- La España de Felipe II

Capítulo 11. Los turcos. La batalla de Lepanto.


LA BATALLA DE LEPANTO, “LA MÁS MEMORABLE Y ALTA OCASIÓN QUE VIERON LOS PASADOS SIGLOS, NI ESPERAN VER LOS VENIDEROS” 


PREPARATIVOS DE LEPANTO. La paz de Cateau-Cambresis de 1559 dejó las manos libres a Felipe II para centrarse en el Mediterráneo. Francia dejó de ser el enemigo principal de España por unas pocas décadas, hasta casi finales de siglo. En los años 60 comenzó la tarea de construcción de una gran flota en España, financiada con la plata americana y con una fuerte subida de impuestos, lo que desató la protesta de las Cortes de 1566, que argumentaban que la carga impositiva a que estaba sometido el pueblo era poco menos que inasumible.

En agosto de 1566 falleció el sultán Solimán el Magnífico, por lo que no pudo realizarse el inminente asalto otomano a Europa occidental, que ya había dispuesto un ejército de 300,000 hombres en la frontera húngara. La muerte de sultán evitó tener que emplear recursos en la defensa de aquellas fronteras y la obra de construcción de la flota española pudo continuar.

Lepanto fue el último enfrentamiento naval entre barcos a remo. 


En enero de 1566 fue nombrado papa Pío V. Hizo un primer llamamiento a los cristianos para la guerra contra el turco, pero no tuvo respuesta porque Felipe II tenía la prioridad de los Países Bajos y de la revuelta de los moriscos granadinos. El monarca español comunicó a su embajador en Roma, Juan de Zuñiga, en 1568 que “en caso de que Su Santidad os tratare de ello, procuraréis de estorbarlo y desviarlo”. Pero, al poco, los turcos tomaron Chipre a los venecianos y las cosas cambiaron.


LOS TURCOS CONQUISTAN CHIPRE, 1571. En 1571 los otomanos tomaron Chipre, una isla que estaba bajo el poder de Venecia, su principal colonia en el Mediterráneo oriental, un importante centro comercial, en las rutas hacia Constantinopla y Alejandría. Tras Chipre, peligraban Creta y Corfú. Chipre fue defendida por unos 12,000 hombres frente a una fuerza otomana que llegó a más de 100,000. En mayo de 1571 los venecianos tuvieron que rendirse.

Tras la pérdida de Chipre, de nuevo el papa hizo un llamamiento, ya que el peligro turco era mucho más que una hipótesis. Esta vez España y Venecia escucharon la voz de Pío V. El momento era propicio, con los Países Bajos bajo el “control” del duque de Alba y las remesas de metales de América llegando con regularidad. Era posible abrir un frente nuevo.


LA LIGA SANTA, 1571. DON JUAN DE AUSTRIA AL FRENTE DE LA FLOTA. Se constituyó la Liga Santa en mayo de 1571 entre España, el papado y Venecia. El Papa intentó que se sumaran Portugal, Francia y Austria, pero no fue posible; el caso de Francia estaba claro, ya que era una aliada de los otomanos. La Liga Santa se firmó por 12 años contra el imperio turco y las posesiones musulmanes del norte de África, base de la piratería en el Mediterráneo.

España pagaría la mitad de los gastos, tropas y barcos. Venecia aportaría un tercio y el Vaticano el resto. La dirección de la empresa la tendría España en la persona de don Juan de Austria. Hay que decir que la aportación española fue más bien italiana, pues el 80% de las galeras españolas habían sido construidas en los territorios españoles de Italia. Venecia disponía de más naves que España y por ello Felipe II tuvo que aportar el mayor número de soldados.

El papel de las remesas del Nuevo Mundo fue decisivo en los años de la Santa Liga que llevaron a la victoria de la batalla de Lepanto. La aportación española a esta alianza fue de 500,000 ducados anuales [18.750.000 euros], a lo que hay que sumar los salarios que se pagaban a los principales personajes de la Liga. En total, los pagos a la Santa Liga doblaban a partir de 1585 los servicios votados por las Cortes castellanas, que ascendían a 400,000 ducados [15 millones euros].

A Venecia le interesaba formar parte de la Liga Santa porque había perdido el suministro de trigo de Egipto y su participación en esta alianza permitía a los venecianos compensar esta pérdida accediendo al trigo barato de los Estados pontificios, Nápoles y Sicilia. Además, los turcos habían expulsado a los venecianos de Chipre y con la Liga Santa se abrían perspectivas de recuperar sus posiciones en el Mediterráneo oriental.

