- La España de Felipe II
Capítulo 21. Sociedad
LA NOBLEZA ERA DE ORIGEN DIVINO. Los linajes nobiliarios los había creado Dios, tal como dice el refrán: «cuna y mortaja, del cielo baja». El hijo primogénito era el heredero universal y los demás hijos se colocaban en la vida eclesiástica, en el servicio a la Corona, en los mandos del ejército o en no hacer nada viviendo de las rentas. Por debajo de la alta nobleza estaban los caballeros y los hidalgos. La alta nobleza disfrutaba de un poder económico enorme, mientras que los hidalgos vivían prácticamente en la pobreza. Los nobles ejercían el pleno señorío sobre sus dominios, cobraban impuestos y administraban justicia, aunque ya no aportaban sus tropas como en la Edad Media, ya que el ejército era un gasto que corría a cargo de la Corona.
Carlos V destacó de entre la alta nobleza a 25 Grandes y 35 Títulos; en total 60 familias. Entre los Grandes tenemos a los duques de Alba, del Infantado, Medinaceli, Medina-Sidonia… Entre los Títulos, marqueses y condes. En tiempos de Felipe II este grupo creció hasta casi el centenar. A finales del siglo XVI sus rentas eran de unos 100,000 ducados anuales [3,750,000 euros]. Para hacerse una idea, el virrey del Perú cobraba 32,000 ducados/año [1,200,000 euros]. Los Grandes complementaban sus ingresos con cargos políticos. No había Grandes en el Consejo Real, criterio que impusieron los Reyes Católicos, pero sí en el Consejo de Estado.
También se podían clasificar los nobles por su relación con la Corte: los cortesanos y los alejados de la Corte. Los cortesanos estaban muy vinculados al rey en la corte, en la guerra o en la diplomacia. Los otros vivían en sus territorios, alejados de la capital, y eran la gran mayoría. El duque de Alba y Juan de Zúñiga son ejemplos del primer grupo.
Los linajes nobiliarios los había creado Dios, tal como dice el refrán: «cuna y mortaja, del cielo baja». |
En Galicia y en el Tajo medio dominaba el señorío eclesiástico, destacando las posesiones de los arzobispos de Santiago y de Toledo. En la Extremadura meridional y La Mancha los grandes propietarios eran las Órdenes militares de Santiago, Alcántara y Calatrava. En el siglo XV un 20% de las encomiendas de Santiago y Calatrava pasaron a dominio civil. Era una forma de obtener ingresos por parte de la Corona. Las provincias de Benavente, Salamanca, León, Guadalajara, Murcia y la Baja Andalucía eran dominio de los grandes señores. Destacaban el conde de Benavente, duques de Alba, Béjar e Infantado, los Fajardo y los Medina-Sidonia.
LA IGLESIA, EL ESTAMENTO CON MÁS PODER. El poder económico, político y de influencia social del alto clero era superior al de la alta nobleza. En total eran 8 arzobispos y 47 obispos que se dividían de la siguiente forma: en Castilla, 5 arzobispados (Toledo, Sevilla, Granada, Burgos y Santiago) y 30 obispados; en la corona de Aragón, 3 arzobispados y 17 obispados. Con Felipe II se creó un obispado en Castilla y 6 en la Corona de Aragón. El incremento en la Corona de Aragón se hizo para controlar a la población morisca y para evitar las influencias protestantes que llegaban a través de las fronteras pirenaicas.
Los ingresos del arzobispo de Toledo llegaban algunos años hasta los 250,000 ducados [9,375,000 euros]. Era una cifra muy superior a lo que ingresaban los miembros de la alta nobleza, pues el duque de Medina-Sidonia, que era el noble que más ingresos tenía, llegaba a 170,000 ducados/año [6,375,000 euros]. Por el contrario, otros obispados no alcanzaban los 4,000 ducados/año [150,000 euros], como es el caso de Tuy.
Era el rey quien nombraba los obispos. Muchos altos eclesiásticos ocuparon cargos políticos, como el cardenal Tavera, que gobernó Castilla en 1540 en ausencia de Carlos V o Fernando de Valdés, que fue presidente del Consejo Real y luego inquisidor general. El Tribunal de la Iglesia lo componían monjes dominicos.
El Consejo Real -el órgano de gobierno más importante de Castilla -estaba normalmente presidido por un eclesiástico, que, a la vez, formaba parte del Consejo de Estado. Después del monarca, los personajes más importantes del reino eran el presidente del Consejo real y el Inquisidor general.
