- La España de Felipe II


Capítulo 15. Italia


LOS ESTADOS Y LAS REPÚBLICAS ITALIANAS. Haciendo un breve recorrido por las tierras italianas, el panorama era el siguiente, dejando aparte el Milanesado y el Reino de Nápoles, posesiones españolas:

Venecia estaba en crisis. Los portugueses monopolizaban el comercio de especias de Oriente y los turcos campaban por el Mediterráneo. Venecia mantenía posturas ambiguas respecto a España, a veces de apoyo, a veces de oposición.

Génova estaba bajo la dirección de la familia Doria, muy cercana a los Habsburgo. Los principales financiadores de la Corona española en la segunda mitad del siglo XVI fueron banqueros genoveses.

La Florencia de los Médici estaba bajo la tutela de España.

El arzobispo Carlos Borromeo protagonizó la crisis de Milán de 1568


La Saboya del duque Manuel Filiberto mantenía su independencia gracias a que se ubicaba justo entre Francia y las posesiones españolas del norte de Italia.

Los Estados Pontificios eran en realidad una monarquía que utilizaba la religión como arma. Las relaciones de España con el Vaticano no fueron buenas y se saldaron con varios enfrentamientos armados. El Papa quería liquidar la presencia española en Italia para erigirse en la potencia hegemónica en la península italiana, habitualmente con Francia y a veces con los turcos como aliados. De esta forma, Italia fue el escenario de lucha entre Francia y España por ser el país dominante en Europa. 

En opinión de los monarcas españoles, había que respetar la figura del Papa en tanto que cabeza del catolicismo, tal como lo explicaba Carlos V a su hijo: “Y cuanto al Papa presente, Paulo III, ya sabéis cómo se halla conmigo, y señaladamente cuán mal ha cumplido lo capitulado por esta última guerra” (…) “Mas con todo esto que ha pasado, os ruego que, teniendo más respeto al lugar y a la dignidad que el dicho Papa tiene que a sus obras, le hagáis todo el tiempo que viviere el debido acatamiento…”

Las posiciones de Parma, Módena y Ferrara, tradicionalmente contrarias a España, quedaron muy debilitadas después de la paz de Cateau-Cambresis de 1559.


CRISIS DE MILÁN, 1568. La crisis de 1568 en Milán se produjo como consecuencia del enfrentamiento entre el gobernador español, duque de Alburquerque, y el arzobispo, san Carlos Borromeo. Todo empezó por pequeños detalles, como el interés del gobernador de ocupar un lugar preeminente en las ceremonias religiosas, a lo que el arzobispo se había negado. Por su parte, Carlos Borromeo creó un cuerpo armado para hacer cumplir las disposiciones de su tribunal eclesiástico y ello no gustó nada al gobernador, ya que la máxima autoridad en temas de armas era él. 

Tampoco la nobleza milanesa estaba muy contenta con la rigidez de Borromeo en temas como el adulterio y las costumbres en general, pues el arzobispo trataba de aplicar de forma rigurosa las normas de Trento.

La crisis tenía que estallar en algún momento. Un noble estaba a punto de ser procesado por el tribunal del arzobispo y el Senado milanés arremetió contra el alguacil que lo había detenido, condenándolo a destierro. Carlos Borromeo reaccionó excomulgando al Senado. Los senadores, a continuación, ordenaron que se arrancasen de las paredes el edicto de excomunión, con lo que la crisis estaba servida.

Ahora eran Roma y Madrid quienes debía intervenir. Tanto Alburquerque como Felipe II consideraron que el castigo era excesivo, pero el monarca español estaba entre dos aguas: simpatizaba con la política de Borromeo de aplicación estricta de las resoluciones de Trento, pero no podía permitir la excomunión del Senado, pues el dominio español en Italia quedaba en entredicho. 

Borromeo no cedía y Pío V le apoyaba, pues así debilitaba la posición española.

El conflicto, surgido en 1568, se prolongaba en el año siguiente y aún subió de nivel. Borromeo se proponía reformar el cabildo de Santa María de la Scala de Milán, que era de jurisdicción real y no arzobispal. El arzobispo comenzó deteniendo al sacristán del cabildo de la Scala y el cabildo respondió excomulgando al tribunal del arzobispo.

Para el 31 de agosto de 1569 tenía previsto Carlos Borromeo presentarse en el cabildo para reformarlo. Los partidarios de este organismo le cerraron el paso, armados y al grito de «¡España, España!», así de politizado estaba el tema. La muchedumbre esperaba en las calles, expectante. Carlos Borromeo se abrió paso entre las gentes, llegó a la iglesia y allí excomulgó al cabido, a la vez que éste excomulgaba al arzobispo. A continuación, un bando del gobernador contra los que trasgrediesen la justicia real atemorizó a los miembros del tribunal del arzobispo. La mayoría huyeron de la ciudad.

