- La España de Felipe II
Capítulo 5. Quinta guerra contra Francia, 1552 – 1559
SAN QUINTÍN, 1557, EL ESTRENO MILITAR DE FELIPE II
La guerra continuaba. Francia, aliada con los turcos y antes con los protestantes alemanes, tenía el apoyo del Papa. Extraños compañeros de cama, que pone a las claras la hipocresía y la inmoralidad con que las clases dominantes defienden su ideología.
Paulo IV fue nombrado papa en 1555 y era un enemigo declarado de los intereses españoles. Pese a que contaba casi 80 años, fue el candidato impuesto por Francia contra la opción que apoyaban la facción austríaca y la española. Lo primero que hizo el Papa fue dar su apoyo a los franceses. Había división en Francia. Los católicos galos, capitaneados por Guissa, apoyaban la alianza con el papado, mientras que la facción francesa hugonote contraria a pactar con el pontífice la encabezaba el mariscal de Montmorency.
San Quintín fue una gran victoria española y un auténtico debacle para el ejército francés.
San Quintín fue una gran victoria de las armas españolas, pero, tras la batalla, Felipe cometió el terrible error de ordenar que no se hiciera la marcha de sus tropas a París. |
LA GUERRA CONTRA EL PAPA COMIENZA EN NÁPOLES. En 1555 se había firmado la alianza entre el papa Paulo IV y el rey de Francia para expulsar a los españoles de Nápoles. A este pacto se unieron los duques de Florencia, Parma y Ferrara. El objetivo era que Milán y Nápoles pasaran a manos de los dos hijos del rey francés, Enrique II.
Paulo IV envió tropas a las plazas que lindaban con el reino de Nápoles y declaró que Felipe II ya no tenía derecho sobre este territorio italiano. Durante meses, el papado estuvo llevando a cabo provocaciones sobre Nápoles, buscando la respuesta española para que la guerra estallase.
Por su parte, en este momento, Felipe II ya estaba consultando con sus teólogos si era lícito hacerle la guerra al Papa, buscando argumentos con que oponerse a una posible excomunión. La respuesta de los teólogos fue que apurara en lo posible las negociaciones y sólo en caso de no haber más remedio había de recurrir a las armas. Melchor Cano, un teólogo de los dominicos, apuntó la teoría de que en el Papa había dos personalidades: era intocable como pastor de la Cristiandad, pero Felipe II se podía defender de sus provocaciones en tanto que gobernador temporal de los Estados Pontificios.
El papa podría excomulgar a los monarcas españoles, además de privarles de sus derechos sobre tierras italianas. Felipe lo contaba: “Se ha entendido de nuevo que el Papa quiere excomulgar al Emperador, mi señor, y a mí y poner entredicho y cesación a divinis en nuestros Reinos y Estado”. Si esto sucedía, Felipe ordenaba había que mantenerlo en secreto, pues las repercusiones en España podían ser grandes: “Y para no venir a esto, mandar, conforme a lo que tenemos escrito, haya gran cuenta y recaudo en los puertos de mar y tierra… y que se haga grande y ejemplar castigo en las personas que las trujeren.”
En febrero de 1556 Felipe II firmó la Tregua de Vaucelles, pero la guerra continuó igualmente al año siguiente.
OFENSIVA IMPARABLE EN ITALIA DEL DUQUE DE ALBA. Curiosamente, la primera guerra que entabló el muy católico rey Felipe II fue contra el Papa. El monarca español nombró al duque de Alba virrey de Nápoles y máxima autoridad de su ejército en Italia y le ordenó atacar los Estados Pontificios, a la vez que Manuel Filiberto de Saboya debía atacar Francia. Paulo VI pidió ayuda al monarca galo y, a continuación, las tropas del duque de Guisa invadieron Italia, mientras que las del almirante Coligny entraban en los Países Bajos. La ofensiva francesa se planteaba en muchos frentes: aparte de la presencia de tropas galas en Italia, el virrey de Argel (aliados de los turcos y por lo tanto de los franceses) atacaba Orán (territorio español), Antonio de Borbón llegaba con su ejército a Pamplona e Isabel Tudor conspiraba contra su hermana María, entonces esposa de Felipe.
