- La España de Felipe II


Capítulo 20. Economía


CARLOS V DEJA UN PAÍS EN BANCARROTA


El siglo XV había sido un siglo de crecimiento demográfico, impulso extraordinario del negocio de la lana, auge del comercio interior y una mayor participación en el comercio internacional. Todo ello posibilitó la expansión y proyectos exteriores de Castilla, que llevaron al descubrimiento de América y la explotación sus riquezas.

La producción artesanal se desarrolló bien durante el reinado de Carlos V. Las ciudades crecieron, muestra de desarrollo del comercio y el artesanado. La población aumentó, pese a la emigración a América; hasta la década 1565-1575 no comienza el despoblamiento de las zonas rurales. Pero, a pesar de que la coyuntura pudiera haber sido muy favorable, la desastrosa política de Carlos V dejó un país en bancarrota.

La desastrosa política de Carlos V dejó un país en bancarrota. 

INCREMENTO DE LA PRODUCCIÓN AGRÍCOLA, A PESAR DE LA MESTA. La producción agrícola de la primera mitad del siglo XVI tuvo un auge importante. Aumentó la demanda debido al incremento de población y al mercado americano, el tiempo acompañaba y las cosechas fueron buenas y abundantes. Los propietarios de tierras aumentaron la superficie cultivada y así aumentó la oferta con la puesta en cultivo de estas nuevas tierras. “Comenzaron a faltar los montes, que todo se rompía en Castilla para labrar", decía Florián de Ocampo en 1552. 

Pero España arrastraba el problema de la Mesta y muchos campos seguían inutilizados a causa de la prioridad que se daba a la ganadería lanar. No se aprovechaba toda la superficie agrícola posible. El país no producía el cereal necesario para alimentar a sus gentes y cubrir la demanda americana y se tuvo que recurrir a importaciones de cereales de Italia y de los países del Báltico. La Mesta fue un freno importante para la agricultura, ya que muchas tierras se destinaron a pastos y zonas de paso para el ganado, en detrimento de las superficies que se podían destinar a los cultivos. 


INGRESOS DEL ESTADO NO ERAN SUFICIENTES PARA FINANCIAR LAS GUERRAS. El Estado obtenía sus ingresos por tres vías: las rentas anuales (impuestos), las partidas votadas en las Cortes y las ayudas de gracia pontificia.

Las rentas anuales eran una serie de impuestos: las alcabalas, el quinto de las remesas americanas y otras de menor importancia como las salinas, las sedas de Granada, aduanas, minas o la trata de esclavos.

En las Cortes se votaban los pecheros, impuesto que no afectaba a los procuradores, que venían todos de las clases adineradas urbanas exentas de pagarlo; los pecheros triplicaron por ello su importe en estos años, pasando de 50 a 150 millones de maravedís al año [15 millones euros], mientras que consiguieron que las alcabalas se congelaran, impuesto que afectaba a toda la sociedad. 

Las rentas de gracia pontificia eran impuestos sobre las posesiones de la Iglesia (rentas de los Maestrazgos y las tercias o 2/9 de los diezmos eclesiásticos). Los otros impuestos eclesiásticos eran de menor cuantía y sólo se aplicaban en tiempos de guerra contra el infiel y previa autorización pontificia (la bula de Cruzada y el subsidio eclesiástico). El subsidio eclesiástico lo pagaba la Iglesia de muy mala gana. La bula de Cruzada no era nada popular entre las gentes, ya muy cargadas de otros impuestos. La recaudación de estos impuestos, lo mismo que las alcabalas, se arrendaba.

En 1538 se intentó crear un nuevo impuesto: la sisa, pero fue un fracaso ante la oposición de los nobles. Se recurrió a otros ingresos, como el que venía de la trata de esclavos, la venta de oficios, la venta de hidalguías (que tenía la contrapartida de incrementar el personal exento de pagar impuestos) y la desamortización de algunos bienes eclesiásticos.

