- La España de Felipe II
Capítulo 25. Matrimonios y amantes de Felipe II
PRIMER MATRIMONIO. MANUELA DE PORTUGAL, 1543
Felipe, cuando contaba sólo con 16 años, se casó por primera vez con la infanta María Manuela de Portugal (1527-1545) en 1543, su prima hermana. Tuvieron un hijo, el infante Carlos (1545-1568). María Manuela murió de sobreparto en 1545.
En 1541 Carlos V había comenzado las gestiones para encontrarle una esposa a su hijo. Primero pensó en una candidata francesa, pues quería tener buenas relaciones con el país vecino. Se trataba de Juana de Albret, heredera del Bearne (sur de Francia), pero el monarca francés Francisco I se opuso ante la posibilidad de que una región francesa pasase a dependencia española. De nuevo lo intentó Carlos V con Francia; ahora planteaba dos matrimonios: Felipe con Margarita de Valois y el príncipe heredero de Francia con María de Austria, sobrina del emperador español, entregando a los franceses, además, el Milanesado o los Países Bajos. Esta vez fue Felipe quien se opuso a esta operación, pues no era partidario de perder ninguno de estos dos territorios. Por otra parte, el estado de enfrentamiento entre los dos países hacía difícil cualquier acuerdo.
María Manuela de Portugal fue la primera esposa de Felipe II |
FELIPE DECIDE CASARSE CON MARÍA MANUELA DE PORTUGAL. Felipe tomó la iniciativa: sus candidatas serían María Tudor de Inglaterra y María Manuela de Portugal. Así se lo planteó a su padre, quien accedió a los deseos de su hijo de elegir finalmente a la portuguesa. María Manuela era más joven que María Tudor, y eso era un buen argumento para una persona de 16 años. Pero, además, Portugal podía ser un buen aliando frente a Francia y, sobre todo, aportaría una suculenta dote a la boda, algo de lo que estaban muy necesitadas las arcas castellanas.
Las negociaciones fueron largas. Portugal estaba inmerso en una crisis económica importante. El rey portugués pretendía casar a su hija con su hermano, porque no tenía posibilidad de reunir una dote a la altura del futuro rey español. También una parte de la nobleza lusa no veía el tema con buenos ojos: si el heredero al trono portugués moría sin hijos, los derechos sucesorios pasaban a María Manuela y, por consiguiente, a Felipe.
Pero la boda siguió su camino. A principios de 1543 se hicieron las gestiones para conseguir la dispensa papal, pues se trataba de un matrimonio entre primos hermanos. La dote se fijó en 300,000 ducados [11.250.000 euros], de los que 150,000 se pagarían en las ferias de Medina del Campo de aquel año. En el Consejo de Hacienda se hablaba con regocijo de “lo que toca a los ciento y cincuenta mill ducados [5.625.000 euros] que el rey de Portugal ha de dar en la presente feria”.
Pero la monarquía española no disponía de dinero suficiente para el enlace y en el regalo de bodas se echó mano de las joyas pertenecientes a la Corona. El secretario de Estado Francisco de los Cobos lo explica en carta al emperador: “Yo mostré al Príncipe las joyas que V.M. señalaba para que diese a la Princesa, y está bien contento dello, y mucho más de la joya que de parte de V.M. se ha de dar a la Princesa, después que se haya efectuado su casamiento.” Pero había más gastos y eso preocupaba; de nuevo Cobos nos lo cuenta: “Es necesario comprar alguna tapicería, camas y otras cosas y otros gastos que se han de hacer, como para hombre que se va a casar”.
UNA REINA “MÁS GORDA QUE FLACA”. Felipe no dispuso ni de un retrato de su prometida. El embajador en Portugal quiso enmendar el fallo y le hizo una descripción: más bien alta, muy dispuesta, más gorda que flaca, aunque había bajado en peso.
Sobre su carácter: “Dicen todos que es un ángel de condición y muy liberal [generosa]…” (…) “Muy galana y amiga de vestir bien. Danza muy bien… y también sabe latín y, sobre todo, es muy buena cristiana. Y según sus mujeres, es muy sana y muy concertada en ventilar su camisa [menstruación], después que tuvo tiempo para ello, que dicen que es lo que más vale para tener hijos”. A lo que parece, el tener la menstruación con regularidad era una característica que se consideraba muy positiva para tener hijos.