LOS CURAS Y EL CONTROL IDEOLÓGICO DEL MUNDO RURAL. El cura era un personaje clave en el mundo rural, ya que él era quien transmitía la ideología de las clases dominantes. Las gentes tenían que hacerle caso so pena de quemarse en el infierno para toda la eternidad. Su poder ante los campesinos era enorme.
En muchos lugares aún se mantenían creencias ancestrales, anteriores al cristianismo. Es el caso de Galicia, ya que en el catolicismo que practicaban los gallegos las supersticiones, las creencias y rituales que venían de religiones anteriores al cristianismo estaban a la orden del día. También en costumbres: por poner un ejemplo, se consideraba que no era pecado el sexo entre solteros. Los jesuitas entraron en esta región a mediados del siglo XVI y la Inquisición trabajó en ella sin descanso. Los inquisidores detuvieron a 161 curas acusados de blasfemar y cortejar a las mozas sirviéndose del confesionario; en realidad, era por ser tolerantes con las creencias precristianas de la gente.
LOS CAMPESINOS, CADA VEZ MÁS POBRES. El campesinado representaba el 80% de la población total. Al norte de Sierra Morena predominaba el pequeño propietario ligado a la nobleza, la iglesia o el rey, mientras que en la parte sur predominaba el bracero, que trabajaba la gran propiedad latifundista de la alta nobleza.
Los campesinos estaban sometidos a una carga impositiva muy por encima de sus posibilidades, siendo la peor situación la que se vivía en tierras de señorío. En un pueblo de Toledo, de una cosecha de 1,500 fanegas de trigo, 150 se las quedaba el diezmo eclesiástico, el 10%, y 400 el propietario de las tierras, el 25%.; en total, la carga impositiva en este caso era del 35%. Como un 20% de la cosecha se guardaba para sembrar al año siguiente, los campesinos sólo percibirían un 45% de lo que la tierra les daba y aún faltaban por pagar los impuestos al rey.
Si los agricultores no podían satisfacer los impuestos acababan en la cárcel o, como mínimo, los funcionarios ejecutores les quitaban las puertas, ventanas y tejas de las casas para venderlas y así recaudar parte de lo adeudado.
El pequeño propietario tendía a un paulatino empobrecimiento. Muchas veces, perdía su propiedad a manos del gran propietario noble o eclesiástico. En el caso de los hidalgos, su ruina económica los llevaba a la ciudad a esconder sus miserias. Es el ejemplo que nos relata “El Lazarillo de Tormes”.
Los animales de labor (bueyes y mulas) eran tremendamente caros y sólo estaban al alcance de muy pocos. Aún se usaba el arado romano y se desconocía el arado de ruedas.
Los pósitos eran una forma de ayuda mutua entre los agricultores. Había casi 12.000 pósitos a finales del siglo XVI. En 1584 se estableció una reglamentación de los mismos.
Los campesinos estaban sometidos a una carga impositiva muy por encima de sus posibilidades. |
LAS CIUDADES CONCENTRABAN LA ACTIVIDAD ARTESANAL. Estaban entre los 10,000 y los 25,000 habitantes las capitales de la Meseta norte, como Burgos, Segovia, Ávila o Zamora, y ciudades andaluzas como Écija, Ronda, Úbeda, Antequera o Lucena. Entre 25.000 y 50,000 habitantes se ubicaban Córdoba, Valladolid, Jerez o Zaragoza. Entre 50.000 y 100,000 habitantes tenían Toledo, Granada, Valencia y Barcelona. Sevilla y Madrid superaban estas cifras y eran los núcleos con mayor población.
En las ciudades pequeñas se congregaban miembros de órdenes religiosas, clérigos e hidalgos en un número que podía llegar a ser importante. Era población ociosa, que ni trabajaba ni producía nada.
Las grandes ciudades contaban con un número importante de artesanos. También aquí se concentraban los delincuentes y gentes de mal vivir. Particularmente Sevilla reunía hampones, garitos y burdeles en una cantidad alarmante, con un hampa organizada en cofradías. Madrid, una vez que fue capital de España, también atrajo a todo tipo de maleantes. Otras ciudades, como Valencia, Córdoba, Segovia o Valladolid se distinguieron asimismo por su alto nivel de delincuencia.
SALARIOS DE LOS OBREROS DE MADRID. Sueldos que pone el ayuntamiento de Madrid a los obreros de la construcción en los años sesenta del siglo XVI:
Este salario era por días trabajados. Como había muchas fiestas al año, el salario de un maestro de obras no llegaría a los 30,000 maravedíes/año [3.000 euros], y el peón a los 15,000 maravedíes/año [1.500 euros].SALARIOS ANUALES EN EL ESCORIAL,1572.
