- La España de Felipe II


Capítulo 8. Países Bajos. La guerra de los 80 años.


PRIMER ACTO. EL DUQUE DE ALBA LLEVA EL TERROR A LOS PAÍSES BAJOS, 1566


EL DUQUE DE ALBA, MÁXIMO RESPONSABLE MILITAR, 1566En noviembre de 1566 se nombró al duque de Alba como responsable del ejército en los Países Bajos. Allí permanecería hasta noviembre de 1573. Felipe II intentó nombrar en primera instancia para este cargo al duque de Parma (esposo de Margarita) o al duque de Saboya, que eran personas con un talante más negociador y, al mismo tiempo, tenían la cualidad de que no eran españoles y que por ello serían mejor recibidos en los Países Bajos. Pero se negaron ya que no se veían capaces de estar a la altura que la crisis estaba exigiendo.


A finales de 1567 el duque de Alba había derrotado a todos sus oponentes y ejercido una represión terrible, que aumentó la oposición de la población y levantó muchas críticas en las cortes europeas.


La financiación de ejército del duque de Alba se hizo gracias a las remesas de metales preciosos americanas. En septiembre de 1566 el cargamento que llegaba a Sevilla se puede valorar en 5 millones y medio de ducados [206.250.000 euros], de los que a la Corona le correspondían 1 millón cien mil ducados [41,250,000 euros]. Como se había hecho en otras ocasiones, el monarca se incautó de toda la remesa y los particulares recibieron juros (especie de bonos del Estado) para compensar su pérdida. Fue una de las remesas más importantes que se habían logrado en el Nuevo Mundo.

También Milán y Nápoles contribuyeron en los gastos de la empresa. Nápoles aportó dos millones de ducados [75 millones euros]. Hubo también una aportación de las Cortes de Castilla, después de unas sesiones en diciembre de 1566 en las que quedó claro que había que recaudar “enormes sumas de dinero” para acabar con la sublevación. Las Cortes aprobaron la entrega de 300 millones de maravedís [30 millones euros] y a continuación otros 150 millones [15 millones euros]; tan sólo los procuradores de Salamanca votaron en contra.


EL DUQUE DE ALBA LLEGA A LOS PAÍSES BAJOS, 1567. En los primeros meses de 1567 un ejército de 10,000 castellanos partió  para Países Bajos. En agosto de 1567, Alba entraba en Bruselas con las órdenes de arrestar a los líderes rebeldes y con ello evitar un enfrentamiento generalizado para "escusar el derramamiento de sangre". A tal fin, en septiembre de 1567 el duque de Alba creó el Tribunal de Tumultos, también conocido como el de los “Desórdenes” y el de la “Sangre”, encargado de juzgar y castigar a los insurrecros.

A finales de 1567 el duque de Alba había derrotado a todos sus oponentes, fueran católicos o protestantes. Los líderes sublevados o estaban presos o habían huido al exilio. La terrible represión llevada a cabo por el duque de Alba aumentó la oposición de la población y levantó muchas críticas en las cortes europeas. Margarita de Parma dimitió como gobernadora y Felipe II aceptó la dimisión.

El duque de Alba estuvo 6 años en los Países Bajos. En los primeros meses, unas 1.700 personas fueron condenadas por el Tribunal de Tumultos y ejecutadas. En los años siguientes promulgó más de 12,000 condenas. En un día alcanzó el récord de 500 ejecuciones.

En julio de 1567 todo estaba preparado para ansiado el viaje de Felipe II a los Países Bajos. Los barcos y las tropas esperaban en el puerto de Laredo. Los gastos en los preparativos habían sido monumentales, pues parece que ascendían a unos 200.000 ducados [7 millones y medio euros], pero el viaje finalmente se desconvocó. El monarca tenía un motivo muy serio que lo retenía en Madrid: el príncipe Carlos comenzaba a ser un problema importante. Aunque hay que decir que Felipe II nunca mostró mucho entusiasmo en viajar a Flandes.

Por otro lado, de Alemania le llegaban en agosto de 1567 noticias del pacto entre nobles germanos, Guillermo de Orange y varios nobles flamencos. Guillermo de Orange se había exiliado en abril de 1567 en tierras alemanas y estaba preparando un ejército. Había salido del país en cuanto se enteró que el duque de Alba estaba en camino a los Países Bajos.

