- La España de Felipe II


Capítulo 14. Años 70 y 80, la salud de Felipe II empeora.


EL DECLIVE FÍSICO Y PSICOLÓGICO DE FELIPE II 


UN ESTADO FÍSICO Y EMOCIONAL PRECARIOS. Conforme avanzaban los años y su salud empeoraba, llegó un momento en que era consciente de su pérdida de facultades y que su muerte podría estar próxima. En 1574, con 47 años, manifestaba que puesto que "quien trae tan embaraçada la memoria y tan llena la cabeça como yo" era normal que su capacidad mental estuviera afectada. En 1576, con 49 años, creía que su vida tocaba a su fin: aseguraba "hallarse ya tan adelante en edad" que "quando Nuestro Señor fuere servido de llamarme, que puede esto ser muy presto". 

Y en 1578, con 51 años, declaraba que no le importaba morir: "yo no creo que importa tanto my vida, a lo menos a my", lo que indica que, aparte de su estado de salud física, su estado emocional era muy precario.

1586 fue un año en el que la salud del rey empeoró seriamente.


EL DECLIVE PSICOLÓGICO DE FELIPE II Y SU OBSESIÓN RELIGIOSA, AÑOS 80. Felipe II no tomó ninguna medida de seguridad con su persona porque, según creía, estaba bajo la protección de Dios y nada malo podía sucederle. No tenía guardaespaldas. En 1581 fue objeto de un atentado en Lisboa; al año siguiente se descubrió a un francés del que se sospechaba estaba tramando asesinar al rey, aunque, una vez detenido, "no se halla rastro de sospecha". Felipe II no pensó en ningún momento en hacerse con un servicio de guardaespaldas. Tampoco lo hizo en 1589, cuando el asesinato de Enrique III de Francia llevaba a pensar a todo el mundo que en España podía suceder otro tanto. 

Cuando se desplazaba al campo, no le acompañaba ningún guardia, las audiencias las hacía solo y desarmado. Un funcionario en 1578 manifestaba su preocupación de que el rey estuviera "tan solo y desnudo de todo lo que suele y puede ser parte para poner temor en un ánimo mal intencionado".

Felipe vivía rodeado de sus hijos. Pasaba muchas horas en oración en El Escorial, donde mostraba una auténtica obsesión por los detalles y un pésimo carácter (por ejemplo, si las cosas no se hacían a la hora prescrita o en el altar los objetos sagrados no estaban en el orden que debían estar), enfadándose con los sacristanes con bastante asiduidad.

A partir de 1583, Felipe alternaba sus estancias en El Escorial con periodos en Madrid y también estuvo algunas veces en Aranjuez y en Valsaín. En Aranjuez pasaba "los más días saliendo a caça, siempre el Rey llevando a sus alteças en su coche, y a las tardes en la barca por la rivera".

Su agenda diaria sufrió algunos cambios. Se despertaba a las 6 y atendía algunos asuntos; se levantaba a las 8 para oír misa; de 9,30 a 11 despachaba con los ministros; entre las 11 y las 13 comía y a continuación hacía una siesta; por la tarde se dedicaba a los asuntos que requerían su atención y daba audiencias; de las 18 a las 21 horas despachaba documentos; de las 21 a las 22,30 horas cenaba; a las 11 se iba a dormir.


CASTIGA A LOS NOBLES POR SU CONDUCTA, años 80 y 90. Una muestra de la deriva psicológica del rey fue el castigo que infligió a algunos nobles, algo que unos pocos años atrás habría quedado impune. En 1577 fue ejecutado el hermano del Almirante de Aragón por violar una monja, en 1578 fue encarcelado el conde de Fuentes por una pendencia violenta, en 1580 el marqués de las Navas fue encarcelado por acechar sexualmente a una muchacha, en 1586 encarceló a Luis Hurtado de Mendoza, marqués de Mondéjar, por haber asesinado a un criado para acostarse con su mujer, en 1587 fueron encarcelados el duque de Osuna y su hijo por practicar juegos de azar, este mismo año encarceló al marqués de Carpio, en 1588 encarceló al duque de Alcalá y llevó a juicio al conde de Puñonrostro por asesinato. Un embajador comentaba: "Si las cosas siguen a este paso la corte quedará vacía de grandes". 