El duque de Alba disponía de 4,000 soldados españoles, 8,000 italianos, otros 300 hombres de armas, 500 caballos y 12 piezas de artillería. Previamente, el duque había enviado al Papa un escrito en el que se quejaba de la alianza del pontífice con Francia, el encarcelamiento del embajador español Garcilaso de la Vega, los movimientos de las tropas pontificias hacia Nápoles y la declaración de que Felipe II ya no tenía derechos sobre Nápoles; le exhortaba a resolver los problemas con la negociación para evitar la guerra. La respuesta papal fue evasiva, en un intento de ganar tiempo hasta que llegaran las tropas francesas.
Ante la actitud de Paulo IV, el duque de Alba comenzó el ataque. Su avance fue arrollador. Ninguna fuerza era capaz de hacer frente al que con toda seguridad era el mejor general de Europa. Los cardenales pidieron al Papa que negociase con los españoles y Paulo IV planteó una reunión del duque de Alba y un cardenal de su confianza, pero el cardenal no se presentó en cuatro días. Alba entendió acertadamente que todo esto sólo era una forma de ganar tiempo hasta que llegaran los refuerzos franceses y ordenó atacar de nuevo. Además, al Papa le estaban fallando sus aliados italianos, pues a la hora de la verdad sólo tuvo el apoyo del duque de Ferrara; el duque de Florencia y el duque de Parma se mantuvieron al margen a cambio de importantes favores del rey de España.
Finalmente los españoles tomaban el puerto de Ostia, aunque no se decidió el asalto a Roma, pues Felipe II no se atrevía a atacar a la sede del catolicismo. Se pactó una tregua de 40 días.
Entretanto, los franceses entraban en Italia, capitaneados por el duque de Guissa. Podían haber tomado el Milanesado, ya que el grueso de las tropas españolas estaban con el duque de Alba, pero la orden era avanzar hacia Roma para auxiliar al Papa. El ejército francés contaba con 4,000 soldados grisones, 6,000 franceses, 500 hombres de armas y 1,500 caballos ligeros.
A los 40 días de tregua terminados, volvieron las hostilidades. Al principio, los papistas reconquistaron el puerto de Ostia y varias plazas. Los franceses entraron en Vicobaro, pasando a cuchillo a toda la guarnición española. El responsable de las tropas españolas en Ostia, Mendoza, sería más tarde condenado a muerte y ajusticiado por no defender la plaza adecuadamente. Francia intentó que los turcos se sumasen a la ofensiva italiana contra España, pero los otomanos no accedieron.
LOS FRANCESES SE RETIRAN. El duque de Alba inició la contraofensiva, dirigiéndose hacia Roma y levantando el asedio que los franceses sometían a Civilella. Las tropas de Guisa no se atrevían a presentar batalla a los españoles, pues la sola presencia del de Alba infundía pavor a las tropas enemigas. El 27 de agosto de 1557 el ejército español llegaba ante las murallas de Roma.
En este momento llegó la noticia de la victoria (y derrota francesa) de las tropas de Felipe II en san Quintín. El rey francés ordenaba a Guissa que se retirara de Italia y marchara a la frontera con los Países Bajos para hacer frente al avance español por aquellas tierras. El pontífice y los cardenales se temían un nuevo “saco de Roma” y ya no les quedaba otra opción que negociar la paz. Se acordaba en 1557 que el Papado se retiraba de su alianza con Francia y los españoles le devolvían a Paulo IV todos los territorios ocupados y las armas confiscadas. Fue un acuerdo muy favorable al pontífice, dada la correlación de fuerzas, ya que Felipe II quería a toda costa poner fin a su guerra con la cabeza de la Cristiandad.
VIAJE A INGLATERRA A BUSCAR AYUDA CONTRA FRANCIA. En 1557 Felipe fue a Inglaterra para negociar la ayuda ante la situación que se vivía en los Países Bajos, a pesar de que las capitulaciones matrimoniales con María Tudor establecían que Inglaterra no se vería jamás involucradas en las guerras entre España y Francia. Esto se salvó haciendo constar que no era un pacto con España sino con el señor de Borgoña, con el que los ingleses tenían un antiguo pacto de ayuda a los Países Bajos en caso de que este territorio se viese amenazado. Inglaterra no declararía la guerra a Francia, pero ofrecería tropas y una flota de guerra; los gastos correrían a medias entre Inglaterra y España.
Los franceses tuvieron 5,200 bajas, miles cayeron prisioneros y varios de los generales franceses murieron o tuvieron que rendirse, mientras que en el lado español sólo hubo unas 500 bajas.
