- La España de Felipe II
Capítulo 16. Inglaterra. La Armada Invencible, 1588
EL DESASTRE DE LA ARMADA INVENCIBLE, 1588
SE PREPARA LA INVASIÓN, 1587. Tras la ejecución de María Estuardo y el ataque de Drake a Cádiz, en Madrid se reforzó la idea del ataque a las islas británicas. El testamento de la reina escocesa hacía su heredero en Inglaterra al rey de España, con lo que conquistar este país y colocar como reina a su hija Isabel Clara Eugenia era el objetivo a alcanzar. No obstante, la salud del rey era muy delicada en esos momentos y ello retrasaba las decisiones de un forma exasperante.
"Los métodos defensivos ya no bastan sino que nos obligan a apuntar el fuego a su propia tierra", manifestaba un secretario en 1587, resumiendo la opinión general. Estaba en peligro el dominio español en Flandes: "El objetivo de esta Armada no es menos la seguridad de las Indias que la reconquista de los Paises Bajos".
El plan de Santa Cruz preveía que sería él quien comandaría las operaciones. Era el almirante más capaz y con más prestigio de Europa. Pero las cosas se torcieron desde el principio: Felipe II le comunicó que únicamente tenía que llevar la flota hasta el Canal de la Mancha para embarcar a las tropas de Farnesio que estaban en los Países Bajos y que sería éste quien estaría al mando. Un duro golpe para Santa Cruz, que le afectó mucho anímicamente y que, a partir de entonces, le hizo perder todo su interés en la operación.
Felipe II quitó al marqués de Santa Cruz, el marino más capacitado de Europa, el mando de la invasión de Inglaterra. Esto lo desmotivó y contribuiría a su muerte. |
España emprendió una labor ingente para tener a punto una flota con que atacar Inglaterra, puesto que, de hecho, la flota del Mediterráneo se había reducido en 1585. Los barcos españoles se fabricaban con materiales que se importaban hasta en un 90% de distintos puntos de Europa: Italia, Flandes, Inglaterra… Las balas de cañón tampoco se fabricaban en España.
Los preparativos de la Armada se reforzaron a raíz del saqueo de Santo Domingo por los piratas ingleses. A partir de 1586 comenzó todo: se amplió el Consejo de Guerra, se mejoró el reclutamiento de soldados y la fabricación de cañones. En abril de este año, Felipe II pidió a los obispos de Castilla que ofrecieran plegarias por el éxito de sus políticas.
Según el marqués de Santa Cruz en 1586, se necesitaban unos 500 buques, 46 galeras y casi 100.000 soldados. Ni en Lepanto se había reunido tal contingente militar y representaba en doble de las fuerzas que se emplearon para conquistar Portugal.
Todo debía hacerse en secreto, pero, en realidad, Gran Bretaña conoció hasta el último detalle de los preparativos y de las fuerzas que se estaban poniendo en movimiento. El gobierno español hizo correr rumores falsos para encubrir la operación que no sirvieron de nada.
Isabel I era consciente de que tarde o temprano acabaría enfrentándose a España y por ello puso a John Hawkins en 1578 al frente de la marina real. Hawkins ideó un tipo de barco muy maniobrero, veloz y perfectamente armado, con lo que la marina inglesa se convertía en la más potente de su tiempo. George Macaulay Trevelyan nos lo explica: “Los críticos, aferrados a los conceptos de la vieja escuela, clamaban por la construcción de buques dotados de una superestructura inexpugnable por asalto, pero de difícil maniobra, proporcionando albergue a multitud de soldados, que consumirían los almacenes de provisiones”. (…)
“Hawkins no quería tener ni uno más de tales castillos. A pesar de las protestas, construyó los navíos de la Reina bajos de bordo, largos en proporción a su manga, de fácil manejo y poderosamente artillados”.
Frente a esto, en España se construirían los galeones a la antigua usanza, llenos de soldados y sin apenas armamento ofensivo, con la pretensión de convertir las batallas navales en terrestres como había sucedido en Lepanto. Pero todo se fiaba a que Dios estaba de parte de Felipe II y por eso nada había que temer.
LA FINANCIACIÓN DE LA ARMADA INVENCIBLE, 1587. La financiación se logró con préstamos de los banqueros italianos a cambio de poder acceder a la plata americana. La hacienda española estaba como siempre en sus horas más bajas, como lo expresaba el rey a las Cortes en abril de 1588: "Conviene mucho estar muy armado y muy apercibido a punto para todo lo que puede suceder. Esto obliga a muy grandes y excesivos gastos, o dexarlo a terribles daños. Pues no va en ello menos que la seguridad de la mar y de las Indias y de las flotas dellas, y aun de las propias casas. El poder pasar adelante depende de lo que el reyno para ello hará, pues sabeis el estado de mi hazienda.