En 1590 el duque de Alba, Antonio Álvarez de Toledo (el hijo de duque de Alba histórico), se casó sin consentimiento del rey. En agosto de ese año Felipe II ordenó la detención de los cinco grandes que tenía relación con esa boda: los duques de Alba, Francavilla y Pastrana, y los almirantes de Castilla y Aragón, a la vez que la Junta de gobierno expresaba su acuerdo con la medida.

"Fuera justo y conveniente mandar prender luego al duque de Alba y a los que con él fueron, para reprimir con ello a los unos y sosegar a los otros", manifestaba el monarca.


“UN HOMBRE VIEJO Y ENFERMO”, A PARTIR DE 1585. En 1585 el aspecto del rey ya era preocupante. Un sacerdote de Barcelona manifestaba que el rey don Felipe era “un hombre viejo y enfermo".

1586 fue un año en el que la salud del rey empeoró seriamente. En mayo sufrió un severo ataque de gota que le duró dos meses, mientras que en junio estuvo muchos días en cama y los médicos le sangraron varias veces. Tuvo que reducir sus actividades como rey y parecía como si hubiese desaparecido, llevaba una vida de reclusión. En Navidad no hizo su acostumbrada aparición pública en la misa.

"Ahora ando ya por todo aunque algo cojo y todavía con palo. La mano la he tenido muy sentida y no he podido escribir", manifestaba. No obstante, Felipe quería seguir al frente de todo, algo que era –ahora más que nunca– absolutamente imposible. El embajador veneciano cuenta cómo un ministro se quejaba de las dificultades "en la conducción de nuestros asuntos más importantes".

La gota le incapacitaba para llevar un ritmo de trabajo regular. "Y a otras cosas no lo pude hacer porque el día que pensé ir amanecí con la gota en un pie que siempre me parece que me da de Aceca aquí, y así hube de estar allí dos o tres días y dejar la ida a Madrid y venirnos aquí derecho... y aquí me dio la gota en el otro pie y un dedo de la mano izquierda y me tuvo algunos días, aunque en pudiendo andar lo hice por la obra, aunque muy cojo, y así anduve hasta San Juan, que cuando pensé que estaba ya bueno dos días después, que pensábamos aquella tarde ir al lugar a unos toros, me dio la gota más recio en la mano derecha y también tocó en los pies, con que me tuvo tres semanas sin poder ir a los toros, y porque de la gota tuve algunas calenturillas fue menester sangrarme dos veces que me hizo mucho provecho. Ahora ando ya por todo, aunque algo cojo y todavía con palo y la mano he tenido muy sentida y por esto no he podido escribir, sino poco con ella y muy despacio” (carta a su hija Catalina, 1586).

A lo que hay que añadir la mala evolución que estaban tomando los temas en Flandes y los problemas en América. El embajador francés Longlée escribía que "estas dos razones, junto a la edad que tiene, hacen ver cierto cambio en él, a saber, un rostro más viejo, más pensativo, menos resolución y eficacia en toda clase de asuntos".

En 1587 su estado de salud se agravó aún más: tenía que estar sentado o tumbado todo el día a causa de la gota y no podía escribir ni firmar correctamente debido a problemas en su mano derecha. Todo esto tuvo como consecuencia que muchos temas de Estado, que da por sí iban muy lentos normalmente, no fueron abordados con la prontitud suficiente.

A partir de mayo de 1587 Felipe estaba o bien "en la cama, bien asido de la gota", o bien en una silla, casi sin poder levantarse, pues la gota le afectaba a sus manos y sus pies. "La gota se me ha anticipado este año mas que otros", relataba. "Es tan inoportuna esta gota que [...] no me quiere dejar. No me deja andar sino con ayuda, y ahora me ha tenido cinco o seis dias sin andar. Y lo que más me ha durado es en esta mano, que no me ha dejado escribir ni hacer nada. Y también los ojos he tenido no muy buenos", relataba el monarca. Ya no podía utilizar su mano derecha desde el verano anterior. "Por no cansar mas la mano dexo algunos puntos para otra carta", escribía. Hasta julio de 1587 ya no pudo firmar documento alguno y en los meses siguientes sólo unos pocos. 

Pero Felipe hacía todo el esfuerzo posible por mantenerse en su puesto. Así lo percibían en su entorno, como explica el ayuda de cámara Lhermite diciendo que el rey estaba "muy sujeto a la gota, ya encanecido y calvo, aun cuando tiene todavía buena disposición corporal y entendimiento sano y la memoria más fuerte que nunca".

