- La España de Felipe II
Capítulo 6. Felipe regresa a España, 1559
MADRID CAPITAL DE ESPAÑA, 1561.
La Corte española había alcanzado unas dimensiones considerables. Cada miembro de la familia real tenía su propia corte, y, por si fuera poco, el protocolo borgoñón había incrementado considerablemente el número de funcionarios. Había que buscar una ciudad con las condiciones suficientes para alojar convenientemente a una cantidad ingente de nobles y servidores.
Hasta el momento, con Carlos V, la Corte había sido más bien itinerante y no se había planteado el problema de una ubicación fija. Pero en 1559, cuando Felipe volvió de sus viajes, era preciso buscar una solución. En 1561 decidió que la capital de España sería Madrid.
En abril de 1561 salía de Toledo el rey y todo su séquito para instalarse en la nueva capital, Madrid, que entonces era un pueblo de unos 9,000 habitantes. |
Valladolid había sido durante muchos años lo más parecido a una capital de reino. No era formalmente la capital, pero sí el centro administrativo y burocrático desde los tiempos de los Reyes Católicos; Carlos V y Felipe II fueron coronados en Valladolid. Pero la ciudad tenía un problema insalvable para el rey: estaba lejos de los lugares de caza y esparcimiento del monarca, que se hallaban más al centro de la Península y, además, la ciudad sufrió un importante incendio en 1561, que arrasó gran parte del centro urbano, lo que la descartó definitivamente. "Son las casas quemadas mas de 2.200", se decía en los informes oficiales.
A finales de 1559 Felipe II y su corte se trasladaron a Toledo. En Valladolid habían surgido varios brotes luteranos, lo que la convertía en ciudad poco grata para el monarca. Pero Toledo presentaba serios problemas, con un retorcido trazado urbano que no la hacía aconsejable para las funciones que se buscaban, ya que el centro de la ciudad mantenía su estructura medieval e impedía el alojamiento de estructuras de gobierno y cortesanos en general.
Además, Toledo tenía muchos problemas en el suministro de agua y era sede arzobispal, una ciudad de curas, monjas y frailes y ello podía crear fricciones con la vida cortesana ya que hacía difícil convertirla en una ciudad cosmopolita al estilo de las cortes europeas. Por eso mismo, Toledo tampoco era del agrado de Isabel de Valois, la tercera esposa del rey, acostumbrada a la corte francesa. A la familia real se le acabaron las dudas cuando, en el invierno de 1560-1561, se duplicó la tasa de mortalidad de la ciudad debido a lo riguroso del clima.
El recuerdo de las ciudades de los Países Bajos para el rey o de las ciudades francesas para el reina contrastaban con la realidad que encontraban en las urbes españolas. "Echamos harto menos Flandes, y aunque Su Magd lo disimula sospecho deve pasar por él lo que por todos" decía un noble de la época en 1560, y añadía que la reina "desea mas que ninguna otra bolber a Flandes y jamas trata sino de dezir mal de España. Y no es nada sino que tiene raçon, porque aver visto la pulizia de alla y la suziedad de acá son dos cosas, no ay que decir". En definitiva, "hase pasado un terrible verano y en el más ruin lugar del mundo, porque no tiene otra cosa sino la fama de "¡Toledo! ¡Toledo!". El duque de Feria en 1560 era de la misma opinión: "Es España la mas vellaca provincia que ay en la tierra, y el diablo me lleve si no tomara la mitad de mi hazienda y juntase con esto que mi muger me pide que nos bolvamos allá [se refiere a Flandes] cada día, y que no a tenido un día de salud despues que vino".
Aranjuez también entró en la lista. Pero era una pequeña ciudad sin infraestructuras ni edificios. También se habló de Segovia. El secretario del rey, Gonzalo Pérez en 1561, en carta al duque de Alba, manifiesta que no estaba claro si la capital de España iba a ser Madrid o Segovia: “S. M. ha hecho dar gran prisa en la labor del alcázar de Madrid y quieren decir que nos mudaremos allí, otros que a Segovia. Yo no lo sé cierto”.
Finalmente, se eligió a Madrid como capital de España. En abril de 1561 salía de Toledo el rey y todo su séquito para instalarse en la nueva capital, que entonces era un pueblo de unos 9,000 habitantes, pero que estaba muy cerca de los cotos de caza del rey y de las distintas residencias reales.
La Corte se instaló en el Alcázar, un pequeño palacio mudéjar, cerca de los bosques de El Pardo, donde el rey practicaba una de las cosas que más le gustaban: la caza. Desde el primer momento, Felipe hizo planes de ampliación y urbanización del entorno, había que transformar Madrid al modo de lo que había visto más allá de los Pirineos. Encargó la misión al arquitecto Gaspar de la Vega, que había acompañado a Felipe a los Países Bajos y a Inglaterra y había hecho un viaje para estudiar los palacios de Francia. Se contrataron a especialistas flamencos para realizar las obras. Felipe tenía mucha confianza en el arquitecto Juan Bautista de Toledo, residente en Nápoles y que aportaba todo el conocimiento de la arquitectura italiana.
La ciudad sufrió un crecimiento acelerado, pero se convirtió en una de las ciudades más sucias y caóticas de su tiempo y con un déficit de infraestructuras considerable. Uno de los acompañantes del séquito de la reina Ana comentaba en 1570 que la ciudad "era la más sucia y puerca de todas las de España. Después de las diez de la noche no es divertido el pasearse por la ciudad, tanto que ois volar orinales y vaciar la porquería". También supuso un efecto llamada por maleantes de todo tipo, pues, al cabo de unos años, un observador decía que Madrid era una ciudad "llena de personas reales, rufianes y vagabundos". La necesidad de preservar el orden público llevó a la creación de un cuerpo de policía que patrullase por las calles. Felipe daba su aprobación: "Lo de los hombres por las calles es muy bueno", pues ya lo había visto en otros países: "Se hace en Inglaterra, que allí lo vimos y es de mucho efecto".
Por otra parte, Madrid pronto se convirtió en un lugar donde acudían los nobles a divertirse con el juego, las fiestas nocturnas y la prostitución. En los años 80 Felipe II organizó una Junta para tratar de reconducir la moralidad de las gentes que acudían a la capital. La Junta la formaban el cardenal de Toledo, Quiroga, el presidente de Castilla, conde de Barajas, y el confesor real, padre Chaves.
A finales de 1561 ya eran 16,000 las personas que residían en la ciudad; hacia 1570 la población ascendía a 34,000 habitantes. En 1588 se constataba ya un movimiento de emigración fuerte hacia la capital.