- médico: 300 ducados [11,250 euros]
- cirujano: 100 ducados [3,750 euros]
- barbero: 20.000 maravedís [2,000 euros]
Según el profesor Luis Balbuena Castellano
SALARIOS DE LOS ALTOS FUNCIONARIOS. El presidente de la Chancillería de Valladolid cobraba 600,000 maravedíes/año [60.000 euros] en 1554. Era uno de los cargos mejor remunerados, sólo superado por algunos consejeros. El regente de Audiencia cobraba 200,000 maravedíes/año [20.000 euros] en 1570. El virrey de Perú, con 32.000 ducados/año [1,200,000 euros], cobraba el doble que el virrey de Italia.
EL TRABAJO ERA COMO UNA MALDICIÓN BÍBLICA. La mentalidad nobiliaria consideraba que el trabajo era algo vil y humillante. Tan sólo el pueblo llano debía trabajar. Por eso los campesinos, los artesanos, los menestrales, los comerciantes, los industriales manufactureros eran vistos con desprecio. El rechazo al trabajo creó una mentalidad general en todo el pueblo que llevó a mucha gente a servir en el ejército, marcharse a hacer fortuna a América, la vida eclesiástica o la mendicidad al calor de la “sopa de los conventos”.
Las clases altas debían vivir sin trabajar, con los ingresos de sus rentas, atesorando todo el oro y plata posible. Muchos hidalgos, en la más absoluta de las miserias, preferían pasar hambre antes que trabajar. En España, el trabajo era algo así como una maldición bíblica.
Algunas voces se alzaron en el siglo XVI, como es el caso de Luis Ortiz, defendiendo la economía en base al trabajo, “como se hace en Flandes y en los otros Reinos, donde hay ordenadas Repúblicas con estas libertades”.
El espejo social donde mirarse era el del noble. Los comerciantes y artesanos más ricos sólo pensaban en comprar algún título nobiliario porque ofrecía la ventaja, aparte del prestigio social, de que no pagaban impuestos. El diplomático italiano Guicciardini comentaba a principios del siglo XVI que de los españoles «todos tienen en la cabeza ciertos humos de hidalgos» y que los artesanos, en cuanto tienen algún dinero, dejan de trabajar, «descansan mientras les duran las ganancias». Martín González de Cellorigo, en 1600, insistía en que “lo que más apartó a los nuestros de la legítima actividad que tanto importa a la república ha sido el gran honor y la autoridad que se da a huir del trabajo”.
La productividad del trabajo era muy baja. Joly, un viajero extranjero, hablando de los artesanos de Valladolid, comenta que “la mayor parte del tiempo están desdeñosamente sentados cerca de su tienda y desde las dos o tres de la tarde se pasean espada al cinto; ya no hay razón para que no hagan nada hasta que habiéndolo gastado todo, vuelvan a trabajar”. En muchos lugares el lunes era día de descanso, para reponerse de la fiesta del domingo. Entre domingos y festivos, se alcanzaba la mitad de los días del año.
La poca disposición de los españoles al trabajo manual facilitó la llegada de inmigrantes extranjeros cualificados, como es el caso sobre todo de los franceses.
En el campo había épocas de inactividad total, ya que, como se sabe, el trabajo agrícola es estacionario. La primavera era la época con menos trabajo, mientras que la mayor ocupación se daba cuando la siega, al comienzo del verano hasta agosto. La vendimia y la recolección de la aceituna suponían también momentos de mucho trabajo. En los meses en que no se trabajaba, los jornaleros tenían que recurrir a la mendicidad en muchos casos.
Había más criados que artesanos. La cifra estaría en torno a las 200,000 personas. Los nobles que tenían medios económicos disponían de un número impresionante de sirvientes, superando fácilmente la cifra del centenar, como mínimo. En el palacio de los duques de Alba había 400 dormitorios para los criados.
SER POBRE LLEGÓ A SER UN OFICIO. La mendicidad era tanta que Felipe II en 1565 pensó en regularla. Se trataría de que una comisión de vecinos en cada localidad decidiría quién era pobre, “los que verdaderamente son pobres” para que “sean sustentados y proveídos en su necesidad con la caridad y la limosna que a los tales se debe”. A los que se les calificaba como pobres se les daba una cédula personal con su nombre e identificación y el visto bueno del párroco sobre su comportamiento religioso “porque si se tiene cuidado de mantener los cuerpos de los pobres, es más justo que se tenga de sus ánimas”. El pobre tenía prohibido pedir fuera de su parroquia.