Los problemas de salud se mantuvieron en 1588, guardando cama varias veces. Ya no podía trabajar como antes. "Tengo aqui los papeles destos dias ha, y nunca los he podido ver, no sé si podré esta noche", manifestaba el monarca. "Convalezco muy despacio y cierto que no puedo con lo que solía, y carga más que nunca", añadía. Y, a continuación: "Todo me ha tenido harto flaco. Aunque estoy bueno, todavía ando con palo". "Aver estado ayer bueno, esta noche de lebantandome me ha dado un dolor; ha dos horas que me dura", se lamentaba. También el cansancio iba en aumento: "No me atrebo agora a ver papeles tan largos como este". "La falta de salud haze su officio", comentó uno de sus secretarios. 

Los asuntos de Estado se amontaban. Las decisiones se postergaban. Mateo Vázquez intentaba corregir la situación y se ofrecía para ayudar al rey: "si algunas veces pudiese V.Magd mandarme llamar, mucho se podría despachar, y mucha es la necessidad".

En 1589 su salud experimentó alguna mejoría. “Y aunque la gota me ha tocado estos días ha sido muy livianamente, que sólo me hace andar cojo, y no en la mano como otras veces, con que no me ha estorbado tanto al escribir como las muchas ocupaciones que no se pueden excusar, que éstas si tienen la culpa de todo” (carta a su hija Catalina, 1589)

A estas alturas, los problemas psicológicos del monarca estaban desembocando en una clara paranoia. La desconfianza de Felipe hacia su entorno aumentaba, no se fiaba de sus consejeros e incluso pensaba que los ministros trabajaban en su contra. En una nota a la Junta Grande para recaudar más dinero, mostraba su desconfianza y equiparaba a sus ministros con sus enemigos: "Y yo creo que estamos ya en este termino, si no se da luego forma en el remedio, y que vos me lo traygais, pues yo no lo tengo desperar de los enemygos sino de mis ministros". El conde Chinchón, manifestaba: "En muchas cosas que se imagina, se engaña cierto, y creo que en los mas".


RECORRIDO POR ESPAÑA, 1585. Felipe convocó las Cortes de Aragón en Monzón, para que, al igual que las de Castilla, jurasen al príncipe como heredero. Comenzaron en junio de 1585 y se prolongaron todo el verano.

Pero en la comarca de Monzón se desató una epidemia que causó centenares de muertos, entre ellos varios miembros de la corte del rey y de su capilla. Sonaron todas las alarmas cuando en octubre el rey comenzó a tener fiebre y desarrolló otro episodio de gota, pues se temía por su vida, dada la mortalidad que estaba trayendo la epidemia. Felipe dispuso su testamento, se confesó y encargó que los asuntos de gobierno pasasen a un triunvirato al que llamó la Junta Grande. Se trataba de Moura, el conde de Chinchón y Juan de Idiáquez, a los que se incorporó Zúñiga por algún tiempo. Por suerte a finales de octubre el monarca ya había dejado atrás esta crisis de salud y las Cortes acabaron de celebrar en diciembre en Binéfar, como precaución por la gran mortandad que había habido en la zona de Monzón.

A continuación, Felipe se dirigió a Valencia pasando por Tortosa, a donde llegó en enero de 1586. Hubo un recibimiento clamoroso: "Las ventanas estaban por todas partes llenas de doncellas hermosas, a las cuales saludó S.M. cortesmente", escribía Cock, uno de los miembros del séquito real. Felipe pasó unas semanas de tranquilidad y relajamiento, participando en fiestas y banquetes. Un miembro del séquito señalaba que en diez años no había visto al rey tan relajado y con tan buena salud. A un banquete organizado por el arzobispo de Valencia para la familia real los invitados dieron cuenta, entre otras cosas, de 1,200 botellas de vino, 21 corderos, 19 pavos, 96 pollos, 166 perdices, 41 capones y 120 libras de tocino. 

A finales de febrero hizo el viaje de regreso a Castilla. La primera preocupación de Felipe fue revisar las obras en curso, ya que en su opinión, excepto la de El Escorial, ninguna iba como él deseaba: "Nos pareció muy mal Aranjuez, a lo menos a mi. Estuvimos allí cuatro dias y vinimos a Madrid, donde hallé en buenos términos la obra que allí dejé, aunque no acabada como yo quisiera. Allí estuve yo otros cuatro días y vine una noche al Pardo, donde hay mucho menos hecho de lo que yo pensé. Y vine aquí [a San Lorenzo] donde hay mucho hecho", comentó en una carta.