Hazedme cierta la confianza que tengo de tan buenos vasallos, acudiendo con la sustancia y brevedad que el tiempo obliga, y tratad luego dello con la diligencia y efectos que yo de vuestra lealtad y amor al servicio de Dios y mio, con tanta razon me prometo".
El rey escribió al Consejo de Hacienda en junio de 1588 que todo dependía de disponer de dinero suficiente, ya que "sin esto puede ser de effecto ninguno la armada que ha ydo [...] y se perderá todo lo que se ha gastado, y aun todo lo demas".
UN MOMENTO PROPICIO PARA ATACAR, 1587. Por estas fechas los católicos Guisa se habían hecho con el poder en París y Alejandro Farnesio controlaba la situación en los Países Bajos después de que las tropas inglesas en el territorio habían tenido que retirarse. Estaba claro que ni flamencos ni franceses auxiliarían a Isabel I. Los turcos estaban ocupados en su frontera oriental y la piratería berberisca en el Mediterráneo ya no era problema. Un buen momento para la partida de la flota española rumbo a las islas británicas.
LA EXPEDICIÓN SE RETRASA A CAUSA DEL MAL TIEMPO, 1587. Ahora a Felipe II le entraban todas las prisas para iniciar las operaciones militares, pero Santa Cruz, totalmente desmotivado, no lo veía muy claro. El rey escribía al marqués el 25 de mayo de 1587 que “para salir con brevedad os encargo que os déis la prisa posible, que acá se hace lo mismo en procurarse que os llegue presto todo lo que de fuera ha de ir, así de Castilla como del Andalucía, y también lo que viene de Italia”.
En julio de 1587, las naves de Andalucía llegaron a Lisboa, donde se estaba reuniendo toda la flota. Pero las decisiones se retrasaban y en los últimos meses del año las condiciones climáticas ya no aconsejaban el viaje, debido a las terribles tormentas que se desataban en esta época del año.
Felipe II seguía insistiendo en que había que zarpar, dando como argumento que Dios guiaría a los barcos españoles. Esto escribía Felipe II al virrey de Portugal: “Bien se ve que es harto aventurar navegar con gran armada en invierno, y más por aquel canal y sin tener puerto cierto. Mas las otras causas que hacen tomar esta resolución vienen a ser de más peso (…) y el tiempo, Dios, cuya es la causa, se ha de esperar que le dará bueno de su mano”. Estaba claro que el monarca estaba fuera de la realidad. El marqués de Santa Cruz desoyó las órdenes del monarca y no le hizo caso.
De nuevo Felipe II insistía al virrey de Portugal para que diera prisas al marqués: “Lo que S.M. es servido que el Señor Cardenal Archiduque diga cuarta vez de su parte al marqués de Santa Cruz.”
El marqués le respondía intentando poner algo de cordura en todo este asunto: “Quanto a la brevedad con que V.M. manda que salga el armada, como estamos ya en invierno, no puedo prometer cosa cierta”. El intercambio epistolar entre ambos fue muy abundante y ni uno ni otro se movieron en sus respectivas posturas.
El 9 de noviembre el rey mostraba su enfado: “Y así os encargo y mando que sin falta hagáis aderezar aquel número de navíos… Y para salir de dudas y ir sobre fundamento cierto, me avisad el día preciso en que pensáis tener a punto el dicho número de naos que a los 2 de Noviembre ordené”.
Los días pasaban y había el peligro de que los víveres almacenados se pudriesen, los marinos enfermasen y el dinero se agotase. Felipe estaba en lo cierto: “Sólo os acuerdo aquí el peligro que se corre de que a poco más que se tarde, enferme toda la gente de mar y guerra y pegue la mala salud a la gente de la tierra y consuma la vitualla en el puerto y falte para el viaje y que se acabe el dinero, con que pasaría todo con tan grave daño y vergüenza”. Y así pasó: parte de los víveres se corrompieron y muchos marinos se pusieron enfermos.
Por fin, llegado diciembre, el marqués de Santa Cruz manifestaba que a finales de año la flota partiría hacia Inglaterra. Pero tampoco. Se puso una nueva data: el 1 de febrero.