Ya en 1543, cuando Felipe se convirtió de hecho en regente, se elaboró una ley para estas gentes y una de sus consecuencias fue que el cardenal Tavera creara en Toledo un hospital de pobres.
Ser pobre llegó a ser un oficio como cualquier otro, pues mucha gente no tenía otra forma de sustento, como lo explica Domingo de Soto: “al pobre, quien le quita el poder de pedir limosna, le quita no menos de la vida, porque no le queda otro agujero donde se meta, sino la sepoltura”. La gente que vivía profesionalmente de la limosna, se refleja en este texto: “Señores, no hay que cansarme: yo ando de tierra en tierra, sin cuidado, a mi gusto, y nunca me faltan dineros para holgarme”.
Se estima que en Valladolid casi el 10% de la población era pobre. En Ávila, un 8%. En Salamanca, en la parroquia de San Blas, “con juramento a Dios, que de las seis partes de las personas que aquí van enpadronadas, que las cuatro partes no tienen qué comer si no se lo dan”.
Tener un problema físico muchas veces significaba estar condenado de por vida a la pobreza. Los ciegos, los tullidos, los veteranos mutilados… vivían de la caridad de la gente. Los mismo pasaba con los niños abandonados y los ancianos sin recursos. Muchos mendigos eran vagabundos e iban recorriendo el país.
No faltaba el gracejo popular en los refranes:
“Se oye la voz del caporal:
¿Cuál es la ley del pobre?
Y la asamblea, unánime:
¡Reventar, antes que sobre!”
LA DELINCUENCIA VENÍA DE MANO DE LA POBREZA. La pobreza llevaba aparejada la delincuencia. En las ciudades, las bandas urbanas; en el campo, el bandolerismo.
La delincuencia urbana se organizaba en bandas a nivel local, pues no se conoce una delincuencia organizada de ámbito de todo el Reino. El hampa estaba conectaba con el poder: le hacía el trabajo sucio y la justicia, en correspondencia, miraba hacia otro lado. La muerte de Escobedo fue un “trabajo” encargado a sicarios de Madrid. Tres capitales eran famosas por sus bandas de delincuentes: Madrid, la capital, Sevilla, por su comercio americano, y Valencia, por su comercio mediterráneo.
La pobreza también traía la prostitución o “putería”, que estaba protegida y explotada por el hampa. Pero, en tanto que negocio legal, estaba bajo el control de las autoridades locales. Juan Arias de Maldonado, uno de los nobles salmantinos más distinguidos, fue en 1497 el responsable de la “putería” en su ciudad.
El bandolerismo rural tenía su foco puesto en el viajero, de modo que los asaltos a las personas que se desplazaban de un lugar a otro era el modus vivendi de estas gentes. Este era un problema que afectó a toda Europa. En alguna ocasión los bandidos participaron en luchas nobiliarias al lado de alguna de las facciones, como fue el caso de los nyerros y cadells catalanes, en época de Carlos V.
Precisamente Catalunya fue uno de los focos principales de bandolerismo, sobre todo en el primer tercio del siglo XVII, a lo que contribuía que por esta tierra pasaba la plata y el oro que iba a parar a Génova. En el valle del Ebro se hizo famoso en el siglo XVI el bandolero Lupercio Lastras. En la Granada morisca, los bandoleros eran conocidos como los “monfíes” y gozaban del apoyo popular; eran la respuesta a la opresión que sufrían los moriscos. Un total de 15,000 vagabundos y bandoleros había en España en el siglo XVI.
Ser pobre llegó a ser un oficio como cualquier otro, pues mucha gente no tenía otra forma de sustento |
CASTIGOS A LOS POBRES: CÁRCEL Y GALERAS. Una pena recurrente era el castigo a galeras, que se venía produciendo desde la época de los Reyes Católicos y se aplicaba en el caso de delitos graves, aunque, dadas las necesidades de personal en la armada, un 80% de las sentencias por robos y delitos similares fueron a galeras en el siglo XVI. Desde 1539 el castigo se extendía a los gitanos, desde 1552 a los vagabundos y más tarde se amplió a herejes, bígamos y blasfemos. Muchos galeotes eran moriscos. En los tiempos de la batalla de Lepanto el número de galeotes en la flota española era de unos 4.500, de los que 3.300 provenían de la justicia castellana.
