- La España de Felipe II


Capítulo 25. Matrimonios y amantes de Felipe II


TERCER MATRIMONIO. ISABEL DE VALOIS, 1560


Su tercer matrimonio fue con Isabel de Valois (1546-1568) el 31 de enero de 1560. Tuvieron 5 hijas: dos gemelas (1564) con aborto; Isabel Clara Eugenia (1566-1633), que se casó con el archiduque Alberto de Austria, su primo hermano; Catalina Micaela (1567-1597), que se casó con el duque de Saboya; Juana (1568) murió  el día de su nacimiento, juntamente con la misma reina.

Isabel de Valois fue conocida popularmente como “Isabel de la Paz”, ya que la boda sellaba la paz con Francia, país con el que había habido un sin fin de enfrentamientos en los últimos 40 años. Con esta boda se facilitaban, de entrada, las negociaciones de paz que se estaban desarrollando en Cateau-Cambresis.

Isabel de Valois


EN UN PRINCIPIO, LA CANDIDATA ERA ISABEL DE INGLATERRA. No obstante, a la muerte de María Tudor, Felipe proyectaba casarse con Isabel de Inglaterra. Isabel tenía 25 años y Felipe 31; la posibilidad de tener descendencia era factible, a diferencia del caso de María Tudor. La alianza con Inglaterra era importante para mantener la hegemonía española en Europa, pero el enlace no fue posible.

El consejero conde de Feria se refería a ello de esta manera en carta al monarca español: “Quando V.M. se casó con S.M., que haya gloria, lo sintieron los franceses en extremo, y también sentirán ahora que V.M. case con ésta, y tanto más cuanto que hay más esperanza de tener hijos ésta por su edad y disposición, que estas dos cosas tiene muy mejores que la Reina que haya gloria”. Sobre todo, la boda con Isabel de Inglaterra reforzaría la posición española en los Países Bajos.

El conde de Feria también expresaba la posibilidad de que con el enlace Inglaterra volviera al catolicismo. “Cuanto más pienso en este negocio, entiendo que todo él consiste en el marido que esta mujer tomare, porque si es tal cual conviene, las cosas de la religión irán bien y el Reino quedará amigo de V.M.; si no, todo será borrado.”

Felipe quería ir poco a poco, como era tradicional en él. Isabel era protestante y corría la voz de que era estéril. Respondía al conde de Feria: “Lo que agora os puedo decir es que, por ser negocio de tan grande importancia y consideración…, quiero mirar y pensar mucho en ello” (…) “Y entretanto, vos procederéis en esto con la Reina  por la vía que lleváis…, de manera que ni la déis esperanza ni la desconfiéis, sino que se vaya así entreteniendo el negocio hasta que yo me determine”.

También Isabel de Inglaterra daba largas al asunto. La posibilidad de un rey extranjero no era muy popular entre los ingleses. Finalmente, las negociaciones de boda se dieron por fracasadas, aunque, de momento, quedaba una cierta amistad y buenas relaciones. Isabel de Inglaterra se refería a Felipe como «fratre consanguineo et amico nostro charissimo». «Yo he quedado satisfecho», manifestaría Felipe.


ISABEL DE VALOIS, CARLOS Y LA “LEYENDA NEGRA”.  Entonces Felipe pensó en Francia. La hija del monarca francés Enrique II había estado prometida al inglés Eduardo VI, que falleció; a continuación, en 1558, se acordó la boda de la francesa con Carlos, el hijo de Felipe II. Pero Carlos era aún muy joven y el matrimonio tardaría en celebrarse unos años todavía. Felipe II sería el nuevo pretendiente, sustituyendo a su hijo.

En otro orden de cosas, este hecho formaría parte de la serie de falsedades de la “leyenda negra”, en la se asegura que Carlos e Isabel de Valois estaban enamorados y padre e hijo enfrentados, defendiendo Carlos la libertad de los Países Bajos, tal como aparece en el “Don Carlos” de Schiller o en el “Don Carlo”, ópera de Giuseppe Verdi, que se basó en el libro del alemán. 