La flota cristiana fue reunida en Mesina: en total, 200 barcos (100 naves españolas -81 de ellas eran galeras-, 114 venecianas -48 estaban en Mesina, otras 60 en Candía y 6 galeazas-, 12 del Vaticano y otras) y unos 40,000 soldados, bajo las órdenes de don Juan de Austria, mientras que Felipe colocó a su lado a un hombre de confianza, Luis de Requesens, porque no se fiaba de la fogosidad de su hermanastro. Don Juan venía precedido de su victoria en Las Alpujarras contra los moriscos, por lo que era de temer que diera más muestras de las habituales de su carácter impetuoso e indisciplinado. La flota partió de Mesina en septiembre. 

La empresa estuvo a punto de fracasar cuando un general veneciano ahorcó a un soldado español que había participado en una pendencia. En respuesta, las naves españolas estuvieron a punto de abandonar. Don Juan de Austria era la única autoridad podía autorizar una ejecución en sus tropas; el general veneciano se había saltado la cadena de mando. Finalmente, se acordó continuar con la expedición y tratar el tema después de la batalla. 

La decisión se tomó por votación entre la cúpula militar española; ganó enfrentarse al turco por un solo voto.


LA BATALLA DE LEPANTO, “LA MÁS MEMORABLE Y ALTA OCASIÓN QUE VIERON LOS PASADOS SIGLOS”. En Lepanto tuvo lugar la batalla en octubre de 1571. Los otomanos disponían de 230 barcos y unos 50,000 soldados; tuvieron unas 30,000 bajas y 3,000 prisioneros, mientras las bajas cristianas fueron 7,600 y los heridos 14,000, con 40 naves destrozadas o con graves daños. Tan sólo unas 30 galeras turcas pudieron huir. El bando cristiano apresó 190 naves otomanas, de las que se quedaron 130 y quemaron el resto. Se liberaron a 12,000 cautivos cristianos que estaban como galeotes en los barcos otomanos. 

El Marqués de Lozoya explica la batalla: “Durante dos horas se peleó con ardor por ambas partes, y por dos veces fueron rechazados los españoles del puente de la galera real turca; pero en un tercera embestida aniquilaron a los jenízaros que la defendían y, herido el almirante de un arcabuzazo, un remero cristiano le cortó la cabeza. Al izarse un pabellón cristiano en la galera turca arreciaron el ataque las naves cristianas contra las capitanas turcas que no se rendían; pero al fin la flota central turca fue aniquilada.”

Este es el relato de Luis de Córdoba: “Jamás se vio batalla más confusa; trabadas de galeras una por una y dos o tres, como les tocaba... El aspecto era terrible por los gritos de los turcos, por los tiros, fuego, humo; por los lamentos de los que morían. Espantosa era la confusión, el temor, la esperanza, el furor, la porfía, tesón, oraje, rabia, furia; el lastimoso morir de los amigos, animar, herir, prender, quemar, echar al agua las cabezas, brazos, piernas, cuerpos, hombres miserables, parte sin ánima, parte que exhalaban el espíritu, parte gravemente heridos, rematándolos con tiros los cristianos. A otros que nadando se arrimaban a las galeras para salvar la vida a costa de su libertad, y aferrando los remos, timones, cabos, con lastimosas voces pedían misericordia, de la furia de la victoria arrebatados les cortaban las manos sin piedad, sino pocos en quien tuvo fuerza la codicia, que salvó algunos turcos.”

Testimonio del padre Mariana: “Era un espectáculo miserable, vocería de todas partes, matar, seguir, quebrar, tomar y echar a fondo galeras; el mar cubierto de armas y cuerpos muertos, teñido de sangre; con el grande humo de la pólvora ni se veía sol ni luz casi, como si fuera de noche” (…) “esta victoria fue la más ilustre y señalada que muchos siglos antes se había ganado; de gran provecho y contento, con que los nuestros ganaron renombre no menos que los antiguos y grandes caudillos en su tiempo ganaron” 

Lepanto fue el último enfrentamiento naval entre barcos a remo. El uso de la artillería aún no se había generalizado. En aquel momento, los barcos se tomaban al abordaje y así la contienda se transformaba en una batalla de infantería, al estilo de las confrontaciones en tierra. En este sentido, una ventaja muy importante vino del hecho de que los marinos españoles fueron muy superiores a los turcos en el arte de usar las picas con que se abordaban las naves enemigas.