En septiembre de 1567 Alba arrestaba a Egmont, Horns y otros nobles. Felipe II estaba feliz con tanta detención, represión y ejecuciones. En España, él mismo había mandado a la cárcel a Montigny y a Vandenesse, los negociadores flamencos. Le decía al duque de Alba que "quedo tan contento y satisfecho cuanto se debe estar de todo cuanto vos tratais (…). No puedo encareceros que me ha satisfecha en gran manera". Parecía que todo se había acabado: "Con esto y la assistencia y calor que dais a estos negocios, me paresce que los veo ya remediados (...). Acá también se echó mano al tiempo que paresció que convenia de la persona de M. de Montigny, y le mandé llevar al alcaçar de Segovia (...). Después de la prisión de Montigny, mandé tamién prender a Vandenesse y llevarle al mismo alcaçar"

Fourquevaux comentaba que el rey "dice aquí no tener necesidad de utilizar palabras dulces con los flamencos, sino más bien rigor y palabra sangrienta. Nunca estuvo el Señor Rey más feliz y contento".

Jacques Vandenesse fue detenido en septiembre de 1567, acusado de pasar información a Guillermo de Orange. Estuvo confinado primero en el castillo de Segovia y luego en la fortaleza de Santorcaz, donde murió de enfermedad.

Montigny fue detenido poco después que Vandenesse y encarcelado también en el castillo de Segovia. En marzo de 1570 el Tribunal de Tumultos de Bruselas lo sentenció a muerte. Intentó la huida, pero fracasó y fue ajusticiado en octubre de este año. De las 7 personas que le habían ayudado en el intento de fuga (carceleros y sirvientes), 3 también fueron ejecutadas. Como los ánimos estaban muy caldeados en todas la cancillerías europeas por la actitud que estaban teniendo los españoles en los Países Bajos, la versión oficial fue que había muerto por causas naturales.

En noviembre de 1567 Felipe II escribía al duque de Alba que "las manos os quedan libres". Derrotada la rebelión, ahora había que arrasar el país "para que cada uno piense que a la noche o a la mañana se le puede caer la casa encima" en palabras del duque de Alba. Ya no se hacía distinción entre católicos y protestantes, todo el que hubiera disentido de alguna forma de la política española era considerado enemigo y había de ser liquidado, encarcelado o ejecutado si no había tenido ocasión de huir al exilio. A finales de 1567 el duque de Alba se había convertido el amo y señor de los Países Bajos. Guillermo de Orange, exiliado en Alemania, lanzó varias ofensivas en 1568 desde territorio germano, pero en todas fue derrotado.

Se oyeron algunas voces, muy pocas, como la del fraile Villavicencio, que eran partidarios de una política más tolerante. Los neerlandeses, en su opinión, no aceptarían el dominio asfixiante de los españoles "porque ni saben la lengua ni entienden los fueros y costumbres".


LA GUERRA DE LOS 80 AÑOS, 1568. La guerra comenzó en 1568 y terminó en 1648 con el reconocimiento de la independencia de estas tierras. La corona española se desangró económicamente a lo largo de estas ocho décadas.

La política de sangre y fuego del duque de Alba no era más que la aplicación de las instrucciones que le iba dando Felipe II. El plan constaba de dos fases: la primera, guerra y represión, el sometimiento de los rebeldes por la fuerza más despiadada; la segunda, el viaje del rey a los Países Bajos, pacificador y clemente, que traería la paz.

Luis de Requesens fue el nuevo gobernador, después de la dimisión de Margarita de Parma. Tras el paso del duque de Alba como una apisonadora, se trataba ahora de desarrollar un política más moderada y conciliadora que preparara la mencionada llegada de Felipe II. Pero la política de Felipe II tenía poco recorrido: no podía aceptar las reivindicaciones del duque de Orange de libertad de cultos, restauración de las antiguas libertades y retirada de los españoles y extranjeros de todos los cargos de responsabilidad del Estado.

