- La España de Felipe II


Capítulo 12. Antonio Pérez, años 70-90


EL CASO ESCOBEDO, UN TÍTERE EN MANOS DE ANTONIO PÉREZ.


En 1573 falleció Ruy Gómez y su papel como dirigente del “partido” de Éboli lo asumió Antonio Pérez. Su poder era cada vez mayor y su capacidad de intriga también. En enero de 1576 comenzó una operación en la que trataba de enfrentar a Felipe II con su hermanastro don Juan de Austria, inventando una conjura en la que él manejaría los hilos.

Se sabía que don Juan de Austria, por entonces en los Países Bajos, tenía la intención de invadir Inglaterra, liberar a María Estuardo y casarse con ella para convertirse en rey de los ingleses. Este plan ya había sido rechazado por Felipe II. Si lo anterior no era posible, don Juan quería ser el sucesor de Felipe II en el trono de España.

Antonio Pérez convenció al rey para nombrar a Juan de Escobedo como secretario de don Juan de Austria para espiarle e informar de los movimientos de su señor. Al mismo tiempo, Antonio Pérez hizo creer a don Juan de Austria que él era su hombre de confianza en la corte madrileña.

Antonio Pérez convenció al rey para nombrar a Juan de Escobedo como secretario de don Juan de Austria para espiarle e informar de los movimientos de su señor.


Pero todo este montaje se complicó aún más cuando Juan de Escobedo “cambió de bando” y se convirtió en un firme y entusiasta defensor de las aspiraciones de Juan de Austria. Escobedo se tomó la libertad de escribir una carta al rey pidiéndole el regreso de su señor a la Corte: “y servir allí a V.M., que éste, y no gobiernos, es su lugar”, lo que correspondía a un hijo del Emperador y hermano de Felipe, “entretanto que V.M. no le da estado, como a hijo de su padre y hermano de V.M”.

Antonio Pérez le escribió a Escobedo –de común acuerdo con el rey– hablando mal del monarca. Le aconsejaba que no fuera tan agresivo en sus cartas para no perder la confianza del Felipe II: “no me ha parecido bien que se pueda apretar por ahora [al Rey] en esta materia, porque no perdamos crédito con él para otras cosas, que, como vuestra merced sabe, es hombre terrible, y si entra en sospecha de que fuimos con fin particular en lo que decimos, no acertaremos el golpe”. Como nos cuenta el cronista Cabrera de Córdoba, Antonio Pérez, por orden del rey, advirtió a Escobedo que estaba yendo demasiado lejos en sus escritos. Por este camino, Escobedo perdería toda credibilidad: “no desistía [Escobedo] punto de importunar al Rey por el despacho de don Juan y breve provisión de dinero, de manera que le era molesto, porque le enseñaba papeles libremente escritos… Y el Rey decía que era terrible… Y así le mandó el Rey [a Antonio Pérez] dijese a Escobedo se moderase en el escribir, porque si lo que escribió lo dijera de boca, no sabía si pudiera contenerse para no descomponerse con él”. Escobedo estaba tomando un protagonismo y diciendo cosas que no correspondían a su estatus. “Me espanto de lo que dice Escobedo”, decía Felipe II en una nota en abril de 1576. A Antonio Pérez se le conocía como el “pomposo y odorífero portugués” y era mucho más corrupto que cualquier otro miembro de la Corte 

En otra carta a Antonio Pérez, Escobedo expresaba su deseo de matar a Felipe II: “Estoy por ahorcarme, y ya lo habría hecho, si no me guardase para verdugo de quien tanto mal me hace”. También pretendía ser nombrado alcalde de la Peña del Mogro, en Santander, ya que tenía el título de alcaide del castillo de San Felipe. Antonio Pérez convenció a Felipe de que esto era una jugada para asegurar un punto desde el que don Juan de Austria invadiría España y se haría con el trono.

La situación en los Países Bajos era muy delicada. Como a don Juan de Austria le faltaban recursos económicos para hacer frente a la sublevación, en julio de 1577 mandó a Madrid a su secretario Escobedo para que explicara personalmente al rey cuál era la situación y las necesidades que tenía.


FELIPE II Y ANTONIO PÉREZ DECIDEN ASESINAR A ESCOBEDO. Pero la suerte de Escobedo estaba echada. Era un personaje demasiado molesto. Parece ser que hubo una consulta de Felipe con el marqués de los Vélez y Antonio Pérez en la que se habló de envenenar al secretario de don Juan de Austria, pero de manera que su muerte pareciese una venganza particular.

Hubo hasta tres intentos de envenenar a Escobedo y en las tres ocasiones la dosis no fue suficiente para acabar con su vida. Las dos primeras le provocaron tan sólo trastornos digestivos, pero la apariencia de la tercera era ya la de un intento de envenenamiento.

