- La España de Felipe II


Capítulo 3. Las “Instrucciones” de Carlos V y el “Felicísimo Viaje” de 1548



EL “FELICÍSIMO VIAJE”, 1548, PUESTA EN SOCIEDAD DE FELIPE EN EUROPA


Carlos planeó el viaje de presentación de su hijo en Europa, un viaje que debía comenzar en Italia, pasar por tierras alemanas y acabar en los Países Bajos. El fin del reinado del Emperador estaba cerca y era conveniente este gran acto de propaganda en el que sus súbditos europeos iban a conocer en primera persona a quien iba a regir sus destinos en breve. Se trataba de impresionar a Europa, a italianos, alemanes y flamencos, con un despliegue de boato y celebraciones en todas las ciudades que visitaría. El séquito lo componían más de 3,000 personas, entre ellos una parte importante de la nobleza castellana, bajo la protección, entre otras fuerzas armadas, de 1.500 soldados de los temidos tercios de don Álvaro de Sande.

Estaba cercana la victoria de Mülhberg frente a los luteranos alemanes y eso hacía que éste fuera el momento adecuado para hacer este recorrido triunfal por Europa. Mülhberg pacificaba la Europa central y el continente atravesaba ahora un período de paz bajo la hegemonía española.

Previo a la salida, Carlos V cambió la etiqueta castellana de la Corte –muy austera– por la borgoñona en 1548, mucho más pomposa y más del gusto de los nobles más allá de los Pirineos.

Carlos planeó el viaje de presentación de su hijo en Europa, un viaje que debía comenzar en Italia, pasar por tierras alemanas y acabar en los Países Bajos.



LAS CORTES NO ESTABAN DE ACUERDO CON EL VIAJE. Felipe tenía 22 años, se había casado y enviudado, tenía un hijo y una importante experiencia de gobierno en tierras españolas. Su hermana María quedó como regente en España, con la ayuda de su esposo Maximiliano, rey de Bohemia, que hablaba español y 5 lenguas más. A la llegada de éste a España, se celebraron sus bodas con María y uno de los festejos consistió en la representación de una comedia de Ludovico Ariosto.

Las Cortes de Castilla no estuvieron muy de acuerdo en la marcha de Felipe. Temían que el príncipe iniciara la costumbre de ausentarse de España, tal como hacía su padre. Con la salida de Felipe en 1548, se cumplían 6 años en que España estaba sin rey, pues Carlos V llevaba ausente ese tiempo. Las Cortes de Castilla mostraron su disconformidad: "Si las ausencias de sus principes van adelante estos reinos quedarían mucho más pobres y perdidos que lo están".


COMIENZA EL FELICÍSMO VIAJE, 1548. Felipe partió el 2 de octubre de 1548 en lo que es conocido como “el Felicísmo Viaje”. Carlos V envió a España al duque de Alba para que acompañara a su hijo. Cuando llegaron a Barcelona, las condiciones de la mar no eran las idóneas, y hubo que esperar hasta comienzos de noviembre para partir. La carta del marqués de Aguilar a Granvela lo cuenta: “El Príncipe nuestro señor ha que llegó aquí diez días, y a causa de hallar hecho después acá el más recio tiempo que jamás en esta tierra se ha visto, y estar la mar alterada, se ha diferido su embarcación”.

El siguiente destino fue Génova y en esta ciudad se hospedaron en la casa de los Doria. De Génova marchó a Milán, Mantua y Trento, donde se estaba realizando el importante Concilio católico. Aquí se reunió con la delegación española y el cardenal de la ciudad hizo que 3,000 soldados disparasen salvas en su honor, “los cuales dispararon todos para hacer salva y dar contentamiento a S.A.” En tierras italianas conoció a Tiziano, con el que le uniría una amistad muy estrecha a partir de entonces. Tiziano acabaría pintando varios retratos para el monarca español.

Los nobles de cada lugar le hacían los honores y le organizaban fiestas, lo que provocaba que el viaje fuera muy lento, aunque Felipe estaba encantado con tanta diversión. Raimundo de Tassis lo cuenta: “Hase detenido [en Trento, el Príncipe] cuatro o cinco días banqueteando a las damas”. En febrero de 1549, en Innsbruck, Raimundo de Tassis insiste de nuevo en el gusto de Felipe por las fiestas y las damas: “Ha habido en palacio grandes danzas y S.A. ha bailado con todas las señoras infantes y muchas damas”. Y también la caza: “ha ido a caça a una casa de placer que tiene cerca de aquí el Rey”. Este esquema se repetiría en todas las ciudades que visitó.


ENCUENTRO EN BRUSELAS CON SU PADRE, DESPUÉS DE 6 AÑOS. Ya en tierras germanas, visitó Innsbruck y otras ciudades, como Ausburgo, Ulm y Spira. Después de pasar por Luxemburgo, en abril de 1549 llegó a Bruselas, donde encontró a su padre, que estaba convaleciente de un fuerte ataque de gota. En Bruselas hubo de permanecer 3 meses, debido al estado de salud de Carlos V. El encuentro entre padre e hijo lo explica una crónica de la época: “el cual [Felipe] corrió a ver a S.M. y arrodillado, se echaron después en los brazos, con grandes transportes de gozo”. Era la primera vez que se veían en 6 años.

A continuación, inició un recorrido por las provincias de los Países Bajos y finalmente fue jurado heredero de estos territorios. Felipe permaneció en Bruselas hasta mediados de 1550 y en esta ciudad conoció a Guillermo de Orange y a Lamoral de Egmont, que entonces estaban del lado español pero que con el tiempo serían los futuros dirigentes rebeldes en el conflicto de los Países Bajos.