SAN QUINTIN: “¿ES POSIBLE QUE ÉSTO LE GUSTASE A MI PADRE?”. Era de esperar que Felipe se involucrase en algún hecho militar, y más teniendo en cuenta el precedente de su padre. No se entendía un dirigente de un país que no tuviera experiencia en el campo de batalla. El obispo de Cuenca lo explicaba: “Vuestra Alteza está en trance, según las cosas presentes, de ganar o perder reputación del valor de su persona para siempre, porque por ventura no se ofrecerá en la vida otro tiempo ni ocasión tan grande como agora para mostrar su valor y poder (…) Y V.A. tenga entendido que se habla de esto y todos esperan lo que V.A. hará, y que en esto especialmente y en otras cosas le miran a las manos”.
Felipe II se estrenó en los campos de batalla con la victoria de San Quintín, batalla que tuvo lugar en dos fases, el 10 y el 27 de agosto
de 1557, con los ejércitos españoles bajo el mando de Filiberto de Saboya. A esta victoria siguió la de Gravelinas en julio de 1558, bajo el mando del duque de Egmont. Su comienzo como rey no podía ser más glorioso, aunque ya no volvió a repetir su presencia en los escenarios de guerra. Se dice que al final de la batalla exclamó: "¿Es posible que de ésto le gustase a mi padre?". En memoria de esta victoria se levantó el monasterio de El Escorial, construido entre 1563 y 1584, el edificio más grande edificado en su tiempo.
Los problemas económicos se solventaron con las remesas de oro y plata de América, que en este momento afluían a España con regularidad y permitían financiar las campañas militares en Francia y en Italia. Se reunieron 2 millones de ducados a tal fin [75.000.000 euros].
SAN QUINTÍN ERA UNA PLAZA ESTRATÉGICA EN EL CAMINO A PARÍS. Felipe II estaba en 1557 en Bruselas. Reunió un ejército de unos 48,000 hombres al mando de Manuel Filiberto de Saboya, regente de los Países Bajos, y con la participación del príncipe de Orange, el conde de Egmont y toda la nobleza de los Países Bajos.
En las tropas de Felipe II el 12% eran españoles, 53% alemanes, 23% holandeses y 12% ingleses; ninguno de los generales era español. Los franceses estaban bajo el mando de Anne de Montmorency, condestable de Francia, Colygny y Saint-André. Lo mejor de la nobleza francesa formaba parte de la expedición.
Felipe marcaba la estrategia y dirigía el abastecimiento y se aseguraba del pago a las tropas españolas. En su camino a París, se encontraba la estratégica plaza de San Quintín. A Felipe no se le escapaba la importancia estratégica de esta plaza, y así se lo hacía saber al duque de Saboya: "Visto lo que a ambos paresce, y las difficultades que ay en lo de Rocroi, segun escribis, y lo que aviendose platicado acá se offresce, quedo resuelto que lo más conveniente y a propósito es ponernos sobre San Quentin".
Era el 6 de agosto y Felipe decidió no entrar aún en combate hasta reunir todas las tropas, que tenían diversas procedencias. Esperaba refuerzos ingleses, que retardaban toda la operación. "Yo estoy muy descontento de no aver ido ni poder ir tan presto, porque los ingleses me han escrito que no llegaran aqui hasta el martes, aunque he embiado a darles mas prisa", escribió al duque de Saboya. Por otra parte, las tropas alemanas no podían llegar hasta el 10 de agosto. "Yo estoy desesperado desto", comentaba Felipe.
Finalmente, tras la llegada de todos los refuerzos, Felipe ordenaba a Saboya que, si no era estrictamente necesario, no iniciara las hostilidades hasta que él llegara al campo de batalla: "Quanto a lo que apuntais de darles batalla en caso que lo viniesen a hazer, lo que puedo dezir es que lo primero de todo ha de ser atender a que no socorran la tierra. Y no siendo menester por estorbar el socorro, deveys escusar de darles la batalla hasta que yo llegue". Felipe insistía: "si esto de pelear no se pudiese escusar hasta que yo fuese, yo os encargo quanto puedo, me aviseis volando dello con grandissima diligencia y a ser de manera y a tiempo que con la misma pueda yo llegar a tiempo. Y pues sé que no quereis dejar de tener my compañia en tal coyuntura, no os lo quiero encarezer mas, y para esto os ruego mucho que de noche y de dia hagais tener caballos sueltos que puedan avisar".
