- La España de Felipe II
Capítulo 13. La anexión de Portugal, 1580
El rey Sebastián I de Portugal murió en la batalla de Alcazalquivir en agosto de 1578 en una absurda expedición a Marruecos a modo de Cruzada. No tenía descendientes y le sucedió su tío abuelo, el cardenal Enrique I, un personaje que estaba en una edad muy avanzada, era prácticamente sordo, ciego y enfermo de tuberculosis. Para poner tener descendencia, Enrique intentó renunciar a su condición de clérigo, pero el Papa no se lo permitió.
En este caso el pontífice se colocó del lado del monarca español, pues con ello abría la puerta a otros candidatos, entre los que Felipe II tenía grandes posibilidades.
El rey de España reclamó sus derechos al trono portugués porque su madre, Isabel de Portugal, había sido la hija de Manuel I de Portugal. También optaba el trono el prior de Crato y nieto de este mismo rey. Otros candidatos fueron Catalina de Portugal y los duques de Saboya y Parma. Todos argumentaban sus derechos. El padre Mariana lo explica: “Todo esto hacía el derecho dudoso, por donde los juristas tuvieron ocasión de escribir largamente sobre el caso, sin que faltase a ninguno de los pretendientes razones ni abogados”. Pero Felipe II tenía la fuerza, que es lo que importaba en este caso, según sigue diciendo el padre Mariana: “Verdad es que las armas estaban en manos del rey Don Felipe que siempre, y principalmente cuando el derecho no está muy claro, tienen más fuerza que las informaciones de los legistas y letrados; y es así de ordinario que entre grandes Príncipes aquella parte parece más justificada que tiene más fuerzas”.
La muerte de Enrique I abrió el camino a la anexión de Portugal por España. |
Felipe II, para justificar sus aspiraciones, pidió un dictamen a los juristas más prestigiosos de Europa. “Luego que se entendió la muerte del serenísimo rey de Portugal don Sebastián, mi sobrino, que Dios haya, di orden que, por personas de mucha ciencia y conciencia, así de estos Reinos como de fuera de ellos, se mirase y estudiase el derecho que yo tengo a la sucesión de los Reinos de aquella Corona (…) habiéndolo hecho con el cuidado y diligencias que la cualidad del negocio requería, fueron todos conformes en que, sin ningún género de duda, me pertenece justa y derechamente, por muchas y evidentes razones y, señaladamente, por ser yo varón y mayor de días y más idóneo que otros para el gobierno que ninguno de los otros que se llaman pretensores”.
SOBORNOS A NOBLES Y ALTO CLERO, LIBERACION DE PRESOS EN MARRUECOS. La conquista de Portugal no fue sólo un acto militar. También se hicieron otras gestiones, destacando la labor de Cristóbal de Moura comprando voluntades del alto clero y la nobleza portugueses a favor del monarca español. Parecía que todo estaba ganado. "Yo creo que se hará cuanto humanamente sea posible para que no sea menester venir a las armas", manifestaba Felipe II. Pero el prior de Crato tenía el apoyo del pueblo y del bajo clero, y, además, la ley portuguesa prohibía un rey extranjero.
El monarca español envió una delegación al sultán de Marruecos, Ahmed al-Mansur con el fin de rescatar cuantos prisioneros de la batalla de Alcazarquivir fuera posible y así mejorar la imagen de Felipe II ante los portugueses. Entre los prisioneros había dos de los pretendientes al trono, uno era Antonio prior de Crato y el otro el duque de Barcelos. En las gestiones para la liberación de Antonio de Crato participó personalmente el duque de Medina-Sidonia; por paradójico que parezca, Felipe II había liberado al que sería su gran oponente al trono de Portugal. El duque de Barcelos y otros 80 portugueses quedaron libres en octubre de 1579 gracias a que la delegación española pagó al sultán marroquí 400,000 ducados [15 millones euros].
