- La España de Felipe II

Capítulo 26.


UN REY QUE TIENE DIFICULTADES DE COMUNICACIÓN CON LOS DEMÁS


Felipe no sabía dirigir equipos de trabajo y tampoco delegaba funciones. El pedir la opinión a sus colaboradores encubría más bien su propósito de dilatar sus decisiones, ya que era una persona tremendamente insegura. Tenía serios problema de comunicación con los demás y es por eso que prefería la comunicación por escrito a la verbal cara a cara y desconfiaba de todo el mundo. En los últimos años de su vida desarrolló rasgos claramente paranoides. 

En las audiencias "presta gran atención a lo que se dice, pero de ordinario no mira a la persona que le habla, tiene los ojos bajos y si los levanta es para mirar a uno y otro lado".

"Uno de los trabajos que yo tengo, que no son pocos es tener tan pocos que me ayudan, habiendo menester tantos. Cierto esto me desanima mucho, porque ¿qué pueda yo hacer sin muchos ayudadores? Pero habrían de ser ayudadores y no desayudadores, como creo que hay algunos", escribía en 1578. La desconfianza en su entorno se incrementó con los años.

Testimonio del embajador veneciano, años 50. No estaba cómodo en las audiencias, delante de la gente. En las audiencias "presta gran atención a lo que se dice, pero de ordinario no mira a la persona que le habla, tiene los ojos bajos y si los levanta es para mirar a uno y otro lado".

Los interlocutores estaban desconcertados. Se sentían intimidados ante el rey. “Empecé a hablarle porque su mirar penetrante, de esos que ahondan hasta el ánima, fijó en mí, así que bajé mi vista y con toda brevedad le dije mis deseos”, nos dice Teresa de Ávila explicando su entrevista con el rey.

El limosnero real, Luis Manrique lo dice muy claro. Tantos papeles son para evitar el contacto con la gente. “Vuestra Majestad [ha tomado estilo] de negociar, estando perpetuamente asido a los papeles, y que se daban a entender que Vuestra Magestad principalmente lo hacía por tener mexor título para huir de las gentes”.

El rey no asistía habitualmente a las reuniones de los Consejos. Sólo rompía esta norma cuando lo consideraba estrictamente necesario. Recibía sus resoluciones por escrito, con lo que las decisiones se demoraban eternamente. El embajador veneciano Antonio Tiérpolo, en 1567: “Su Majestad no asiste nunca a las deliberaciones de sus consejeros; pero según la naturaleza del asunto, y después de cumplido este trámite, llama una de las tres consultas, que son la de España, la de las Indias y la de Italia... En los asuntos de Estado y guerra, procede de modo distinto, puesto que, antes de deliberar, cada uno de los consejeros le hace una relación aparte. Es cierto que rara vez se separa de la opinión de sus ministros, pero en las cosas de Flandes ha mostrado que se fía poco de sus consejeros”.