Debido a las diversas jurisdicciones había varios tipos de cárceles. Dos terceras partes de ellas eran de propiedad señorial y tan sólo un tercio pertenecían a la Corona. También La Inquisición, los conventos y algunas instituciones educativas tenían sus propias prisiones.
Las cárceles regias eran un negocio. El alcaide accedía a este puesto por compra del mismo o por arriendo a la persona que ya detentaba este cargo. El trato cruel hacia los presos era la tónica dominante, se les exprimía al máximo para sacarles todo el dinero que fuera posible. La comida y la cama corrían a cargo del preso: si el encarcelado tenía medios económicos recibía la comida de su familia y podía traer una cama de su casa, pero cuando el preso era pobre dependía de la caridad pública y entonces la cama y la comida se la proporcionaba el carcelero dando lugar a todo tipo de abusos. Felipe II puso precio al alquiler de las camas, para cortar con los tejemanejes de los carceleros: diez maravedíes [1 euro] por el alquiler de una cama, pero si se compartía con otro preso, el precio era de seis maravedíes [0,6 euros] y si se añadía un tercer reo, el precio bajaba hasta los cuatro maravedíes [0,4 euros]. En los años de hambre, los presos pobres morían sin remisión, pues la caridad pública no los podía asistir.
La mayoría de presos lo eran por deudas, por no poder pagar los impuestos a sus señores. Escribía Felipe a su padre en 1545 que mucha gente pobre, sobre todo en los lugares de señorío, acababan en la cárcel: “La gente común, a quien toca pagar los servicios, está reducida a tan extrema calamidad y miseria que muchos de ellos andan desnudos sin tener con qué cubrir, y es tan universal el daño que no sólo se extiende esta pobreza a los vasallos de vuestra majestad, es aún mayor en los de los señores, que ni les pueden pagar su renta, ni tienen con qué, y las cárceles están llenas, y todos se van a perder”. Carlos V había hecho anteriormente referencia a Francia, para justificar que la carga impositiva que padecían los castellanos aún podía incrementarse y Felipe le hacía la distinción siguiente: “La comparación que hace del servicio que el reino de Francia ha hecho agora a su rey, estando consumido de amigos y enemigos, no es igual para en todos los reinos, por que, de más que la fertilidad de aquel reino es tan grande que lo puede sufrir y llevar, la esterilidad de estos reinos es la que vuestra majestad sabe, y de un año contrario queda la gente pobre de manera que no pueden alzar cabeza en otros muchos”.
LAS CÁRCELES. LOS PRESOS POLÍTICOS. También hubo presos políticos y en este caso se utilizaba normalmente la cárcel del castillo de Simancas, donde estuvieron detenidos desde el comunero Acuña hasta el flamenco Montigny. En los delitos por traición la pena era la muerte por degüello ya que la muerte por ahorcamiento se consideraba degradante. Es el caso del Justicia de Aragón, Lanuza.
En las cárceles de la Inquisición, el preso estaba en la soledad más absoluta, lo que se hacía para destrozarlo anímicamente. Las condiciones de comida y lecho eran mejores que en las otras cárceles, pues corrían a cargo de la institución. El preso más famoso en cárceles de la Inquisición fue el arzobispo Carranza.
LOS NIÑOS ABANDONADOS. A veces, si la pobreza apretaba demasiado, el padre abandonaba a sus hijos o, en algunos casos, los vendía como esclavos. En las ciudades se abandonaba aproximadamente un 20% de los niños bautizados, pero en los años de inflación y crisis económica, el número aumentaba. Se les dejaba de noche en una canasta, al poco de haber nacido, en las puertas de una iglesia o convento, aunque muchos no lograban sobrevivir a las duras noches de los inviernos castellanos. Antonio de Bilbao, en el siglo XVIII, lo explica: “Mueren de hambre a racimos, no lo ocultemos, como se estrujan las uvas en el lagar, yo lo he visto. Mueren cubiertos de costras y lepra, a los ocho días de nacer limpios, yo lo he palpado. Mueren abandonados hechos cadáveres antes de serlo, yo lo he llorado delante de Dios y ahora lo lloro delante de los hombres. ¡Espectáculo funesto!”
SER MUJER, UNA DESGRACIA. El nacimiento de hijas y no de hijos se consideraba como una desgracia, ya que los varones eran la mano de obra en el futuro, mientras que a las hembras habría que darles una dote cuando se casaran. Se cuenta la anécdota de la hija del Condestable de Castilla, que dio a luz dos niñas, la una vivió y la otra murió; cuando el noble se enteró, dio 50 ducados [1,875 euros] al mensajero como regalo de nacimiento y añadió: “Mirad que estos 50 ducados [1,875 euros] no os los doy por la viva, sino por la muerta”.
