- La España de Felipe II
Capítulo 19. Estructura política de la España de Felipe II
LOS “PARTIDOS POLÍTICOS” DE LA CORTE
AÑOS 40. COBOS Y TAVERA. En los primeros años, había dos grupos claramente definidos en la Corte: el de Cobos y el de Tavera, enfrentados con más o menos intensidad según el caso. Era una lucha por influencias y por acaparar poder y riquezas.
El cardenal Tavera era el presidente del Consejo de Estado, arzobispo de Toledo e inquisidor general. En su grupo estaba Juan de Zúñiga, comendador mayor de Castilla. En el grupo de Cobos estaba Fernando de Valdés, presidente del Consejo Real y enemigo declarado de Tavera. El duque de Alba no estaba en ninguno de los dos grupos, aunque años después tendría a Cobos como aliado.
Carlos V en sus “Instrucciones” advertía a su hijo del carácter ambicioso del de Alba: "Myrad que hará cabe vos que soys mas mozo; de ponerle a el ni a otros grandes muy adentro en la governacion os haveys de guardar".
El grupo del duque de Alba se caracterizó por ser partidario de las medidas más duras en cada crisis. |
En estos tiempos, Gonzalo Pérez era el colaborador más estrecho de Felipe. Era un judío converso, había estudiado en Salamanca y ocupaba el cargo de secretario personal de Felipe desde 1541. Dos años más tarde, se le nombró secretario del Consejo de Estado.
En agosto de 1545 murió Tavera. Zúñiga falleció al año siguiente. Fue una gran pérdida, pues Felipe le consultaba todo tipo de temas. Un año más tarde fue Cobos quien murió.
Las nuevas figuras en el gobierno de España iban a ser Fernando de Valdés, obispo de Sevilla e inquisidor general, y Luis Hurtado de Mendoza, de la casa de los Mendoza, uno de los linajes nobiliarios más poderosos del país. Pero no tuvieron la talla de los anteriores.
LOS “PARTIDOS” DE ÉBOLI Y DEL DUQUE DE ALBA. Poco a poco, los personajes de la Corte se fueron reagrupando en dos nuevas facciones. Uno de los “partidos políticos” lo encabezaba Ruy Gómez de Silva, un hombre fiel a Felipe II que fue creando un grupo de cortesanos seguidores incondicionales, un auténtico grupo de presión en la Corte. Ocupaba un lugar fundamental en este grupo su esposa, Ana de Mendoza, Princesa de Éboli. A la muerte de Ruy Gómez, ocupó su puesto (tanto en el “partido” como en la cama) Antonio Pérez, quien, junto con la Princesa de Éboli urdieron toda una conspiración contra Felipe II.
El otro grupo era el del duque de Alba y se caracterizó por ser partidario de las medidas más duras en cada crisis. Su fidelidad al monarca era también incuestionable.
En un principio, Felipe II estaba más cerca de Ruy Gómez que del duque de Alba, aunque manteniendo siempre una cierta distancia entre ambos partidos para sacar tajada del enfrentamiento entre unos y otros. De hecho, el rey favorecía que los dos “partidos” de la corte estuvieran permanentemente enfrentados; así él hacía de árbitro, resolvía en favor de uno o de otro y siempre se mantenía por encima.
Cuando el conflicto de los Países Bajos estalló, el rey abandonó su cercanía al bando de Ruy Gómez y prefirió la política más radical del duque de Alba. Luego, tras el fracaso de Alba en su gestión en Flandes, volverían los de Éboli a ser los preferidos. Más tarde, con la anexión de Portugal, los de Alba retornaron al primer plano hasta la muerte del monarca.
No eran dos partidos que se distinguieran por su línea ideológica. No era el de Éboli más liberal y pacifista y el de Alba más militarista. En realidad, sólo eran grupos de presión que únicamente buscaban más poder y riqueza.
LA CORRUPCIÓN. La administración pública era un centro de corrupción y de luchas por el poder. Conjuras, alianzas, secretos y apropiaciones indebidas de dineros y bienes estaban a la orden del día. Gentes como Antonio Pérez y otros muchos se hicieron inmensamente ricos.
Felipe predicaba la honestidad y la limpieza entre sus funcionarios, pero estaba claro que nadie le hacía caso. De hecho, el monarca no tomaba medida alguna para acabar con la corrupción. Tampoco predicaba con el ejemplo, pues a los procuradores en Cortes se les sobornaba sistemáticamente para que votaran lo que el rey les pedía.
En 1586 el secretario Gabriel Zayas recomendó que se pagase un salario suficiente a los secretarios para evitar las corruptelas. Felipe pensaba en el ejemplo "de los ingleses, a quienes tenemos por bárbaros", ya que allí la corrupción era mucho menor. Pero la memoria le fallaba de cómo se trabajaba en Inglaterra o no le interesaba acordarse. "No se me acuerda bien", dijo y zanjó el asunto.
En sus “Instrucciones”, Carlos V recomendaba a su hijo los criterios para elegir a los funcionarios públicos: "Importará mucho no se elijan por ruegos ni intersecciones, de que hallaréis buen recaudo, sino por méritos y calidades de cada uno. Tendréis gran cuenta en saber si los del Consejo u otros ministros de Justicia reciben dádivas y si guardan el secreto que deben, y viven con el buen ejemplo que es razón; porque en cualquiera de esas cosas que falte sería de gran inconveniente, y convendría castigarlo y remediarlo".
Todo lo cual es pura retórica, pues Carlos V tampoco predicaba con el ejemplo, como demostró en su nombramiento como Emperador.