En junio de 1568 eran ejecutados Egmont y Horn en la plaza pública de Bruselas. Ambos eran miembros de la Orden del Toisón de Oro y sólo podían ser juzgados por la propia orden, de la que Felipe II era el maestre. Las Coronas de los diversos estados europeos hicieron saber su disgusto por las ejecuciones, porque una cosa era ejecutar a dirigentes populares o a gentes del pueblo y otra muy diferente era hacerlo con los nobles. Hasta el Papa mostró su disconformidad. El emperador alemán pidió explicaciones a Felipe II por lo sucedido, a lo que el rey español le contestó que su único interés era la defensa de la religión y que las ejecuciones de Flandes no eran de su agrado pero que suponían la única forma de atajar la rebelión. El mismo duque de Alba también lo lamentaba ya que eran personas a quienes "he tanto amado siempre y estimado como a mis propios hermanos". Felipe II intentaba justificarlo diciéndole que "me ha pesado en gran manera de  que las culpas de los condes fuesen tan graves que hayan merescido por ellas la justicia que se ejecutó".

Fue un error descomunal. En realidad, lo único que pretendían Egmont y Horn era hacer de intermediarios entre las dos facciones  en lucha a fin de alcanzar una paz justa y estable, pero se les acusó de ayudar a los rebeldes. Fueron apresados a traición en un banquete al que les invitó el duque de Alba. En febrero de 1569 el rey le decía a Alba que "que tratásemos del perdon general, por parescerme que es ya tiempo de concederlo".

Después de la terrible represión y de las ejecuciones de Egmont y Horn, era tiempo de buscar la conciliación y dar una mejor imagen internacional. Particularmente airada era la actitud de los Habsburgo del Sacro Imperio, lo que hacía que había que tratar la situación con mucho tacto: de un lado, existían muchos vínculos entre los nobles germanos y los nobles neerlandeses, y, de otro, muchos mercenarios de los ejércitos españoles eran alemanes.

Hubo un intercambio epistolar y reuniones de delegados entre los Habsburgo germanos y el monarca español. Felipe argumentaba que transigir en el tema de la religión sólo llevaba a "la ruina y miserable estado en que las cosas de la religion se hallan. El exemplo del suceso de las otras provincias, causado de la licencia, libertad y permision, basta para que claramente se entienda cuán diferente camino es el que se debe tomar. Ni el señorio, ni el estado, ni la auctoridad de los Principes, ni la paz y concordia de los súbditos y quiete pública se puede sostener ni mantener habiendo diversidad y diferencia en lo de la religion".

En enero de 1569, el archiduque Carlos le respondía airadamente, exigiéndole que parase de “matar la pobre multitud de hombres”: "Muchos no temían a S.M. Real por excusado desto hasta que haya mandado que se cese del todo en el matar la pobre multitud de hombres (...). No se podrá dexar de decir a cada paso, tanto agora como antes, que se ha usado en esto odioso y demasiado rigor. (....) Allende desto S.M. Cesárea tiene por muy cierto que cualquiera que pensare que Flandes se puede regir y gobernar como Italia o España, se engaña mucho en ello", escribía.


EL DUQUE DE ALBA CREA NUEVOS IMPUESTOS. LA ECONOMÍA SE RESIENTE, 1568. En 1568 los corsarios ingleses se hicieron con el dinero con que se iba a pagar a los soldados del ejército español en los Países Bajos. En respuesta, el duque de Alba recurrió a la creación de nuevos impuestos: el 1% sobre la propiedad, el 10% sobre la venta de bienes muebles y el 5% sobre la venta de bienes inmuebles. Era como echar más leña al fuego, el descontento popular aumentó de nivel. Los Estados Generales no estuvieron de acuerdo y protestaron, argumentando que no habían sido consultados.

El comercio quedaba herido de muerte con estos impuestos. Los comerciantes flamencos tenían un 3% de margen en sus operaciones y si habían que pagar un 10% en impuestos, la operación se saldaba con pérdidas en todos los casos. Las nuevas cargas impositivas afectaban más a los más ricos, lo cual era inconcebible para las clases pudientes de la época.