En muchos casos no había dinero para dotar a la hija casadera. De esta situación se nutrieron los conventos, donde las “monjas desesperadas” entraban sin vocación alguna y contra su voluntad.
Los niños nacidos en los conventos, sometidos a todo tipo de aberraciones en muchos casos, así como el personaje del galanteador de monjas son figuras características de la sociedad del momento.
Algunas mujeres trabajaban, sobre todo en el servicio doméstico como criadas. No recibían salario, sino sólo la manutención y la promesa de dotarlas para cuando se casaran. Las más de las veces acababan siendo amantes del señor de la casa o de sus hijos. En el mundo laboral, también había algunas mujeres trabajando como hilanderas o lavanderas.
Se consideraba a la mujer como un ser inferior, capaz únicamente de llevar adelante las tareas de la casa y de traer hijos al mundo. Luis Vives era de esta opinión: “¿De qué cosas hablará? ¿Hablará siempre? ¿No se callará nunca? (…) Veloz es el pensamiento de la mujer y tornadizo por lo común y vagoroso y andariego y no sé bien a dónde la trae su propia lubricada ligereza”. Esto lo decía una de las mentes más claras y progresistas del país. Imaginemos cómo pensaría el resto.
Fray Luis de León estaba en la misma línea: “flaca y deleznable más que otro animal y de su costumbre y ingenio una cosa quebradiza y melindrosa”. Este clérigo reflejaba en “La perfecta casada” la opinión sobre la mujer en esta época: la mujer nacía para casarse y en el matrimonio la mujer era un objeto sometida a su marido. Las virtudes de la mujer eran el recato, la obediencia, el sacrificio...
Por el contrario, Teresa de Jesús parece una feminista del siglo XVI cuando dice: “que no hagamos cosa que no valga nada en público ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto” (…) “no lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois justo juez y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa”.
El matrimonio se hacía según la voluntad paterna. Desobedecer al padre suponía en muchos casos quedar encerrada en un convento hasta cambiar de opinión. En España las mujeres se casaban entre los 19 y 21 años, mientras que en Francia e Inglaterra se hacía a una edad 6 ó 7 años superior. El Concilio de Trento insistió en condenar las relaciones prematrimoniales y los matrimonios clandestinos, fuera de la Iglesia.
La muerte en el parto era otro de los riesgos de ser mujer.
LAS OTRAS MINORÍAS. Los cristianos nuevos podían ser de origen judío o conversos y de origen musulmán o moriscos; la comunidad gitana también tenía su importancia en el país, con unas costumbres que resultaban extrañas para el resto de la población y que provocaban recelos y rechazo en todas partes; los esclavos no suponían una cifra muy relevante en España, al contrario que en América.
LAS OTRAS MINORÍAS, LOS CONVERSOS ERAN SOSPECHOSOS DE HEREJÍA. A los conversos se les tenía por proclives a la herejía protestante, lo cual no era cierto, pero constituía un argumento más para combatirlos. Fray Luis de León fue encarcelado en cuanto se supo de su origen judío. El número de conversos podía estar en torno a los 240,000, lo que representa un 4% del total de la población total, que por entonces estaba en los 6,500,000 habitantes. Los estatutos de limpieza de sangre tuvieron su origen en el siglo XV y se pusieron en práctica de nuevo en el XVI: ningún converso podía acceder a puestos importantes en la Iglesia, Órdenes Militares u otros órganos relevantes de la sociedad.
Felipe II no hizo caso a las peticiones de regreso a España de los judíos cuyas familias se habían exiliado en 1492, aunque fue tolerante con las comunidades hebreas en sus dominios fuera de España, particularmente en África e Italia. A pesar de ello, en 1590 ordenó la expulsión de los judíos de Milán, luego la orden quedó en suspenso y se volvió a reactivar y ejecutar en 1597.
En España, Felipe II no estaba de acuerdo con la limpieza de sangre, pero, al final, su fanatismo religioso le llevó a aceptarla. En algunos casos hizo una excepción: en 1574 cuando no autorizó la creación de una orden de caballería una de cuyas reglas era la limpieza de sangre, en 1589 nombró a un converso para un puesto en la catedral de Sigüenza y se mantuvo en su decisión, en 1590 apoyó al padre Salucio en un estudio contrario a la limpieza de sangre, en 1597 nombró a un converso obispo de Córdoba (en 1570 se había negado a que esta misma persona ocupara un puesto en la catedral de Toledo)...