SAN QUINTÍN, UN AUTÉNTICO DEBACLE PARA EL EJÉRCITO FRANCÉS. El 9 de agosto llegaban tropas francesas de refuerzo enviadas por Montmorency y, al día siguiente, unos 22,000 soldados galos de infantería y caballería iniciaban la batalla. La victoria fue de las tropas mandadas por el duque de Saboya y el conde de Egmont. Los franceses tuvieron 5,200 bajas, miles cayeron prisioneros y varios de los generales franceses murieron o tuvieron que rendirse, mientras que en el lado español sólo hubo unas 500 bajas. Personajes galos muy relevantes quedaron en poder de los españoles: Montmorency y 3 de sus hijos, el mariscal Saint André, el duque de Montpensier, el príncipe de Condé y el duque de Longueville. Fue un auténtico debacle para el ejército francés.
El 24 de agosto las fuerzas de Coligny llegaban a San Quintín y se iniciaba la segunda fase de la batalla. San Quintín fue tomado al asalto y "a los 27 en la tarde se entró en él por fuerza (...) por todas partes, matando toda la gente", comenta Felipe. Las tropas mercenarias alemanas saquearon el pueblo, asesinaron a muchos vecinos, violaron a las mujeres y "mostraron tal crueldad como no se ha visto", según el duque de Bedford. Coligny fue hecho prisionero.
Felipe estaba exultante. Así escribía a su hermana Juana: "Nuestro Señor por su bondad ha querido darme estas victorias en tan pocos días y a principios de mi reinado, de que me sigue tanto honor y reputación".
Carlos V, desde Yuste, mostraba su contento por la victoria: “Por las relaciones que habéis enviado habemos entendido lo que había de nuevo de todas partes y por la última, la rota de los franceses y prisión del Condestable y los demás de que he tenido el contentamiento que podéis pensar, por [lo] que he dado y doy muchas gracias a Nuestro Señor, de ver el buen principio que llevan las cosas del Rey, y así espero en Él que lo continuará”.
EL ERROR DE NO SEGUIR HASTA PARÍS. Tras la victoria de San Quintín, Felipe cometió el terrible error de ordenar que no se hiciera la marcha de sus tropas a París, pues sólo tenía la pretensión de que los franceses negociaran la paz. Además, no había dinero y Francia disponía aún de muchas fuerzas de reserva, para nada hubiera evitado la conquista de París si se hubiera planteado. En una carta de los embajadores venecianos unos años más tarde, se tachaba a Felipe II de poco resolutivo, pues fácilmente hubiera podido liquidar a Francia: “Il re d’Espagna è principe potentissimo e arbitro del mundo…, e si avesse quell spirito che aveva il padre, o il padre avesse avuto la presente fortuna, la Francia no saria più Francia” (El rey de España es príncipe muy podeoroso y árbitro del mundo… y si tuviese el espíritu que tenía su padre, o el padre hubiese tenido la presente ocasión, Francia ya no será nunca más Francia).
Esta indecisión en avanzar sobre París permitió´que las tropas francesas rehicieran sus fuerzas. Después de la derrota de San Quintín, el duque de Guisa tuvo que replegarse de Italia, volvió a Francia y tomó Calais en enero de 1588, plaza a la que Felipe tardó en socorrer favoreciendo su toma por las tropas galas. Si el rey español hubiera respondido como se debía a las peticiones de los defensores de Calais, no habría caído en manos francesas, pero se hablaba también de la debilidad del defensor de la plaza, que parecía como si la hubiese entregado a los franceses para minar el prestigio de María Tudor y favorecer su sustitución por Isabel. La pérdida de Calais era un golpe muy duro para las pretensiones españolas, como explica Felipe II: “Lo he sentido tanto que no lo podría encarescer, y con mucha razón por ser plaza de tanta reputación y importancia, y abierto camino para estos franceses de
Flandes, y especialmente por los de Inglaterra, donde hay diferentes voluntades”.
Después de la toma de Calais, el duque de Guissa entró en Flandes y estuvo a punto de tomar Bruselas, que fue bien defendida por el conde de Egmont.
CATEAU-CAMBRESIS, 1559, UNA PAZ POR AGOTAMIENTO DE LOS CONTENDIENTES. Se había llegado a una situación de agotamiento financiero por parte de los dos países. A lo que hay que añadir que como el calvinismo se estaba extendiendo en Francia, Enrique II se vio en la obligación de firmar la paz con España para atender a sus problemas internos.