El dinero se estaba acabando y ya no quedaban fondos con que pagar a los soldados. El gasto de mantener la flota amarrada con las tropas incluidas costaba unos 700,000 ducados al mes [26.250.000 euros]. Era urgente que los barcos zarparan de puerto.
Felipe II pidió un esfuerzo a las Cortes de Castilla, “pues no va en ello menos que la seguridad de la mar y de las Indias y de las flotas dellas, y aun de las propias casas”.
En enero de 1588 la situación climática ya permitía la expedición. El Consejo de Estado coincidía con Felipe II en "que la empresa se lleve adelante, pues es este solo el camino para asegurar lo que viene de las Indias, y librar de invasiones estas costas y asegurar lo de Flandes".
MUERE EL MARQUÉS DE SANTA CRUZ, 1588. Santa Cruz estaba muy enfermo y contaba ya con 63 años. El alejamiento del rey, su desautorización constante y el papel secundario que iba a jugar en esta empresa, agravaron su estado de salud. Tras sus desavenencias con Felipe II, todo indicaba que su destitución era inminente. El 9 de febrero de 1588 fallecía y la flota se quedaba sin su cabeza visible.
Fue nombrado para sustituirle Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina-Sidonia, que no tenían ninguna experiencia de guerra en el mar, su salud no era muy buena y, además, se mareaba cuando subía a un barco. Pero para Felipe II en realidad quien dirigía a la flota española era el mismo Dios y por eso la victoria estaba asegurada. Desgraciadamente, había un relevo de calidad para Santa Cruz que el rey no tuvo en cuenta: Juan Martínez de Recalde, un marino capaz de haber conducido a la Armada Invencible con acierto.
El primer sorprendido del nombramiento fue le propio duque de Medina-Sidonia. Así respondió a Felipe II: “Señor, yo no me hallo con salud para embarcarme, porque tengo experiencia de lo poco que he andado en la mar, que me mareo (…) porque siendo una máquina tan grande y empresa tan importante, no es justo que la acepte quien no tiene ninguna experiencia de mar ni de guerra, porque no lo he visto ni tratado (…). Y así, Señor, todas las razones que hago son tan fuertes y convinientes al servicio de S.M[d]., que por el mucho [servicio] no trataré de embarcarme…, que he de dar mala cuenta, caminando en todo a ciegas y guiándome por el camino y parecer de otros, que ni sabré cuál es bueno y cuál es malo, o quién me quiere engañar o despeñar”.
El duque de Medina-Sidonia escribía también estos términos al secretario de Felipe II: “Mi falta de salud se va continuando y así para ninguna cosa yo de provecho. Y en ninguna manera, cuando la tuviera muy entera y muy firme, me embarcara. Porque S.M. no se ha de servir de que yo me acabe tan sin género de provecho a su servicio, por no saber de la mar ni de la guerra. Así V.S. me tenga por olvidado en todas estas materias y le suplico, pues Nuestro Señor no se sirvió llamarme a esta vocación, no se me ponga en ella; pues ni con mi conciencia ni con mi obligación podré cumplir, como tantas veces lo tengo apuntado a V.S, a quien suplico, con las veras todas que pueda éste su servidor, que con mucha entereza me favorezca en esta pretensión con S.M. tan justa. Pues de su ánimo y clemencia espero que no querrá que se acabe quien con tantos veras ha deseado servirle y procurándolo (…) Estoy con tanta flaqueza que no puede ir ésta de mi mano, ni puedo pasar de aquí”.
La respuesta de Felipe II fue muy simple: la Armada debía zarpar de Lisboa el 1 de marzo.
LA FLOTA ESPAÑOLA SALE DE LISBOA, 1588. Finalmente, el 30 de mayo de 1588 salieron de Lisboa 154 navíos con unos 19,000 soldados y 8,050 marineros. El viento estaba en contra, y una tempestad les hizo parar en La Coruña. El 24 de junio Medina- Sidonia escribía a Felipe pidiéndose que se abortase la expedición, pues muchos soldados habían desertado y había que buscar nuevos reclutas. No parecía el mejor momento para atacar Inglaterra.
El 22 de julio la Armada zarpó de La Coruña y una semana más tarde llegaban frente a la costa inglesa al sur de Cornualles. Los ingleses acosaron a los grandes buques españoles y los llevaron hasta el Canal de la Mancha. A pesar de todo, la Armada pudo llegar prácticamente entera a Calais el 6 de agosto, punto de reunión con el ejército que venía de los Países Bajos bajo la dirección de Alejandro Farnesio.
