- La España de Felipe II
Capítulo 8. Países Bajos. La guerra de los 80 años.
SEGUNDO ACTO. LUIS DE REQUESENS, INTENTOS DE CONCILIACIÓN CON LOS PAÍSES BAJOS, PERO LAS TROPAS SE AMOTINAN
INTENTOS DE POLÍTICA CONCILIADORA DE LUIS REQUESENS, 1573. Luis de Requesens era la persona adecuada para la moderación, aunque Felipe II le insistía en que no se podía transigir en el tema religioso ni en el de la autoridad de España sobre los Países Bajos.
Los consejeros del monarca tenían opiniones diametralmente opuestas. "Unos dizen que las causas destas revueltas es la religion, y que esto no tiene otro remedio sino el castigo y rigor", le comentaba a Requesens. Eran los partidarios de la mano dura, como el duque de Alba, quien aún sostenía a estas alturas que había que "quemar en Holanda todo el pais que nuestra gente no pudiese ocupar". Otros “van por el contrario", decían que las causas de la guerra eran los malos tratos, la conducta del ejército y los impuestos abusivos "y que el remedio es la blandura y lo del perdón general", continuaba diciendo Felipe II, y que en este sector estaban “todos los naturales de alla y aun de algunos de los de aca". El rey recomendaba a Requesens que no cayera en ninguno de estos extremos y que se mantuviera en una posición equidistante de todos: "En tanto diferencia de pareceres que yo me he hallado bien confuso. Y a my, como no sé la verdad de lo que ay pasa, no sé el remedio que conviene dar a lo de ay, ni qué creer. Y pareceme lo mas cierto no creer a los unos ni a los otros, que creo que van por los extremos. Y creo que seria lo mejor tomar el medio, aunque con toda disimulacion. Y principalmente en estos principios convendrá que mostreys toda blandura". La incapacidad del monarca para afrontar la situación la intenta justificar con que desconoce lo que está pasando en los Países Bajos, lo que resulta poco creíble: “como no sé la verdad de lo que ay pasa, no sé el remedio que conviene dar a lo de ay”.
En esta estrategia de “equidistancia”, se nombrarían dos jueces de instrucciones, uno en castellano y otro en francés, cuyos informes serían siempre contradictorios, representando las dos tendencias opuestas sobre lo que había que hacer en los Países Bajos, y Requesens debía tomar de cada juez lo que creyera más conveniente.
En noviembre de 1573 Luis de Requesens llegaba a Bruselas. En marzo de 1574 liquidó el Tribunal de Tumultos, concedió una amnistía general y abolió el impuesto del duque de Alba. Pero eran medidas que llegaban muy tarde y la amnistía fue considerada insuficiente en los Países Bajos. Por el contrario, en junio de 1574 se reunieron los Estados Generales y pidieron una vez más la retirada de las tropas españolas, unas tropas que no hacían otra cosa que amotinarse y machacar a la población civil.
El momento era muy delicado. Requesens era consciente de que hasta los sectores más pudientes de los Países Bajos estaban con los rebeldes, aunque públicamente manifestasen lo contrario. La hacienda española estaba en quiebra, los soldados se amotinaban con demasiada frecuencia por falta de pago de sus salarios y la corrupción de los funcionarios incrementaban el rechazo de la población a todo lo español.
Por falta de fondos, España tuvo que suspender las operaciones militares durante todo 1574. Al año siguiente se producía la segunda suspensión de pagos de la hacienda española.
Juan de Ovando, presidente del Consejo de Hacienda, calculó en agosto de 1574 que, mientras que los ingresos de la Corona eran de unos 6 millones de ducados al año [225 millones de euros], los gastos en los Países Bajos eran de más de 600.000 ducados [22 millones y medio euros], cifra superior al total de ingresos. En Flandes se gastaban 10 veces lo que costaba la defensa de la Península.
INTENTO DE CONTROLAR EL MAR, 1574. Felipe II tenía claro que debía controlar el mar si quería que España siguiera siendo una gran potencia y doblegar la rebelión de los Países Bajos. La única flota de que disponía era la del Mediterráneo, mientras que el dominio del mar en los Países Bajos lo tenían los holandeses.
En diciembre de 1573 Requesens pidió al rey que "enviase armada superior y hacer el esfuerço de una vez". Se hicieron varios intentos, pero todos acabaron en el fracaso. En 1574 Pedro Menéndez de Avilés organizó una flota en el puerto de Santander para hacerse con el dominio de los mares del norte, pero los barcos no salieron al mar, pues Pedro Menéndez murió y sus marinos se vieron afectados por una epidemia de tifus. En 1574 parecía que España podía tener una base naval en el Báltico, en territorio sueco, desde donde se podía atacar a los Países Bajos y cortarles el suministro de trigo, pero tampoco fue posible. En septiembre de 1575 salió una flota rumbo a los Países Bajos, pero las tormentas la dispersaron a la altura de la costa inglesa; otra flota salió a la mar en noviembre, pero a causa de los motines de su tripulación y de la mala mar no pudo zarpar de puerto.
