- La España de Felipe II


Capítulo 20. Economía


LAS FINANZAS: UN PAÍS ENDEUDADO


Felipe II heredó de Carlos V una deuda de 20 millones de ducados [750 millones euros] y dejó a su sucesor una deuda 5 veces superior. A partir de la guerra contra Francia en 1521, los conflictos bélicos de la Corona española se sucedieron casi uno otras otro durante todo el siglo XVI. A la muerte de Carlos V la Hacienda española estaba en mínimos, con muchos ingresos futuros comprometidos  para varios años. En 1546 todas las rentas del Estado estaban empeñadas hasta 1550.

Los intereses de la deuda en los presupuestos de 1555 eran los siguientes:

* Situados en rentas de los maestrazgos: 50,000 ducados [1.875.000 euros]

* Situados y juros a cargo de la Contaduría Mayor: 1,342,266 ducados [50.334.975 euros]

* Descargos del Emperador: 100,000 ducados [3.750.000 euros]

* Total: 1,492,266 ducados [55.959.975 euros]

Los préstamos de los Grimaldi, Fugger, Spínola, Doria y otros tenían como garantía los ingresos de la Corona, tanto los impuestos como los metales americanos.


A mediados de siglo, pues, los intereses de la deuda representaban alrededor de la mitad de los ingresos del Estado, que por entonces estaban en torno casi a 3 millones de ducados [113 millones euros]. Pocos años después, en 1559, cuando Felipe II regresa a España, el total de la deuda ascendía ya a cerca de 25 millones de ducados [938 millones euros], 8 veces más que en 1554.

La paz de Cateau-Cambresis de ese mismo año ponía fin a décadas de guerras con Francia. Pero no era el fin de las guerras en las que la corona española estría involucrada, con lo que el problema seguía. Aún quedaba Flandes, los turcos e Inglaterra.


LOS JUROS, UNA FORMA DE EMISIÓN DE DEUDA PÚBLICA. Los juros fueron una especie de emisión de deuda pública, que se conocía desde los tiempos de los Reyes Católicos. Se llaman así porque los prestamistas recibían las rentas “por juro de heredad”. 

Los juros fueron el único recurso que, en muchas ocasiones, le quedaba a la monarquía española para hacer frente a las deudas con los prestamistas nacionales y extranjeros, con lo que adquirieron el carácter de papel moneda. Alcanzaron protagonismo después de la bancarrota de 1557. Cuando el porcentaje de ingresos destinado a los juros descendía, ello se notaba en la mejora de la economía. Debido a la pésima situación económica, los juros se devaluaban continuamente, a veces un 25%, con lo que no eran muy del agrado de los acreedores. En caso de retrasarse el pago de la deuda de la Corona, los prestamistas recibían un interés adicional del 1% mensual, es decir, un 12% anual, aunque a veces se redondeaba hasta el 10%.

En 1522 el total de las “rentas ordinarias” fue de 376 millones de maravedises [37.600.000 euros], de los que nada menos que el 36,6% se dedicó al pago de los intereses de los juros. En 1541, 1542 y 1543 la cifra fue del 64,5%, el 65,3% y el 65,4% de estas rentas, respectivamente, el porcentaje más alto de todo el siglo XVI. En 1543 las “rentas ordinarias” fueron de 420 millones de maravedíes [42 millones euros] y se pagaron los intereses de los juros con las remesas americanas.

Muchas familias con grandes posibilidades económicas pusieron todas sus expectativas en este producto financiero, con lo que la posibilidad de vivir de los intereses de la deuda pública alejaba aún más a los sectores adinerados del desarrollo empresarial del país. 


SECUESTRO DE LAS REMESAS AMERICANAS. En los años finales del reinado de Felipe II se recurrió a secuestrar los metales que llegaban a la Casa de Contratación de Sevilla a nombre de particulares, que recibían a cambio un documento en el que la Corona se comprometía devolverles sus bienes y a pagarles anualmente un interés por ello. Carlos V ya había recurrido a este sistema en 1523, 1534, de 1536 a 1538, 1545, 1551, 1553 y 1555.


LOS PRÉSTAMOS DE LOS BANQUEROS EXTRANJEROS. Los préstamos de los Grimaldi, Fugger, Spínola, Doria y otros tenían como garantía los ingresos de la Corona, tanto los impuestos como los metales americanos. De esta forma, los banqueros llegaron a controlar de hecho los ingresos y los metales preciosos de Indias. 