UN MATRIMONIO MUY BIEN AVENIDO. Junto con Anna de Austria, Isabel de Valois fue la esposa que más influyó en Felipe. El rey pasaba muchas horas con su mujer y le pedía opinión sobre casi todos los temas. Felipe tuvo con Isabel un grado de intimidad en temas políticos como con nadie a lo largo de su vida. Parece ser que la opinión de la reina fue decisiva en el hecho de que Madrid fuera la capital de España, en lugar de Toledo.

La boda fue por poderes en junio de 1559 en Notre Dame de París. Isabel sólo tenía 14 años y Felipe 32. El duque de Alba representaba a Felipe y como era lo habitual en Francia en estos casos, el duque de Alba llevó a la novia al lecho nupcial y colocó una pierna y un brazo por encima de la cama para marcharse a continuación.

Una de las fiestas que se celebraron con motivo de la boda fue un torneo en el que el rey francés Enrique II tomó parte. Pero, por desgracia, la lanza de su adversario atravesó el casco y penetró por el ojo del rey. Como los médicos no sabían qué hacer, fueron decapitados cuatro condenados a muerte para experimentar sobre sus cabezas posibles remedios, pero no se encontró la solución. A los cuatro días el rey francés murió.

En enero de 1560 partía Isabel de Valois para España. Su equipaje era de tal envergadura que parte de él hubo de ser enviado por barco. En el monasterio de Roncesvalles tuvo lugar la ceremonia de entrega de Isabel al rey español. La parte francesa lo hizo con estas palabras: «Os entrego esta princesa que he recibido de la casa del mayor rey del mundo para ser entregada entre las manos del rey más ilustre de la tierra».

El 31 de enero la comitiva gala llegaba a Guadalajara, adonde también acudiría Felipe. Por iniciativa francesa, un obispo debía bendecir el lecho nupcial antes de que los nuevos esposos entraran en él, pero el religioso hubo de bendecir desde fuera de la habitación: Felipe e Isabel ya estaban en su aposento y habían cerrado la puerta con llave. Por extraño que parezca, no se estaba consumando el matrimonio, pues Isabel aún no contaba con 14 años y era impúber. Tal cosa aconteció unos meses después, aunque, según manifestaba la madre de la reina, Catalina de Médicis, «la fuerte constitución del Rey causa grandes dolores a la reina, que necesita de mucho valor para evitarlo» .


UNA REINA “CADA DÍA MÁS HERMOSA”. Brantóme dijo que Isabel «tenía hermoso rostro y los cabellos y ojos negros, su estatura era hermosa y más alta que la de todas sus hermanas, lo cual la hacía muy admirable en España, donde las estaturas altas son raras y por lo mismo muy apreciadas; y esta estatura la acompañaba con un porte, una majestad, un gesto, un caminar y una gracia mezcla de la española y la francesa en gravedad y en dulzura».

La diferencia con María Tudor era evidente. “No se quexará S.M. de que le hayan casado con mujer fea y vieja”, era el comentario que se hacía en la Corte. Para el cronista Cabrera de Córdoba era «de cuerpo bien formado, delicado en la cintura, redondo el rostro, trigueño el cabello, negros los ojos, alegres y buenos, afable mucho».

El escritor Brantome añadía que «los cortesanos no se atrevían a mirarla por miedo a enamorarse de ella y despertar celos en el rey su marido y, por consiguiente, correr peligro de la vida» y « los hombres de iglesia hacían lo mismo por temor a caer en tentación, pues no confiaban tener bastante fuerza y dominio sobre su carne para guardarse de ser tentada por ella». Tal era la fama de la belleza de la reina en la Corte española.

Isabel era atractiva “pero no muy bella”, según el embajador veneciano, tal era la poca simpatía que este personaje sentía por los españoles. En febrero de 1561 el marqués de Navas decía que la reina estaba "cada día más hermosa, y muy vista de todos estos sus reynos".


MADRID, CAPITAL DE ESPAÑA. De momento, Toledo fue la residencia habitual de los reyes. En la plaza de Zocodover se celebró un Auto de Fe en marzo de 1561 al que asistieron los dos cónyuges. El acto no duró mucho, pues eran 24 los condenados, cuando normalmente solían ser muchos más. Fue el único Auto de Fe al que asistiría la reina.

