- La España de Felipe II


Capítulo 12. Antonio Pérez, años 70-90


ANTONIO PÉREZ SE REFUGIA EN ARAGÓN, 1590, EL PUEBLO SE REBELA PARA DEFENDERLO.


En abril de 1590 Antonio Pérez se refugió en los territorios de la Corona de Aragón, sobre cuya legislación propia el rey de España carecía de jurisdicción. Antonio Pérez estaba protegido porque su familia era originaria de Monreal de Ariza, en la provincia de Zaragoza. Su caso tenía que ser visto, pues, por el Justicia de Aragón y ya no por los jueces castellanos.

En poco tiempo, Antonio Pérez llegó a conseguir un gran apoyo popular, que se identificaba con la defensa de los fueros de la Corona de Aragón y con el desprestigio de la monarquía tras la derrota de la Armada Invencible.

Por otra parte, Aragón vivía un tiempo de crisis. Había tensiones entre “montañeses” (cristianos) y “llaneros” (moriscos) y se extendía el bandolerismo, con personajes con una gran raigambre popular, como era el caso de Lupercio Lastras. A esto se añadía el problema del fronterizo condado de la Ribagorza: el duque de Villahermosa reclamaba este territorio e incluso había entrado en negociaciones con los hugonotes franceses para que pasara a depender de Francia. La posibilidad de que la Ribagorza fuera una punta de lanza de los franceses en una hipotética invasión de España, era algo que no se podía admitir. Finalmente, la Corona compensaría fuertemente al de Villahermosa con una sustanciosa suma económica en 1591, precisamente el año en que Antonio Pérez se había fugado. Las relaciones con Francia eran muy tensas y una frontera aragonesa con el país vecino poco segura era un problema serio.

Antonio Pérez liberado de la prisión de Aragón

En Aragón, Antonio Pérez pasó a la prisión del Justicia. Felipe era consciente de la gravedad de la situación y que tenía que actuar con energía y contundencia. Escribió al virrey de Aragón, marqués de Almenara que "si se trasluciese que yo me inclino al camino de la blandura (que es el que deseo siempre que se puede) podrian seguirse dello inconvenientes que se dejan considerar".

En primer lugar, Felipe reaccionó haciendo que la Inquisición reclamase a Antonio Pérez, acusándole de herejía. El monarca recurrió a la Inquisición porque no disponía de otra fuerza en Aragón, ya que los fueros aragoneses impedían la actuación de la justicia castellana. En mayo de 1591, los inquisidores intentaron hacerse con Antonio Pérez para trasladarlo a la prisión que ellos tenían en Zaragoza, en el palacio de la Aljafería, pero el pueblo zaragozano se levantó en defensa del reo. El virrey de Aragón, Almenara, fue herido y murió al poco a causa de ello. 

Los ministros eran partidarios de mano dura y de ejecutar a los nobles aragoneses que habían encabezado la revuelta. Felipe pedía calma, haciendo gala de su lentitud en la toma de decisiones: "A su tiempo se podrá ver lo que en esto mas conbendrá, y lo mismo en todo lo demas. Y esto es porque no me parece que estamos aun en tiempo de poder resolber estas cosas".

El monarca creó una Junta sobre asuntos de Aragón que le asesoraría en este tema, formada por 13 personas, que estaría presidida por el cardenal Quiroga. La Junta instaba al rey a pasar a la acción, pero Felipe ponía el freno: "No ay duda si no que si se puede asentar esto por buenos medios ser mejor que obligarse a la fuerza". Para colmo de males, Felipe cayó seriamente enfermo y hubo de guardar cama en El Escorial.

La situación se complicaba por momentos. "Yo creo que no ay nadie tan ciego en el mundo ni tan mal entendido que no entienda muy bien en la obligacion que me tienen puesto en Aragon, quanto mas los que aqui se juntan, no siendo ciegos ni mal entendidos [...]. Y yo tengo muy bien entendido esta obligacion en que estoy, que la mayor que puede ser, pues, es la del servicio de Nuestro Señor", le escribía Felipe II a la Junta sobre Aragón.