En octubre de 1558 se iniciaban las conversaciones de paz en Cambrai que, a comienzos de año siguiente, se trasladaron a Cateau-Cambresis. En febrero de 1559 Felipe II advertía a Granvela que por ningún motivo se suspendiesen las negociaciones de paz, pues la continuación de la guerra era imposible, ya no se podía pagar. "Yo os digo que estoy de todo punto imposibilitado a sostener la guerra", opinaba Felipe. También acuciaban los problemas internos: los informes del inquisidor general hablaban de núcleos protestantes en Valladolid, Sevilla, Salamanca y Murcia, mientras que los moriscos de Granada estaban al borde de la rebelión.
Se llegaba así a la paz de Cateau-Cambresis en abril de 1559. Francia reconoció la supremacía española, renunciaba una vez más a conquistar territorios en Italia, devolvía Saboya y el Piamonte, conservaba Turín, y, a cambio, recuperaba algunas plazas del norte del país -entre ellas San Quintín- y Cerdeña volvía a manos de los genoveses, aliados de España. Asimismo, los franceses renunciaban a Artois y a Flandes y se mantenían en Calais por espacio de 8 años; pasado este tiempo abandonarían la plaza o la comprarían por 500,000 escudos de oro. A partir de este momento, Inglaterra perdería para siempre Calais y su presencia en el continente.
UN PERIODO DE PAZ QUE DURARÍA UNOS 30 AÑOS. España mejoró sus posiciones en Italia, que entraba en un periodo de paz ya que dejaba de ser el escenario de las rivalidades entre franceses y españoles, quedaba firmemente asentada en Nápoles, Sicilia, Milán y Cerdeña, se convertía en la potencia dominante en Italia y sólo quedaban fuera de su influencia el Papado y Venecia. En los estados italianos, la hegemonía era española tanto en el norte (con el Milanesado) como en el sur (Nápoles, Sicilia…).
Felipe II mantenía el Franco Condado y lucharía juntamente con los franceses contra el protestantismo, que estaba calando peligrosamente en el país vecino. Se acordaba el matrimonio entre Felipe, que había enviudado de María Tudor de Inglaterra, con Isabel de Valois, hija de Enrique II, lo que facilitaba las relaciones entre llas dos naciones. En España, Isabel de Valois fue conocida como “Isabel de la Paz”.
A pesar de que ambas partes se comprometían a defender el catolicismo y Enrique II renunciaba a sus alianzas con turcos y protestantes, los hugonotes franceses siguieron apoyando a los rebeldes flamencos. Francia estaba muy involucrada en los Países Bajos, una actitud favorecida porque muchos nobles flamencos pertenecían a las mismas familias que los nobles franceses.
Cateau-Cambresis fue un gran tratado, que mantuvo la paz entre los dos países por espacio de unos 30 años. España y Francia no se volverían a enfrentar directamente hasta finales de siglo. En Europa se entraba en un periodo de paz, pues la enemistad entre los Habsburgo y los Valois había desaparecido y la economía europea se benefició de ello. España aparecía como primera potencia europea en un nuevo orden mundial. Fue el acuerdo de paz más importante del siglo XVI. Por otra parte, la paz de Cateau-Cambresis permitió reanudar las sesiones del Concilio de Trento.
DESPUÉS DE CATEAU-CAMBRESIS. En las fiestas por la boda del rey español con la infanta francesa, murió Enrique II a causa de una lanza que penetró en su ojo mientras participaba en un torneo.
Se abrió un periodo de una cierta crisis institucional, pues los monarcas que le sucedieron no brillaron a gran altura.
En 1570 las cosas comenzaron a cambiar. Francia estaba buscando nuevas alianzas, que nada bueno presagiaban para España. Cada vez era mayor el entendimiento entre Francia y la Inglaterra de Isabel I. En agosto de este año el monarca francés Carlos IX firmaba la paz con los calvinistas galos en Saint-Germain de Maye.
El objetivo de todos estos movimientos era lograr una alianza entre Francia, los protestantes alemanes e ingleses y los turcos… contra España. Margarita de Valois, hermana de Enrique II, se casó con el protestante Enrique de Borbón en agosto de 1572, lo que alejaba aún más al país vecino de España. Este mismo año se produjo la matanza de la Noche de San Bartolomé, el 24 de agosto.