- La España de Felipe II
Capítulo 7. El príncipe Carlos. Los problemas de la consanguinidad
El príncipe Carlos nació en 1545. Su madre, María de Portugal, murió en el parto. Desde muy temprano presentó evidentes muestra de un fuerte desequilibrio mental, un problema de origen genético, pues sus padres eran primos hermanos en doble grado, tanto por vía paterna como materna. A lo que hay que añadir los antecedentes de graves problemas siquiátricos en esta familia: tanto la madre de Isabel la Católica como la madre de Carlos V (Juana la Loca) acabaron sus días habiendo perdido totalmente el juicio. Otra consecuencia de la consanguinidad fue que su salud fuera muy quebradiza a lo largo de toda su corta vida. Presentaba también serios problemas físicos, como se puede apreciar en los cuadros de Sánchez Coello, con la cara torcida y malformación en las piernas.
Detención del príncipe Carlos. La situación era insostenible. |
LA PERSONALIDAD DEL PRÍNCIPE CARLOS. El príncipe Carlos mostró desde muy pequeño una personalidad enfermiza. Arremetió a mordiscos contra los pechos de su nodriza, causándole la muerte, y repitió sus ataques a otras tres nodrizas más, aunque por fortuna en este caso no acabó con sus vidas. También llamaba la atención que, siendo niño, se entretenía torturando a pájaros y otros animales. Varias cartas de los embajadores venecianos advierten de su crueldad con los animales y de su carácter absolutamente desequilibrado.
En una carta de Gámiz, cuando Carlos tenía 4 años se dice que “sobre cualquiera cosa se araña la cara y se echa en el suelo y [hace] otros veinte extremos”. El embajador de Venecia describe al infante cuando tenía 11 años: «Tiene un carácter cruel; goza con ver despellejar vivas a las liebres y otros animales de caza; un día le mordió una tortuga e inmediatamente le arrancó la cabeza con los dientes; cuando se encuentra sin dinero da cuanto tiene para lograrlo, medallas, trajes, etc. Todo en él denota que será extraordinariamente orgulloso; cuéstale trabajo tener en la mano la gorra mucho tiempo en presencia del Emperador o de su padre».
El embajador imperial Adam von Dietrichstein lo describe en 1564, cuando Carlos contaba con 19 años: "los cabellos castaños y lacios, el mentón un poco largo, la cara muy pálida (...) Uno de sus hombros es un poco más alto que el otro. Su pecho hundido, hay una pequeña protuberancia en la espalda, a la altura del estómago. Su pierna izquierda es mucho más larga que la derecha (...) es débil de piernas. Su voz es delgada, experimenta incomodidad cuando comienza a hablar, y las palabras salen difícilmente de su boca." Y añadía Dietrichstein: “Tartamudea ligeramente. En unos casos da muestras de buen entendimiento, pero en otros tiene la inteligencia propia de un niño de siete años… No conoce freno a su voluntad y su razón no parece bastante desarrollada para permitirle discernir lo bueno de lo malo.”
Antonio Tiépolo habla de él a los 22 años: «Está poco desarrollado, marcha encorvado, parece tiene debilidad en las piernas, se fatiga mucho en subir a caballo, es precipitado. No estima a los grandes, creyendo que nadie en nada lo puede igualar. Venía haciendo una vida honesta, pero ahora se ha abandonado a todos los desórdenes».
El tratamiento a una persona así era difícil para los médicos de su tiempo. Honorato Juan, su maestro de estudios, escribe a Felipe II: «Hasta ahora no sé que los médicos hayan tratado de dar ninguna cosa al príncipe para la cólera, ni yo lo consintiera hacer sin dar primero cuenta a Vuestra Majestad».