Si el préstamo no se devolvía en el plazo acordado, los intereses subían. Las remesas de América no bastaban para cubrir los  gastos de la Corona. Había que acudir al préstamo de los banqueros, en especial alemanes en un principio y posteriormente genoveses. Para obtener 9,000 ducados de préstamo [337.500 euros] había que pagar 14,000 [525.000 euros] en los últimos tiempos del reinado de Felipe II.

Para financiar las guerras se recurría a préstamos a corto plazo e intereses muy elevados. No sólo España utilizaba este sistema; también Francia, Inglaterra y los Países Bajos hacían lo mismo cuando había una emergencia de tesorería, pero los gastos españoles fueron muy superiores a los del resto y nuestra  economía no tenía la potencia de los otros países.


LOS PRÉSTAMOS DE PARTICULARES ESPAÑOLES. El préstamo de particulares españoles -altos dignatarios de la iglesia, la alta nobleza y los mercaderes ricos- era algo que gozaba de muy poca popularidad, pues muchas veces el préstamo no se devolvía.

Ya hemos contado en páginas precedentes los casos del obispo de Córdoba y del arzobispo de Sevilla. La Universidad de Salamanca había prestado 4,000 ducados [150.000 euros] y aún a finales de siglo, muerto ya Felipe II, seguía reclamándolos.


LA BANCA ESPAÑOLA. La banca española en el siglo XVI alcanzó un cierto nivel. Recibió depósitos en cantidades importantes, cobraba créditos por cuenta de sus clientes, avales… En los préstamos se sumaba capital e intereses, ya que la Iglesia condenaba los intereses bancarios, pero, a pesar de todo, la idea del préstamo con interés se fue aceptando poco a poco. Había banqueros privados y también bancos municipales. Un banquero del que tenemos abundante documentación es Simón Ruiz, de Medina del Campo. Uno de los bancos más conocidos fue el de los Cinco Gremios Mayores de Madrid.

Una actividad muy habitual fue la cuenta corriente. En algunos casos, si la solvencia del cliente lo permitía, las cuentas corrientes permitían acceder a préstamos de valor muy superior al dinero depositado. Muchos agricultores se endeudaron con préstamos y perdieron sus tierras al no poder devolverlos. También se formalizaban préstamos con los juros como garantía. 

La primera letra de cambio conocida de Castilla era del 1497. En tiempos de Carlos V fue una figura poco usada, todo lo contrario que durante el reinado de Felipe II, cuando contaba con un uso generalizado en Europa.

La idea de un Banco Nacional no prosperó porque se encontró con demasiado enemigos. Hubo de hecho hasta tres proyectos de creación. Pero ni las Cortes ni los bancos particulares se mostraron partidarios de la idea y no pudo ser.

A la sombra de la Casa de Contratación, en Sevilla se desarrolló una banca a cargo de los Espinosa, Iñíguiez, Lizarrazas, Negrón, Morga y otros que “abarca un mundo y abraza más que un océano”, según seguía diciendo fray Tomás de Mercado. Pero sin un entorno económico adecuado había poco futuro, y la banca sevillana se hundió en el transcurso del siglo XVI.

Los grandes banqueros dominaron las finanzas de Europa. Eran los administradores y recaudadores de los bienes del Papa, consejeros de los reyes, recaudan sus tributos y tenían en sus manos el comercio internacional.


LA BOLSAS Y LA MUERTE DE LAS FERIAS. Las Bolsas sentenciaron a muerte a las Ferias. El origen de la bolsa está en “Van Der Bourse, Mercader”, de la ciudad de Brujas, que creó la primera Bolsa del mundo y le dio su nombre. A continuación vendría el poder de los bancos, la compra a crédito, la letra de cambio, signos de los tiempos nuevos.


LAS FERIAS. MEDINA DEL CAMPO. En Castilla, cabe mencionar las ferias de Medina del Campo, Medina de Rioseco y Vilallón. Medina del Campo fue uno de los centros económicos más importantes de Europa hasta 1571, en que los banqueros decidieron operar en Madrid y que los nuevos hábitos financieros hicieron innecesaria la convocatoria de ferias, tanto en España como en el resto de Europa. Hasta esas fechas, Medina del Campo movía mercancías y crédito tanto en dirección a Sevilla como a Lisboa. Para los paños catalanes, la feria de Medina compensaba la pérdida de los mercados mediterráneos. En 1596 se intentó recuperar la vida económica de Medina del Campo y se creó un banco especialmente para la feria, que fracasó. Las ferias se celebraban al ritmo que marcaba la llegada de remesas de plata de América.