El intelectual Arias Montano aconsejó al duque de Alba que no aplicase el impuesto en las compraventas comerciales y sólo en “pan, vino y cerveza, carne y vestidos”. Arias Montano explicaba que “hablando muchas veces con el Duque me dijo que no se echaría diez por ciento sino en las cosas que aquí se consumían en la tierra, como era pan, vino y cerveza, carne y vestidos; mas no en las mercaderías, porque esto es averiguado que de cient suertes de mercadurías, en las noventa no se ganan ordinariamente a tres por ciento”. Los productos manufacturados también debían ser excluidos del impuesto “pues echarlo en las manufacturas es despoblar la tierra de artífices, como se despobló Lovaina de pañeros”, añadía Arias Montano. Pero el duque de Alba no le hizo caso y la alcabala siguió adelante. Era como una llamada a la insurrección general.

La decisión no venía del duque, sino que correspondía al mismo rey, era una vieja idea de Felipe II. La guerra estaba arruinando a Castilla con unos 750,000 florines que cada año salían de las arcas castellanas, aparte de un desembolso inicial de 1.500.000 florines cuando el de Alba viajó a los Países Bajos. Felipe II sostenía que “es más que necesario dar orden como haya renta firme, cierta y perpetua para la sustentación y defension de esos Estados sacada dellos mismos, pues está claro que de aquí no se ha de llevar siempre el dinero para ello”.

Finalmente, Alba no tuvo más remedio que echar marcha atrás. Suspendió los impuestos por dos años a cambio de recibir 4 millones de florines anuales.

Cuando este plazo hubo acabado, en 1572 el duque de Alba volvió a la carga con su política fiscal del 10% sobre las compras y las ventas, algo que la economía de los Países Bajos no podía soportar.

Ello provocó la unidad de todo el pueblo contra los españoles, desde los comerciantes al pueblo llano. La revuelta adoptó la forma de la defensa de la religión calvinista.

Por otra parte, en España, 1571 fue un buen año para Felipe II. La insurrección de los moriscos de Las Alpujarras había sido sofocada, había vencido a los turcos en Lepanto y, por el momento, el duque de Alba dominaba militarmente los Países Bajos.

El duque de Alba llega a Rotterdam, 1567. La política de sangre y fuego del duque de Alba no era más que la aplicación de las instrucciones que le iba dando Felipe II.



FRANCIA E INGLATERRA ACERCAN POSTURAS, 1572. La situación se complicaba. Francia e Inglaterra acercaban posturas contra España, a raíz de la derrota de la conspiración que pretendía colocar en el trono inglés a la católica María Estuardo y derrocar a Isabel I. La monarquía española estaba implicada en este intento de magnicidio, y ello llevó a partir de entonces a la reina inglesa a una postura de total enfrentamiento con Felipe II. En la Francia de Carlos IX en realidad quien gobernaba era el hugonote Gaspard de Coligny.

El terreno estaba abonado para un alianza entre las dos naciones, pero la entente duró poco, hasta 1572, ya que Inglaterra no veía con buenos ojos unos Países Bajos bajo la hegemonía francesa, pues esto dañaría sus intereses comerciales. Por su parte, Carlos IX envió un ejército en ayuda de Luis de Nassau, que fue derrotado. 


SUBLEVACIÓN GENERAL DE LOS PAÍSES BAJOS, 1572. Cuando el duque de Alba trató de aplicar el impuesto del 10%, la insurrección estalló. A comienzos del año, un grupo de calvinistas, denominados los “Mendigos del mar” o “Watergenzen”, exiliados en Inglaterra, tomaron los puertos de Brielle, Flesinga y Enkhuizen. Brielle era un punto estratégico en una isla de la desembocadura del Mosa que controlaba la salida al mar del comercio de Brabante y Holanda, la parte más rica de los Países Bajos. Este hecho fue como un aldabonazo que desató la rebelión general.

Flessinga y las tierras bajas se levantaron en armas. En esta ciudad ejecutaron a toda la guarnición española. Los rebeldes habían conseguido hacerse fuertes al norte del Mosa dirigidos por Guillermo de Orange, que había regresado de su exilio en Alemania, mientras que, por el sur, en mayo de 1572 una fuerza mandada por Luis de Nassau (hermano de Guillermo de Orange) tomaba Mons y Valenciennes, con el apoyo de su población. Los hugonotes franceses les apoyaron con unos cuantos desembarcos de pequeños contingentes.