FUERZAS EN PRESENCIA. Los datos son los siguientes:
Desglose de los navíos españoles:
20 galeones
44 navíos mercantes armados
4 galeazas napolitanas
4 galeras portuguesas
23 urcas
22 carabelas
15 pinazas
22 pataches
Total: 154 navíos
Desglose de las tropas españolas:
8.050 marineros
17.000 soldados españoles
2.000 soldados portugueses
Total: 25.050 soldados
Desglose de los navíos ingleses:
34 navíos de guerra
163 navíos mercantes armados
60 navíos de las Provincias Unidas (bloqueo de puertos)
Total: 197 navíos
(fuente de los datos: Wikipedia)
La Armada Invencible se componía de 154 navíos y 25.050 soldados |
EL DESASTRE DE LA INVENCIBLE, 1588. Antes de la llegada a Calais, en el Canal de la Mancha se produjo un primer ataque de los Barcos ingleses que estaban en el puerto de Plymouth, en el que los españoles perdieron dos galeones, lo cual no era muy grave, pero los ingleses se hicieron con un importante botín de víveres y municiones, que se echaron de menos en los momentos más críticos de la expedición. El 4 de agosto, dirigiéndose la escuadra hispana hacia la isla de Wight, fue rechazada por los ingleses y, a partir de ahí, los barcos españoles se dirigieron hacia el paso de Calais.
En Calais comenzó el desastre. El puerto no tenía suficiente calado para nuestros barcos y no pudieron recoger a los soldados que esperaban en tierra. Las tropas de los Países Bajos no podían desplazarse en barcas hasta la flota hispana debido al fuerte oleaje y al acecho de la flota holandesa.
Las flotas inglesa y la holandesa hostigaban a los barcos españoles. Los ingleses tenían superioridad naval sobre los españoles, que por eso mismo tenían la orden de evitar el combate directo si no estaba claro que la ventaja estaba de su lado. Las naves de Isabel I disponían de artillería de mayor alcance que la española, con lo que los barcos hispanos no pudieron ni siquiera acercase para abordarlos y sus mosquetes y arcabuces no tenían longitud de fuego suficiente. La flota de Isabel I era intocable para las naves de Felipe II. Al mismo tiempo, el 7 de agosto, los ingleses enviaron 6 pequeñas embarcaciones cargadas de explosivos y de balas, con la intención de incendiar los barcos españoles, lo que provocó el pánico en muchas naves, que soltaron amarras y salieron huyendo en dirección al Mar del Norte. Ya lo había advertido Farnesio: como las tropas de los Países Bajos debían salir a mar abierto para subir a los barcos de la Armada, sin una flota de escolta era imposible si el enemigo atacaba.
A la mañana siguiente, se entabló una batalla abierta durante 9 horas, tras lo cual la flota española quedó dispersada y con numerosas bajas. Las naves hispanas se desplazaron hacia el Mar del Norte, donde las tormentas del Atlántico acabaron la acción de los ingleses. La Armada Invencible había fracasado.
En aquel momento, Farnesio planteó que la Armada Invencible atracase en los puertos de La Hansa para rehacerse y retomar la acción contra Inglaterra. El Mar del Norte era un mar muy peligroso, “que pues había perdido el Canal, sin poca esperanza de volver a él, no tomase tan largo camino por el Mar del Norte armada tan maltratada, como al cierto mostraban los mejores galeones de ella perdidos”, argumentaba Farnesio. Pero Medina- Sidonia ya no estaba para estrategias militares y su interés era únicamente volver como fuera a España.
Estaba claro que la marina inglesa era muy superior “pues habiendo faltado la munición y los mejores bajeles, y habiéndose visto lo poco que se podía fiar de los que restan y ser tan superior el Armada de la Reina en el género de pelear de ésta, por ser su fuerza la del artillería y los bajeles tan grandes navíos de vela, y la de V.M. sólo en la arcabucería y mosquetería tenía ventaja. Y no viniéndose a las manos, podía valer esto poco, como la experiencia lo ha demostrado”, era la opinión de Medina-Sidonia y también la opinión general. Idiáquez escribía que “el enemigo nos aventajaba mucho en barcos mejores que los nuestros, mejor diseñados con mejor artillería, artilleros y marinos”.