LAS OTRAS MINORÍAS. LOS MORISCOS ERAN SOSPECHOSOS DE AYUDAR AL TURCO. La aportación de los moriscos a la economía del país en Granada, valle medio del Ebro y Valencia era muy importante. El refrán de que “quien tiene moro tiene oro”, es muy ilustrativo en este sentido.
Se dio como argumento para justificar su persecución que podían ser la avanzada de una invasión musulmana procedente de Argel o de los turcos. Se contaba, como lo hizo un fraile en 1528, que los moriscos ayudaban a los piratas a saquear las costas mediterráneas, indicándoles los lugares más apropiados. Por ejemplo, decía el fraile, en el saqueo de Rojales, en la costa murciana, los moriscos lo celebraban “como si aquel día tuvieran la mayor victoria del mundo”. Todos estos argumentos quedaron desmontados cuando la rebelión de las Alpujarras: ninguna potencia extranjera les dio un apoyo significativo.
Los moriscos podían ser unos 250,000, aproximadamente un 4% de la población. Se distribuían en unos 175,000 en Valencia y Aragón y otros 75,000 en Andalucía, Extremadura y Murcia.
El argumento para justificar la persecución a los moriscos que podían ser la avanzada de una invasión musulmana procedente de Argel o de los turcos. |
LAS OTRAS MINORÍAS. LOS GITANOS “SON GENTES SIN LEY”. España fue uno de los países de Europa donde los gitanos se concentraron en mayor número. Su llegada se produjo en la época de los Reyes Católicos. Eran tildados de ladrones, embaucadores y falsos y se legisló contra ellos ya en 1499, al poco de instalarse en el país, “porque roban los campos” y “en los poblados hurtan y engañan a los que con ellos tratan”. Además, sus mujeres eran brujas y adivinadoras, ”echando juicios por las manos, haciendo comprender a la gente ignorante que por allí alcanzan y entienden lo que ha de suceder”. En 1594, en las Cortes de Castilla, se decía que “son gente sin ley” y “jamás se verá a ninguno confesar, ni recibir el Santo Sacramento, ni oír misa, ni conocer parroquia ni cura”; sus bodas se hacían fuera de la Iglesia católica y siguiendo unos ritos desconocidos “y aun sin matrimonio se mezclan unos con otros”.
Se intentó que los gitanos abandonasen su vida nómada y se integrasen en las ciudades y pueblos. Si no lo hacían, serían castigados con 100 azotes la primera vez; desorejados la segunda y esclavizados la tercera. Pero nada se consiguió y los gitanos continuaron con su vida y costumbres particulares.
LAS OTRAS MINORÍAS. LOS ESCLAVOS NO ERAN PERSONAS. Los esclavos eran considerados como cosas y no como personas. Hasta defensores de los derechos de los indios, como el padre Vitoria, veían como normal la esclavitud de los negros. Alguna voz, como la de fray Tomás de Mercado, se levantó para defender a estas gentes: “Después espantámonos de la crueldad que usan los turcos con los cristianos cautivos, poniéndolos de noche en las mazmorras; cierto, muy peor tratan estos mercaderes cristianos a los negros” (escrito en 1571).
El número de esclavos en América era de unos 100,000 a finales del siglo XVI, pero unos 50 años más tarde su número ascendía a 700,000. En España se concentraban en Andalucía y Valencia como servidores en la Corte y en el servicio doméstico de los ricos, ya que tener un esclavo negro era un signo de prestigio social. En América estaban sometidos a una explotación aberrante; se consideraba que su capacidad de trabajo era muy superior a la de los indios, de los que se decía que «eran floxos».
Los prisioneros de guerra acababan en la esclavitud. Había esclavos moros y negros, pero también caucasianos, tártaros, turcos, etc.
La Corona española era una monarquía esclavista. Cuando en 1552 se produjo la rebelión de Mauricio de Sajonia y las disponibilidades financieras para hacerle frente eran escasas se pactó con el negrero Ochoa que podría llevar 23,000 esclavos a América en 7 años pagando a la Corona 184,000 ducados [6.900.000 euros]. Lo más curioso es que el trato no prosperó porque se consideró que atentaba a la libre concurrencia con los demás negreros. La esclavitud fue un hecho habitual a partir del siglo XVI y no quedaría abolida en España hasta el siglo XIX.
LA ALIMENTACIÓN SE BASABA EN EL PAN. La base de la alimentación en el pueblo llano era el pan, que, normalmente, si había posibilidades, se combinaba con cebolla, ajos o queso, una alimentación muy poco variada. El consumo de carne o pescado era muy esporádico.