MUERE EL REY ENRIQUE, SE ABRE EL TEMA SUCESORIO, 1580. El momento era delicado, pues la salud del rey portugués Enrique estaba empeorando. Felipe II ordenó que el de Barcelos fuera llevado a Sanlúcar, a casa del duque de Medina-Sidonia, donde se le debía tratar bien, “le hospedéis, acariciéis y regaléis como a sobrino mío”. Ahora el duque de Barcelos era de hecho un rehén de Felipe II y con él en su poder conseguiría el apoyo de sus padres a su candidatura, lo que arrastraría a un sector importante de la nobleza lusa. También le planteaba a Medina-Sidonia que hiciera gestiones ante los nobles de los territorios portugueses que lindaban con sus posesiones para que lo aceptaran como rey. “Será bien que, como de vuestro, y en la forma que os pareciere más a propósito, procuréis de dar a entender esta verdad a los portugueses que confinan con vuestro Estado: los grandes beneficios y comodidades que se les han de seguir de juntarse con esta Corona, y los inconvenientes y daños que de lo contrario resultarían, que por ser tan notorios los unos y los otros no se refieren aquí”, le decía en agosto de 1579.
Murió Enrique I en enero de 1580, en un momento en que las Cortes de Almerín estaban reunidas para tratar el problema de la sucesión. Las Cortes nombraron un consejo de regencia, pero no un sucesor, un consejo que tenía que negociar un compromiso del que saldría el futuro monarca.
FELIPE II INVADE PORTUGAL, 1580. UN PASEO MILITAR. Pero Antonio de Crato no quería esperar y se hizo proclamar rey en Santarem en julio de 1580. Felipe II tampoco era partidario de compromisos y reaccionó a la proclamación de Antonio de Crato invadiendo Portugal. El Papa intentó mediar entre las partes, a fin de arbitrar un sucesor; Felipe II se enfadó muchísimo y envió una dura carta al pontífice en donde mostraba su extrañeza por la actitud papal y llegaba a amenazarle: “No puedo dexar de maravillarme y he mandado al marqués de Alcañices que lo represente a V.S[d] y me traiga entendido qué es la causa, para que yo me pueda resolver en cómo se habrá de proceder de aquí adelante por mi parte”.
Un ejército de 47,000 soldados al mando del duque de Alba penetró en el país vecino. La mitad de la tropa era españoles y la otra mitad mercenarios alemanes e italianos. El duque de Alba estaba muy anciano con 73 años y había caído en desgracia después de su paso por los Países Bajos, pero aún era un general con un gran prestigio en toda Europa. Su sola presencia en el campo de batalla infundía pavor a sus enemigos. En Madrid, el presidente del Consejo de Estado decía que "parece al Consejo que ninguna persona de las que hoy conocemos es mas conveniente y a proposito que el duque". Al ejército de tierra le apoyó un gran flota, al mando del marqués de Santa Cruz. Eran 64 galeras, 21 naos, 9 fragatas y 63 chalupas.
La batalla de Alcántara decantó la lucha del lado español y de esta forma todo se redujo a una campaña corta, de sólo 4 meses, casi un paseo militar. Felipe II resumió lo ocurrido en la frase "lo heredé, lo compré, lo conquisté".
Antonio, prior de Crato, se refugió en las Azores. En 1583 tendría que abandonar estas islas después de la batalla de la isla Terceira, a pesar de que el pretendiente portugués contó con el apoyo de la flota francesa. Las fuerzas españolas, al mando de Álvaro de Bazán, derrotaron a los corsarios franceses, en una operación en la que las tropas de tierra ocuparon la playa, los barcos y el terreno, dando con ello nacimiento a la infantería moderna. Francia había reconocido al de Crato como rey de Portugal y le acogió como exiliado, mientras que Inglaterra, por su parte, no se pronunciaba sobre el tema portugués.