Felipe II creía que con el tiempo su hijo iría cambiando. Y por ello en 1560 Carlos fue reconocido como heredero de la corona y se le asignó casa independiente, pero nadie quería estar al servicio del príncipe. Obligó a un zapatero a que se comiera unas botas en pequeños trozos porque a él le apretaban; hizo azotar a un niño que se asomó a los jardines de palacio, montó un caballo (que Felipe II apreciaba especialmente) con un trato tan cruel que lo mató… agredía a todo aquel tenía a su lado.
A partir de 1564, Felipe II permitió que su hijo asistiera a las reuniones del Consejo de Estado.
EL GRAVE ACCIDENTE DE 1562. En 1562 cayó por unas escaleras en Alcalá persiguiendo a una doncella y casi perdió la vida. Fue una caída grave, pues le afectó a la cabeza, quedó inconsciente, sangró abundantemente y a continuación tuvo fiebre muy alta. Los médicos lo sangraron, siguiendo los criterios de la época, empeoró de su herida en la cabeza y la fiebre aumentó peligrosamente.
A los pocos días entró en coma y parecía que iba a morir. Trajeron el cuerpo embalsamado del franciscano Diego de Alcalá, un santo local, y lo colocaron en la cama junto a Carlos. Finalmente, Velasio, el médico más célebre del momento, realizó una trepanación, que fue lo que le salvó la vida. Por otra parte, los seis doctores que le atendían le pusieron unos bálsamos que recomendaba un curandero morisco de Valencia, de nombre Pinterete, al que llamaron a la Corte para asegurar el tratamiento. Tales bálsamos no sirvieron para nada.
El “milagro” de la curación de Carlos no se atribuyó a la intervención de Velasio sino a la presencia de la momia del santo franciscano; como consecuencia, Felipe II consiguió que el papa canonizara a Diego de Alcalá.
BUSCANDO UNA NOVIA, 1565. A partir de 1565 se comenzó a buscar una esposa para Carlos. Una primera candidata fue María, reina de Escocia, y, a continuación, se puso el foco en Anna, hija del emperador Maximiliano. Afortunadamente para ellas, no se formalizó ningún compromiso.
ENCARCELAMIENTO Y MUERTE. Cuando en 1566 se sublevaron los Países Bajos, Felipe II envió al duque de Alba a sofocar la rebelión. Anteriormente se había hablado que la persona encargada de hacer frente a los rebeldes sería el príncipe Carlos, pero Felipe II veía con claridad que eso era inviable. Cuando el duque de Alba en 1567 se despedía del rey en Aranjuez para marchar a Flandes, Carlos protestó airadamente y amenazó de matar al duque: «¡Vos no iréis a Flandes, porque os mataré!», le gritó.
En este año se le conocieron otras "hazañas": agresión a su ayuda de cámara Estébez de Lobón, agresión a 20 caballos de las caballerías reales, orden de quemar una casa de la que le salpicaron unos orines lanzados desde una ventana en sus ropas cuando pasaba por allí (el sufrido “¡agua va!”) ... Una noche le dio por recorrer las calles de Madrid con una máscara y una barba postiza.
En 1567 las Cortes pidieron a Felipe II que se trasladara a Flandes porque la situación era muy grave y Carlos, lleno de envidia, amenazó a los procuradores. Para calmar a su hijo, Felipe II había prometido llevarlo consigo en su expedición a Flandes; pero cuando finalmente canceló el viaje, Carlos amenazó a su padre de muerte.
El enfrentamiento entre padre e hijo era abierto e irreversible. El embajador Dietrichstein manifiestaba: “Al ver que su padre no le hace ningún caso ni le concede autoridad alguna, anda medio desesperado”. El embajador de Venecia Soranzo en 1565: “El Príncipe no escucha ni respeta a nadie y, si se me permite decirlo, hace muy poco caso de su padre… Siente gran aversión hacia todas las cosas que le gustan al Rey”.