La Inquisición en Aragón no había impuesto su ley a causa de la revuelta popular, y eso algo algo que no se podía permitir: "Y demas desto se vee la obligacion que tambien tengo a lo de la justicia de aquel reyno, y al castigo de los que han puesto y tienen lo uno y lo otro en el estado en que está [...]. Yo estoy resuelto a salir della como se deve, aunque sea poniendo en ello my persona y lo que mas fuere menester. Pues si por la religion se ha pasado y hecho en Flandes lo que se ha visto, y después en Francia, quanto mas obligacion ay de acudir a lo propio y tan vezino. Entendiendo yo muy bien que si los dexan, y no se acude como combiene, que procurarán acabar con la Inquisición. [...] Por todo lo dicho yo no puedo dexar de estar muy resuelto y determinado en lo que he dicho. Pero bien me parece que antes de executar cosa de fuerza, se prueben los medios que fueren convenientes, para que sin ella se consiga lo que he dicho; con que estos [medios] sean con la autoridad que se deve y conviene, y no con indemnidad como creo que seria con algunas de las cosas que algunos han propuesto. Y pareceme que ya es tiempo de començar a provar estos medios, y que no se pierda mas tiempo", manifestaba el rey.

Todo el entorno del monarca era partidario de la acción represiva, pero Felipe no acababa de decidirse. También le reprochaban haber querido emplear la Inquisición para fines que no le eran propios, a lo que el rey se justificaba diciendo que "podria ser que se entendiese algun dia, que estos negocios no son fuera de los que propiamente tocan a la Inquisicion, sino de los que mas propiamente le toca".

Otro desencuentro se produjo cuando la Junta sobre Aragón planteó que el rey debía ir a Zaragoza a celebrar Cortes. Su presencia en Aragón podía calmar los ánimos y enderezar la situación. Felipe se explicaba: "En lo que respondi el otro dia, a lo de ir allá, no se trató de ir a Cortes sino de ir solamente; y esto es lo que respondí, y lo mysmo digo ahora. Mas a ir a tener Cortes ya no dixe nada. No habrá que tratar agora desto de Cortes hasta ir viendo mas como se ponen las cosas".


FELIPE ACEPTA LA SOLUCIÓN MILITAR, 1591, Y NUEVO LEVANTAMIENTO POPULAR. Las cosas no avanzaban. Finalmente, Felipe entendió que la única salida era la militar y a partir de septiembre de 1591 comenzaron los preparativos. El rey, personalmente, hizo el plan estratégico de invasión de Aragón, todo con el mayor secreto. Ni siquiera el nuevo virrey de Aragón, el obispo de Teruel, fue informado; se le dijo que se reclutaban tropas para defenderse contra Francia.

EL 24 de septiembre la Inquisición de nuevo intentó hacerse con Antonio Pérez y, otra vez, hubo un levantamiento popular mucho más fuerte que el anterior. La acción de las masas liberó al preso, y los disturbios se saldaron con 23 muertos y gran número de heridos graves. Pérez marchó al exilio, primero Francia y después Inglaterra, vivió en París y Londres hasta los 71 años de edad. En sus “Relaciones” Pérez explicaría que todo el problema con Felipe II se debía a que la princesa de Éboli le prefirió a él en lugar de al monarca.

Ahora, aunque demasiado tarde como para apresar al fugado, Felipe estaba decidido a actuar. Cuando le dijeron que en enero siguiente el ejército estaría preparado para intervenir, manifestó: "De aquí a enero me parece muy largo plaço para procurar el remedio".

En el verano de 1591 en la frontera con Navarra se habían acuartelado dos ejércitos. En Ágreda (Soria), justo en la frontera con Aragón, se concentraron 15,000 soldados y 2,000 jinetes, así como 12 cañones. No era un gran contingente. Estaba al mando de Alonso de Vargas, un veterano de Flandes, quien se quejaba de la baja calidad de sus tropas, pues explicaba que sus soldados eran la peor escoria que había visto en su vida. La penuria económica de la Corona Española se hacía notar, no había dinero para disponer de tropas de mayor calidad y experiencia, e incluso se regateaba en las prendas de vestir: “Estos vestidos, de mi parescer no se deben dar assí enteros a la gente de guerra, porque no todos lo han menester todo enteramente, sino dar a cada uno aquello de que más necesidad tiene, y que se aprovechen de lo que ellos traen”. 