FELIPE II REY DE PORTUGAL, 1580. Felipe II fue proclamado rey de Portugal en septiembre de 1580 y, al año siguiente, en las cortes de Tomar, fue reconocido como monarca. Era Felipe I de Portugal. Se comprometió a respetar las leyes e instituciones portuguesas, siguiendo el modelo de la Corona de Aragón. "El juntarse los unos reinos y los otros, no se consigue por ser de un mismo dueño, pues aunque lo son los de Aragon y estos, no por esto estan juntos, sino tan apartados como eran cuando eran de dueños diferentes", escribió Felipe II. La península ibérica había quedado bajo un mismo rey por primera vez desde los tiempos de los visigodos. La forma política no era el Estado unitario, sino una especie de federación de los reinos de Castilla, Corona de Aragón y Portugal.
Felipe II permaneció en Portugal por espacio de dos años. Todos los funcionarios que nombró fueron portugueses, para evitar la sensación de que el país había sido invadido. El virrey fue el archiduque cardenal Alberto de Austria, sobrino de Felipe II.
La unión con Portugal duró hasta 1640, unos 60 años, no demasiado tiempo. Así se constituyó el imperio más grande de todos los tiempos, donde "no se podía el sol", desde América hasta Extremo Oriente, pasando por factorías en África y la India.
La incorporación de Portugal suponía nuevas rutas comerciales en África y Asia y convirtió a Lisboa en un puerto clave para las rutas americanas. Las Azores facilitaban el viaje de vuelta de América de los barcos españoles, frente a los ataques de los piratas. En 1582 se suprimieron las alcabalas de frontera entre Castilla y Portugal.
Para respetar el imperio colonial portugués, Felipe II se comprometió a que ningún español tendría cargo alguno en estos territorios y, asimismo, los españoles tampoco participarían en el comercio de ultramar portugués.
Con el fin de evitar males mayores, el rey colocó tropas en las principales ciudades y desterró a algunas personas que hacían campaña en su contra y a favor del prior de Crato, tarea en la que se estaban distinguiendo los miembros del bajo clero.
Durante algún tiempo rondó la idea de convertir a Lisboa en capital del reino, debido a su envidiable situación estratégica frente a la costa atlántica. Granvela era de esta opinión, según comentó al embajador veneciano, ya "que seria de poca utilidad para SM visitar Portugal sólo por unos días, pero que estaba dispuesto a recomendarle que residiese allí permanentemente, pues era un lugar muy conveniente para Francia, Inglaterra, Flandes, India y también para el dominio del Mediterráneo. [Además de que] ésta sería la única y verdadera forma de contener a la reina de Inglaterra".
La dominación española en Portugal no contó con muchos apoyos, pues los incidentes con los soldados castellanos fueron constantes. En 1593 en el Alemtejo se encontraron "papeles abominables exortando a levantarse", donde se decía que Felipe "trata los vasallos con modo insufrible, y que se lebanten los pueblos y busquen otro rey". En 1596 el embajador veneciano informaba que "los portugueses son enemigos naturales de los castellanos y casi a diario andan a golpes con ellos".
LA LEYENDA DEL REY SEBASTIÁN, EL LIBERTADOR DE LOS PORTUGUESES. Poco a poco fue tomando cuerpo la leyenda de don Sebastián. Como sus restos no habían aparecido tras la batalla de Alcazarquivir se dijo que estaba vivo y que volvería tras 7 años de penitencia para liberar a los portugueses. Para acallar los rumores, Felipe II le hizo un funeral en diciembre de 1582 con algunos restos encontrados en la batalla, cosa que no convenció a nadie.
Aparecieron diversos personajes que decían ser el rey Sebastián. El caso más sonado fue el del pastelero de Madrigal, en torno al cual se urdió una conspiración que agrupaba a Antonio de Crato, Antonio Pérez y Enrique IV de Francia. El "sebastianismo", la esperanza de la llegada de un rey liberador, se mantuvo a lo largo de los años y perduró hasta el siglo XIX.
PROBLEMAS EN MADRID POR LA AUSENCIA DE FELIPE II. En un principio, desde que Granvela llegó a la capital en 1579 se respiraba otro aire, y a no había las disidencias ni los enfrentamientos de antes. La época de Alba-Éboli parecía haber terminado. El cardenal Granvela intentó imponer a su gobierno un ritmo más ágil en la toma de decisiones. Pero fue en vano, ya que en la España de Felipe II se estaba acostumbrado a hacer las cosas con lentitud. "En España es lento", se lamentaba Granvela.