En diciembre de 1575 el tema del dominio del mar quedaba aplazado, para desgracia de los intereses españoles. El transporte de mercancías que salían y entraban en España lo tenían que hacer barcos pertenecientes a rebeldes holandeses. Era lo que se decía en Sevilla: "todo el comercio está en flamencos, ingleses y holandeses".
AMOTINAMIENTOS DE LAS TROPAS, 1574. El primer amotinamiento de las tropas españolas en los Países Bajos se produjo en 1556. No habían recibido su paga. Felipe escribía con pesar al duque de Saboya, señalando que el único camino era el endeudamiento con los Fugger: "Siento cosa estraña no poder embiaros el dinero para despedir este exercito, mas pues no le tengo. Bien veis que no se puede hazer otra cosa sino tratar con el Fucar". Los motines en las tropas españolas fueron continuos entre 1589 y 1607.
La batalla de Mook en abril de 1574 fue un triunfo de las armas españolas. Dos de los hermanos de Guillermo de Orange murieron en este enfrentamiento. La situación era inmejorable y parecía que ya nada podría evitar la victoria final de las tropas de Felipe II, pero los soldados no recibieron sus pagas y se amotinaron, con lo que el ejército español no pudo finalizar la ofensiva.
En noviembre de 1574 se amotinaron las tropas de Holanda, que desertaron y dejaron el territorio en manos de los rebeldes. Era "el mas terrible tiempo del mundo", manifestaba Requesens en diciembre de 1574. El rey tampoco pudo aguantar, pues los motines de sus tropas le hicieron entrar en depresión en diciembre de 1574. Reconocía el monarca que "no es posible llevar adelante lo de Flandes por la via de la guerra".
El saqueo de Amberes, la ciudad más rica de los Países Bajos, se saldó con un botín estimado en unos 8 millones de escudos [11 millones y medio de euros] y 10.000 personas asesinadas. Era la “furia española”, expresión que se ha mantenido desde entonces y de la que los españoles no tendríamos que sentirnos muy orgullosos. A partir de este momento, los pocos fieles que le quedaban a la Corona española se fueron pasando uno tras otro al campo rebelde. Requesens intentó la negociación con Orange, pero el diálogo era ya imposible. En 1574 un observador inglés escribía que "el orgullo del Gobierno español y la defensa de la religión eran el principal obstáculo para un buen acuerdo".
OPINIONES SOBRE LA SITUACIÓN, 1574. El secretario Arias Montano informaba al rey que "se ve que el camino de la fuerça no se puede conseguir, y podrá ser a tiempo de dar en aquellos estados la orden que convenga". Pero, en su opinión, como Dios estaba del lado español, no había de qué preocuparse: "Dios siempre mira a Vuestra Magestad en las mayores necessidades con mayores demostraciones: lo de St. Quintin, lo de la mar contra el enemigo comun [se refiere a Lepanto] y lo de Granada, todo sucedio muy bien".
En 1574, Felipe II estaba dispuesto a cambiar de política porque ya no podía pagar la guerra. El Consejo de Estado del rey parecía estar de acuerdo. El embajador en Francia, Francés de Ávila, insistía en la misma dirección diciendo que "a mi pobre juizio se avia de aver procurado otro camino”.
El cardenal Granvela, virrey de Nápoles, era de la misma opinión, ya que "si no se cobra la voluntad de los vassallos, aunque embien 20.000 españoles no harán nada". "El odio que la tierra tiene a los que agora governan, es mayor de lo que se puede imaginar", añadía. La gestión del duque de Alba había sido nefasta, pues "se ha ruynado los estados de Flandes debaxo de su gobierno". Los consejeros del rey tampoco se libraban de la crítica por su desconocimiento de los Países Bajos: "no los entienden ny entendrán en muchos años". En una carta al rey, el cardenal aseguraba que "siempre he escrito de diez años a esta parte, que el camino que se tomó ha sido muy errado".
El rey solicitó consejo a Benito Arias Montano, Fadrique Furió Ceriol y Joachim Hopperus. Arias Montano era un humanista que estudió en la Universidad de Alcalá -principal foco del erasmismo en España-, fue teólogo en el Concilio de Trento y capellán de Felipe II. Había ido a los Países Bajos para hacer una edición de la Biblia y por ello el rey le pidió que permaneciese en el territorio como consejero de Requesens.
