestro país de la Contrarreforma que nació en el Concilio de Trento y llegaron a controlar gran parte de la educación que se impartía. 

Se llegó a prohibir la entrada de libros del extranjero; se incrementó la vigilancia de aduanas con este fin, aunque los controles fronterizos eran muy débiles y no pudieron evitar la llegada de muchos textos impresos. Se estableció la censura y entre 1551 y 1559 se publicaron índices de libros prohibidos. En 1559 el inquisidor Valdés publicó su propia lista de libros prohibidos en su “Index librorum prohibitorum et expurgatorum”; a partir de ahí, toda publicación debía pasar el visto bueno de un censor y la importación de libros extranjeros no autorizados se consideraba un delito grave. También se prohibían obras de teatro.

La Pragmática de 1557 prohibió a los estudiantes castellanos la posibilidad de estudiar en universidades de fuera de España, a excepción de las universidades pontificias de Roma y Bolonia, así como la propia de Nápoles, con la excusa de que la marcha al extranjero restaba estudiantes para las universidades españolas. La realidad era que se hacía para evitar los “contagios” de las nuevas ideas que recorrían Europa, tal como explicaba abiertamente Felipe II a su hermana Juana. La medida sólo afectó a Castilla, aunque eran pocos los castellanos que estudiaban fuera de España; en la Corona de Aragón, con su legislación propia, los pocos estudiantes que tenían medios para moverse por Europa lo hicieron con total con libertad y trajeron los libros que consideraron convenientes.


ESPAÑA, CENTRO DE LA MÍSTICA Y LA ASCÉTICA. De esta forma, España, encerrada en sí misma, fue el epicentro de la literatura mística y ascética en Europa. Las ascética es el intento de llegar a Dios mediante la oración, la vida austera y la privación de satisfacciones. La mística es la etapa superior, es decir, la unión con Dios. En este sentido, se distinguían tres vías: la vía purgativa o purificación de vicios y pecados con la práctica de la oración y la penitencia; la vía iluminativa o sometimiento a la voluntad de Dios, rechazando las tentaciones del diablo, y la vía unitiva o unión con Dios mediante el éxtasis, sólo reservada a unos pocos elegidos. 

El Concilio de Trento y la Contrarreforma (que en España se convirtió en ley) aislaron al país de todo lo nuevo que traían los tiempos. Únicamente el contacto estrecho con Italia y Países Bajos permitió que algunos artistas de estos lugares visitaran e incluso residieran en España y aportaran algunos aires regeneradores. 

Bolonia y Roma eran los destinos preferidos de los estudiantes españoles, hecho favorecido por la proximidad de Italia.


UNA INDUSTRIA EDITORIAL RIDÍCULA. La industria editorial no mostró mucho interés por su renovación y por alcanzar los niveles de producción y calidad que eran normales en Europa. La gente se desplazaba al extranjero para comprar libros, ya que en España no se encontraban. Muchas ediciones de obras hispanas tuvieron que hacerse en Flandes, pues en España no se imprimía con la calidad suficiente. A Venecia se viajaba porque era un punto de venta de libros muy importante. Hasta el papel de escribir era de importación, pues el papel castellano se consideraba demasiado burdo.

La gente se desplazaba al extranjero para comprar libros, ya que en España no se encontraban. 


Algunos impresores extranjeros se instalaron en España, para cubrir el vacío que los nacionales no eran capaces de cubrir. La imprenta de Salamanca estuvo en manos de los alemanes Hutz y  Greiser, a los que les sucedieron los italianos Giunta y Portonari. En Valladolid sólo se imprimieron 400 libros en todo el siglo  VI, una ciudad que era un foco cultural de primer orden, así que mejor no imaginar cómo iba la cultura en otras ciudades. Madrid no conoció su  primera imprenta hasta 1556, una vez que se convirtió en la capital de España.


A PESAR DE TODO… EL SIGLO DE ORO. Normalmente se conoce como “Siglo de Oro” al periodo que va desde el descubrimiento de América en 1492 a la muerte de Pedro Calderón de la Barca en 1681. En total, pues, casi dos siglos, todo el siglo XVI y casi todo el XVII. La expresión “siglo de oro” se acuñó en el siglo XVIII.

En literatura contamos con Mateo Alemán, Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Calderón de la Barca, Góngora, la obra “El lazarillo de Tormes”… La mística de Juan de la Cruz y Teresa de Jesús, la ascética de fray Luis de Granada y fray Luis de León.

Fueron españoles o se relacionaron con el país pintores como El Greco, el italiano Tiziano, los flamencos Antonio Moro y Brueghel el Viejo, Berruguete, Velázquez, Zurbarán o Alonso Sánchez Coello. Este último fue el pintor de cámara de Felipe II. Vivía con su familia y trabajaba en el Alcázar de Madrid. 