La boda se celebró por poderes en 1543. Representaba a Felipe el embajador Sarmiento de Mendoza. Hasta octubre no llegó la novia portuguesa a tierras españolas. En el trayecto que hizo María Manuela desde Portugal hasta Salamanca, Felipe se adelantó para poderla ver con sus propios ojos, aunque de escondidas, de manera no oficial. Se lo explicó a su padre: “Partí desta villa de Valladolid, a efectuar lo de mi casamiento, a principios de Noviembre, y desde Cantalapiedra, que es cinco leguas de Medina del Campo, me adelanté por la posta para ir a ver a la Princesa por el camino, porque pareció que era bien hacerlo así, llevando en mi compañía al duque de Alba, al almirante de Castilla, conde de Benavente, don Álvaro de Córdoba, don Juan de Acuña y don Antonio de Rojas…” (…) “Y así llegué con ellos al lugar de La Abadía, que es del duque de Alba y de allí fui a Aldeanueva, donde vi a la Princesa sin que ella me viese. Luego me vine a un lugar a dos leguas de Salamanca y esperé que llegase la Princesa, que fue martes 14 de Noviembre, donde fue recibida con muy grande regocijo.”
CARLOS V Y SU MANUAL DE BUENAS PRÁCTICAS SEXUALES. Carlos V estuvo muy interesado en que las relaciones sexuales entre los nuevos cónyuges fueran las menos posibles, pues pensaba que un exceso de actividad sexual había acabado con la vida de Juan, hijo de los Reyes Católicos. El Emperador insistió a su hijo en que una vida sexual intensa podía poner en peligro el engendrar hijos e incluso la vida: “muchas veces pone tanta flaqueza que estorba a hacer hijos y quita la vida (…) como lo hizo al Príncipe don Juan por donde vine a heredar estos Reinos.”
También temía Carlos V que los excesos sexuales entre los recién casados trajeran trastornos mentales a alguno de ellos. Esto, al parecer, era lo que le había sucedido a su madre, doña Juana “la Loca”.
Por ello, Carlos V puso guardianes para dificultar los encuentros entre los recién casados. Zuñiga debía vigilar al Felipe y los duques de Gandía a María Manuela. El Emperador le ordenó a Zuñiga "en que el principe hiziesse algunas ausencias de su muger, y specialmente que no estuviessen juntos de dia". Se cuenta que la noche de bodas, a las tres de la madrugada, Zúñiga entró en la habitación conyugal y separó a los esposos para que fueran a pasar el resto de la noche en sus respectivos aposentos. Para cumplir bien su misión, Zuñiga debía incluso dormir en la misma habitación que Felipe. Pero el príncipe no hizo mucho caso de los consejos de su padre y al año siguiente de su boda María Manuela estaba embarazada.
No todos compartían los criterios de educación sexual del Emperador. El propio Zuñiga opinaba que “a mí parésceme que apartándolos algún tiempo las noches y guardándolos siempre los días, que estarían mejor en un lugar, que no tan apartados”, pues si convivían poco, cuando se encontrasen podía ser peor “que sería gran desasosiego del Príncipe, y cada vez que llegase, sería con tal deseo que sería muchas veces novio en el año”.
Los consejos de Carlos V a su hijo constituían todo un tratado de sexualidad: "Os avéys mucho de guardar quando estuvyésedes cabe vuestra mujer [y] convyene mucho que os guardèys y que no os esforzéys a estos principios, de manera que recibyésedes daño en vuestra persona, porque demás que eso suele ser dañoso, asy para el crecer del cuerpo como para darle fuerzas, muchas veces pone tanta flaqueza que estorva ha hazer hijos, y qu¡ta la vida, como lo hizo el príncipe don Joán, por don vyene a heredar estos reynos.
"Y porque es algo dificultoso, el remedyo es apartaros della lo más que fuere posible; y asy os ruego y encargo mucho que, luego que avréys consumydo el matrimonio, con cualquier achaque os apartéys, y que no tornéys tan presto, ny tan a menudo a verla, y quando tornáredes, sea por poco tiempo"
Además de tener pocas relaciones sexuales con su mujer, Felipe tenía que abstenerse de tener amantes: "Yo os ruego, hijo, que se os acuerde de que, pues no avréys, como estoy cierto que será, tocado a otra mujer que la vuestra, que no os metáys en otras vellaqueryas después de casado, porque serya el mal y pecado muy mayor para con Dyos y con el mundo; y demás de los desasosiegos y males que entre vos y ella se podrían seguyr dello, serya mucho contra el efecto porque os apartáys della". Sobre el temas de las amantes, Felipe tampoco hizo caso a su padre a lo largo de toda su vida.