Parecía que las aguas volvían a su cauce. Pero entonces sucedió lo inesperado. Carlos Borromeo sufrió un atentado en su oratorio, un acto sacrílego de los más graves. Para los españoles, era necesario demostrar que nada tenían que ver con el incidente y tanto Felipe II como Alburquerque hicieron saber su indignación por los hechos y su solidaridad con el arzobispo. Como muestra de buena voluntad, se permitió la reforma del cabildo de la Scala, con lo que al final Borromeo había ganado una batalla que parecía perdida. Felipe II no se podía arriesgar a una ruptura con Roma, tal como explicaba al gobernador Alburquerque: “que por esto se haya de romper con Su Santidad (…), bien podéis considerar quánto esto es fuera de lo que conviene, y en tiempo en que tantas otras cosas públicas y particulares hay en que entender y que tan turbada está la Cristiandad y llena de tantos errores, y el contentamiento y júbilo que sería para los herejes vernos agora en rotura, siendo como somos, por la bondad de Dios, el único escudo y defensor de la Iglesia”.


LA BODA DE CATALINA MICAELA CON EL DUQUE DE SABOYA, 1585. En 1585 tuvo lugar la boda de la hija de Felipe II, Catalina, con Carlos Manuel, duque de Saboya. Fue una boda muy criticada en las cancillerías europeas, pues nadie entendía que la primera hija que casaba el monarca española lo hiciera con un duque de un territorio sin importancia y no con un monarca de una nación europea. Cuando a Catalina Micalea le ofrecieron una bandeja llena de perlas, eligió sólo tres porque, según dijo, eso era suficiente para una duquesa. En cambio, a Felipe de Saboya la boda le aseguró el camino hacia los Países Bajos.

Saboya ocupaba un espacio de importancia estratégica, frente a Francia y en el camino hacia los tierras italianas. Felipe quería asegurarse de que la política de este ducado fuera en todo momento favorable a los intereses españoles. Esta fue la razón de la boda.

La despedida de Catalina de su padre en Barcelona fue muy emotiva. "Fue tan grande el sentimiento [...] que nunca se le ha visto hazer tan gran sentimiento y demostracion de ternez, porque teniendo un lienço en el rostro vertia de sus ojos muchas lagrimas", comentó un observador. La marcha de Catalina dejó a Felipe profundamente desolado. Escribió a su hija, al cabo de unos días, acerca de "lo mucho que yo os quiero" y sobre lo que "hemos de competir el duque y yo sobre quién os quiere más (…). Acá no podemos dejar vuestra hermana y yo de acordarnos siempre de vos y tener mucha soledad vuestra".

Cuando el rey se enteró del embarazo de Catalina de 1586, mostró una vez más su cariño de padre. "Si yo pudiese, holgaría de escribiros cada dia sin tenerlo por trabajo. No han faltado hartos negocios", le escribió. En abril Catalina dio a luz el primer nieto de Felipe. "Ha sido para mí, el mayor contentamiento que podía ser y estoy alegrísimo de que me hayáis dado el primer nieto que he tenido", le decía a su hija.

En un viaje que hizo por los territorios de la Corona de Aragón en 1586, manifestaba a Catalina cómo echaba a faltar la compañía de sus hijos. "He estado muy solo sin ellos con que también se me ha renovado mucho la soledad que tengo de vos".

Años más tarde, en el intercambio epistolar con su hija, Felipe aconsejaba a Catalina Micaela cuando tuvo un tercer parto dificultoso. Podía hablar con conocimiento de causa, pues siempre asistió a los partos de sus esposas: “cuán buena habíades quedado del parto, y con razón, pues fue largo, y me dicen que trabajoso, aunque vos no me lo decís, y será lo siempre que os pusiéredes a parir en silla y no en camilla, que es cosa muy peligrosa ponerse … [ileg.] en la silla, y creo cierto que fue esta causa de la muerte de la Princesa, mi primera muger. Y a vuestras dos madres que parieron siempre en camilla, y veis cuán bien les sucedió, que cierto es lo mejor y más seguro (…) de las veces que sabéis que yo lo he visto, os puedo dar estos buenos consejos”.

La correspondencia con su hija era regular y tener noticias de sus nietos era uno de los motivos de mayor alegría para el monarca. "Con lo que decís de mis nietos he holgado mucho y con un librillo que el duque me envió de vuestro retrato y los suyos, aunque más holgaria de verlos a ellos, que no podrían dejar de darme mucho gusto con sus travesuras".