Guillermo de Orange avanzó desde el norte y llegó a las puertas de Bruselas, donde esperaba la ayuda de los calvinistas franceses para acabar de una vez con la dominación española, pero en Francia se produjo la Noche de San Bartolomé en agosto de 1572, que descabezó al movimiento hugonote francés e hizo que el país entrara en una guerra civil. Guillermo de Orange se quedó sin aliados y no pudo continuar su avance.

Los ejércitos del duque de Alba derrotaron a los rebeldes tanto en el norte como en el sur, llevando el terror en todas sus acciones. Un observador comentaba a finales de año que "antes de muchos dias [los Países Bajos] sera buelto a la obediencia de Su Magd", tal era la magnitud de la victoria del de Alba. Las tropas españolas saquearon muchas poblaciones y provocaron todo tipo de excesos, saqueos y asesinatos. En octubre de 1572, le tocó el turno a la ciudad de Mechelen, que había apoyado a Guillermo de Orange y quedó arrasada, y pocos días mas tarde, le siguieron Zurphen, Naarden y Malinas. La ciudad de Haarlem resistió 8 meses hasta mediados de 1573 y, cuando se rindió, pagó 250,000 florines para no ser objeto del saqueo de los españoles, aunque fueron pasados a cuchillo todos sus habitantes excepto los de nacionalidad alemana junto con unas 400 personas de entre los más ricos del lugar. La ciudad de Alkmaar rompió los diques que contenían las aguas del mar, con lo que quedó destruida, pero el duque de Alba no tuvo más remedio que levantar el asedio. La defensa de Alkmaar fue una inyección de moral para los rebeldes, pues movió a los habitantes de otras ciudades como Leiden a oponerse decididamente a la agresión. El ejército español salió victorioso de estas batallas, pero dejó a su paso un reguero de muerte y destrucción que en Holanda cuesta de olvidar; aún en nuestros días, las madres holandesas, para conseguir que sus niños duerman o coman, les  amenazan con la llegada del duque de Alba.

La toma de Haarlem fue celebrada en Madrid. Felipe II estaba enfermo y en cama, pero al conocer la noticia experimentó una fuerte mejoría, como señaló el secretario Gracián que "mas ha valido la nueva de Haarlem que la medicina de muchos doctores". 


FELIPE II SE QUEDA SIN DINERO Y EL DUQUE DE ALBA YA NO PUEDE MÁS. Pero no había dinero para proseguir las campañas militares, pues el intento de crear un nuevo impuesto había fracasado. La política de mano dura ya no disponía de financiación para poder continuar y, de todas formas, se había demostrado que la represión más salvaje no había servido para detener a los rebeldes.

Las opiniones contra los métodos de Alba salían por todas partes. La represión llegó a tal grado de crueldad que los propios funcionarios españoles en los Países Bajos protestaron por escrito ante Felipe II. Un alto funcionario explicaba "el aborrecimiento que tienen al nombre de la casa de Alba. Mal haya el diezmo y quien lo inventó, que él es la causa de todo esto". Otro informe concluía que el esfuerzo de estos años no había servido para nada pese a "haberse judiciado en cinco años y meses, pasadas de 3.000 personas". Un capitán español decía que "no entiendo esta guerra no creo que nadie la entiende. (…) No parece que llevandose las cosas como se llevan, se puede tomar esta tierra". Granvela, virrey de Nápoles, era muy pesimista: "Todavía vamos perdiendo. Es el odio que la tierra tiene a los que agora governan, mayor de lo que se puede imaginar", y se lamentaba de que "tantos millones mal gastados, con tanta ruyna de aquellas provincias". Luis de Requesens, virrey en Milán, mostraba su disgusto por lo sucedido en Haarlem: "Es muy necesaria la misericordia".

Felipe II encargó al humanista Benito Arias Montano, que se encontraba en Amberes para una nueva edición de la Biblia, que pulsara el parecer de los holandeses para saber "cual es el verdadero remedio que se podria poner". Montano había sido partidario de Alba, pero ahora su punto de vista había cambiado radicalmente. El odio del pueblo de los Países Bajos hacia los españoles no se había debilitado con las campañas militares y el terror, sino que ahora el rechazo a la monarquía española era más fuerte que nunca. Nuestras tropas sufrían cuantiosas bajas (en Haarlem la cifra de bajas podía haber ascendido a unos 10.000 soldados), tanto por las batallas como por las condiciones de vida. Los gastos de la guerra no se podían atender.