Carlos V tenía un control exagerado sobre la vida de su hijo. Y le llamaba al orden cuando lo consideraba necesario. Un par de años después de la boda, reiteraba a Zúñiga que Felipe se distraía demasiado en temas que no eran propios de la gobernación del reino: "De la deshorden que ay, y tiempo que se pierde en acostar y levantar, desnudar y vestir, le (=Felipe) he reprehendido en cartas pasadas... porque dado que por el presente no fuese de mucho ynconveniente, serlo ya para adelante, si en esto se hiziese ábito y costumbre".
A FELIPE NO LE GUSTABA SU ESPOSA. Por otra parte, todo indicaba que el físico de la reina no le atraía. A Felipe no le hacía mucha gracia que su esposa fuera obesa, aunque parece que trataba de disimularlo en público alabando la belleza de su cara.
“En palacio donde hay damas de buenos gestos, ninguna está mejor que ella”, comentaba el príncipe. La madre de María Manuela aconsejaba a su hija que adelgazara, y que, sobre todo, no se mostrara celosa por las aventuras extramatrimoniales de su marido, que estaban en boca de todos: “Pon todos tus sentidos en el propósito de no dar a tu marido la impresión de celos porque ellos significaría el final de vuestra paz y contento”. El recuerdo de Juana la Loca, abuela de María Manuela, estaba muy presente.
Para Zuñiga el motivo de la poca afición de Felipe por su esposa era el «empacho y poca edad». Lo cierto era que Felipe hacía salidas nocturnas para tener sexo con sus amantes. En aquel momento mantenía relaciones con una dama de su hermana, Isabel de Osorio.
La situación con María Manuela llegó a un punto que el propio Carlos V intervino. Aludía a los mismos motivos que Zuñiga, que los problemas desaparecerían con la edad: “Lo mismo he hecho y haré ahora en lo de la sequedad que usa con su mujer en lo exterior, de la cual me pesa mucho…, y no deja de entenderse por otras partes, que es harto inconveniente. Aunque bien creemos que esto no procederá de desamor, sino del empacho que los de su edad suelen tener, y así esperamos que habrá enmienda”. En 1544, que el matrimonio no estaba muy bien avenido era bastante notorio.
Preocupaba tanto al emperador como en la Corte las fiestas continuas y las salidas nocturnas del príncipe. La frialdad de las relaciones conyugales comenzaba a crear problemas políticos con Portugal. En una carta a Carlos se le dice que "el príncipe va algo retenido con la princesa, y desto ay algun sentimiento en Portugal". Cobos manifiestaba que los dos esposos "se tratan muy bien" aunque su vida marital era más bien escasa.
MARÍA MANUELA MUERE DE PARTO. El embarazo de María Manuela llenó de alegría a Carlos V. “Sea mucho enhorabuena su preñado, del cual me he holgado, como es razón”. Y le decía a su hijo que “habéislo hecho mejor de lo que yo pensaba, porque os daba otro año de término”
La reina dio a luz en 1545. Un parto difícil. María Manuela no lo pudo resistir y murió a los 4 días por una infección que acabó con su vida seguramente por alguna negligencia de las comadronas, tal como cuenta Sepúlveda: “Se complicó por culpa de las comadronas que, por ignorancia y necia condescendencia, le cambiaron la camisa y no la vendaron con la debida presión ni le administraron lo demás que la costumbre prescribe en estos casos; de donde, siguiéndose la fiebre, a los cuatro días murió”. Felipe tenía 18 años y quedaba viudo. María Manuela dio a luz a Carlos, un niño que, desde muy pequeño, manifestó graves problemas físicos y mentales. El hecho de que los padres eran primos hermanos había pasado factura.
A la muerte de la princesa, según Cobos, "el principe lo sintio tan por extremo, que mostró bien la amava; aunque por las demostraciones exteriores juzgavan algunos diversamente".
Carlos V, por su parte, se sintió muy apenado. En carta a su hijo le explicaba: “Estando hecho este despacho y para partir don Juan de Figueroa con él, llegó el correo con el aviso del fallecimiento de la Princesa, y ya podéis considerar lo que lo habré sentido, así por lo mucho que con razón la quería como por la pena y congoxa que os ha dado.” Y añadía: “Bendito sea Nuestro Señor por todo lo que hace y a Él plega de guardar lo que queda, que no es poca parte de consolación saber cuán cristianamente acabó y que el Infante quedase en buena disposición. Plega a Dios de guardarle, como es menester, y pues lo sucedido es obra de su mano, debámonos conformar con su voluntad. Y así os ruego lo hagáis y miréis mucho por vuestra salud, tomándolo con la prudencia que se debe”.