Hubo diferencia en el armamento. Los cristianos usaban arcabuces  y los turcos flechas. Se podían lanzar cinco flechas por un arcabuzazo pero el alcance y el daño de un arcabuz era muy superior al de las flechas. En el bando cristiano, los espolones de las galeras fueron rebajados y las esculturas de adorno de proa fueron quitadas para que, de esta forma, los cañones dispusieron de mayor campo de tiro. Lepanto fue la última gran batalla del Mediterráneo y el mayor enfrentamiento naval desde la Antigüedad clásica. Los otomanos no habían perdido una batalla naval desde el siglo XV.

La alegría en España por la victoria fue inmensa. Se celebraron actos religiosos, procesiones y fiestas, Felipe II estaba feliz. Escribió a su hermanastro que "estoy complacido a un grado que es imposible exagerar (...) A vos, después de a Dios, se os debe dar, como ahora os doy, el honor y la gratitud". Don Juan de Austria estaba en el cénit de su fama. Después de la victoria de las Alpujarras, había conseguido la de Lepanto, "la mayor ocasión que las edades pasada o presente han visto, o que las futuras pueden esperar ver", según Cervantes, que participó como soldado en la contienda.

Las actas del cabido municipal de Madrid recogen que “en este Ayuntamiento se acordó que a la buena nueva que ayer miércoles, último de Octubre, vino de la victoria que la armada cristiana hubo contra la turquesa, esta noche, después de lo que anoche se hizo,se hagan alegrías”.


OTRO ERROR: DESPUÉS DE LEPANTO NO SE CONTINUÓ CON LA OFENSIVA. Inmediatamente después de Lepanto, tomó cuerpo la idea tanto de dar el golpe de gracia al imperio turco conquistando Constantinopla como de reconquistar Tierra Santa o las plazas musulmanas del norte de África. Pero una serie de problemas dificultaron explotar mejor la victoria cara a acabar con el poderío turco: Felipe II tuvo que centrarse de nuevo en los Países Bajos y en Francia y no se atrevió a acometer otras empresas. La idea se abandonó, pese a que la estratega militar más elemental aconsejaba que lo correcto era la ofensiva sobre Constantinopla, Tierra Santa y Norte de África. Todas las cancillerías europeas eran de esta opinión. Juan de Austria recibió la orden de permanecer con sus naves en Sicilia y las letras de cambio que Felipe II tenía firmadas en Madrid y Medina del Campo ya no se dirigieron a Mesina y Palermo sino a Amberes.

Una razón que debió tener mucho peso para no continuar la ofensiva fue que el rey español no se fiaba de su hermanastro, ya que se rumoreaba que don Juan de Austria quería llegar hasta Constantinopla para proclamarse rey reavivando una especie de nuevo Imperio Bizantino.

Venecia, aburrida por tanta indecisión de los españoles y bajo la presión de Francia, traicionó a los aliados y pactó con el turco en abril de 1573 una paz humillante para intentar salvar su comercio con Oriente. En este acuerdo, Venecia pagaba indemnizaciones de guerra por los males causados en Lepanto; en vez de vencedora, la ciudad de los canales actuaba como potencia derrotada. A cambio, podía volver a comerciar en los puertos del Mediterráneo oriental en manos de los turcos. La Liga Santa quedaba herida de muerte y cuando falleció Pio V recibió la estocada final. En un último intento, Felipe II prometió doblar la financiación española, pero la Liga Santa tenía ya los días contados.

Lepanto no acabó con el imperio turco ni con la piratería mediterránea, En menos de 6 meses, los otomanos habían repuesto los barcos perdidos en esta batalla, con lo que seguían siendo la gran potencia naval en el Mediterráneo oriental, mientras que en Mediterráneo occidental su presencia no desapareció gracias al apoyo de Francia. Un visir del sultán comentaba a un emisario veneciano las diferencias de la conquista de Chipre y Lepanto: “Vienes a ver cómo soportamos nuestra desgracia. Pero quiero que sepas la diferencia entre tu pérdida y la nuestra. Cuando os arrebatamos Chipre, os privamos de un brazo; al derrotar a nuestra flota, sólo nos has afeitado la barba. Un brazo cortado no puede crecer de nuevo; pero una barba esquilada crecerá mejor para la navaja…”

En un intento de atajar la piratería berberisca, en 1573 don Juan de Austria conquistó Túnez y La Goleta pero, al año siguiente, los turcos recuperaron estas plazas con 250 naves y 100,000 soldados, una flota superior a la que emplearon en Lepanto, aunque perdieron 30,000 hombres. Tres años más tarde, los otomanos tomaban Fez. Los turcos dominaban desde Marruecos hasta Grecia. 

Sólo Ceuta, Melilla y Orán quedaban en manos de los españoles. No obstante, a partir de 1580 el poderío otomano comenzó a declinar. 