Felipe mostró un gran interés por las fiestas... y por la duquesa de Lorena. Durante el viaje, participó en torneos, cacerías, bailes y tuvo varias aventuras amorosas.

Quedó muy impresionado por el desarrollo económico del país: Amberes entonces era el enclave comercial más importante de Europa. Rotterdam, patria de Erasmo, también llamó su atención.


FELIPE CAUSÓ UNA MALA IMPRESIÓN EN EUROPA. Su desconocimiento de los idiomas de las tierras por las que iba pasando acentuaba la impresión de que era una persona de carácter reservado y distante. El rechazo de la nobleza alemana y holandesa fue evidente. Contrasta el hecho de que Carlos V hablara francés, castellano, italiano y se defendía bien en alemán, mientras que su hijo sólo dominaba el castellano, el portugués y bastante de latín. La imagen que dio Felipe era la de una persona arrogante, poco comunicativa, tal como cuenta el embajador italiano Soriano, que dice que resultó “poco grato agl'italiani, ingratissimo alli fiamingli ed odioso ai tedeschi” (poco grato a los italianos, muy ingrato a los flamencos y odioso para los alemanes).

La imagen que dio Felipe en Europa era la de una persona arrogante y poco comunicativa.


Las crónicas españolas de la época escondieron esta realidad, siguiendo la tendencia habitual de adular al monarca. Gonzalo Pérez explicaba a Granvela en diciembre de 1548 el recibimiento que estaba teniendo Felipe en Italia, a su juicio muy positivo: “grandísima satisfacción a todos los embaxadores destos Príncipes y potentados que le han venido a hablar, y tienen grande expectación de lo que haya de ser adelante, que los amigos se huelgan y los que no lo son le temen, y los unos y los otros se admiran de su buena manera y seso en tan poca edad”. Gonzalo Pérez también cuenta la salida de Milán, camino de las tierras alemanas: “Salió de Milán a los 7 deste y fue tan bien festejado y hospedado allí por el señor Fernando y la Princesa que no pudo ser más. Todos quedaron con gran soledad de su partida”.


LA REUNIÓN DE LOS HABSBURGO: LA SUCESIÓN DE CARLOS V. El camino de vuelta le llevó en 1550 primero a Ausburgo, para la apertura de la Dieta imperial en la que Felipe acompañó a su padre en estas sesiones. Preocupaba el tema religioso (luteranismo) y la amenaza de una invasión turca. La Dieta garantizó el respeto a los luteranos alemanes y decidió que las disputas religiosas se tratarían de acuerdo con las conclusiones del Concilio de Trento. Los protestantes dominaban el norte de Alemania, mientras que los católicos lo hacían en el sur.

En este punto del viaje tuvo lugar una complicada reunión familiar de los Habsburgo, que duró 6 meses, en la que el tema a tratar era la sucesión a Carlos V. El monarca español quería hacer de Felipe su único heredero para todos los territorios sobre los que reinaba, pero necesitaba para ello del apoyo del resto de la familia, mientras que el hermano de Carlos V, Fernando -que ya había sido nombrado Rey de Romanos- pretendía que fuera su hijo Maximiliano quien le sucediera en la corona imperial alemana. La opinión de la nobleza y el clero alemanes era contraria a tener un monarca español; los nobles, decía un embajador, hubieran preferido al Turco antes que a Felipe. El cardenal de Ausburgo manifestaba abiertamente que Alemania tenía que tener un rey alemán. La propagada antiespañola se sirvió de cancioncillas como ésta, que se hizo popular en tiempos del reinado de Felipe: "Hemos llegado a conocer la falsedad de los españoles desde no pocos años atrás, la inmoralidad (welsch) no es cosa nueva; violan mujeres y niños, nos roban propiedades y bienes; son cortesanos del diablo y nos hacen mucho mal". Si a lo que se referían era a los ejércitos españoles, haríamos bien en recordar a los autores de la copla que la mayoría de las tropas que luchaban en el bando español eran mercenarios alemanes.

Mientras tanto, como en la reunión de los Habsburgo no se llegaba a ningún acuerdo, Carlos impuso su opinión. Antoine Perrerot, obispo de Arras, confeccionó un “Diktat” en marzo de 1551 en el que se planteaba que Felipe sucedería a Fernando en la corona imperial y Maximiliano sucedería a Felipe. El “Diktat” no sirvió de nada, ya que tanto Fernando como Maximiliano harían caso omiso de este “acuerdo”.


REGRESO A ESPAÑA TRAS DOS AÑOS DE VIAJE, 1551. En mayo de 1551 Felipe inició el regreso a España, haciendo el mismo itinerario –al revés– del viaje de ida y llegó a Barcelona en julio de 1551. Así acababa el “Felicísimo Viaje”, que había durado más de 2 años. De camino a la capital, Valladolid, pasó por Tudela donde fue proclamado como señor de Navarra.

Felipe tenía claro que no sería el sucesor en el Sacro Imperio Romano, a pesar del “Diktat” de 1551. No obstante, en 1558 planteó a su tío Fernando que le nombrara vicario del Imperio en Italia. Fernando le respondió con su mejor disposición, pero le advertía que la nobleza alemana era contraria a ello, con lo que el tema quedaba estancado en espera de mejores coyunturas. De nuevo insistió Felipe en 1562, pero ya no se volvió a hablar más.

"Cuanto a la sucesión del Imperio a mi no me conviene pretenderlo, estando las cosas como están, y quiero ayudar al rey (de Bohemia, Maximiliano) para que él lo consiga" (carta de Felipe al embajador en Viena, enero 1562).