Catalina escribía a un promedio de una carta cada 5 días. Felipe muchas veces no podía seguir este ritmo, bien por su enfermedad, bien por sus quehaceres como gobernante. "Confieso que ha dias que no escrivo, pues tengo por responder la cartas de 16 de mayo, 23 de junio, 11 y 16 de julio (agosto de 1590). Os devo respuesta a siete cartas de 12, 14, 28 y 30 de julio, 3, 9 y 12 de agosto; y creed que es mucho lo que me huelgo con ellas (septiembre de 1591)". Las cartas del monarca cada vez eran más cortas. Tenía dificultades para escribir y muchas veces hasta para dictarlas. En 1591 escribió 10 líneas en una carta y tuvo que parar: "esto he dexado que ya no podia mas", añadió en la carta. La salud le tenía paralizado: "La gota ha tenido la culpa de que no haya podido responder antes".

Catalina Micaela tenía que asegurar la fidelidad del duque de Saboya a la causa española: “vos procuradlo de componer —le ordenaba el Rey a su hija—, porque cualquiera cosa que hubiese de ésas sería de mucho inconveniente, y yo sé que sabréis vos hacer todo esto mejor que yo decirlo”. Felipe colocó como mayordomo mayor al fiel Sfrondato (podía hacerlo porque contribuía a los gastos del ducado), para tener la seguridad de que su hija cumplía con su cometido.

Pero el duque de Saboya se enfrascaba en un conflicto tras otro, lo que tenía a Felipe muy disgustado: “Creed que me mueve mucho más lo que toca a su reputación, porque si se sale con el negocio se la dará tan grande hallarse él ausente como presente, y aun quizá mayor estando ausente. Y si no se saliese con lo que se pretende, como podía ser, pues estas cosas están en la mano de Dios y no de los hombres, sería mucho más desreputación suya, sin comparación, hallándose presente”. El duque llevaba a cabo su propia política, sin tener en cuenta las opiniones de su esposa. 

Felipe insistía a su hija en que calmase las ínfulas guerreras de su marido: “y pues os toca tanta parte, será bien que de la vuestra ayudéis a que el Duque se aquiete”.

En 1588, en plena crisis de España con Francia, el duque de Saboya invadió el Saluzzo, reclamando derechos territoriales y creando fuerte alarma en el Papado y en la corte francesa, lo que tensó aún más la situación para disgusto del monarca español. Carlos Manuel de Saboya invadía Provenza en 1590, territorio que tuvo que abandonar dos años más tarde.

Felipe subió el tono y mostraba su enfado con su hija: “Me dicen que el Duque y vos usáis en las casas de Roma de mi autoridad sin mi orden y aun contra la que tienen mis ministros. No lo querría creer y menos de vos”. Y acababa tajante: “Si algo ha habido, enmiéndese de manera que no lo oya yo más”.

La misión que había encomendado a su hija resultó ser un fracaso: “Del [cuidado] que vos habéis tenido de acordar al Duque lo que os he encomendado no dudo (…) mas quisiera que fuera de más fruto”. El sacrificio de Catalina Micaela, con una boda de segundo orden, no había servido para nada.


LOS PAPAS CREAN UN ESTADO DE OPINIÓN CONTRARIO A ESPAÑA. LOS ITALIANOS SE REBELAN, 1585. En 1585 estalló la insurrección en Nápoles. El grano escaseaba y esto fue lo que provocó el levantamiento contra “estos cerdos españoles”. Cuando el magistrado Starace fue asesinado y mutilado salvajemente, la represión fue feroz, con cientos de personas encarceladas y 31 ejecutadas.

Entre 1590 y 1591 se perdieron las cosechas en Sicilia y buena parte del sur de Italia. Se produjeron movimientos de protesta, especialmente en Mesina y en Nápoles hubo de nuevo conatos de levantamiento popular.

La actitud de muchos Papas, en un país totalmente católico, azuzaba un estado de opinión contrario a la presencia española. Un funcionario español en Milán en 1570, escribía: "No sé que tiene la nacion y el imperio de España que no hay ninguno en el mundo de las que le son subjetas que le tengan devoción. Y esto es mucho mas en Ytalia que en ninguna otra parte del mundo". El desprecio parece ser que era mutuo, pues el mismo funcionario escribe: "Estos ytalianos aunque no son yndios se les ha de tratar como a tales".

En 1597, con España en una crisis abierta, el gobernador de Milán, Juan Fernández de Velasco, escribía a Felipe II que "hay un deseo general en Italia de expulsar a los españoles. Nuestra salvación únicamente depende de más tropas, más dinero y, sobre todo, de celeridad".