En esta ciudad Isabel se había visto aquejada en dos ocasiones de unas viruelas que le afectaron al rostro. Su madre Catalina de Médicis le envió unas cremas desde París que hicieron que la enfermedad no dejara huella alguna en la piel de su cara.

La Corte finalmente se trasladaría a Madrid, que entonces contaba con unos 12,000 habitantes. Una de las razones que se dio fue que su clima era más sano que el de Toledo. La verdad era que Isabel no estaba a gusto y que Madrid estaba más cerca de los lugares de caza del monarca.


UNA RELACIÓN MUY ESTRECHA. Las relación de Isabel de Valois y Felipe fue muy estrecha; Isabel fue la mujer que más peso tuvo en la vida del monarca. Dormía con ella prácticamente todas las noches, a diferencia de sus matrimonios anteriores. Una dama de la Corte señalaba en 1562 que Isabel "cena muy bien y duerme toda la noche con el rey, su marido, quien nunca vino sin una ocasion muy importante". En 1562 Felipe comentaba al embajador francés sobre su residencia en Valsaín, Segovia, donde era abundante "la caza que hay en los alrededores, el placer que la reina, su mujer, él mismo y la princesa habían tenido en esos dos meses pasados". 

Saint-Sulpice escribía en 1565 que Felipe mostraba "de verdad buena amistad y perfecta benevolencia, lo que la pone tan contenta y feliz como no puede estarlo más". En otra ocasión, escribió: "Sus majestades salen todos los dias de caza y se pasean juntos por la noche en el jardín y otros lugares frescos y de recreo que hay en el parque, de suerte que viven contentos y sanos".


FELIPE … Y SUS AMANTES. Pero Felipe era el mujeriego de siempre. Desde 1559 y hasta 1564, Felipe mantuvo como amante a Eufrasia de Guzmán, que le daría un hijo. Cuando Eufrasia quedó embarazada, Felipe la casó con el príncipe de Ascoli, un noble de la Corte. En 1563 un embajador reconocía que una de las diversiones favoritas del rey eran las mujeres, además de la caza y los torneos. 

Por su parte, el embajador francés Saint-Sulpice trataba de dulcificar la situación. En 1564, los amores de Felipe "casi han cesado, de modo que todo va tan bien que no se puede desear más". En Monzón en 1563 el embajador le comentaba a Felipe "la buena opinión que tenemos, de que es buen marido", a lo que el monarca, según González de Amezúa: "agradecio las buenas consideraciones y aseguró que se esforzaba por conservar la reputacion que en Francia tenemos de él".


LAS CONVERSACIONES DE BAYONA. Isabel hizo de representante ante Francia en las conversaciones que tuvieron lugar en Bayona, convocadas porque Felipe pretendía que los franceses tomaran medidas contra los protestantes de aquel país. 

Se cuenta que la conversación con su madre tuvo lugar en los siguientes términos:

—Vuestro esposo no tiene más que desconfianza hacia mí y hacia vuestro hermano. Con tales sentimientos se corre peligro de llegar a la guerra.

—Mi marido no ha tenido jamás tales ideas. Se las atribuyen vuestros consejeros.

—Muy española venís.

—Lo soy, pero no por ello he dejado de ser vuestra hija como cuando me mandasteis a España.


PARTOS DIFÍCILES, ABORTOS… En 1562 Isabel tuvo su primer aborto. La preocupación de Felipe por la sucesión subió de tono, ya que en ese año el heredero Carlos sufrió un accidente en Alcalá de Henares del que casi no salió vivo. Previendo un problema sucesorio, Felipe volvió su atención sobre la Corte de Viena y los hijos de su hermana María. Planeó que los dos hijos mayores de su hermana fueran educados en España.

En 1565 Isabel estaba embarazada de nuevo. El 15 de agosto nació Isabel Clara Eugenia, en un parto que casi le cuesta la vida a la madre. Lo de “Eugenia” era por san Eugenio, del que Isabel era muy devota; incluso solicitaron el cuerpo de santo al rey de Francia, que fue trasladado a la catedral de Toledo.