Pero cuando Felipe marchó a Portugal las cosas comenzaron a cambiar. Granvela se quedaba al mando, ya que Felipe había delegado en él prácticamente todas las funciones de gobierno, y comenzaron los enfrentamientos y las luchas de poder entre las diversas facciones. Los ministros y los funcionarios no querían reconocer en Granvela el rango que Felipe II le había otorgado y la relajación de las tareas políticas se generalizaba. "Con solo salir Su majestad de aqui al Pardo, los ministros de todos consejos y estados dan larga a los negocios y no vienen a las horas ni a las juntas", escribía el jesuita Ribadeneira. Realmente, el sentido de Estado de los ministros y altos funcionarios dejaba mucho que desear. Se reclamaba la vuelta del rey, como comentaba Pazos en 1582: "Bien entendido quan importante es la stada de Su magestad ay, pero tambien se deja consyderar quan necessaria es para lo de acá".
En los años que Felipe pasó en Lisboa no tuvo problemas de salud muy serios, aunque, no obstante, en 1581 y 1582 sufrió ataques de gota de una cierta entidad, pero por fortuna duraron poco.
Hubo un hecho preocupante. En 1581, en Lisboa, el rey fue objeto de un atentado. Felipe no llevaba guardaespaldas, no lo tenía en esta ocasión ni los tuvo jamás.
La batalla de Alcántara decantó la lucha del lado español y de esta forma todo se redujo a una campaña corta, de sólo 4 meses, casi un paseo militar. |
LA CORRESPONDENCIA ENTRE FELIPE II Y SUS HIJAS. De la abundante correspondencia que tuvo con sus hijas nos quedan unas 30 cartas que revelan una hermosa relación paterno-filial.
De los cumpleaños de sus hijas: "Sea enhorabuena haber cumplido vos, la mayor, quince años, que es gran vejez tener ya tantos años, aunque con todo esto creo que aún no sois mujer del todo. Y hoy ha ocho dias que os quise dar la enhorabuena y al escribir se me olvidó. Y vos, la menor, también cumplireis presto catorce".
De su añoranza por El Pardo: "Mucha envidia me habeis puesto en los que decís de El Pardo, y en invierno parece mejor que en verano".
De la recomendación de hacer ejercicio: "es muy bien que hagáis ejercicio siempre que podáis".
También de la felicidad de volver a ver a su hermana María después de muchos años, cuando ella se trasladó a tierras portuguesas: "Lo que ella y yo holgaríamos de vernos lo podeis pensar, habiendo veintiséis años que no nos habíamos visto".
MUERTE DEL INFANTE DIEGO, 1582, FELIPE II REGRESA A MADRID. En 1582 falleció su hijo Diego. Sólo quedaba un hijo varón, Felipe, entonces de 4 años y se barajó la posibilidad que Felipe II se volviera a casar, para asegurar su descendencia masculina, pero el rey estaba muy deprimido, con una edad avanzada y una salud no muy buena. Felipe ya no se volvería a casar.
La muerte de Diego, heredero de la corona en aquel momento, en noviembre de 1582 obligó a Felipe a regresar a España en febrero del año siguiente. El monarca convocó a los estamentos portugueses en enero de 1583 para que juraran fidelidad a su hijo Felipe, que ahora pasaba a heredar el trono de España y Portugal.
En este acto, Felipe habló de “una breve ausencia”, pero ya no volvió nunca más a tierras lusitanas.
INTENTO DE INVASIÓN INGLESA, 1589. El de Crato obtuvo finalmente el apoyo inglés e intentó invadir Portugal en 1589 con una flota inglesa al mando de Drake. Isabel I buscaba con ello facilitar el comercio inglés con las Indias Orientales y asentar una serie de bases inglesas en los territorios coloniales portugueses.