Intervino la justicia y se apresó a una esclava morisca que hacía de cocinera en la casa de Escobedo. Pérez comentó al rey el mal estado de salud en que ha quedado Escobedo tras el intento de envenenarlo y que había dado orden de torturar a la esclava, aunque ésta no podía, lógicamente, revelar nada pues nada sabía: “Aquel hombre Verdinegro [se refiere a Escobedo] dura en su flaqueza y nunca acabará de levantarse. Harto cuidado traigo, de más de una manera, como le dije a Vuestra Majestad. Y ha dado en que saquen a la esclava quién se lo mandó, como si ella lo supiese.”

El rey respondió que con las torturas la morisca declarará lo que quieran que diga: “No es bueno en lo que ha dado el Verdinegro, porque quizás harán a la esclava decir lo que se les antojare”. La pobre esclava morisca murió ahorcada en la Plaza Mayor de Madrid. 

Como la princesa de Éboli, Ana de Mendoza, había mostrado gran interés por la salud de Escobedo en la convalecencia tras su tercer envenenamiento, éste fue a visitarla para darle las gracias. Al llegar a la casa, Escobedo sorprendió a la Éboli con Antonio Pérez en actitud “poco decorosa”, ya que eran amantes. El enfado de Escobedo fue mayúsculo, pues había servido al fallecido esposo de la princesa de Éboli, Ruy Gómez de Silva, y recriminó agriamente su actitud a ambos amantes. Cuentan que la de Éboli le respondió que «los escuderos no tienen que decir en lo que hacen las grandes señoras». Escobedo descubrió también que la princesa de Éboli, conocía secretos de Estado que sólo Pérez podía habérselos rebelado, un acto de alta traición, y se dio cuenta en ese momento que Antonio Pérez estaba conspirando contra don Juan de Austria y contra el propio rey.


ASESINATO DE ESCOBEDO, 1578. SE CULPA A ANTONIO PÉREZ. FELIPE II FRENA LA INVESTIGACIÓN. En marzo de 1578 Escobedo fue asesinado. Unos sicarios a sueldo, contratados por Antonio Pérez, le dieron muerte en una calle de Madrid. No hay pruebas, ni a favor ni en contra, de que este asesinato fuera ordenado por Felipe II, por Antonio Pérez o por ambos. Pero la lógica hace difícil de exculpar tanto al monarca como a su secretario. Tres intentos de envenenamiento anteriores avalan la participación del monarca y de su secretario en la muerte de Escobedo. En cualquier caso, Felipe II no era sabedor en ese momento de la trama conspirativa que Escobedo había descubierto. 

 El cronista Cabrera de Córdoba sostiene que Felipe II estaba al tanto de la operación: “Estaba el Rey enfadado y ofendido de Escobedo, ambicioso y libre en pedir y advertir fuera de lo que le tocaba, entrometido, presumido y de sí demasiado satisfecho… y así, no desplació al Rey su muerte violenta”.

Años más tarde, el propio Antonio Pérez, ya en el exilio, explicaba que la autoría del asesinato había que atribuírsela al rey y a él mismo: “Es de saber que el Rey Católico, por causas mayores y forçosas y muy cumplideras a su servicio y corona, resolvió que el secretario Juan de Escobedo muriese sin preceder prisión ni juicio ordinario, por notorios y evidentes inconvenientes de grandes riesgos en turbación de sus Reinos si se usara de cualquier medio ordinario en aquella coyuntura, y de mayores si se difiriera la execución… Cometió el cuidado de la execución de la muerte a Antonio Pérez, como a persona que era depositario y sabidor de las causas y motivos della”. No obstante, Antonio Pérez, por su inquina contra el monarca español, no es una fuente a la que podamos dar mucha credibilidad.

Felipe II ordenó una investigación del asesinato de Escobedo a cargo de Rodrigo Vázquez de Arce, secretario real, gran enemigo de Antonio Pérez, a quien todos lo hacían culpable. Al principio, Felipe II iba dilatando el proceso, pues no quería ir muy lejos en la investigación, ya que Antonio Pérez tenía en su poder documentos que probaban el papel de rey en todo este asunto. Incluso Pérez llegaba a amenazar al monarca: “plegue a Dios que de camino no me lleve alguna pieza del arnés de las mejores” y reclamaba el apoyo público del rey para que todo el mundo entendiera que lo que había hecho contaba con la aprobación del monarca: “He deseado, Señor, muestras externas para el mundo y los amigos, que de las internas V.M. me tiene favorecido más de lo que merezco”.


MUERE DON JUAN DE AUSTRIA, 1578, Y CULPA A FELIPE II. En octubre de 1578 falleció don Juan de Austria. Sus documentos fueron enviados a Madrid y con ellos quedó claro que, aunque tenía sus aspiraciones, su traición al monarca era tan sólo un invento de Antonio Pérez. Poco antes de morir, Juan de Austria había escrito a su hermanastro lamentando la muerte de Escobedo y dando a entender que el rey estaba al tanto de todo: “con justa razón puedo imaginarme haber sido causa de su muerte, por las que V.M. mejor que otro sabe.” Y añadía: “No señalo parte, mas tengo por sin duda lo que digo, y como hombre a quien tanta ocasión se ha dado y que conocía la libertad con que Escobedo trataba el servicio de V.M., témome de dónde le pueda haber venido”.