El precio del trigo condicionaba la vida de la mayoría de las familias españolas. Por eso las autoridades siempre intentaron que no faltase trigo ni que su precio fuera excesivo, algo que con la inflación galopante resultó ser una empresa imposible. La falta de trigo provocaba levantamientos populares, como el de Córdoba de 1562.
En capas de población con mayor poder adquisitivo, el consumo de pan era menor y la carne formaba parte del menú habitual. “Porque de las cosas más neçesarias e importantes a la buena gobernaçion de los pueblos es que aya orden en lo tocante a las carnysçerias”, se decía en ordenanzas municipales.
El pescado era mucho menos consumido que la carne, con la excepción de la Cuaresma, en la que la ingesta de carne estaba prohibida. Bacalao y sardinas eran los pescados más habituales. En todos los casos, el consumo de verdura era prácticamente desconocido.
Sólo se hacía una comida al día, tanto en las casas adineradas como en las casas pobres. El vino era la bebida por excelencia. A finales de siglo los madrileños bebían 207 litros de vino por persona y año. Los borrachos no estaban socialmente bien vistos; calificar a alguien de borracho era uno de los peores insultos.
También se conocían bebidas refrescantes, pues estaban de moda bebidas frías como la “aloja” (agua con especies y miel) y el “hipocrás” (vino azucarado con especies). A tal fin, la nieve se convirtió en un artículo muy importante, que se traía en caballerías desde las montañas y se almacenaba en las “neveras” o “pozos de nieve”.
El chocolate era el producto más codiciado entre las clases más pudientes. Tras la conquista de México, el chocolate se fue imponiendo poco a poco en este sector de la sociedad, como vemos en el siguientes testimonio: “Después de los dulces nos dieron buen chocolate, servido en elegantes jícaras de porcelana. Había chocolate frío, caliente y hecho con leche y yemas de huevo. Lo tomamos con bizcochos; hubo señora que sorbió seis jícaras, una después de otra; y algunas hacen esto dos o tres veces al día”.
LAS NOTICIAS Y EL CORREO MEJOR DE EUROPA. La transmisión de noticias era muy lenta, aunque, a pesar de todo, el servicio de correos español era el mejor de Europa. Por ejemplo, el resultado de la batalla de Lepanto se tardó semanas en conocer en Madrid.
A partir de 1580 el correo real se transformó en servicio público, con un servicio de postas con caballos de refresco cada 4 leguas como máximo. De Madrid a Valencia el correo podía tardar 4 días, a Barcelona 7 días y a Sevilla 3 días. Era el destinatario quien pagaba el correo y por ello los particulares no lo utilizaban porque era muy caro.
Entre la población funcionaba la difusión de noticias vía oral, que se hacía a través de los arrieros y los comerciantes que recorrían el país y se convertían en los informadores de las novedades políticas y sociales que se iban produciendo.
DIVERSIONES… SOBRETODO, AUTOS DE FE. El teatro era muy popular y aún lo sería más en el siglo siguiente. Los juegos de cartas eran otro entretenimiento muy difundido, seguido de la caza, sobre todo entre las clases dominantes. Los toros atraían a una gran audiencia y las corridas se celebraban en las fiestas patronales y en los acontecimientos más importantes, aunque el Papa san Pío V intentó prohibir esta fiesta. Los carnavales, otra efemérides muy popular, no estaban bien vistos por la Iglesia. Dado el alto grado de analfabetismo, las lecturas colectivas a cargo de alguien que sabía leer eran también una forma de distracción. Los grandes oradores religiosos atraían a las multitudes. Es el caso de fray Luis de Granada, del que Felipe II comentaba, cuando residía en Lisboa, que “ayer predicó Fray Luis de Granada y muy bien, aunque es muy viejo y sin dientes”.
Pero lo que verdaderamente convocaba a masas de gente eran los Autos de Fe, los acontecimientos más concurridos. Nadie se podía resistir al morbo de contemplar el calvario de los que morían quemados en la hoguera, algunos pertenecientes a la nobleza o religiosos. Un asistente al Auto de Fe de Valladolid de 1559 comentaba que “fue tanta la gente que vino de fuera que, dos días antes, no se podía andar por las calles”. El inquisidor general, Fernando de Valdés, expresaba la misma opinión, ya que “[fue] tanto número de gente que aquí concurrió a ver este acto, de diversos lugares del Reino, que no hay memoria de que en un día se haya juntado tanta”.
Los Autos de Fe eran los acontecimientos más concurridos. |