Cuando se fundó el Consejo de Estado en 1524, se siguió el modelo de los Países Bajos, que era el que conocía Carlos V. Al frente se colocó al conde Enrique de Nassau, holandés. Los otros dos consejeros eran el también flamenco Jacques Laurin y el castellano pero muy vinculado a Holanda Juan Manuel Belmonte. Carlos V no se fiaba de la capacidad de gestión financiera de los expertos castellanos. Se lograron algunos ingresos puntuales, como la dote de la emperatriz con 900,000 ducados [33.750.000 euros] o el rescate del rey de Francia Francisco I por 2 millones de ducados [75 millones euros]. A esto hay que añadir que las remesas de metales americanos crecieron enormemente gracias a la conquista de México por Hernán Cortes y la del imperio inca por Pizarro y Almagro. Con las remesas del Perú de 1534 se financió la campaña de Túnez del año siguiente. También se consiguieron ingresos extraordinarios de la Iglesia, con las bulas de Cruzada, el subsidio eclesiástico y el permiso de desamortizar señoríos eclesiásticos.


LA SANGRÍA DE LAS GUERRAS DE CARLOS V. Todos estos ingresos hubieran servido para atender sobradamente a los gastos si no hubieran habido tantas guerras. Hacia mediados de siglo, el superávit, considerado de esta manera, hubiera sido de más de un millón de ducados [37.500.000 euros].

Pero España mantuvo una serie de guerras casi ininterrumpidas con Francia desde 1521, se enfrentó a los turcos y a los nobles protestantes alemanes. La actividad bélica de Carlos V suponía un gasto de 3 millones de ducados anuales [112.500.000 euros], debido a que, al no haber un ejército regular, los ejércitos españoles se complementaban con el contrato de unos 50,000 mercenarios.

A partir de 1544 la situación se hizo insostenible. Felipe solicitaba a su padre que parase las guerras y que hiciese la paz con Francia. 

Carlos V pretendía confiscar hasta las remesas de América que llegaban para particulares y Felipe se oponía: “en grandísimo daño destos Reinos y [la] total destructión y perdición de los mercaderes y de muchos particulares pobres y viudas, cuyos dineros traen [los galeones]”. Más que la opinión de Felipe, era el criterio de los consejeros españoles, que utilizaban al joven príncipe para influir sobre el padre. Cuando Felipe subió al trono siguió la misma política desastrosa que su progenitor.


CARLOS V HIPOTECA EL PAÍS A LOS BANQUEROS ALEMANES. A cambio de financiar a Carlos V para que sobornase a los príncipes electores alemanes y así fuera nombrado Emperador, los Fugger recibieron en garantía de pago el negocio del puerto de Amberes, el más importante de Occidente, los señoríos alemanes de Wallenstein, Kirchberg, Pfaffenhoven y otros, las minas de mercurio de Almadén, las minas de plata de Guadalcanal (Sevilla), los ingresos de la Corona de las órdenes de Santiago, Alcántara y Calatrava y las rentas de los maestrazgos durante todo un siglo.

También estaban previstos nuevos impuestos para pagar los préstamos. Esta situación encendió los ánimos en Castilla y fue uno de los detonantes de la revuelta de los Comuneros.

Con Carlos V la mayor parte del comercio español pasó a manos de los alemanes, especialmente los Fugger y los Welser, con los que el rey estuvo perpetuamente endeudado. Los financieros alemanes saquearon nuestro país todo lo que pudieron, junto con los prestamistas italianos. Manuel Colmeiro comenta que “no se contentaban los de Italia y Alemania con los buenos negocios que hacían sacando partido de las necesidades de la corona, sino que arrendaban los maestrazgos, los obispados, las dignidades, los estados de los señores y las encomiendas; trataban en lana, sedas, hierro, acero, pan y toda clase de mantenimientos, y hasta del salvado querían sacar substancia.”

El historiador alemán Leopold Ranke escribe: “La unión estrecha que existía entre los negociantes extranjeros y el príncipe se volvió también funesta, porque les procuró un permiso extraordinario para la exportación de todos los artículos de España, exportación que las leyes prohibían a los indígenas. Acapararon así en su provecho la exportación de la lana de la seda y del hierro en España; y, por otro lado la pretensión que tenían de hacer bajar pronto el precio de todas las mercaderías en el país, les facilitó también la importación de mercaderías extranjeras”.