El duque de Alba estaba muy viejo y cansado y tenía claro que la solución militar no llevaba a parte alguna. Felipe II le estaba obligando   unos excesos que no cabían en imaginación humana. El secretario del duque escribía en 1569 que "esta tan desesperado que podria dejarlo todo y irse". Fue destituido como gobernador militar, aunque seguía al frente de los temas castrenses. La política ahora era de buscar un acuerdo con los insurrectos.


LA BREVE POLÍTICA CONCILIADORA DE JUAN DE LA CERDA, 1572. A comienzos de 1572, se nombró como nuevo gobernador al duque de Medinaceli, Juan de la Cerda. Parecía que era un hombre con mala suerte: en el viaje a los Países Bajos por mar, una terrible tempestad le obligó a regresar a España y cuando lo intentó de nuevo, los marinos holandeses le atacaron en el Canal de la Mancha, destruyendo gran parte de la flota española. Cuando por fin llegó a Bruselas, pronto se dio cuenta de lo difícil de la situación y que el duque de Alba estaba acabado.

El nuevo gobernador intentó una política de conciliación. "La causa de todos los males son el gran rigor, la insolencia de algunos capitanes y soldados y el diezmo y no las herejias y las rebeliones", decía en 1572. Acertaba en el diagnóstico, pero con esto chocaba abiertamente con el duque de Alba. Puso como ejemplo la política de Carlos V con los Comuneros, que fue clemente con los sublevados (excepto, claro está, con los dirigentes), y, todo lo más, castigar “a unos pocos”, como Carlos V había hecho con la rebelión de Gante.

Medinacelli estaba preparando una amnistía general, algo que creía el rey aprobaba. Se reunió con Alba en noviembre de 1572 y no hubo forma de llegar a un acuerdo.


DESTITUCIÓN DEL DUQUE DE ALBA, 1573. Ambos, los duques de Alba y de Medinaceli no se entendían. Eran partidarios de políticas totalmente distintas, no tenían nada en común. En enero de 1573 fueron sustituidos por Luis de Requesens. 

Felipe II tuvo que insistir mucho a su amigo Requesens a que aceptara el cargo, ya que éste no se veía a la altura de la complicada situación de los Países Bajos. Requesens se resistió todo lo que pudo y aguantó durante 6 meses. Lo de Flandes lo veía “perdido”, según comentó a su hermano Juan de Zúñiga y él no era el candidato adecuado porque “no soy soldado” y, además, no hablaba ni francés ni holandés; en resumen, "hallo mil razones para no aceptallo".


Las opiniones contra los métodos de Alba salían por todas partes. La represión llegó a tal grado de crueldad que los propios funcionarios españoles en los Países Bajos protestaron por escrito ante Felipe II.


El duque de Alba estaba desesperado porque era consciente de su fracaso. Los Países Bajos era como tener a los herejes dentro de casa y eso no se podía aceptar. "Yo doy con la cabeza por las paredes cuando oigo decir lo que aquí se gasta, viendo que no son los turcos los que inquietan a la Cristiandad, sino los herejes, y estos estan metidos dentro de nuestras casas (...) Por amor de Dios, solicite la nueva provisión conforme a lo que escribo a S.M. porque no va menos que la conservacion de sus estados", escribía en febrero de 1573. Echaba la culpa a los consejeros del rey. "Hasta que aquellos que hay en sus Consejo sean muertos o separados desu servicio, S.M. no tendrá aquí cosa", se lamentaba. "No puedo ya más", era su conclusión en julio de  1573.

Felipe II había escrito a Alba que "jamás tendré dinero bastante para saciar vuestra codicia pero fácilmente os encontraré un sucesor bastante hábil y fiel que acabe, por moderacion y clemencia, una guerra que no habéis podido acabar con las armas ni a fuerza de severidad". Estaba claro que Felipe II eludía toda responsabilidad y culpaba al duque de Alba del fracaso en los Países Bajos. Se iniciaba un distanciamiento entre ambos.