Carlos espiaba las reuniones del Consejo de Estado. Lo cuenta Alonso de Laloo, holandés, en carta al conde de Horn, 1566: “No puedo dexar de avisar a V.S., cómo en estos días, estando Su Majestad en la cámara del Consejo de Estado sobre las cosas de Flandes, el Príncipe nuestro señor se puso arrimo a la cerradura de la puerta para escucharlo. Y como don Diego de Acuña le dixese que Su Majestad saldría y que Su Alteza se fuere de allí, porque le veían de arriba las damas de la Reina, y de abaxo los pajes, le comenzó el Príncipe a tratar mal, y a dar de pescozones con los puños cerrados. Su Majestad lo ha sabido y ha reñido mucho a su hijo”.
Carlos llegó a declarar a su confesor que deseaba la muerte de su padre. Como era la época de ganar el jubileo de Navidad, el príncipe consultó con el prior del convento de Atocha si lo del jubileo era posible si mataba a su padre. El prior explicó que “dixo que era el Rey, su padre, con quien estaba mal y le había de matar”.
Carlos escribió a los Grandes de España quejándose de su situación y pidiéndoles su apoyo y dinero. Planeaba salir de España e ir a Italia y luego a Flandes, ya que parece ser que estaba en contacto con los sublevados de los Países Bajos. De hecho, los rebeldes flamencos mandaron emisarios a Madrid en 1555 y 1556, que tratarían de manipular a Carlos aprovechándose del enfrentamiento entre padre e hijo para crear un conflicto interno que debilitase a la monarquía española.
Uno de los nobles a quien Carlos quiso atraer a su lado fue don Juan de Austria, prometiéndole que le entregaría los reinos de Nápoles y de Milán. La reacción de don Juan fue poner al descubierto todo el complot y decirle a Felipe que su hijo estaba reclutando gente y dinero para ir a Flandes, pues ya tenía los caballos preparados para la fuga de España y disponía de 150,000 ducados [5.625.000 euros].
El día en que Carlos fue detenido, se había entrevistado unas horas antes en su cámara con su tío don Juan de Austria. Como sospechaba que éste le había delatado ante Felipe II, desenvainó una espada y le quiso matar; don Juan desenvainó la suya y los gritos de ambos hicieron que acudieran los criados y ya no hubo nada más. Este incidente fue el detonante para que Felipe II resolviera la prisión de su hijo en su propio palacio, después de consultar a sus consejeros y a los miembros del Consejo de Estado.
El 18 de enero de 1568, a medianoche, el rey se dirigió a los aposentos de Carlos junto con varios miembros del Consejo de Estado y otros ayudantes. Felipe iba con casco y armadura.
Aprovecharon que Carlos estaba distraído hablando con dos colaboradores suyos y retiraron las armas. La reacción de Carlos fue histérica: "¿Vuestra Majestad ha venido a matarme? ¡Máteme Vuestra Majestad y no me prenda, porque es grande escándalo para el Reino! ¡Y si no, yo me mataré!” Una vez vaciada la cámara de armas, papeles y objetos pesados se clavaron las ventanas. Felipe tranquilizó a su hijo todo lo que pudo y le dijo que en adelante ya no sería su padre sino su rey.
Felipe escribió cartas a embajadores, gobiernos europeos y diversas autoridades españolas explicando la situación. En su carta al Papa, el rey decía que el motivo no había sido la herejía o la rebelión, sino que su hijo estaba "completamente desprovisto de la aptitud requerida para gobernar los Estados".
Este es el relato de Felipe a su hermana la Emperatriz de Austria: «Las cosas del principal han llegado tan adelante y venido a tal estado, que, para cumplir con las obligaciones que tengo a Dios, como príncipe cristiano, y a los reinos y estados que ha sido servido poner a mi cargo, no he podido recusar de hacer mudanza en su persona y recogerle y encerrarle. El dolor y sentimiento con que habré hecho esto Vuestra Majestad lo podrá juzgar por el que yo sé que tendrá del tal caso como madre y señora de todos. Más, en fin, yo he querido hacer en esta parte sacrificio a Dios de mi propia carne y sangre, y preferir su servicio y beneficio y bien universal, a las otras consideraciones humanas».