INCREMENTO DE LA DEUDA PÚBLICA. Como no podía ser de otra manera, durante el reinado de Carlos V se produjo un incremento importante de la deuda del Estado a causa del gasto militar. Al comienzo de su reinado, el emperador pidió al Consejo de Hacienda que se tomaran medidas para ordenar las finanzas reales, que desde la muerte de Isabel la Católica llevaban un rumbo errático sin que nadie se pusiera al frente. Carlos V pretendía “mediar el gasto con la renta” (adecuar los gastos a los ingresos), algo que no sucedió jamás. Pensaba ingenuamente que había que reducir la presión fiscal a sus súbditos “por les dar causa a que más y más entrañablemente nos quieran y amen, como a sus reyes y señores naturales”. La política económica fue por otro camino. 

Los juros, una especie de emisión de deuda pública, fue una figura que estimuló el ahorro particular, pero aumentó la deuda del Estado, que se sumaba a los intereses y los préstamos a pagar a banqueros italianos y alemanes.

También se pidieron préstamos a distintos nobles y grandes eclesiásticos; pero esta fue una práctica que iría disminuyendo con el tiempo ya que el gobierno no cumplía con los plazos de amortización de la deuda y cada vez encontraba menos gente que le prestara un dinero que no recuperaba jamás. Valga como ejemplo, el préstamo de 5,000 ducados [187.500 euros] que otorgó el obispo de Córdoba para la campaña contra los nobles protestantes alemanes agrupados en la Liga de Smalkalda en 1546; cuando en 1552 le pidieron un nuevo préstamo de 15,000 ducados [562.500 euros] ni siquiera respondió al requerimiento. Su secretario escribió: “créese que no quería prestarlos, porque no se le han pagado los 5.000 ducados [187.500 euros] que prestó el año de 546, aunque los a pedido, porque S.M. mandó que se disimulase la paga”. Otro caso es el del arzobispo de Sevilla, personaje inmensamente rico, pues Sevilla era la diócesis más potente de España después de la de Toledo. Prestó 20,000 ducados en 1552 [750.000 euros], pero como en 1557 se le solicitaran otros 150,000 para financiar la guerra contra Francia, tan sólo dejó 15,000 ducados [562.500 euros], pese al tremendo enfado de Carlos V. 

Durante el reinado de Carlos V se produjo un incremento importante de la deuda del Estado a causa del gasto militar

Para la guerra contra la Liga de Smalkalda se recurrieron a nuevas solicitudes de préstamos a particulares españoles e incluso se llegó a encarcelar a algunos que se resistían a soltar el dinero. Felipe escribió a su padre del fracaso de la operación financiera: “Y de los empréstidos, con toda la diligencia que se usó y con hacer grandes vexaciones y tener presos muchos días a los que podían prestar, nunca se pudieron sacar más de treinta mil ducados” [1.125.000 euros]. No había más remedio que aumentar la presión fiscal sobre el castigado pueblo castellano que, como expresaba Luis de Ortiz en su Memorial de 1558 “todo lo vienen a pagar los labradores, que los más son pobres y desventurados”.


INCREMENTO DE LOS GASTOS DE LA CORTE. Los gastos de la corte se dispararon: en los últimos tiempos de Isabel la Católica ascendían a un millón y medio de maravedís anuales [150 mil euros], mientras que en 1544 eran de 136 millones [13.600.000 euros]. La emperatriz Isabel, acostumbrada a los lujos de la corte portuguesa, tampoco ayudó precisamente en reducir costes. Otro elemento que disparó los gastos fue la implantación de la etiqueta borgoñona en 1543, o el viaje a Italia para ser coronado emperador por el papa Clemente VII, que financió en parte con la venta a Portugal por 300,000 ducados [11.250.000 euros] del derecho a traficar en las Molucas en 1529.