- La España de Felipe II


Capítulo 12. Antonio Pérez, años 70-90


EL PROCESO CONTRA ANTONIO PÉREZ


DETENCIÓN DE ANTONIO PÉREZ Y LA ÉBOLI, 1579, PERO EL PROCESO SIGUE CON MUCHA LENTITUD. Felipe II se sintió engañado por su secretario. Por otra parte, la investigación de Rodrigo Vázquez de Arce iba avanzando y las pruebas eran ya demoledoras. Salía a la luz la relación entre los dos amantes (la Éboli y Pérez), la muerte de Escobedo y la conspiración contra el rey. El alférez Antonio Enríquez, uno de los asesinos de Escobedo, testificó en contra de Antonio Pérez.

En 1579 Felipe mandó  llamar a Granvela, que estaba en Italia, para sustituir a Antonio Pérez. En cuanto llegó el cardenal a España, el monarca ordenó la detención de Pérez y de la princesa de Éboli. A todos los cargos anteriores, ahora se añadía el de haber atentado contra la vida del secretario Vázquez, que llevaba la investigación  del caso Escobedo. El día de la detención, Felipe despachó normalmente con su secretario; cuando llegó la noche y Pérez regresó a su casa, fue detenido y quedó en arresto domiciliario. 

Poco antes había sido arrestada la princesa de Éboli y encarcelada en un  castillo de Pinto. El rey pasó toda la noche sin dormir y escribió varias cartas explicando su posición a miembros de la alta nobleza y parientes de la princesa.

Ahora Felipe estaba centrado en la sucesión de Portugal, aunque no olvidaba lo sucedido. Dios debía mostrarle el camino en “descargo de mi conciencia”: “No puedo acabar de aquietar bien mi conciencia… En este tiempo me confesaré y comulgaré y encomendaré a Dios para que me alumbre y encamine, para que tome en pasada Pascua la resolución que más convenga a su servicio y al descargo de mi conciencia y bien de los negocios” (carta a Pazos, mayo 1579).

En la calle y en la Corte, todo eran murmuraciones. El engaño no podía quedar sin castigo “aunque ya me lleva un poco ver que este negocio anda en público, que no podía ser menos tratándose de una mujer. Y que será muy mal ejemplo y mucha desautoridad ver que por tales caminos y formas se salen con lo que se les antoja. Y les vale el haberme querido tomar en el mayor tiempo de necesidad y por hambre, que es cosa que ha parecido muy mal y con que se ha perdido mucho crédito conmigo”, manifestaba el rey. 

En marzo de 1578 Escobedo fue asesinado por unos sicarios a sueldo, contratados por Antonio Pérez, le dieron muerte en una calle de Madrid.


Felipe estaba muy dolido por la traición de su secretario: “Aseguro que los delitos de Antonio Pérez son tan graves como nunca vasallo los hizo contra su rey y señor”. Y añadía: “Todas las cosas que él dice dependen de las que me decía a mí, tan ajenas a la verdad, aunque con las cartas que descifraba tan falsamente me las hacía creer, con lo que respondía yo, algunas veces, a propósito de lo que escribía”.

Pero Felipe seguía sin tomar una decisión y lo justificaba diciendo que "si el negocio fuera de calidad que sufriera procederse en él por juicio público, desde el primer dia se hubiera hecho" (carta al presidente Pazos), de tal forma que en 1581 Antonio Pérez seguía libre en Madrid, pues aún estaban en su poder documentos comprometedores para el monarca y, por eso, Felipe II no se atrevía a ir más lejos. El acusado estaba en posesión de “treinta coffres” con documentos confidenciales del Felipe II.

Pérez volvió a la vida política en varias ocasiones y daba la impresión como si Felipe le fuese a perdonar. La gente estaba confundida, como es el caso del padre Hernando del Castillo, que escribe: “Si va a decir verdad de nadie estoy tan escandalizado como de S.M., cuya autoridad y cristiandad es y ha de ser para estorbar semejantes cosas y proveer no pasen a más (…) Y pues las sabe [el Rey] y entiende, no sé ni veo ni entiendo con qué conciencia disimula el castigo y el remedio”.

En 1582 la princesa de Éboli fue trasladada del palacio de Santorcaz al de Pastrana, propiedad de su familia. Una resolución del Consejo Real decidió su suerte en noviembre de 1582: quedaría recluida en sus aposentos de por vida. Falleció de enfermedad en febrero de 1592.


ANTONIO PÉREZ ARRESTADO DE NUEVO, 1584. Antonio Pérez hacía vida normal hasta que en 1584 se presentaron los cargos contra él. Estaba claro que trataría de huir, y por eso fue arrestado en enero de 1585. Un primer intento de ser liberado lo encabezó el cardenal Quiroga, pero no se consiguió el objetivo y el cardenal fue encarcelado. Antonio Pérez seguiría aún 4 años en prisión en diversos lugares, alternando con etapas de un alto grado de libertad.