La empresa se financió por un sistema de acciones de particulares, entre ellos la propia reina. Se reunió a unos 20,000 soldados, muchos de ellos veteranos de la guerra de los Países Bajos, con Francis Drake al cargo de la expedición. Se esperaba que los portugueses se sublevaran por su independencia.
El 13 de abril de 1589 zarpó la flota. Atacaron La Coruña, donde la resistencia española fue muy fuerte, tanto de soldados como de población civil, destacando las mujeres, María Pita entre ellas. Los enfrentamientos duraron un par de semanas y, finalmente, los ingleses entendieron que no podían tomar la ciudad y se hicieron a la mar.
A continuación, desembarcaron a unos 60 km al norte de Lisboa. En su asalto a la capital portuguesa, los ingleses fueron rechazados por los tercios viejos españoles, que seguían siendo, en tierra, la mejor infantería de Europa. Las bajas en el lado inglés fueron muy numerosas. Tampoco se produjo la esperada sublevación de la población portuguesa. La operación había fracasado.
EL PASTELERO DE MADRIGAL, 1594. Poco después de acabadas de las Cortes de Tarazona, que cerraban la crisis aragonesa, tuvo lugar la conjura del pastelero de Madrigal. El cerebro de la operación fue el fraile agustino portugués Miguel de los Santos, que estaba desterrado en Castilla en el convento de Madrigal. Este fraile se oponía a la dominación española en Portugal y era partidario de Antonio de Crato.
En Madrigal vivía el pastelero Gabriel de Espinosa que a Miguel de los Santos le recordaba físicamente al fallecido rey Sebastián de Portugal. La leyenda de que Sebastián de Portugal no había muerto en la batalla de Alcazarquivir y que un día volvería a liberar Portugal del yugo español era ya de dominio público. Y comenzó la conspiración: Miguel de los Santos planeó la boda entre el pastelero y una monja del convento, Ana de Austria, hija nada menos que de don Juan de Austria.
Pero la conspiración fue descubierta. En octubre de 1594, por la noche, el alcalde de Valladolid, Rodrigo Santillán, estaba haciendo una ronda por las calles de la ciudad y se enteró de que había un forastero medio borracho, asiduo visitante de mesones de mala fama que iba derrochando dinero a espuertas. Le intrigó que decía que Felipe II era “vuestro amo” y si alguien le respondía que el monarca era también su amo, le replicaba: «No; el mío, no. Yo seré el suyo y el vuestro». Algo raro le pareció todo esto al alcalde de Valladolid. Se puso a buscar la personaje, lo encontró, lo detuvo y en el interrogatorio Gabriel de Espinosa aludía a dona Juana de Austria como su valedora, pues pensaba que así se vería libre. Pero el alcalde era difícil de engañar, pues en seguida sospechó que detrás del detenido estaba algo mucho más grande. Escribió una carta al rey en la que explicaba que, además, doña Juan de Austria tenía una hija, algo poco tolerable teniendo en cuenta que era monja. Seguramente el padre verdadero de la criatura era uno de los archiduques, Ernesto o Alberto, personas muy próximas al monarca español, tanto que eran candidatos a yernos, pues planeaba con alguno de ellos la boda con su hija Clara Eugenia.
Felipe II envió a un juez para que interrogara al pastelero: “Os daréis maña a apurarle, de manera que le hagáis confesar la verdad, sin pasar en lo del tormento más de amenazarle con él por esta primera vez”. La conjura quedó al descubierto.
En agosto de 1595 fue ajusticiado Gabriel de Espinosa en la plaza de Madrigal y unos meses después pasaba lo mismo en Madrid con fray Miguel de los Santos. Doña Juana de Austria fue trasladada al convento de Ávila, una especie de prisión para las monjas, y fue despojada de todos sus títulos y preeminencias. Un criado de doña Juana fue acusado de conocer todo el complot y en las torturas a que fue sometido perdió los dos brazos. El tema de la hija de doña Juana de Austria se saldó diciendo que era en realidad la hija del pastelero y de una criada, quedando de esta manera a salvo el honor de todos los miembros de la nobleza implicados.