- La España de Felipe II
Capítulo 19. Estructura política de la España de Felipe II
DIPLOMACIA Y SERVICIOS SECRETOS
España tenía embajadas en la mayoría de cortes europeas, destacando Italia, donde había embajador en Roma, Venecia y Génova. Italia era el escenario de la rivalidad con Francia y la puerta al comercio en el Mediterráneo.
También eran importantes Viena, donde reinaba la otra rama familia de la dinastía de los Habsburgo, y París, Londres y Lisboa. La embajada de Lisboa era poco conflictiva, debido a los varios enlaces matrimoniales que se habían producido entre españoles y portugueses en los últimos tiempos, que facilitaban una buena relación. Por el contrario, París fue un punto caliente sobre todo en tiempos de Carlos V y Londres lo fue especialmente durante el reinado de Isabel I.
París fue un punto caliente sobre todo en tiempos de Carlos V y Londres lo fue especialmente durante el reinado de Isabel I. |
EMBAJADORES CASTELLANOS. Los embajadores eran castellanos, ya que Castilla era la piedra angular del Imperio. Cuando en tiempos de Carlos V se nombró a un aragonés como embajador en Roma, el enfado entre las altas esferas castellanas fue mayúsculo. Varacaldo, secretario del cardenal Cisneros protestaba “porque sin duda sería gran perdición que habiendo tantos castellanos, hombres señalados para ello, nos quisiesen poner los negocios debajo del poderío de Pharaón (…) que más valdría y mejor sería para el Reino encomendar los negocios al más puro francés del mundo, que no a aragonés ninguno”.
Felipe II nombró algunos embajadores no castellanos, como es el caso del catalán Requesens, embajador en Roma, del también catalán Guerau de Espés en Londres, Chantonay en París, el napolitano Álvaro de la Quadra en Inglaterra...
Los embajadores provenían de la alta nobleza, aunque Felipe II hizo alguna excepción nombrando embajadores eclesiásticos, como es el caso del obispo de Nápoles Quadra y el canónigo Diego Guzmán de Silva, ambos embajadores en nada menos que la corte inglesa.
LOS MEJORES SERVICIOS SECRETOS DE LA ÉPOCA. Felipe II creó los servicios secretos más potentes de su época, la mayor y mejor red de espías jamás conocida, siendo España el país que más recursos dedicó a esta tarea en toda Europa. Se usaba la tinta invisible y la escritura microscópica. El espionaje estaba coordinado en cada país por el embajador correspondiente y tenía un jefe supremo en la persona de Bernardino de Mendoza.
La pericia de los espías españoles muchas veces quedaba desvirtuada por la indecisión de Felipe II, que le costaba mucho afrontar los problemas y habitualmente con ello conseguía que la trascendencia de la información que le llegaba quedara reducida a la nada. Por ejemplo, el embajador en Inglaterra, Bernardino de Mendoza, avisó del ataque inglés a Cádiz en 1587, pero Felipe retuvo la información y el valioso trabajo del embajador acabó en la papelera.
La falta de dinero a veces limitaba el trabajo del espionaje español, y así, en 1589 los ministros plantearon a Felipe la necesidad de destinar más fondos para tener más espías para conseguir una información más detallada.
El monarca español era consciente de la importancia del espionaje. Aconsejó a su hijo Felipe III de estar al tanto “de las fuerzas, rentas, gastos, riquezas, soldados, armas y cosas de este talle de los reyes y reinos extraños”. Para hacer llegar la información hacía falta un buen servicio de correos y la eficacia del correo español fue incontestable, con una red permanente de mensajeros entre Madrid y las capitales europeas. Había que cubrir grandes distancias: en tres días se llegaba a cualquier lugar de la península, las cartas tardaban en llegar a Madrid 8 días desde Bruselas y más de 3 meses desde México. Era mucho tiempo, pero no había otra opción; cuando fue virrey de Nápoles, Granvela repetía la cita de un virrey anterior: "si debiera esperar la muerte, querría que viniera de España, pues no llegaría nunca". El correo real podía hacer hasta 135 km al día, relevando jinete y caballo varias veces.
En el Mediterráneo, debido al peligro turco y berberisco, se había desarrollado una vasta red de espionaje en base a cristianos que vivían en territorios musulmanes, mercaderes que comerciaban con Oriente y renegados (cristianos que se habían visto obligados a convertirse al Islam pero que en privado seguían su anterior fe).
Irlanda, país católico, era un nido de espías españoles que intentaban averiguar los pasos que iba dando la reina inglesa Isabel I y las posibilidades de un desembarco en Inglaterra. Nuestro servicio de espionaje participó en la conspiración de Babington de 1586, cuyo objetivo era asesinar a la reina inglesa.
Francés de Ávila fue embajador en Francia en los año 60. Tenía un grupo de espías. Actuaba sobre todo en el sur del país, controlando los movimientos cerca de las fronteras. Lo mismo hacía el embajador en Londres.
La captación del embajador inglés en París, si Edward Stafford fue un éxito importante para el espionaje hispano. Era una persona que gastaba todo lo que tenía en el juego y por ello accedió a dejarse sobornar por el dinero de Felipe II, aunque, a la hora de la verdad, sólo recibió 5,200 ducados [195.000 euros], una cantidad ridícula para los servicios que prestó. Proporcionó información muy valiosa sobre los movimientos de la flota inglesa y los ataques a Cádiz y Lisboa. A su gobierno le pasaba información falsa, diciendo que Felipe II ansiaba la paz, cuando, en realidad, se estaba preparando la invasión de Gran Bretaña por la Armada Invencible.
El asesinato de Guillermo de Orange fue obra de los servicios secretos españoles. Otra labor de información importante fue conseguir el mapa de los asentamientos hugonotes franceses en Florida, que fue la pieza clave para organizar el ataque y aniquilación de la presencia francesa en la península americana.
EL USO DE LOS FONDOS RESERVADOS. En aquellos momentos ya se usaban fondos reservados para pagar a los espías. El carácter secreto de este dinero dio pie a que algún funcionario se apropiara indebidamente de este dinero, pues era difícil controlar unas cantidades que no aparecían en los presupuestos. En una ocasión, al mencionado Bernardino de Mendoza le encontraron una serie de gastos sin justificar.