Los aragoneses pidieron ayuda a Catalunya y a Valencia. Esperaban que, especialmente, los catalanes se movilizaran en su favor, pero no fue así. El 15 de octubre el rey escribía a las autoridades aragonesas anunciándoles que su ejército entrarían en Aragón "yendo de paso a su jornada de Francia", aunque las libertades aragonesas no peligraban, según el monarca: "mi voluntad ha sido y es de que los fueros se conserven".

Felipe aún confió hasta el último momento en la vía negociada. Vargas le dijo a un amigo que "el rey le había dicho que hasta entonces creía que las cosas de Aragón se asentarían sin este rigor del ejército". El monarca envió al marqués de Llombay a que tratara de buscar una solución con las autoridades aragonesas, mientras pedía opinión a diversos altos cargos de distintas zonas del país.

En octubre el tribunal de Justicia, Juan de Lanuza, dictaminó que la presencia del ejército castellano era un contrafuero, es decir, contrario a las leyes de la Corona de Aragón. Juan de Lanuza había heredado el cargo de su padre, fallecido dos días antes de la insurrección del 24 de septiembre. Era un joven de 22 años, inexperto y falto de autoridad.


INVASIÓN DE ARAGÓN, 1591, REPRESIÓN “PORQUE ASSI PONEN MAS TERROR”. El 11 de noviembre las tropas de Felipe II penetraron en territorio aragonés. Juan de Lanuza y otros nobles marcharon de Zaragoza y se refugiaron en Épila, más al norte, pues no contaban con fuerzas suficientes para enfrentarse al ejército castellano, que tomó la capital aragonesa el 14 de noviembre sin encontrar resistencia. Fue un paseo militar. Las gentes no se atrevían a salir a la calle y permanecieron en sus casas; un testigo afirma: "una horrible cosa, porque vi más de mil y quinientas casas cerradas puertas y ventanas, un grande retiramiento y pasmo en los ánimos de todos".

En el mes siguiente, tanto Lanuza como los otros nobles huidos fueron convencidos de que volvieran a Zaragoza. Vargas propuso una amnistía general, confirmar los fueros aragoneses, nombrar a Aranda como virrey y que la Inquisición se ciñera estrictamente a su papel: "para conservar la autoridad de la Inquisición no se metan los de ella en más de las cosas que precisamente les tocasen". Pero la Junta sobre Aragón, reunida en Madrid, era de otra opinión: había que castigar a los rebeldes de una forma ejemplar. Se decidió la ejecución inmediata del Justicia y de cualquier otro noble que fuera capturado. El 19 de diciembre fueron detenidos Aranda y Villahermosa, dos de los jefes rebeldes, y enviados presos a Castilla; al día siguiente era detenido el Justicia de Aragón.

La Junta sobre Aragón -y Felipe II escudándose en ella- fue marcando las pautas que se siguieron en todo este proceso, quedando bajo su control todas las fases de la represión posterior. 

La Junta estaba presidida por Chinchón, quien mantenía una fuerte animosidad hacia muchos de los dirigentes aragoneses. Se decidió que no se necesitaban pruebas para condenar a los rebeldes "quando la sedición y rebelion es notoria", y que "pueden ser castigados los delinquentes sin orden ni juizio, ni citacion de parte, ni proceso, ni guardar fuero".

Ejecución de Juan de Lanuza


Juan de Lanuza fue decapitado el 21 de diciembre de 1591 en la plaza del mercado de Zaragoza, delante de su domicilio. Los soldados cerraron los postigos de las casas para que nadie pudiese presenciar la ejecución. La Junta sobre Aragón manifestaba en febrero de 1592 que "los castigos estan bien hechos a prissa y no a sangre fria y con tibieza, porque assí ponen mas terror". 

Aranda estaba preso en Medina del Campo y fue trasladado al castillo de Coca en agosto de 1592, donde murió de enfermedad a los pocos días. Tenía 53 años. Villahermosa, preso en Burgos, fue trasladado a Miranda y también murió de enfermedad al poco en noviembre de 1592. Una muertes muy sospechosas por repentinas. 

