- La España de Felipe II
Capítulo 24. Religión
LA INQUISICIÓN TENÍA “GRAN FELICIDAD” CON FELIPE II
En 1569 Felipe afirmaba que "a no haber habido Inquisición hubiera habido muchos más herejes, y la provincia estuviera muy damnificada, como lo están las otras donde no hay Inquisicion como la hay en España". Comentaba ese año que "yo no puedo ni debo dejar de favorecer a la Inquisición, como lo haré siempre, todo el tiempo de mi vida". Los tremendos autos de fe de 1558- 1560 fueron la respuesta.
Felipe II: "yo no puedo ni debo dejar de favorecer a la Inquisición, como lo haré siempre, todo el tiempo de mi vida".
Eran tiempos convulsos. El protestantismo en Europa y los moriscos y judíos conversos en España se consideraban un peligro para la monarquía española y su sagrado deber de mantener la fe verdadera. Felipe II así lo aseguraba en su Testamento: “en estos tiempos peligrosos y llenos de tantos errores en la fe, conviene aun tener más cuidado y advertencia que en los pasados.” Por eso, le decía a su hijo que “particularmente le encargo que favorezca y mande siempre favorecer al Santo Oficio de la Inquisición”. Un inquisidor recordaba 25 años después de la muerte de Felipe que "en los tiempos de la buena memoria de Felipe Segundo tenía gran felicidad la Inquisicion".
La Inquisición no sólo intervino en los temas de religión. También abarcó las causas relacionadas con la vida sexual, como la bigamia, la homosexualidad o el bestialismo, ya que estas prácticas se consideraban incitadas por el demonio.
Algunos inquisidores generales fueron antes presidentes del Consejo Real, como es el caso de Tavera y de Fernando Valdés. Se consideraba un ascenso pasar de un cargo al otro. A partir de la muerte del cardenal Cisneros, el ámbito de actuación de la Inquisición fue el de toda España.
Hubo algunas protestas contra la Inquisición en 1567 en Valencia y en 1568 en Murcia y Mallorca. En Catalunya en 1569 la Inquisición detuvo a diputados provinciales por herejes.
PROCESO A FRAY LUIS DE LEÓN. En octubre de 1558 Juana de Austria, entonces regente, escribía al rector de la universidad de Salamanca para que indagara “si hay algunos libros reprobados y sospechosos en poder de algunas personas dessa Universidad. Y, con el citado cuidado que el caso requiere, entenderéis y procuréis de saber si algunos estudiantes tienen y enseñan errores lutheranos y doctrinas que no sean cathólicas. Y de lo que halláredes y cerca desto supiéredes daréis luego aviso a los inquisidores dese partido, para que provean lo que convenga”.
En los Estatutos de 1561 de esta universidad se establecía que el rector entraría de repente en las aulas y preguntaría a dos alumnos sobre lo que estaba explicando el profesor, los libros y contenidos que empleaba. Un escribano acompañaba al rector para hacer de notario.
Fray Luis de León ganó su cátedra en diciembre de 1561 y un mes más tarde recibía la visita “sorpresa” del rector. Fray Luis sostenía en sus clases que el poder venía del pueblo y no de Dios y que los reyes debían gobernar sobre hombre libres y no sobre esclavos.
Cuando falleció el príncipe Carlos, fray Luis lo lamentó, pues una muerte en tan extrañas circunstancias desató la imaginación popular y se creía que Carlos hubiera traido nuevos aires al gobierno. Se desconocía su estado de locura, pero se sabían de sus enfrentamientos con su padre. Era un príncipe liberador a ojos de mucha gente.
El fraile fue detenido acusado de herejía porque se había opuesto públicamente a la versión de la Biblia llamada “Vulgata”, que contaba con el visto bueno entusiasta del Concilio de Trento; además, había puesto en romance el Cantar de los Cantares, lo que estaba prohibido por este Concilio. Fray Luis de León era de origen converso, lo que decantó la balanza para ser encarcelado en marzo de 1572. Su ascendencia judía fue uno de los cargos que se le imputó.
En septiembre de 1576, cuando fray Luis llevaba ya 4 años encarcelado, los inquisidores creyeron que ya era hora de someterlo a torturas para encontrar argumentos de mayor peso a la acusación. Los cargos eran bastante inconsistentes para mantenerlo encarcelado, e incluso personajes muy influyentes del entorno del rey, y seguramente el propio monarca, creían que era inocente, pero no se le podía liberar ya que ello suponía reconocer el error de su detención. Estas personas abogaban por una condena con separación de su cátedra.
No se sabía qué decisión tomar y, finalmente, para cerrar el caso, en diciembre de 1576 el Tribunal Supremo de la Inquisición resolvía su puesta en libertad. A continuación, fray Luis recuperaba su cátedra de Salamanca «con gran acopio de gente» y es entonces cuando pronunció la fase de “dicebamus hesterna die” («Decíamos ayer…»).
PROCESO AL ARZOBISPO CARRANZA. En 1559 la Inquisición detuvo y encarceló al arzobispo de Toledo, Bartolomé Carranza acusado de hereje protestante. Una acusación falsa a todas luces, y a nadie se le escapaba que se trataba de un caso grave y delicado, ya que era la máxima autoridad de la Iglesia en España. El catecismo que había publicado en Amberes contenía afirmaciones heréticas, según los inquisidores, pero los motivos eran otros: su enemistad personal con el inquisidor Valdés era de todos conocida y también tenía en contra al confesor real, Fresneda.