TREGUA ENTRE ESPAÑA Y LOS TURCOS, 1581. CALMA EN EL MEDITERRÁNEO. Las negociaciones comenzaron en 1578 y finalizaron en 1581. Ambos países tenían otros frentes que atender: Felipe II estaba centrado en los Países Bajos y Francia; el sultán Selim II tenía el problema persa. Ya no estaban en condiciones de enfrentarse el uno con el otro. Esta tregua se iría renovando periódicamente y de esta forma así continuaría hasta que 200 años después se firmaría la paz definitiva. En 1576 Felipe II pudo reducir la flota española en el Mediterráneo a tan sólo 100 galeras porque no había con qué pagarla, "ya que no es posible que mi flota sea lo bastante numerosa para enfrentar al enemigo". El Mediterráneo fue un mar de paz durante algunos años. Pese a todo, la actividad de los piratas argelinos no cesó. Ahora el rey español podía dedicarse al tema de Portugal.

No obstante, de vez en cuando sonaban las alarmas. En marzo de 1577 corría el rumor de un levantamiento de los moriscos de Valencia y Aragón, apoyados por la flota turca. En enero de 1578 Felipe II prevenía al gobernador de Milán "por si viene la armada del Turco".


REACCIONES EN EUROPA A LA BATALLA DE LEPANTO. Tras la victoria de Lepanto, el miedo se apoderó de las cancillerías europeas. Francia e Inglaterra veían cómo España, después de mostrar su poderío en el mar, podría hacer lo mismo en Europa Occidental y de esta forma se convertiría en una gran potencia sin rival posible. Creían que Felipe II continuaría la ofensiva después de Lepanto y haría de las tierras de Grecia y de los Balcanes un reino para su hermano don Juan de Austria o para cualquier otro príncipe español y que España estaba en condiciones de ocupar todo el norte de África.

Francia era la aliada tradicional de los turcos y movió todas sus fichas para debilitar la posición de España. Detrás del acuerdo de 1573 entre Venecia y los turcos estaba la mano de Francia.

Inmediatamente después de Lepanto, se pudo dar el golpe de gracia al imperio turco conquistando Constantinopla, reconquistar Tierra Santa y las plazas musulmanas del norte de África. Pero no se hizo.


ESPAÑA NO DISPONÍA DE GALEOTES SUFICIENTES PARA  TANTOS BARCOS. Los historiadores modernos han criticado duramente el periodo post-Lepanto, ya que no se entiende una victoria tan grande y unos resultados tan pequeños. España se hizo con 70 galeras turcas, lo que la convertía en la máxima potencia naval del Mediterráneo y debería haber actuado como tal, pero uno de los problemas de esta gran flota era la falta de galeotes: cuando los barcos eran turcos, 12,000 remeros eran prisioneros cristianos que tuvieron que ser liberados, una vez que estos barcos cayeron en manos españolas. Don Juan de Austria había prometido que los galeotes serían liberados si se alcanzaba la victoria. Pero Felipe II no disponía ni de lejos de otros 12,000 galeotes de repuesto.

Sobraban barcos y faltaban remeros. Se necesitaban ahora unos 10,000 galeotes más y ni los cautivos musulmanes eran un número importante ni tampoco lo era el contingente de personas que se hacían galeotes voluntariamente a cambio de un salario.

Para paliar la situación, se dieron órdenes para que el mayor números de reos fueran condenados a galeras, no importaba que el delito fuera de poca relevancia. Había que activar los juicios y producir el mayor número posible de condenas a galeras. Felipe II le decía al virrey de Nápoles que “todos los delincuentes cuyos delictos fueren de calidad que el ponellos en la galera sea suficiente pena y castigo, sean condenados a las dichas galeras”. Ordena a las justicias de Castilla de que “por quanto para el servicio de las galeras que de presente sostenemos, que son en mucho mayor número de lo que antes solían haber, y para las que de nuevo mandamos armar…, es necesario juntar gran número de forzados y remeros, de que en las dichas galeras hay al presente falta, no pudiendo servir ni armarse sin que de los dichos remeros y forzados haya número suficiente”

Para ser el verdadero dueño del Mediterráneo se necesitaba una flota de unas 200 galeras, lo que equivalía a unos 30,000 remeros.  Como mucho, acelerando los juicios y exagerando las penas, se consiguió alrededor de 1,000 galeotes.

Frente a ello, la escuadra turca se rehizo pronto. No había en el imperio turco el problema de galeotes puesto que rápidamente el sultán reclutaba los esclavos que necesitara para mover sus naves. En 1573 los turcos disponían ya de 200 galeras perfectamente equipadas con sus 30,000 remeros.