Los españoles aún contaban con 112 barcos, pero estaban lejos de sus objetivos, arrastrados por el viento a mar abierto. No podían regresar a Flandes ni presentar batalla a sus enemigos e iniciaron el camino de regreso a España. Las tormentas hundieron muchas naves y las gentes de Irlanda saquearon los barcos zozobrados asesinando a sus tripulantes. La leyenda cuenta que los naufragios de barcos españoles en las costas de Irlanda llevaron a las costas las patatas, un tubérculo que provenía de América. Los campesinos irlandeses las recogieron y comenzaron a plantarlas, y de esta forma, con el tiempo, Irlanda se convirtió en el país patatero por excelencia.
En España, la confusión fue grande. Algunos de los primeros informes hablaban de victoria española, como es el caso del embajador Bernardino de Mendoza en su carta del 7 de agosto desde París. Felipe II escribía a su hija Catalina de "las nuevas que tuvimos ayer de haber vencido mi Armada a la de Inglaterra".
También, una monja de Valladolid tuvo un trance anunciando la victoria española.
Pero finalmente la realidad se imponía. El 23 de septiembre de 1588, Medina-Sidonia llegaba Santander. Sus barcos había subido hasta Escocia y dado la vuelta a las islas británicas y a Irlanda. Sólo 60 navíos de los 154 iniciales lograron regresar a España; el número de bajas era de 15,000, el 50% de las tropas que habían salido de España.
Tras el desastre de la Invencible, las rutas del mar quedaban abiertas a los ingleses, que irían forjando un gran imperio con presencia en todos los continentes. Isabel I era la reina sin discusión de la primera potencia marítima del mundo.
REACCIÓN DE FELIPE II, 1588. Cuando en Madrid se conoció el resultado de la expedición, la reacción de Felipe fue de resignación y tristeza. Idiáquez comentaba que el rey, "aunque sintió harto la nueva al principio, la siente cada dia mas [...] Le duele extraordinariamente no haver acabado de hazer un tan gran servicio a Dios, aviendo hecho mas que se le podia pedir ni imaginar". Felipe II esperaba que Dios remediase el infortunio de su flota, ya que "espero en Dios que no habrá permitido tanto mal como algunos deven temer, pues todo se ha hecho por su servicio, y muy bien es que no cese la oracion". De momento, la famosa frase que comienza con lo de “No envié mis barcos …” fue todo el análisis que el monarca hizo sobre lo ocurrido, además de ordenar que en todos los centros religiosos se celebraran actos de acción de gracias a Dios por la “lección de humildad” que había dado a los españoles.
La salud del rey empeoró con estos acontecimientos. "No puedo scrivir ni aun rubricar", decía en septiembre. Estaba desesperado y parece que culpaba a los demás de sus desgracias: "Cierto, yo me hallo muy apretado con estas cosas, con ver quan despacio va el remedio de todo y lo que camina el tiempo y que es de ver que los enemigos no duermen para ganarle. Y no siento aun tanto esto, como ver con la floxedad con que se camina por todos los de aqui, y creo que aun mas en la Junta de Cortes, y creo que se les pega la floxedad de los de la Junta", escribió a Vázquez.
La salud del rey experimentó una mejoría en 1589, pues "se levanta a mediodía y se sienta en su silla de ruedas, porque aún no puede andar".
UN GOLPE TREMENDO PARA ESPAÑA. Fue un golpe tremendo sobre las conciencias de los españoles, que hasta entonces se creían que eran el pueblo escogido por Dios para mantener la verdadera fe en el mundo. Dios les había abandonado. Era "una de las mas bravas y desdichadas desgracias que han sucedido en España y digna de llorar toda la vida [...] En muchos meses todo fue lloros y suspiros en toda España", comentaba un fraile de El Escorial.
Un oficial de la Armada había escrito a Idiáquez el 20 de agosto: "Ahora no hallareis a nadie que no asegure: “Os lo dije" [...] Encontramos que el enemigo nos aventajaba mucho en barcos, mejores que los nuestros para la batalla, mejor diseñados, con mejor artillería, artilleros y marinos".
Se buscaban culpables por todas partes. Había quien achacaba los problemas a la presencia de extranjeros, y particularmente a Alejandro Farnesio, aunque nada había tenido que ver con el desastre: "la verdad es que ha dias que las armas andan desvalidas [...] Y como la escuela es en Flandes, y el general italiano, crescera la milicia de Italia y declinará la de Hespaña".. La disciplina militar ya no era la que era: "la declinación de nuestra disciplina [militar] antigua". Pero, en cualquier caso, la confianza y la popularidad del rey estaba por los suelos.