Felipe no quiso liberar a Carranza, aunque sabía que era inocente, ya que si hubiera abogado por su inocencia habría desprestigiado a la Inquisición. Únicamente en el comienzo del proceso, el rey y otros miembros de la Corte hicieron una declaración de apoyo al arzobispo. Felipe escribía a Jerónimo Zurita, secretario de la Inquisición, que Carranza era "una persona notada e infamada no solamente en estos reynos pero en toda la Christiandad". En 1565 el abogado de Carranza apeló ante el rey y Felipe II le respondió: "Decidle que yo siempre he tenido y tendre cuidado de su justicia y honra. Deseo que el arçobispo no reciva agravio y se le haga justicia", pero no movió ni un dedo en su favor.
Bartolomé de Carranza había participado brillantemente en la primera fase del Concilio de Trento y también había destacado en la reinstauración del catolicismo en la Inglaterra de María Tudor.
Opinaba en contra de los obispos que descuidaban sus diócesis para hacer carrera política, bien en cancillerías o en la Corte, como era el caso del inquisidor Valdés.
Pero en la represión de los protestantes castellanos, muchas veces salían (o lo verdugos hacían que salieran) referencias a Carranza en las declaraciones de los interrogados. Había “algunas cosas” de Carranza que parecían no gustar a las autoridades, como se refleja en una carta de Juana de Austria a Carlos V en agosto de 1558: “Olvidóseme de decir a V.M. quel arzobispo de Sevilla me dixo que avisase a V.M. de questos luteranos decían algunas cosas del de Toledo, y que V.M. estuviese recatado con él cuando fuese. Hasta ahora no hay nada de sustancia, mas díxome que si fuera otra persona que le hubieran ya prendido. Pero que se mirará más lo que hay y se avisará a V.M. dello”.
Carranza se presentó en Yuste, con Carlos V moribundo, para auxiliarle desde el punto de vista religioso. Pero el Emperador no quiso recibirle, tan bajo estaba ya el prestigio del arzobispo.
Pío V exigió a Felipe II que enviara a Carranza a Roma para seguir allí el proceso, como una forma de sacarlo de las garras de la Inquisición y también una postura que presuponía la inocencia del arzobispo. Felipe II se enfadó mucho y se lo tomó como una injerencia papal en los asuntos de España, pero tuvo que ceder. En un gesto a favor del arzobispo, el monarca envió a Roma a Martín Azpilcueta, para que ejerciera su defensa.
En 1571 los teólogos de Castilla añadían nuevas denuncias. En 1574 se obligó a través del inquisidor general Quiroga a que todos los obispos que habían probado inicialmente el “Catecismo” de Carranza, se retractaran. Con todo esto trataba de influir en los teólogos de Roma. Carranza falleció en esta ciudad en 1576. Fue absuelto poco antes de morir.
PROCESO A AGUSTÍN CAZALLA. Agustín Cazalla era un antiguo predicador de la Corte, protestante, erasmista y humanista. Acompañó al Emperador en sus viajes a Alemania donde entraría en contacto con los movimientos luteranos germanos. Su fe protestante se forjó en la Universidad de Alcalá, una universidad que fue un foco de erasmismo.
El día antes de su ejecución le visitó el funcionario Antonio de Carrera para presentarle el plan siguiente: Cazalla tenía que delatar a sus amigos protestantes y hacer una declaración de apoyo a la Inquisición; a cambio, no sería quemado vivo en la hoguera sino que recibiría el garrote vil. Cazalla acepto la propuesta. Nada sabía de su ejecución al día siguiente.
Dos de sus hermanos también murieron en la hoguera y otros dos fueron condenados a cadena perpetua. En el Auto de Fe de Valladolid, fue desenterrado el cadáver de su madre y arrojado al fuego. Su casa fue destruida “porque los hereges luteranos se juntaban en ella a hacer conventiculos contra nra Stª fe catolica”.
Felipe no quiso liberar a Carranza, aunque sabía que era inocente, ya que si hubiera abogado por su inocencia habría desprestigiado a la Inquisición.
PROCESO A JUAN DE ACUÑA. Juan de Acuña era miembro de la alta nobleza. Todo empezó con una tertulia en Ávila en casa de doña Inés de Pantoja con algunos jesuitas en la que los religiosos comentaban la vida licenciosa de los predicadores protestantes y Acuña mantuvo la opinión contraria: “Yo respondí que había estado en Alemania y que lo había visto muy al revés”. En efecto, los predicadores luteranos vivían con sus esposas legales y no con concubinas como pasaba con el clero católico.
Esta opinión fue su condena. Los jesuitas lo denunciaron a la Inquisición. Acuña escribió al inquisidor Valdés en su defensa: “V.S. Ilustrísima sabe quán peligroso está el tiempo para que la honrra padezca mucho peligro y diminuçión en qualquier llamamiento que se hiziese por el Sancto Ofiçio de la Inquisiçión y quánta razón es que esto se tema y reçele por caballeros y personas de mi calidad”. Todo fue en vano.