Era partidario de la negociación: "Cuando todo un pueblo clama que hay opresión es verdad que es así", escribía en una carta a Felipe II. Arias no tenía mucho predicamento entre los sectores más duros, como lo demuestra el hecho de que el inquisidor general y obispo de Cuenca, Gaspar de Quiroga, intentó forzar su vuelta a España "por el daño que por allá podrá hazer si se quitasse la mascara".
Fadrique Furió Ceriol era otro humanista. Había publicado en Amberes un manual de consejos para Felipe II, “El concejo y consejeros del Príncipe” y de 1546 a 1564 había pasado mucho tiempo en los Países Bajos. El rey le apreciaba mucho, pero en 1563 le ordenó regresar a España porque creía que Furió se dejaría influir por las opiniones de los herejes. En 1573 Furió escribió “Remedios”, donde exponía sus ideas sobre el problema y, al año siguiente, Felipe II lo envió de nuevo a los Países Bajos como consejero de Requesens. En 1575 expresó la opinión de que había que devolver a los Países Bajos sus antiguas leyes y privilegios, si se quería la paz, aunque, a partir de 1577, la situación estaba tan deteriorada que ya no se daba crédito alguno a la figura de Furió.
Joachim Hopperus era el representante de los Países Bajos en España y vivía en Madrid desde 1565. Era partidario de la línea dura, pero no hasta el punto de estar de acuerdo con los métodos del duque de Alba. Planteaba la necesidad de una política de moderación, pero el miedo a perder su cargo le hacía ser un adulador impenitente del rey y sus propuestas nunca fueron claras.
Granvela escribió sobre él que "Hopperus, por complazer y pensar hazer su negocio, no a hecho con la fuerza y viveza que devia los officios que devia".
En 1574 se intentaba encontrar la solución. En enero se reunió en Consejo de Estado en Aranjuez. El duque de Medinaceli y Diego de Covarrubias manifestaron su desacuerdo con el diezmo y defendieron que los flamencos tenía el mismo derecho a sus libertades que los habitantes de la Corona de Aragón. En diciembre de 1574 Felipe II formó una Junta de 4 personas para tratar de elaborar una línea política que ofreciera alguna salida; se contó con la presencia del duque de Alba y de Hopperus y no se logró ningún avance.
Requesens volvió a pensar en una solución militar, pero estaba claro que eso era imposible. En enero de 1575 manifestaba al rey que lo que había que hacer era poner al frente de los Países Bajos a alguien natural de este país y volver a la antigua forma de gobernar: "Diré solo que lo de aquí está en estrechos terminos, y con tanta imposibiidad de sustentarse, que se ha venir a todo lo que estos quisieren, como se salve lo de la religion; y esto con tanta brevedad que no hay lugar de consultar (...) Yo me conformo con la opinión de Hopperus, que embie V.Mg. a esta gente persona de su sangre, y saque los forasteros, y se buelva el gobierno antiguo".
LA QUIEBRA DE 1575. HOLANDA Y ZELANDA SE DECLARAN INDEPENDIENTES. Habitualmente las remesas de metales preciosos americanos ni siquiera cubrían ni de lejos las necesidades financieras. Así sucedió en septiembre de 1575 cuando Felipe II hubo de declararse en quiebra, algo que, como dice Felipe Ruiz, “hizo estremecer a Europa”.
En 1575 las provincias de Holanda y Zelanda proclamaron su separación de España.
LA MEDIACIÓN DEL SACRO IMPERIO GERMÁNICO, 1575. Felipe II no tenía dinero y la moral del ejército, que no cobraba regularmente sus salarios, estaba por los suelos. Las tropas españolas saquearon Amberes una vez más.
Se buscó una salida con la mediación del emperador Maximiliano II, que propició en marzo de 1575 el inicio de conversaciones en Breda y en Amberes. Los negociadores rebeldes de Breda trataban directamente con Hopperus, que entonces tenía una gran prestigio internacional. Algunos consejeros españoles se quejaban del protagonismo de este personaje, pero estaba claro que Hopperus era el último recurso. La casa Fugger [financieros alemanes] "no quiere hacer nada sin el parecer de Hopperus", informaba Felipe muy enfadado. Le escribía Felipe II a Hopperus en abril del 1576 que "mucho he holgado de que os haya parescido tan bien la resolucion que he tomado (...) De todo lo que dezis estoy tan bien satisfecho que he acordado de no apartaros de mi en esta sazón".
La propuesta de Hopperus de una amnistía general sin excepciones había sido aceptada por Felipe II. Pero en diciembre de 1576 Hopperus falleció, lo que puso fin a las negociaciones y a las esperanzas de paz.