En 1567 dio a luz otra niña, Catalina Micaela, pero la salud de la reina quedó muy afectada. Felipe no podía disimular su contrariedad por que ninguno de sus dos descendientes era varón. 

La demencia del príncipe Carlos era evidente y los problemas con el infante iban en aumento. En 1564 la reina quedó embarazada, pero, al mismo tiempo, desarrolló unos inquietantes síntomas: dolores de cabeza, náuseas y desmayos. Ocurrió que vio entrar en palacio a Eufrasia de Guzmán, la amante de su marido, entonces también embarazada y casada con el príncipe de Ascoli por orden de Felipe. La reina tuvo una crisis, sangraba por la nariz y tuvieron que llevarla a su aposento. "Embió luego a dezir al Rey, que no podria ver la fiesta, y que estava mala. Y assi no se hizo la fiesta, aunque la plaza de palacio ya estava llena de gente". Su indisposición le duró 3 semanas y los médicos la sometieron a numerosas sangrías, lo que le provocó un aborto de mellizos a los 3 meses. El rey reaccionó rompiendo sus relaciones con su amante, con la que había iniciado una relación justo a la llegada de Isabel a España.

Al poco, Isabel quedó embarazada otra vez y falleció en el parto en octubre de 1568. Su salud había empeorado rápidamente con el embarazo: desmayos, dolores de cabeza… que eran combatidos con sangrías y purgas. Tenía claro que iba a morir y le dijo a Felipe: “Tengo grandísima confianza en los méritos de la pasión de Cristo y me voy a donde pueda rogarle por la larga vida, estado y contentamiento de vuestra majestad.” El 3 de octubre daba a luz una niña que murió al poco. La propia reina falleció en el parto, cuando tenía sólo 22 años. Felipe manifestó que su esposa había muerto "haviendo abortado hora y media antes una niña de quatro o cinco meses, que recibió agua del bautismo, y se fue al cielo juntamente con su madre".

El monarca sintió mucho el fallecimiento de Isabel, "haviendome sobrevenido esta gran perdida tras la del Principe mi hijo. Pero en fin me conformo quanto mas puedo con la voluntad divina que lo dispone todo como le plaze".


UNA REINA QUE GASTABA MUCHO. En vida, Isabel tuvo gustos muy caros. Trajo de Francia un séquito enorme, con toda una comitiva de damas francesas y se distinguió por sus gastos en objetos de lujo, obras de arte, joyas, vestidos... Sus viajes costaban más dinero que los del propio Felipe II. El monarca le concedió todos sus caprichos, que fueron muchos y constantes: compras, fiestas, recepciones... Hizo traer de Francia a un sastre que se hizo rico vistiendo a las damas de Isabel y proporcionándoles perfumes. Casi igualó en personal y coste a la corte del rey.

La reina no paraba de encargar joyas y pinturas a los artistas de la Corte. En 1560 regalaba a la esposa del embajador francés "un collar de oro con quatro rubís y quatro diamantes". Jamás usó el mismo vestido dos veces. Sus regalos a las personas distinguidas con las que se relacionaba fueron incalculables.

En su viaje a Bayona en 1565 gastó 80,000 ducados [3.000.000 euros], mientras que lo normal, según había calculado Felipe, hubieran sido 15,000 ducados [562.500 euros]. Sólo en joyería y ropa se gastó 12,000 ducados [450.000 euros], hizo regalos por un importe de 20,000 ducados [750.000 euros] y gastó en banquetes 12,000 ducados más [450.000 euros].

Su administrador estaba horrorizado. "Por los muchos gastos que haze en su cámara y en mercedes de sedas, paños, telas de oro, oro y plata", todo esto ascendía a 20,000 ducados [750.000 euros] en sólo dos años, escribía el funcionario. Y añadía que el gasto era de 8,000 ducados anuales [300.000 euros] "por haber salido en cada uno de los años a los bosques de Aranjuez o Segovia, con los carruages y con el gasto". Todavía más: "Por haverse comprado en los tres años (1562-1565) hasta 10.000 ducados [375.000 euros] de joyas, piedras y perlas".