Tiziano fue uno de los pintores predilectos del monarca. También lo fue Antonio Moro, invitado a trabajar en España en tres ocasiones.

Otro artista por el que Felipe II mostró especial devoción fue El Bosco. Sin embargo, el Greco no se contaba entre los favoritos del monarca, no le gustaba el estilo de este pintor e incluso llegó a rechazar el cuadro “El martirio de San Mauricio”.

El monarca mostró un gran interés por la pintura. A su muerte, había reunido 1.150 cuadros en El Escorial y unas 300 en el Alcázar de Madrid. A partir de 1560 sus encargos fueron todos de temas religiosos, lo que era el reflejo del proceso de introspección en que se hallaba el rey y del empobrecimiento y decadencia cultural del país.

En escultura, los preferidos de Felipe II fueron el italiano Pompeio Leoni y su hijo Leone. En los años 80, Pompeio se convirtió en el escultor oficial de la Corte. El escultor Juan de Juni vivió en Valladolid. Destacan sus retablos en esta ciudad y en Burgo de Osma y la capilla de la iglesia de Santa María de Medina de Rioseco.

Grandes arquitectos conoció el reinado de Felipe II. Juan de Herrera, Juanelo Turriano, Francisco de Mora y Juan Bautista de Toledo figuran entre los más destacados. De sus trabajos surgió un nuevo estilo que más tarde se le daría el nombre de “estilo herreriano”, en honor a Juan de Herrera. Este arquitecto fue el encargado a partir de 1572 de la obra de El Escorial y de otros centros, como el Alcázar de Toledo. En 1578 fue nombrado arquitecto real. Entre sus grandes obras constan, además de El Escorial, la catedral de Valladolid, la Casa de la Panadería de Madrid, la Casa de la Moneda de Segovia y la Ciudadela Pamplona.

Es conocida la pasión de Felipe II por la arquitectura. Heredó de su padre los planes de reforma y ampliación de diversos edificios, entre ellos los palacios reales de Castilla. Había visto con sus propios ojos los magníficos edificios italianos y flamencos y en los años 60 elaboró un programa de construcciones que habían de emular y superar lo que había contemplado en el extranjero. 

Cuando Felipe II residía en Bruselas, envió al arquitecto Gaspar de Vega a Francia para que estudiase las nuevas construcciones de El Louvre y Fontainebleau. En 1573 el monarca estableció una serie de criterios que debía seguir la construcción de nuevas ciudades en América.


LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS EN LA LITERATURA. Como no podía ser de otra manera, en varias obras literarias se refleja de forma crítica la sociedad de la época.

El "Lazarillo de Tormes", cuya primera edición conocida es el 1554, es una crítica despiadada a las miserias de la sociedad de su tiempo, especialmente dirigida a la hipocresía del estamento religioso y al falso sentido del honor («la negra que llaman honra»). 

El hambre y la subsistencia del día siguiente son los temas principales, como le sucedía a la inmensa mayoría de personas en la España de Felipe II. De autor desconocido, se nota la influencia del humanismo erasmista. La obra fue primero prohibida por la Inquisición y luego censurada de sus partes más críticas. No se volvió a publicar íntegramente hasta el siglo XIX.

En varias obras literarias se refleja de forma crítica la sociedad de la época.


 “Guzmán de Alfarache” es una novela de Mateo Alemán, que se publicó en 1599 la primera parte y una segunda en 1604. Guzmán contempla el mundo desde «la cumbre del monte de las miserias».

El Quijote, de Miguel de Cervantes, fue publicada en 1605. Su crítica social se resume en que su personaje central pretende aplicar soluciones medievales a una España en la que tales medidas ya no tienen sentido alguno.


LA MÚSICA ALCANZÓ UN GRAN NIVEL. Cuando Felipe II vino al mundo aún vivía Juan del Encina, el gran músico de la época de los Reyes Católicos. Durante su reinado, los grandes vihuelistas españoles publicaron sus obras y pusieron la música española a la altura de cualquier otro país de Europa. Francisco de Soto, Antonio de Cabezón, Salinas y Tomás Luis de Victoria están al nivel de  los grandes músicos flamencos e italianos de la época.

Felipe II era muy amante de la música. Tocaba la vihuela, aunque con poco éxito, y era un buen bailarín. Nadie le oyó cantar jamás: “No sabré decir la voz que tengo, porque nunca la he probado”, comentó en una ocasión. En cualquier caso, su música preferida fue cada vez más la música religiosa.