Cuando ya estaban muertos, en 1596 la Junta sobre Aragón declaró inocente a Villahermosa, gracias al testimonio, entre otros, de Vargas. Posteriormente, también Aranda fue declarado inocente.

En enero de 1592 se proclamó una amnistía general, exceptuando a 150 personas, entre los que se encontraba Antonio Pérez, acusado esta vez de homosexualidad. A otros se les imputaba el haber participado en el levantamiento popular contra la Inquisición. En octubre de 1592 fueron ejecutadas en un auto de fe 88 de las personas que figuraban en esa lista. Un año más tarde tuvo lugar otro auto de fe. La Inquisición procesó a unas 500 personas en total.

Zaragoza había vivido días de terror. Juan Velázquez, enviado del rey, cuenta que los zaragozanos “quedaron como los que escaparon del diluvio, confusos, absortos y espantados”. El propio Velázquez era partidario de medidas de gracia: «todos quedarán con temor y con amor».

Desde las Comunidades y Germanías, en la primera mitad del siglo XVI, no se había producido un resquebrajamiento tal del país, que ponía en peligro su propia subsistencia. Era impensable el enfrentamiento de un territorio contra otro dentro de la península. 

En contra de la Corona habían intervenido el Justicia de Aragón, Martín de Lanuza, su hijo y sucesor en el cargo, Juan de Lanuza, y miembros muy destacados de la nobleza aragonesa, como el duque de Villahermosa y el conde de Aranda.

Lo ocurrido en la Corona de Aragón era la culminación de tres décadas de crisis ininterrumpidas, como no había pasado en ningún otro país europeo ni en ningún reinado anterior. En 1559 era detenido el arzobispo Carranza, en 1568 sufría la misma suerte el príncipe Carlos que moriría poco después, también en 1568 eran ajusticiados algunos de los nobles más destacados de los Países Bajos, conde de Egmont y Horn, en 1571 se liquidaba a sangre y fuego la rebelión de Las Alpujarras, en 1578 era asesinado Escobedo, en 1579 eran presos el secretario del rey y una de las nobles más ilustres del país y en 1591-92 eran ajusticiados altos cargos y nobles aragoneses.


LAS CORTES DE ARAGÓN, TARAZONA, 1592. Se convocaron Cortes de Aragón en Tarazona para junio de 1592. Felipe estaba muy enfermo, pero asistió a algunas sesiones, aunque su médico le recomendaba reposo, pero era necesario viajar a Aragón para reafirmar su autoridad. Aprovechó el viaje para pasar a tierras navarras con su hijo Felipe, para que éste jurase los fueros de ese territorio.

Las Cortes de Tarazona se convocaron para adaptar los fueros aragoneses a las necesidades de la monarquía española, ya que no podía volver a pasar lo sucedido con Antonio Pérez. Se planteó un proyecto elaborado por el prestigioso jurista aragonés Micer Martín Bautista de Lanuza. Asimismo, estas Cortes concedieron a la Corona 700,000 libras jaquesas. Se mantuvieron los fueros con algunos retoques: se podría repatriar a los delincuentes a los reinos donde habían cometido su fechoría, los funcionarios reales podían entrar en otras jurisdicciones en persecución de un delincuente, el Justicia sería designado y revocado por el rey y podía ser virrey de Aragón una persona proveniente de otros reinos españoles, no necesariamente aragonés. Finalmente, el príncipe Felipe juró los fueros de Aragón y las Cortes lo reconocieron como heredero de la Corona.


LAS “RELACIONES” DE ANTONIO PEREZ, UNA SERIE DE FALSEDADES QUE DIERON PIE A LA LEYENDA NEGRA. En el exilio Antonio Pérez escribió las “Relaciones”. Fueron publicadas en 1591 y una segunda edición ampliada vio la luz en 1598. En esta obra aparece un Felipe II tirano y vengativo, en base a documentos que el mismo Pérez falsificó presentándolos como auténticos. En la actualidad, los estudios sobre las “Relaciones” han demostrado que no son más que una serie de mentiras y medias verdades, pero en su época fueron un arma muy convincente de desprestigio del monarca español.