El monarca tenía claro que ya nada se podía hacer. En carta al emperador, su tío, unas semanas más tarde, decía: "Lo que se ha hecho no es temporal, ni para que en ello adelante haya de haver mudança alguna". El monarca español estaba muy deprimido, muy triste y melancólico", como aclara el embajador francés. Inició un proceso para inhabilitar a su hijo, aunque no se llegó a dar ningún paso en este sentido, dado el pronto fallecimiento de Carlos.
Carlos había sido trasladado al castillo de Arévalo, donde murió de inanición en 1568. Se negaba a tomar alimento alguno, lo que alternaba con comidas pantagruélicas y también se tragó un anillo de diamantes, pues creía que el diamante era venenoso. Asimismo, le dio por beber agua helada y verterla sobre su cama, lo que afectó a su salud y precipitó su muerte.
El conde de Lerma, que era la persona designada para custodiar a Carlos, describe en una carta sus últimos días, aportando una versión sin duda dulcificada de los hechos que no se correspondía con la realidad, para reducir en lo posible el dolor de Felipe: «De la muerte del príncipe tengo que decir a vuestra Paternidad cómo fué gran misericordia de Dios dársela tan buena, habiéndosela procurado él con pasar sin comer quince días, aunque al cabo de los once, persuadido de su confesor y del médico quiso comer y deseó vivir, y no hubo lugar a lo uno ni a lo otro, porque se habían cerrado de manera las vías por donde comemos, que no podía pasar apenas un poco de caldo, y con los excesos que había hecho en los once días, se le había acabado el calor natural, de manera que no pudo gustar un trago de caldo, porque bebía cada día cuatro a cinco azumbres de agija de nieve, que bastaba a matar mil hombres de acero. En fin, le dijeron que no podía vivir, y entendido ésto se confesó y recibió todos los sacramentos y extremaunción, con gran dolor y contrición de sus pecados; y de esta manera vivió tres días, haciendo gran demostración de cristiano y pidiendo, a voces, a Dios, misericordia y a su padre perdón, y su bendición».
La muerte de Carlos pasó a la “leyenda negra”, presentando falsamente a un Felipe II cruel con su hijo hasta ocasionarle la muerte. Otras versiones hablan de asesinato de la Inquisición, envenenamiento… Schiller se inventa la historia de que el rey estaba celoso porque su hijo mantenía relaciones con su esposa, Isabel de Valois. Lo que sí es cierto es que Carlos mantenía por su madastra un afecto peculiar, que se manifestaba en regalos de joyas; quizá esta era una respuesta del odio que tenía hacia su padre. Giuseppe Verdi, en su ópera Don Carlo, nos presenta a un Felipe tenebroso y retorcido y a un Carlos paladín de las libertades de los Países Bajos.
Jerónimo de Quintana, a comienzos del siglo XVII, en su “Historia de la Villa de Madrid” señala que las causas de la muerte se desconocían y que ello daba pie a las mentiras que se difundieron por Europa: “como la causa principal se ignoraba y nadie sabía lo cierto del caso, asombró la resolución a todos, dando que decir, particularmente en los Reinos extranjeros, que hablaron diferentemente della, aduciendo mil mentiras, hijas de la ignorancia del suceso”. Un hecho de tal magnitud no era fácilmente entendible por nadie y por eso corrieron rumores de todo tipo. El hecho de que Felipe II contara con pocas simpatías entre la población, sometida a todo tipo de calamidades a causa de la nefasta política del monarca, creó el mito de que Felipe había sido demasiado duro con su hijo; es el caso de fray Luis de León:
“Aquí yacen de Carlos los despojos:
la parte principal volvióse al cielo,
con ella fue el valor; quedóle al suelo
miedo en el corazón, llanto en los ojos.”