Hacia 1587 parecía que Antonio Pérez iba a ser perdonado, ya que cada vez intervenía más en la vida política como consejero del rey. 

También hay que tener en cuenta que por aquellas fecha había fallecido el cardenal Granvela, con lo que Felipe se había quedado sin una de las personas de su máxima confianza. 

Tras el desastre de la Armada Invencible en 1589, Felipe pensó que Dios le castigaba porque algo había hecho mal. Llegó a la conclusión de que el tratamiento que estaba dando a Antonio Pérez no era el que correspondía y por ello Dios no estaba de su lado. El proceso se reactivó súbitamente y Felipe escribió a los jueces que llevaban el proceso: “Podéis decir a Antonio Pérez de mi parte, y si fuese menester mostrarle este papel, que él sabe muy bien la noticia que yo tengo de haber hecho él matar a Escobedo y las causas que dijo que había para ello. Y porque a mi satisfacción y a la de mi conciencia conviene saber si estas causas fueron o no bastantes, que yo le mando que las diga y dé particular razón y muestra y haga verdad las que a mí me dijo, de lo que vos tenéis noticias, porque yo os lo he dicho particularmente; para que habiendo yo entendido las que así os dijese y razón que él diere de ello, mande ver lo que en todo convendría hacer».

Era la condena para Antonio Pérez. Este documento se hizo público en el proceso. Posteriormente, Antonio Pérez, ya huido, reprodujo la carta en sus “Relaciones” pero totalmente tergiversada: «Podéis decir a Antonio Pérez que ya sabe cómo yo le mandé matase a Escobedo por las causas que él sabe, que, a mi servicio, conviene que las declare, etc.».

En 1590 Pérez fue sometido a tormento. En la octava vuelta de los cordeles ya no pudo más y exclamó: “por las plagas de Dios, ¡acábenme de una vez! ¡Déjenme, que cuanto quisieren diré!” Según cuenta Quinta, Pérez “confesó que la hizo, pero mandado del Rey”. Lo que sorprende es que esta versión no fue cuestionada ni por Felipe II ni por los jueces. Pérez fue sometido a tortura y «confesó, después del período tormentorio, que había dicho a su Majestad muchas cosas falsas tocantes a don Juan de Austria y secretario Escobedo, y lo había hecho para perder a éste». En el juicio contra Pérez se le obligó a devolver a los hijos de la de Éboli más de dos millones de maravedís [200 mil euros] que la princesa le había entregado en dinero y regalos. El hijo de la princesa contaba cómo Pérez era quien mandaba en los asuntos económicos de su madre: «que siente mucho que sea Antonio Pérez todo el gobierno de la casa de su madre, con todo escándalo, y es el dueño de ella, porque el contador y secretario que tiene es por mano de Antonio Pérez y todos los presentes que de sus lugares han venido se los ha enviado públicamente esta Pascua a Pérez, y más una tapicería que vale más de cuatro mil ducados [150.000 euros]».


ANTONIO PÉREZ, SOSPECHOSAMENTE MAL VIGILADO, SE FUGA, 1590. El veredicto fue la condena a muerte por ahorcamiento. Lo habitual hubiera sido que la sentencia se hubiera cumplido inmediatamente, pero Felipe se resistía. Antonio Pérez siguió encarcelado y, además, mal vigilado, lo que hace pensar que Felipe consentía en su fuga. Incluso se le permitió la visita de su esposa, Juana Coello, cuando Pérez estaba enfermo.

Hay dos versiones de la fuga. Una de ellas, que su mujer ofreció un banquete a los carceleros de forma que eso les despistó de su misión y permitió la huida; la otra es que los amigos de Pérez habían alquilado la casa contigua a la cárcel y ello facilitó que el preso pasase de un edificio a otro, mientras que su esposa, debido a la enfermedad de su marido, pedía a los guardias que no le molestasen para ganar tiempo y «rogó a los guardas que no le despertasen por fingir que estaba indispuesto la noche antes; por lo cual no les hizo novedad la tardanza, hasta que el silencio del aposento les avisó del engaño».

Juana Coello apareció ante el pueblo de Madrid como una heroína. El descrédito de la monarquía era grande tras la derrota de la Armada Invencible. Quintana lo cuenta: “el vulgo, a lo menos que sabe callar poco, aunque sea con riesgo de enojar a quien debiera temer, creyendo, como entonces se dixo, que ella [Juana Coello] había sido la principal causa de la libertad de su marido, encarecía notablemente el hecho…, alabando más el valor puesto por obra a vista del peligro, encareciendo otros el amor grande, que fue el autor de tan notable hazaña”.