En las ferias se daban cita los prestamistas. Sarabia de la Calle nos lo cuenta: “Andan de feria en feria y de lugar en lugar, tras la corte, con sus mesas y cajas y sillas y libros... a las claras emprestan su dinero y llevan intereses de feria a feria y de tiempo a tiempo; salen a la plaza y rúa con su mesa y silla y libro, dan fiadores y buscan dinero”.

En 1551 y 1552 se tuvo la pésima idea de impedir que se girase dentro del reino, de feria a feria o sobre las ferias de Lyon. Esta medida redujo la contratación de bienes y la circulación de moneda.

Fernando López del Campo: “El dar fianza de feria a feria, no creo que haya ninguno que lo tenga por lícito, pero aunque no lo sea, conviene que Vuestra Majestad lo permita para evitar el mal mayor. Mejor es que hagan ésto que no las mohatras y cambios fingidos; puédese poner término y tasa, que este interés de fianza de feria a feria crea V.M. que será la causa principal para que el dinero y negocio queden en este reino y se haga grandísimo comercio y trato con él.” En las ferias se hacían las operaciones mayoritariamente con giros y asientos, de manera que, según Mercado, eran auténticas “fraguas de cédulas”.


LA MONEDA. El sistema monetario castellano se basaba en el maravedí. El real se dividía en cuatro de 8 maravedís y en ochavos de 16 maravedís. El maravedí estuvo en circulación hasta época de Isabel II, en el siglo XIX. Tanto los Reyes Católicos como Carlos V acuñaron cuartos, ochavos y maravedís de vellón; la moneda finalmente sería de cobre. Un ducado equivalía a 375 maravedíes. 

El ducado de oro de 3,6 gramos fue la moneda unitaria de Castilla en los siglos XVI y XVII. Fue creado por los Reyes Católicos con el nombre de “Excelente de Granada” y luego rebautizado como ducado. El ducado del siglo XVI equivale a 37,50 euros aproximadamente, según datos del profesor Luis Balbuena Castellano.

Las Cortes insistieron en repetidas ocasiones que se sanease (estabilizar) el valor de la moneda. Carlos V no estuvo de acuerdo. Sanear la moneda tenía sus riegos y había conciencia de ello. El cobro de efectos pendientes de recaudación hubiera supuesto una pérdida de 600,000 ducados [22 millones y medio euros]. Las letras pendientes de pago en Alemania, Italia y Flandes tendrían el mismo efecto.

La inflación tuvo que ver con la circulación de la moneda de vellón, que tenía poco contenido de metales preciosos y por lo tanto no tenía un valor real. El vellón era una aleación de plata y cobre. Esta moneda ya existía en tiempos de los Reyes Católicos y venía de tiempos de Alfonso VI.

Faltaba moneda en España. Esto hacía que la circulación financiera fuera muy dificultosa. Muchos pagos se hacían en oro no acuñado. En un dictamen de una junta de técnicos en 1534 se dice: que no se labren ducados a partir de ese momento, que las remesas americanas se destinen a la acuñación de doblas cuya ley (más baja que las coronas francesas) impediría el drenaje, que no suba el valor de los ducados, que se mantenga el valor de la moneda de plata, que se acuñe moneda de vellón de 6 y 19 maravedíes de buena ley.

En el siglo XVI se aplicaron hasta tres medidas de política monetaria:

* 1537 Carlos V rebajó el peso y la ley de la moneda para equiparar la moneda a otros países europeos (en concreto, a Francia) y de esta forma evitar su fuga al extranjero. Así se creó el escudo o corona, equivalente a 350 maravedís [35 euros]. El ducado dejó de acuñarse.

* Otra reforma tuvo lugar en 1548, aportando más metal no precioso, y en 1552 se redujo el contenido en plata. 

* 1552 se bajó el contenido de plata del vellón 

* 1566 se aumentó el precio del oro

Felipe II nunca recurrió al envilecimiento monetario (rebaje en la moneda de la proporción de metales preciosos), ni siquiera cuando la plata americana comenzó a escasear.